Diana Uribe con la camiseta puesta de una de las bandas pilares de su culto por el rock. Para ella, la única revolución que ha triunfado. Foto: Archivo particular |
Cuando se produjo
la noticia, doña Mónica, mi vecina
del quinto piso, fue la primera en golpearme en la puerta para dar su voz de
alarma:
-¡Ay!, vecino,
usted que es periodista, por qué no hace algo para que la profesora Diana (Uribe) se quede… Mire que al
final del programa de hoy, se despidió. Dijo que Historia del Mundo iba hasta el 21 de octubre. ¿Qué pasó?
-Nada qué hacer-, le dije sorprendido ante semejante encargo. Es
una determinación de los mandamases del Grupo
Prisa, que son los dueños de Caracol
Radio, un tal señor Reglero que es el nuevo presidente de la cadena.
-¿Y es que a ese señor no le gusta la historia?-, replicó doña
Mónica, quien demostró ser una aguerrida defensora de la reconocida
historiadora al sustentar que no se perdía emisión desde el primer programa, en
la que fue su casa, Caracol, a lo
largo de dieciocho años, ni sus conferencias y conversatorios en la Feria del Libro de Bogotá, en
universidades y librerías, o donde reclamase su presencia. Corroboró su admiración
al poseer todos sus libros.
Con la edición conmemorativa de la obra cumbre de Gabo, uno de sus autores de arraigada investigación y lectura. Foto: Archivo particular |
Lo cierto es que doña Mónica estaba más exaltada que la
misma Diana, que tomó con frescura
la decisión, como otro ciclo cumplido en su profesión, al manifestar que seguirá
trabajando común y corriente en su oficina, que es su Casa de la Historia, como catedrática y asesora editorial, y que la
continuidad de sus programas cursarán ahora por el caudaloso río del espectro
digital.
Diana Uribe Forero, filósofa e historiadora de la Universidad de Los Andes, hizo su primera incursión ante micrófonos
en Radionet, en 1998, por iniciativa
de Yamid Amat, quien la invitó a
hacer parte de la mesa de trabajo como analista internacional, y luego se
produjo su traslado a la Básica de
Caracol, en el espacio dominical Historia
del Mundo, de 11:00 a.m. a 12 M, que con su ameno y coloquial estilo de
narrar los acontecimientos más trascendentales de la humanidad, ubicó su programa
en el top de los de mayor audiencia.
Consecuencia de su
arrolladora popularidad, su nombre fue adquiriendo ribetes de marca en las
editoriales, con publicaciones que se convirtieron en éxitos de librería para
sus miles de seguidores, y como material de consulta en instituciones educativas:
Diana Uribe, 100 momentos que marcaron el
mundo contemporáneo, Historia de las grandes independencias (en coautoría con Martín Moreno, Alberto Pérez López y Juan Guillermo Llano García), Historia de las civilizaciones (en coautoría con Carolina Luna, Martín Moreno, Ricardo Silva Romero, Juan Guillermo Llano García), La vuelta al mundo en 25
mitos, Contracultura, África: nuestra tercera raíz, Historia de los viajes,
entre otros.
Postal de uno de sus más recientes viajes por Escandinavia. El especial fue emitido el lunes 15 de octubre de 2018. Foto: Archivo particular |
Para realizar una
radiografía íntima de Diana Uribe Forero
es recomendable primero traspasar el umbral de su morada: una enorme casa de
estilo inglés ubicada en el sector de
Teusaquillo, en Bogotá, que como
su propietaria, resume historia.
De entrada te
encuentras con afiches enmarcados de películas, la mayoría de Woody Allen, uno de sus directores
preferidos (Manhattan salta a la
vista), que ella tiene dispuestos en paredes, a manera de galería. Vas
penetrando con sigilo y curiosidad los aposentos y te sorprendes con la
cantidad de objetos artesanales y souvenirs
que ocupan las estanterías: guerreros y máscaras africanas, tótems, íconos,
papiros; fetiches de Kuala Lumpur,
consagraciones e invocaciones indias, botellitas con mensajes del mar de Mármara, palitos chinos, marineros en
resina de Amberes; tacitas de té de Kioto, perfumes en miniatura de los
recónditos bazares de Ankara, Estambul
y El Cairo, y todas esas cositerías que una peregrina del mundo
como ella, haya podido adquirir a su paso.
¡Ah!, se me
olvidaba: no me perdonaría si no reseño su admirable colección de gatos:
mininos de todos los tamaños, elaborados en diversos materiales y texturas, con
la mirada atenta ante el soberbio y maravilloso espectáculo del universo: desde
una mosquita en volandas hasta el magnífico sortilegio de la Aurora boreal (le recomiendo Gatos, el poemario de Darío Jaramillo Agudelo).
En el puente de Mostar, en Los Balcanes, testimonio histórico de la unión de dos culturas. Foto: Archivo particular |
Y sus libros, rigurosamente
organizados y clasificados: Libros de historia, filosofía, psicología, novela,
ensayo, literatura universal; enormes Atlas de pasta dura; incunables de
anticuario; libros y más libros esparcidos como sus gatos por todos los
rincones de la casa.
La envidiable
biblioteca de la profesora Diana es
el resultado de tres bibliotecas: la propia, la misma que agregó a la de su
esposo, el librero e infatigable lector Ricardo
Espinosa, con quien permaneció treinta años casada hasta el deceso del
señor hace seis años, y la de sus hijos, Alejandro
y Santiago, estudiantes de Literatura, sin descontar los libros que ella ha
comprado o le han regalado en sus viajes, más las muestras que le envían de las
editoriales: un promedio de 10.000
tomos.
Sí, la casa de Diana Uribe resume historia, y en ella
la filósofa, catedrática e historiadora bogotana de ancestros paisas, la mujer
que se ingenió la fórmula más directa y desparpajada de contar la historia de
las civilizaciones, se siente como Minerva
en su ágora.
Y discos: músicas
del orbe, desde las onomatopeyas sobrecogedoras de milenarias tribus africanas,
hasta lo mejor del rock de todos los tiempos: The Beatles y Bob Marley,
sus grandes pilares. Encima del estereofónico se impone Narciso de noche, un óleo de David
Manzur firmado con una dedicatoria.
Un alto en su periplo por Rumania, tras las huellas del Conde Drácula. Foto: Archivo particular |
Después de
escudriñar a vuelo de pájaro su residencia, de respirarla en sus contornos, te
sientas en la sala con ella, y al calor de una humeante taza de café, empiezas
a escucharla, horas y horas, en un sermoneo inagotable, con ese tono y ese
ritmo de procurador helénico, con esa memoria de Úsrula Iguarán o de palabrero de Comala, con esa precisión de datos, lugares y fechas de
acontecimientos, batallas y entreguerras: una cronología espléndida labrada en
el estudio permanente, la investigación, la lectura de cientos de libros. Y en
los viajes.
Y uno se pregunta. ¿Qué puede significar para ella la
palabra historia, cuando quien escribe estas líneas le enseñaron en sus
desenfrenados años de bachillerato que historia
no es más que una sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente?
Antes que el
entrevistador termine de formular la pregunta, Diana corta en seco el viaje con su espada de centurión espartano
(así es ella: rápida, repentista, sorprendente):
“La historia es la
vivencia de la especie humana, de esa cotidianidad que el hombre ha construido
en el día a día a través de los tiempos: es el gran testimonio de los
encuentros y las pasiones”.
¿Y un historiador?
“Una persona que se
ciñe a la memoria de los acontecimientos para escribirlos o narrarlos con
precisión y admiración”.
De película esta foto rodeada de pobladores escandinavos, el del extremo izquierdo, con la impronta de Santa Claus. Foto: Archivo particular |
¿Cuál es la esencia en su pureza de la historia?
“Está en su
oralidad. Los grandes pueblos de la humanidad se remiten a la voz, a la palabra
hablada, o a su música, para contar su pasado, caso particular los pueblos
Africanos. O Cuba”.
¿De qué herramientas o claves secretas se debe
apropiar un historiador para ejercer su oficio?
“La curiosidad es
el poderoso motor de la historia. Esto agregado a la exploración y la aventura.
Y también la capacidad de receptividad, de análisis, de acumular todos los
datos posibles, como un ejercicio permanente de registro notarial, y con una
firmeza y rigor cronológicos”.
¿Cómo nace esa pasión suya por la historia?
“De mi abuelo,
Tomás Uribe Márquez, destacado pensador e intelectual de los años 20, y de mi
padre, un notable cultor de la historia, la filosofía y las letras”.
¿Y en qué momento se ideó esta fórmula amena,
digámoslo, jocosa y dicharachera de narrar la historia?
“Se lo debo a un
profesor de historia en mi bachillerato, que se llamaba Álvaro Miranda, quien
nos enseñó a pensar, analizar y recrear el hecho como tal. Más tarde, en la
cátedra, lo apliqué cuando observé que para algunos alumnos la clase de
historia les resultaba tediosa, aburrida. Cuando lo puse en práctica, la
realidad fue otra: historia, para ellos, era su asignatura preferida”.
'La Historia del Mundo', narrada con su particular estilo. Foto: Archivo particular |
¿Qué opina de ciertos historiadores que no toman en
serio su estilo de narrar la historia?
“Cada quien tiene su forma de interpretar y
difundir lo que sabe. Mi estilo me ha dado satisfactorios resultados a lo largo
de veinte años. Son las audiencias las que me han retribuido con creces su
complacencia”.
¿Cuáles cree que son los grandes enemigos de
un historiador?
“La inexactitud, el
desconocimiento y el olvido”.
¿Qué presagio podría hacer de la historia de
Colombia en unos veinte años?
“La proyección que
se tiene hacia el futuro es demasiado riesgosa y delicada para un historiador.
Se manejan unos límites muy grandes. Atreverse a un dictamen ligero podría caer
en las trampas efímeras de la adivinación. Y de eso no se trata la historia”.
¿Qué es eso que nunca debe perder un historiador?
“Su pasión y su
inmensa capacidad de asombro”.
¿Y qué es lo que más la apasiona fuera de la
historia?
“El rock. Toda la
vida he sido roquera. He viajado en el carruaje del rock y a la velocidad de
los acontecimientos. El rock es el gran cronista de la contracultura, el
maravilloso proyecto de la utopía. Woodstock es la banda sonora del Siglo XX,
un verdadero documento. Ha sido la única revolución que ha triunfado y se ha
mantenido”.
¿Sigue creyendo en las utopías?
“No hay que olvidar
que los mayores logros derivan de las épocas de crisis, de los dramas, de la
tragedia. Ahí es donde afloran las utopías. Colombia es un terreno fecundo de
la utopía”.
Diana Uribe al frente de los acontecimientos trascendentales que han marcado la historia de la humanidad. Foto: Archivo particular |
¿Cuál es el capítulo cultural que más le atrae de la
historia de la humanidad?
“El Renacimiento,
que es la fuente de la creatividad, de la sensibilidad y del amor por el arte”.
¿Y de la historia de las civilizaciones?
“Los Persas, Grecia
y el asombroso florecimiento de los árabes, con Alejandro, El Jefe, a la cabeza”.
¿Cómo ve a Colombia como historiadora?
“Colombia no es el
único país que tiene problemas. Los hay con peores dificultades en el planeta.
Venezuela, por ejemplo, y el continente africano. No hay que ver sólo el país
detrás del conflicto. Hay que admirar el otro país: el de la sensibilidad, el
trabajo, la productividad, la creatividad, la cultura y la inteligencia. La
Colombia de las universidades, de la juventud ingeniosa y palpitante, ansiosa
de trascendentales cambios”.
Si tuviera el poder, ¿a qué personaje de la historia
le gustaría revivir?
“A Gandhi: cada vez
que lo estudio lo conozco más, lo profundizo, me enamoro de él. Fue el gestor
de planteamientos éticos incomparables. Y, con Gandhi, Mandela, que es mi
filosofía de vida”.
¿Qué es el libro para usted?
“Es la más útil y
poderosa carta de navegación con la que pueda contar un ser humano”.
Para su especial de Irlanda, en entrevista con el presidente Michael D.Higgins. Foto: Archivo particular |
¿Qué opina del maridaje entre historia y literatura,
como lo hecho por William Ospina con su saga de Ursúa, El país de la canela y El
ojo de la serpiente?
“El mejor. Un
trabajo admirable. En la literatura están los espíritus, las pasiones, las
emociones que escritores como William Ospina o Enrique Serrano han utilizado
como el gran decorado en ese dedicado ejercicio de narrar los acontecimientos.
Me parece muy válido. Ojalá otros narradores sigan este modelo”.
Usted siempre anda comprometida con sus proyectos,
uno tras otro, no da treguas. ¿Siempre ha sido así con su trabajo?
“La historia, como
el tiempo, no se detiene. Por eso hay que ir en la marcha de los
acontecimientos, en su ciclo inagotable, en el trabajo permanente. La vida es
muy corta para todo lo que uno sueña y proyecta”.
Para terminar, Diana: ¿por qué esa fascinación suya
por los gatos?
“Por ese espíritu
lúdico con el que comparten todos sus actos, por ese desenfado y esa
voluntariedad que tienen hacia la vida”.
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