Marco Aurelio Álvarez Camargo, leyenda viva de la radio, en el estudio de su apartamento al norte de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida |
Marco
Aurelio Álvarez Camargo abre de par en par la puerta de su
apartamento, al norte de Bogotá, despliega su sonrisa bonachona y saluda con un
¡holaaaa! cantado que estira su voz radiofónica de locutor de época. Al fondo
se oye el rumor señorial de una tonada de don Pedro Vargas.
El refugio de Álvarez está hecho a la medida de sus más hondos afectos: el vínculo conyugal que lo une de hace más de cincuenta años con doña Rosalba Arenas, madre de su única hija Mónica, y su amor enquistado como un germen por la música.
En todos los espacios de la vivienda, en el pasillo que
comunica con la sala de estar, el estudio, las habitaciones, el cuarto de
huéspedes, la alcoba principal, hay música. Música en todos los formatos:
vinilo (cantidad de acetatos), casetes, discompactos, películas, infinidad de
grabaciones perfectamente clasificadas de los programas y entrevistas que ha
realizado a lo largo de tantos años, algunas que le han conferido
reconocimientos y congratulaciones, de los más satisfactorios para él, el Premio Simón Bolívar al Mejor Reportaje
en Radio con Gabriel García Márquez, hablando de boleros.
El rincón de su egoteca que resume su exitosa labor ante micrófonos. Varios Premios Simón Bolívar. Uno de ellos por una entrevista a Gabriel García Márquez. Foto: La Pluma & La Herida |
Difícil controvertir, por lo menos en Colombia, que
alguien ostente una colección de boleros de distintas épocas como la de Marco Aurelio. Y agregado, que al borde
de sus ochenta años, exista una memoria tan precisa y actualizada de letras,
compositores, intérpretes, discografía, fechas, y cientos de anécdotas
alrededor del género romántico por excelencia. No en vano, por su palmarés, se
ha ganado el título de Señor Bolero.
Desde que se pensionó de RCN en 2007, y con un dinero
embolatado que tenía de cesantías compró el apartamento que hoy habita con su
esposa, Marco Aurelio, en su
domicilio, en sudadera o en pijama, no ha cesado de cumplir a un horario
laboral como si continuara devengando.
Bien de mañana se ocupa rescatando voces y redactando
crónicas de letristas, cantantes, tríos, duetos, orquestas, más de 300 que
tiene acumuladas a la fecha, que están reclamando editor para un libro, o
publicando notas breves en su cuenta de Facebook, estimulantes cápsulas que
refrescan la memoria de aquellos puntuales oyentes que por años lo siguieron en
el dial.
Marco Aurelio con don Élkin Giraldo, en su almacén de calzado, depósito de más de 100.000 acetatos. Foto: La Pluma & La Herida |
Tiene material suficiente como para 1000 programas de
boleros con un título sugestivo -Plácido
Domingo- en la gran audiencia de quienes cultivan y atesoran el gusto
especial por esas letras memoriosas que durante varias generaciones han
flechado corazones y promovido el amor, la conciliación y la esperanza, eso que
añoramos por estos días.
Porque Marco
Aurelio, en la suma de sus almanaques y su trajinar, se siente lúcido y en
activo. Desde que se levanta hasta que anochece está botando corriente, bien
con lo suyo, la música, o con las encomiendas personales y de casa: pagar los
servicios, ir de compras al supermercado, cumplir a una cita médica, pasear por
el parque con su pequeño nieto, o visitar a su amigo Élkin Giraldo en el almacén de calzado Cosmos, del centro
capitalino, a donde llega a menudo a esculcar, consultar y tomar notas entre
los más de 100.000 acetatos con
músicas del mundo que acuña en sus bodegas.
Por estas fechas, recuerda, cuando las cabinas de radio
comenzaban a retomar los jingles de
fin de año, ya tenía listo y en su orden
las veinticuatro horas de programación, desde las doce del mediodía del
24 de diciembre, hasta la madrugada del 25, la fiesta guapachosa con la que
aquí en Colombia o en Estados Unidos, desde el master de RCN Nueva York,
colombianos en la diáspora y latinos en aras del sueño americano, encalambrados por el azote invernal, celebraban la
navidad.
Exhibiendo el álbum conmemorativo de los 65 años de la Sonora Matancera, en vivo desde el Carnegie Hall. Foto: La Pluma & La Herida |
No había necesidad de interrumpir el bailoteo para
disponer vinilos en la radiola o casetes en la grabadora. La programación del
maestro bumangués de los micrófonos y las consolas era tan efectiva y pegajosa,
además de sus amenos comentarios, que familias y amigos reunidos no cesaban en
el ejercicio de lubricar articulaciones con los clásicos de Guillermo Buitrago, Bovea y sus Vallenatos,
Los Hispanos, Los Graduados, el furor que evocaban las voces de Guillermo El Loco Quintero y Rodolfo Aicardi, Pastor López, Lucho
Bermúdez, Pacho Galán, La Billo’s, Los Melódicos, Los Blanco, y cuantos
intérpretes y agrupaciones salen a rebrillar sus éxitos de toda la vida en esta
temporada del año.
La radio, para Marco
Aurelio Álvarez Camargo, ha sido su razón de ser como profesional. El
motivo de sus quimeras y nostalgias, del nutrido grupo de colegas con quienes
ha compartido desde cuando debutó a los diecisiete años como control en Voz
Panamericana, de Floridablanca, pasando por Radio Santander y Radio Atalaya, en
Bucaramanga; comentarista deportivo de Todelar; voz comercial en Radio Pipatón
de la Costa, al lado del legendario narrador de béisbol Marcos Pérez Caicedo; hasta el pase de honor que en Barranquilla,
donde estuvo radicado veinte años, le hizo Álvaro
Cepeda Samudio en la naciente cadena de emisoras Olímpica, donde terminó
siendo hincha del Junior, y su paso por Radio Universal, de los hermanos
Navarro.
150 de las mejores películas del oeste en su alcoba matrimonial. Foto: La Pluma & La Herida |
La
Puerta de Oro de Colombia lo sedujo a componer dos de las
melodías más emblemáticas de la próspera y acogedora capital del Caribe: Puente Pumarejo y Barranquilla es tu ciudad, ambas con Los Melódicos, en la voz de
Víctor Piñero. Lo que muchos no saben es que él nunca llegó a cobrar por
ventanilla las regalías de esas letras, porque con toda la frescura del mundo,
como suele suceder en estos casos, Álvarez
asegura que se las apropió Óscar García,
pianista de Los Melódicos, y con ese nombre están registradas en Disco Moda, de
Caracas, Venezuela.
En La Arenosa,
justamente por donde ingresó la radio, sinónimo de civilización, y la aviación,
pasaporte al progreso, Álvarez se
dejó envolver de la magia caribe y la bohemia del bolero derivada de los
rutilantes cantantes y las grandes orquestas de salón que llegaban de Cuba,
Puerto Rico, República Dominicana y México para carnavales y festividades
decembrinas, comenzando por la Sonora
Matancera y sus figuras estelares: Celia
Cruz, Bienvenido Granda, Celio González, o Daniel Santos, entre otros. De todos ellos atesora entrevistas de
antología.
Por ejemplo, 24
historias de boleros, es un vivo testimonio, como aparece impreso en la
presentación de este doble compilado, con agradecimiento a Norberto Traslaviña, hacedor y promotor del mismo, de cuarenta años
de voces de letristas e intérpretes, entrevistas, grabaciones espontáneas,
anécdotas, datos curiosos de cómo nacieron sus melodías, en distintas épocas y
escenarios:
Breves crónicas ilustradas de compositores e intérpretes que escribe a diario y que merecen ser compiladas en un libro. Foto: La Pluma & La Herida |
Claudia
de Colombia cantando en vivo Nosotros, con Los Panchos,
en una gala del Salón Rojo del Hotel Tequendama. René Cabel y Celia Cruz,
también en el Tequendama, interpretando a capela Quiéreme mucho; el destacado compositor mexicano Adolfo Salas
compartiendo el origen de su Señora
bonita, bolerazo que le dio la vuelta al mundo y que en este trabajo cantan
a dúo Nelson Pinedo y Leo Marini; Agustín Lara y el Bachiller
Gálvez desgranando reminiscencias de Noche
de ronda; y entre otras, la premiada entrevista a Gabriel García Márquez hablando de Bienvenido Granda, dos días después de la muerte del genio y figura
de la Sonora Matancera.
Cuenta Álvarez
que esa conversación no estuvo pactada con anterioridad, sino que se dio de pura
casualidad. El 11 de julio de 1983, él
estaba preparando en RCN su programa de boleros, cuando sintió en pasillos una
algarabía para nada habitual en el trasegar de la torre sonora, salvo la
presencia de un rock star, una actriz
de moda, o el Premio Nobel de Literatura colombiano, que ese día era el
invitado central a la mesa de trabajo de Juan
Gossaín.
Antes de que el escritor ingresara a la cabina, Marco Aurelio le pidió el favor a Gossaín que le permitiera conversar con
Gabo una vez terminada la
entrevista. La idea era hacerle una nota para su especial dedicado al recién fallecido Bienvenido Granda, de quien Álvarez sabía que, al igual que Daniel Santos, era uno de los cantantes
de los grandes afectos del autor de Cien
años de soledad.
El álbum de Gonzalo Rodríguez Gacha 'El Mexicano', interpretando rancheras. Foto: La Pluma & La Herida |
El resultado, una exquisita entrevista con el genial
narrador de Aracataca, que bien sabido es, se tomaba el micrófono por su cuenta
cuando un tema le agradaba.
Como la noticia luctuosa del fallecimiento del ídolo
mayor de la Sonora Matancera estaba fresquita, García Márquez se explayó en un honroso homenaje a quien consideró
el digno sucesor de Daniel Santos,
el mismo que despertó a temprana edad su gusto por el bolero antillano, en la
época dorada del Cuarteto Flores.
“Cuando descubrí a Granda -dice el Nobel en la grabación-
la magia de su voz, y mi admiración por él fueron motivos suficientes para que
me dejara el bigote, que fue para toda la vida. No en vano Bienvenido se ganó
el remoquete del bigote que canta, y
muchos años después, en mi trasegar por las letras, ya radicado en México,
donde escribí Cien años de Soledad,
me reconocían como el bigote que escribe.
Quiero profundamente el acervo de la música popular latinoamericana, siempre
presente en mi obra. Ojalá algún día se me recuerde como el Premio Nobel al que
le gustaba Bienvenido Granda”.
Facsímil de la primera página de El Excelsior, de México, que registra la muerte de Agustín Lara. Foto: La Pluma & La Herida |
Esas entrevistas de antología con celebridades que se
transmitían en la recordada estación Amor
Estéreo bajo el nombre de Domingo Bolero,
de 5:00 p.m. a 7:00 p.m. -por iniciativa del doctor Ricardo Londoño, directivo de RCN, con el pretexto de que al
ejecutivo se le hacía más plácido el retorno de su finca a Bogotá, los fines de
semana, disfrutando de boleros-, le abrió la puerta grande de la televisión
para producir y presentar Nostalgia.
Al caballero de la noche romántica, como también se le
conoce al bolero, Marco Aurelio le
debe que por orden expresa del presidente Belisario
Betancur, asiduo televidente de Nostalgia,
se le hiciera el encargo oficial, por primera vez, de cubrir el Carnaval de Barranquilla, en vivo y en
directo desde el Country Club, misión que gracias a su portentosa voz, su
elegancia y versatilidad como maestro de ceremonias ante cámaras, marcara un
hito en el estilo de presentación en televisión.
A la par de ese éxito, tanto en radio como en televisión,
los cerebros de la publicidad aprovecharon el derroche de talento y simpatía de
Álvarez para programar maratones de
bolero, de veinticuatro horas, a lo largo y ancho del país, con trasmisión en
cadena por las estaciones regionales, estrategia que no solo amplió sintonía en
capitales y provincias hasta ese momento dormidas,
sino que redundó en la facturación y en jugosos dividendos para la compañía por
tratarse de algo inédito y revolucionario, un punto y aparte en los esquemas
convencionales establecidos: diez años de una estimulante travesía.
Todos los cuartos, en la vivienda de Marco Aurelio están repletos de vinilos, casetes, discompactos, y cientos de grabaciones de sus programas. Foto: La Pluma & La Herida |
Marco
Aurelio Álvarez Camargo hizo grande y galante el bolero en
Colombia, y a su vez el bolero, en réciprocité,
le dio la altura y el prestigio para contarlo con su particular verbo y
personalidad, y ampliar el espectro a otros géneros como la ranchera, la
balada, la música popular latinoamericana, la salsa y el merengue, como testimonian
sus grabaciones estelares para los grandes especiales de Caracol y RCN con
figuras como Sandro de América, Julio
Jaramillo, el Gran Combo de Puerto Rico, José Alfredo Jiménez, Daniel Santos, Alfredo Sadel, Carlos Argentino,
Celia Cruz, Celio González, Leo Marini, Rolando Laserie, Miguel Aceves Mejía,
Javier Solís, Pedro Infante, Pedro Vargas y Juan Legido -a quien entrevistó la misma noche de su repentina
muerte en un hotel del centro de Bogotá-, entre más de doscientas celebridades
que hacen parte de su envidiable fonoteca.
Pero
por el bolero, la vida, porque la vida con todos sus descubrimientos, quimeras
y nostalgias, es una cadena de boleros, dice un Marco Aurelio que el 31 de agosto de
2019 completará ochenta almanaques bien vividos y narrados en tiempo de bolero,
y de las músicas del mundo que paladean el corazón de los enamorados.
“El bolero nació en Cuba, pero hay más compositores de
bolero mexicanos y puertorriqueños que cubanos. El bolero nació con José Antonio Méndez, creador del bolero
feeling”, interpela Álvarez como si estuviera ante
micrófonos, como si la vida continuara entre consolas, y el aviso en rojo de Al aire jamás se hubiera apagado. Y
agrega:
'24 historias de bolero', doble compilado, con rutilantes celebridades, incluida su premiada entrevista a Gabo. Foto: La Pluma & La Herida |
-Te voy a poner el bolero con el que hace más de
cincuenta años conquisté a Rosalba, mi mujer:
se llama Imágenes, de Frank Domínguez, enorme compositor
cubano, el mismo de Tú me acostumbraste.
Una de tantas versiones, ésta en la voz de Guadalupe
Pineda.
Lo extrae de su discoteca de vinilos como si fuera su más
preciado tesoro, lo mira por ambos lados y lo instala en el tornamesa Technics
1200 de manufactura japonesa. “Este tornamesa me lo regaló don Élkin Giraldo, un ser humano
excepcional que yo estimo mucho, y al que visito con frecuencia porque tiene
joyas de todos los géneros, cantidad de música clásica, discos raros, boleros,
por supuesto, que es lo que más me gusta, y música tropical, de fin de año, lo
que quieras. Difícil de conseguir este aparato. Con solo decirte que el juego
de agujas Ortofon, de la mejor calidad, se consigue en Estados Unidos por 2.400
dólares. Te lo confirmará el sonido”.
Primero el infalible scratch
que da paso a la flauta de Reinaldo
Pérez Cruz, y el piano de Daniel
Herrera, compases en parsimonia para un bolero de luna llena con traje
carmesí en la voz sin par de la Pineda:
El concierto de Edith Piaf, en el Carnegie Hall, 1957, álbum que compró en un almacén de coleccionistas en New Jersey. Foto: La Pluma & La Herida |
Como
en un sueño sin yo esperarlo / te me acercaste / y aquella noche / maravillosa,
/ ya, me besaste. / En el hechizo de tu sonrisa había ternura / y en esa
entrega de tus caricias tibia dulzura. / Pero el destino marca un camino que
nos tortura / y entre mis brazos quedó el espacio de tu figura. / Y desde
entonces te estoy buscando para decirte / que como un niño, cuando te fuiste, /
me quedé llorando.
El estudio, contiguo a la sala comedor, donde Marco
Aurelio pasa gran parte de su jornada, está decorado con acetatos de varios
colores que también le ha obsequiado don Élkin
Giraldo, de viejos micrófonos de la RCA Víctor, de su unidad de sonido
Denon, de afiches de The Beatles, Frank Sinatra, de algunos retablos de sus
programas de televisión, de sus postales familiares y de un grato recaudo de
sus travesías por el mundo, como una de sus fotos entrañables en París, él con
los brazos abiertos y la Torre Eiffel a sus espaldas, recuerdo del Mundial de Francia 1998, en el que lo
embarcó Juan Gossaín; otras en el
colegaje con Fernando González Pacheco
y Jota Mario Valencia.
Por ese tornamesa que Álvarez Camargo cuida como si fuera la más preciada y celosa pieza
de su museo musical -en realidad lo es-, han pasado cientos de larga duración y
discos en 45 RPM, de una colección de aproximadamente 6.000 que ostenta en
diferentes espacios y recovecos de su apartamento, sin descontar sus 1.500
discompactos. “Hace años llegué a tener 4.000 vinilos, pero para un trasteo
tuve que salir de ellos. Se los obsequié a un amigo banquero. Ya pensionado, me
ha quedado tiempo para recuperarlos. Y en esta labor ha sido imprescindible el
entusiasmo y la generosidad de don Élkin”.
La vieja máquina donde escribía sus libretos, muchos años atrás de la avalancha tecnológica. Foto: La Pluma & La Herida |
Discos de antología, exóticos, difíciles para
coleccionistas, como uno de don Pedro
Vargas, 45 años de mi vida artística que le obsequió en México-
interpretando la Guabina Chiquinquireña
en el Radio Teatro de emisoras Nueva Granada, con la Orquesta de José María
Tena. Uno de Gonzalo Rodríguez Gacha
El Mexicano, cantando sus géneros
preferidos: corridos y rancheras. Discos de Los Panchos y Los Tres
Diamantes en Japón. La primera grabación que se conoce del Himno Nacional de la República de Colombia
en la voz de Tito Squipa. 40 años con Billo’s: doce vinilos de su
época de oro. Uno del maestro Manuel
Fuentes, que tantos éxitos le dio a Marco
Antonio Muñiz. Los primeros de Agustín
Lara, voz y piano. Grabaciones de Frank
Sinatra cantando resfriado. La magistral voz declamadora de su amigo y
colega John Gres. El álbum del 65
aniversario de la Sonora Matancera,
grabación en vivo en el Carnegie Hall.
Todo María Dolores Pradera, a quien
tuvo el privilegio de presentar en Bucaramanga. El Homenaje al Gran Rafael Hernández y sus mejores intérpretes,
colección del Banco Popular de Puerto Rico. Uno requetedifícil, según él: Edith
Piaf, en el Carnegie Hall, january 13/57, que adquirió por 50 dólares en un
almacén de Nueva Jersey. En fin…
Han pasado decenas de calendarios de aquel entonces
cuando un adolescente soñador que en su debut como locutor en una emisora de
provincia de su natal Bucaramanga presentó a Los Hermanos Oropeza, tres jóvenes bolivianos que hacían sus
pinitos en la música típica de su país, y que muchos años después, ya
consolidado como uno de las grandes leyendas de la radio, los volvía a
presentar con el éxito de fin de año, Faltan
cinco pa’las doce, en la voz inconfundible y melancólica de Néstor Zavarce.
Un recuerdo de Agustín Lara y Pedro Vargas. Al fondo, el retrato de su padre, el pintor santandereano Marco Aurelio Álvarez Ángel. Foto: La Pluma & La Herida |
Franco y directo como buen santandereano, serio, metódico
y disciplinado, con la voz y la memoria intactas, su fino sentido del humor, la
vida otoñal de Marco Aurelio Álvarez
Camargo transcurre, como en sus mejores épocas de radio, con un concierto
diario, y ese esbozo de sonrisa, que es su marca registrada.
“Yo amo profundamente la vida. Tenía la idea de que cuando
se acabara el mundo, apareciera en un firmamento despejado el letrero a todas
luces de The End, como en las
películas, como en el final de Lo que el
viento se llevó. Amo la radio, lo hice todo en la radio, y me gustaría
volver a hacer radio. Estoy en mis plenas facultades y con el ánimo dispuesto a
recuperar grandes sintonías”.
Ya en el momento de la despedida, de regreso a la puerta
de entrada, pasamos por su alcoba matrimonial donde están clasificadas por
repisas las 150 mejores películas del oeste en
formato DVD, el radio transistor Sony que se encontró en un basurero en
Nueva York; las fotos y los afiches que decoran las paredes del living: Clark Gabel, en Lo que el viento se llevó, el poster con dedicatoria de Julio Iglesias cuando lanzó su álbum Crazy; un óleo en sepia de John Wayne, el icónico perro de la RCA Víctor, el retrato de su padre Marco Aurelio Álvarez Ángel, pintor de caballete y pintor de brocha
gorda, autodidácta; los paisajes de la comarca santandereana pintados al óleo
por su hermano Mario Álvarez Camargo,
y la colección de sus caricaturas firmadas por Al Donado, Turcios y Alexander
Orrego.
Próximo al umbral, justo en el rincón de las nostalgias
donde reposan algunos de sus vinilos más preciados, le pido a doña Rosalba Arenas, su señora, que pose
para una foto con Marco Aurelio. La
negativa es diplomática: “Yo le agradezco su buena intención, pero el
protagonista es él”.
Reparo con una pregunta:
-¿Qué
han significado 50 años de matrimonio con él?
Una sola palabra:
-¡Todo!
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