Guillermo Franco Fonseca, uno de los reporteros avezados de la crónica roja en Colombia. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
Yo no le tengo miedo a la muerte porque he convivido mucho tiempo con ella.
Eran
los tiempos del teléfono de disco, la máquina de escribir y la gabardina
Corayco, cuando el reportero judicial esclarecía primero los crímenes que la
misma policía. Y él era uno de ellos, porque siempre llegaba primero. ¡¿Cómo?!
Él sólo lo sabe. Es que era uno de los mejores dateados. Y no había internet,
ni smartphones, ni tabletas de alta gama, ni nada que se le parezca: pura intuición,
auricular y, lo más importante, olfato de sabueso.
Llegó a
tener en su casa un museo necrológico que exhibía partes de accidentes aéreos y
de tránsito; prendas y accesorios de muertos famosos y de capos del
narcotráfico; algunos billetes que quedaron rezagados entre las ruinas del Palacio de Justicia, como también objetos de la tragedia de Armero; esto agregado a su periplo notarial de los suicidios en
cadena que en una época sacudieron el Salto del Tequendama.
Memoria
viva de la crónica roja en Colombia, con más de cuarenta años de experiencia en
el oficio, Guillermo Franco Fonseca, conocido en sus labores de reportería
judicial como ‘El Chiquito’ Franco, nacido hace 74 años en el barrio San
Agustín (carrera 9º con calle 6ª) de Bogotá, hace reminiscencias de las épocas
más cruentas del prontuario criminal en Colombia, desde su trinchera en la
prensa hablada y escrita.
Franco
Fonseca inició su carrera periodística en La República, de ahí paso a El
Tiempo, la revista Vea, y en dos oportunidades fue uno de los reporteros
judiciales más avezados en la próspera época del desaparecido diario El Espacio,
labor que continuó en Caracol Radio, durante varios años, a órdenes de Yamid
Amat.
La
Pluma & La Herida lo entrevistó.
¿A qué
te dedicas hoy en día, Guillermo?
“Hace
quince años que estoy dedicado al merecido descanso, o jubileo, que llaman,
pero estoy en activo al frente de una tienda de artesanías, La Cueva Artesanal, que tengo con mi esposa”.
¿Cuántos
años en el quehacer periodístico?
“Más de
cuarenta años, los últimos ocho, en Caracol. Yo comencé en La República, luego
pasé a El Tiempo, después estuve en El Espacio -dos oportunidades-, Cromos,
Vea, As Deportes; trabajé en Venezuela en el diario La Nación, y en Cúcuta, con
Radio Guaimaral”.
Pero lo
tuyo definitivamente fue la crónica roja, ¿verdad?
“Fue el
90 por ciento de mi quehacer en la prensa hablada y escrita”.
¿Reportero
empírico?
“Totalmente”.
¿Qué
hiciste antes de ejercer este oficio?
“Hice
pinitos en zapatería, porque mi papá era zapatero remendón y mi mamá
guarnecedora. Luego me empleé como mensajero en una droguería; estudié
tipografía y de ahí me convertí en 'datero’ de El Tiempo”.
¿Cómo
era el cuento de ‘datero’?
“Como
su nombre lo indica, era recopilar y entregar los datos de una noticia o de un
evento para que en la sala de redacción lo procesaran. Me pagaban con un vale
semanal porque estaba fuera de nómina”.
¿Quién
te abrió las puertas en El Tiempo?
“Humberto
Jaimes, que era redactor del noticiero ‘Mirón Informa’, de la Voz de la Víctor,
en los tiempo de ‘El Ciego de Oro’. Él me llevó a El Tiempo y ahí comencé mi
carrera. Ahí permanecí seis meses en deportes y luego ingresé a la sección
judicial con Enrique ‘El Flaco’ Arenas, Fernando Garrido y el gran cronista
Felipe González Toledo quien, dicho sea de paso, siguió en detalle los
espeluznantes crímenes de Nepomuceno Matallana, cuya historia siniestra la televisión adaptó
para la serie de ‘Doctor Mata’”.
¿Cuál
fue tu primera fuente?
“Los
juzgados, que en ese entonces quedaban en la carrera 11º con calle 12º,
edificio Maizena. Ahí llegaba yo a las ocho de la mañana a recorrer los
pasillos de instrucción criminal y a medio día ya estaba en El Tiempo, en la
sede de la 7ª con Jiménez, haciendo el curso de ‘chuzógrafo’ profesional”.
¿En qué
máquina escribías?
“Tuve
varias, las de más trajín: una Royal Wunderblock y una Remington”.
¿En esa
época ya usabas tus gabardinas de detective?
“Sí,
claro, siempre me gustaron. Esa prenda y la corbata eran imprescindibles en mi
vida cotidiana. Me las ponía hasta los domingos”.
Franco Fonseca con Jorge Antonio Vega, una de las grandes voces de la radio. Foto: La Pluma & La Herida |
¿Te
acuerdas de tu primer muerto?
“Sí,
sucedió en la calle 6ª con carrera Caracas, donde quedaba la fábrica de licores
de Cundinamarca. Fue un paletero que llevaba dentro del carro de paletas a un
niño muerto. Se suponía que había abusado de él y escondió ahí el cadáver. Esa
fue noticia de primera página”.
¿Llevabas
el itinerario y las cuentas de tus muertos?
“Sí,
claro. Yo pude haber cubierto más de 500 muertos, incluidos los de una tragedia
en la carrera 7ª, entre calles 12º y 13º, un almacén como el Tía, cuando un 16
de diciembre se incendió el local y fallecieron 92 personas. Ha sido uno de los
incendios más pavorosos que ha habido en Bogotá”.
¿Y te
peleabas los muertos con los otros ‘sabuesos’?
“Éramos
‘aves de rapiña’ y me tenían bronca porque siempre llegaba primero”.
¿Quiénes
te tenían envidia?
“Todos,
pero no me lo demostraban”.
¿Germán
Acero, por ejemplo?
“Bueno,
Germán Acero es más reciente. Pero de mi época te estoy hablando de Luis de
Castro, Guillermo García, ‘El Ciego’ Gómez (a quien mataron en la masacre de
‘El Pozzetto’) y Hernando Acevedo”.
¿Cubriste
el Salto del Tequendama?
“Fue
uno de mis principales escenarios: había una viejita que tenía una venta de
comestibles a la entrada, cerca a la piedra de los suicidas, y ella era la que
me dateaba cuando se arrojaba una pareja, un suicida, y por eso yo siempre
llegaba primero”.
¿De
cuántos suicidas te acuerdas en el oficio?
“De más
de cuarenta”.
¿El más
impresionante?
“No
tanto como impresionante sino como novelesco: El de un sargento del Ejército
que llegó con su amante y dejó sobre la piedra del suicidio sus prendas y
documentos para lanzarse al vacío. Eso fue un simulacro, porque al año y medio
se supo que esta pareja estaba viviendo en el Quindío. Lo que sucedió fue que
el hombre hizo ese teatro porque era casado y quería hacer vida clandestina con su
concubina”.
¿Todavía
conservas los calzoncillos DVD con los que saliste ante cámaras durante la toma
de la Embajada de República Dominicana?
“Los
guardé mucho tiempo, pero al final se refundieron en un trasteo”.
Te lo
pregunto porque tú tenías un museo necrológico y del crimen. ¿Aún lo conservas?
“Sí, lo
tuve, pero hoy en día quedan poquitas piezas porque todo se va acabando.
Conservo algunos billetes de la toma del Palacio de Justicia en 1986; del
atentado del avión de Avianca, en 1989, en Soacha; algunas latas de accidentes
aéreos y de tránsito, y unas muestras de dinamita de atentados de la época
cruenta de Bogotá, a órdenes de los capos de la mafia: Pablo Escobar Gaviria y
Gonzalo Rodríguez Gacha, ‘El Mexicano’”.
¿En
dónde te encontrabas cuando estalló la pavorosa bomba del antiguo DAS, en 1989?
“En el
noticiero de Caracol, cuando la emisora quedaba en la 19ª con 8ª. Eran las
siete de la mañana y estábamos en plena emisión. Yo salí como volador con José
María Bolaños, más conocido como el ‘Negro’ Bolaños, y fuimos los primeros en
llegar. Ese día yo me sentí con más sangre que los mismos heridos. Fueron
escenas dantescas, desgarradoras; creo que fue una de las tragedias más
violentas que yo haya podido presenciar”.
¿Qué
memoria haces de otros bandidos de leyenda?
“De
Hugo Barragán, Richard Nock, y uno de los más temibles, Efraín González, alias
‘Juanito’, cuando cubrí el tiroteo que desató su fuga en la carrera 14ª con calle 17ª
sur. Esa plomacera duró desde las seis de la mañana hasta las siete de la
noche”.
¿A ‘El
Ganso’ Ariza lo conociste?
“Sí,
claro, Humberto ‘El Ganso’ Ariza, a quien mataron en la Caracas con 3ª sur,
arriba de Santa Isabel”.
¿De
cuántos tiroteos te libraste?
“Cuando
uno está para morirse, le toca, pero yo afortunadamente nunca tuve un percance
qué lamentar”.
¿Cómo
recuerdas esas animadas y no menos fúnebres bebetas de ‘sabuesos’ en ‘La última
lágrima’ del anfiteatro (6ª con 13ª)?
“Eso es
para narrar en un libro porque hay miles de anécdotas. Los mejores compinches
eran los ‘chulos’, como llamábamos a la gente cercana a las funerarias: eran
nuestros mejores y más fieles dateros”.
Dicen
que no te faltaba a las cinco de la mañana un tinto cerrero, un trago doble de
aguardiente y un Pielroja. ¿Eso es cierto?
“Bueno,
lo del Pielroja te lo debo porque nunca he fumado. Tinto, tampoco, pero el
aguardiente sí era sagrado: era más seguro que el amanecer”.
¿Hasta
cuándo bebiste?
“Dejé
la copa hace quince años. Hoy me tomo una, dos cervezas máximo, en un asado o
para un caso especial”.
¿Tu
época en El Espacio?
“Sensacional.
Ahí no sólo cubrí muertos sino deportes. En ese periplo alcancé a cubrir dos
vueltas a Colombia. Recuerdo que una vez nos volcamos y nos salvamos de
milagro, en una etapa entre Envigado y Medellín”.
¿Te
hacen falta los muertos?
“Imagínate,
toda la vida amaneciendo con muertos y acostándome con muertos. Cómo no, hacen
falta, se extrañan. Porque la reportería judicial en Colombia hace tiempo se
acabó. Hoy en día hay un puñado de muchachos que tratan de ejercer la crónica
policíaca, respaldados por las herramientas tecnológicas: internet, celulares,
etc. Cuando en nuestra época nos tocaba llamar en el teléfono público de la
esquina y hacer reportería en un bus, o a pie, porque no había carro”.
¿Le
temas a la muerte, Guillermo?
“Yo no
le tengo miedo a la muerte porque he convivido mucho tiempo con ella”.
¿Has
derramado lágrimas en tu oficio?
“Yo he
sido duro del corazón, pero la tragedia de Armero, que cubrí para Caracol, me
conmovió profundamente”.
¿Tuviste
romances con viudas desconsoladas?
“No, en
ese aspecto he sido muy frío. Yo iba a lo que iba y listo”.
¿Cómo
recuerdas a Yamid Amat?
“Como
un cascarrabias brillante”.
¿Sigues
siendo caracolero (de Caracol radio)?
“Toda
la vida. Yo vivo muy agradecido con Caracol: fue mi casa, mi escuela, parte de
mi vida”.
¿Cuánto
hace que no ves un muerto?
“Hace
tiempo, y a veces me dan ganas de hacer el cubrimiento de algo que ya no me
corresponde, un plan de curioso, de metido”.
¿Eres
un hombre creyente?
“Más
que creyente, respetuoso”.
Por
ejemplo, ¿crees en otra vida?
“No,
para mí el que se fue, se fue. No hay vuelta de hoja”.
¿Te has
imaginado tu velorio?
“Quiero
que me despidan sin lágrimas y sin esa tertulia hipócrita e incómoda de los
adioses”.
¿De qué
te dueles hoy en día?
“Tengo
los achaques de la ‘segunda edad', y si he tenido algunos problemas de salud,
he logrado superarlos”.
¿Todavía
te dicen ‘Chiquito’?
“A mí
me decían en Caracol ‘El detective’, pero mucho antes, en mis tiempos de El
Espacio, época de oro, me llamaban ‘El Chiquito’”.
¿Has
pensado tu epitafio?
“Sí:
‘Aquí yace quien tanto convivió con los respetabilísimos muertos’”.
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