Vida y obra artística y musical del maestro Noel Petro, el popular 'Burro Mocho', en las bodegas de vinilos del curador y coleccionista Élkin Giraldo Giraldo, en el centro de Bogotá |
Fotos: David Rondón Arévalo y archivo particular
Noel Petro, el popular Burro Mocho, hace tiempo tiene antojos
de unos zapatos blancos de época, pero se queja de no haberlos conseguido en el
barrio Restrepo donde los estuvo buscando manzanas enteras con su mujer:
-Si no los hallé en el Restrepo, que
ha sido la mata de los zapatos buenos de material, donde siempre los he
conseguido, doy por finalizada mi búsqueda, porque el Burro aguanta pero ya no está pa’patoniar
calle y arriba y calle abajo como un perdido-, dice entre bejuco y
desconsolado.
-Yo sé dónde los consigue, maestro,
no se preocupe-, le digo para levantarle la moral, en medio de la algarabía de mercachifles
de calle en su desesperada y aturdidora retahíla de promociones navideñas, a
voz en cuello, por bocinas y megáfonos, que se agolpan en el ombligo
capitalino, entre los escombros y los parales de las polisombras de esta avenida Séptima, entre la 17° y la 24°, rota de
hace ya cinco años, prueba desoladora de la corruptela, la ineptitud y la
lentitud de quienes la administran.
-¿Y a donde me vas a llevar a ver los
zapatos?-, pregunta el indestronable rey del requinto sabanero, nacido en
Cereté (Córdoba) hace ochenta y seis almanaques, pero como si nos los tuviera…
Hay que ver la planta de Noel Petro, el garbo, la lucidez y su vigencia como
cantor y torero, porque todavía, asegura, se avienta a presentarles la muleta a
los astados en los ruedos.
El 'Burro Mocho' con los éxitos musicales de su enamorada de toda la vida: Claudia de Colombia |
-Es que quiero hacerme ese regalo de
Navidad: unos zapatos blancos estilo Panamá, como los que exhibía en los
escenarios Alfredo Chocolate Armenteros,
el Louis Armstrong cubano, que era la elegancia andante. ¡Qué tipazo, ese!, todo
de blanco, con sus finas gafas polarizadas y su habano a flor de labios...
En el trayecto, alguien entre la
muchedumbre reconoce al Burro, lo ataja como en corraleja y apura con una voz
pedregosa para saludarlo y exponerle una memoria, dice, con más de 400 de sus
melodías. El hombre, entrado en años, es un vendedor de música en USB, de esos
que se parquean en los andenes con un tenderete de lona y un parlante a todo
volumen, en una ciudad enloquecida por el ruido ambulante en sus máximos
decibeles y sin ningún control.
-¡Eh!, don Burro, qué bendición tenerlo de cuerpo presente. Yo no lo veía
desde que usted salía a hombros de la Santamaría, ¡imagínese hace cuánto!, yo
puedo tener su edad. Pero mire qué coincidencia, aquí tengo su música. Venga y
la escucha.
-No, mijo, de pronto más tarde, es
que vamos de afán a hacer una diligencia -dice Noel-, pero yo le compro la
memoria. ¿Cuánto vale?
-Honor que me la reciba, don Burro, yo se la obsequio porque lo
admiro, y porque ustedes los artistas nos dan de comer. Estas casualidades no
se ven todos los días. Vea, recíbala, y le encimo este aguacate pipón, porque
también los vendo.
Noel Petro y don Élkin Giraldo, unidos por la mejor música de todos los tiempos. |
Petro suelta una sonora carcajada,
abraza al comerciante, corresponde a su generosidad y manifiesta que el mayor tributo que puede
recibir un artista no son las medallas y las condecoraciones que se extravían
en los trasteos o las carcome la herrumbre, sino el reconocimiento de la gente,
de su público cosechado de muchos años. “Todo esto es lo que a uno lo dignifica
y engrandece”.
Así llegamos a las puertas del
Almacén de Calzado Cosmos (Calle 17#8-40), con su entrada de vitrinas que
exhiben zapatos de ayer, de hoy y de siempre, porque su propietario, don Elkin
Giraldo Giraldo, es de los pocos en el céntrico sector capitalino que ha
persistido en respaldar y promover la industria del zapato nacional, contrario
a otras plazas de este renglón comercial que se dejaron absorber por el
chagualo chino, sintético, de cargazón que no aguanta dos aguaceros.
Petro queda asombrado con la cantidad
y variedad de estilos de calzado, pero también repara en unas canastas repletas
de vinilos, muy bien conservados, con sus etiquetas de promoción.
-Siga, maestro, póngase cómodo-, advierte don Élkin, que invita a sentar al
curtido cantautor y requintista en una de sus flamantes poltronas. Dígame no
más qué calzado busca…
-Ve, hombre, Rondón tenía razón. Aquí
veo los zapatos que estaba buscando-, aprueba el artista señalando un par de
mocasines crema en tono mate.
-¿Qué talla es la suya?-, formula
Giraldo.
-41.
-Creo que esos que vio son los suyos-,
afirma el dependiente.
El eterno enamorado de la legendaria
intérprete Claudia de Colombia se chanta los zapatos primorosos de fiesta
tropical, los palpa con el índice en las puntas de los dedos, afianza el
calcañal varias veces, hace presión en el talón, se incorpora, apura tres pasos
y se mira al espejo:
Clásicos del 'Burro', cuando llenaba llenaba al tope la Santamaría con su requinto y sus trastos toricidas |
-Sí señor, de hace más de treinta
años. En un principio, por gusto propio, como coleccionista, después para
negocio. Y tengo su música, sus discos de antología. Venga subimos y conoce.
Avanzamos al fondo del almacén y
accedemos a la segunda planta por unas escaleras de madera. Noel Petro, el Burro Mocho, abre sorprendido los ojos y
se le erizan las pestañas al ver la cantidad de discos agrupados en estanterías
y clasificados en orden alfabético.
-¡Miegda!-,
exclama el juglar asombrado. Usted lo que tiene aquí es un fortín del vinilo.
¡¿Cuántos discos puede tener?!
-Se calcula que más de 100.000. De
toda clase, jazz, boleros, instrumental, rancheras, tangos, música clásica,
popular, del recuerdo, músicas del mundo, tropical, la pachanguera de diciembre,
su melodía maestro, siempre vigente, por aquí está, busquemos por la N.
Claveles reventones y el público aclamándolo a rabiar |
Petro, deslumbrado, apunta que desde
la noticia hace tres años del desmantelamiento de un matadero de burros en el municipio
de Bocas de Girón, Santander, cuando un operativo de la policía rescató 115
asnos viejos y desvalidos que iban a ser sacrificados para vender como carne de
molienda sus enjutas y desabridas presas, no sentía una estupefacción
semejante.
Mientras el consagrado artista
ceretano narra la anécdota de tintes garciamarquianos del frustrado burricidio, don Élkin va extrayendo uno
a uno los clásicos originales de la Petromanía
de distintas épocas, desde sus inicios, como uno del sello Impacto, La ola dos mil (1974), carátula de fondo
verde manzana, donde aparece su estampa veinteañera con el requinto terciado al
hombro.
-¡¿Ah?!, usted señor me hizo
retroceder sesenta años en el tiempo. Este disco fue de los primeros éxitos que
yo grabé. Uno es descuidado con su propia música, pero sí conserva la de los
demás-, replica. Seguido recuenta el contenido del precioso álbum: Cereté y la calumera, La gallina java, La reina del Sinú (la misma que en Venezuela fue reina acaudalada), La pelotera, Azucena (el tema más
sonado de su discografía), La reina del
monte, Cabeza de hacha (temazo de vieja guardia que fue grabado por Carlos
Gardel, y muchos años después por Diomedes Díaz), y mire que coincidencia,
aclara, Zapato blanco, como los que
me voy a estrenar de nochebuena.
-¿Y de dónde es que usted ha
conseguido esta música que ya se me estaba escapando de la memoria?-, indaga
Petro al señor Giraldo.
-Maestro, todo esto hace parte del comercio,
de saber dónde ponen las garzas, como
dicen por ahí, del inventario de las emisoras que manejaron la música en
acetato por muchos años, hasta que este formato fue desplazado por el CD y a la
fecha por la cantidad de plataformas digitales, que es lo que más se consume.
Pero mire usted que el vinilo volvió a recobrar su auge, y a despertar notorio
interés en las nuevas generaciones-, puntualiza don Élkin mientras extrae de la
estantería los tesoros en perfecto estado del Burro.
A Noel Petro se le extravió la cifra de las letras que ha compuesto y de los trabajos musicales publicados |
Petro, cariacontecido, da cuenta de unos títulos macondianos, cada
uno con su propia historia, y en su caudal, como para sentarse a escribir un
libro gordo de memorias, porque hay mucho qué contar: La burra de Ventura, Corona de avispas, Cualquier tumba es igual, Tota
y Tuta, y atérrense, de su voz y su requinto, y del sinnúmero de músicos
que lo han acompañado a lo largo de su aclamada carrera, un mosaico dedicado al
grupo Menudo: Súbete a mi moto, Despeinada y Cámbiale
las pilas.
Y a ese ritmo, Giraldo va extrayendo
de los escaparates otras pastas musicales
de uno de los íconos más aplaudidos de la melodía tropical en Colombia y
en países circunvecinos como Ecuador, Venezuela, Panamá, Perú, Argentina, y de
Centro América, México, Guatemala y Costa Rica, entre otros, imparable y a
petición del público, de innumerables giras en el calendario ferial, ni se diga
en temporada decembrina:
Álbumes cuyas carátulas dan cuenta
del ingenio y la creatividad de los diseñadores y tituladores, en ese entonces
apropiados de una tecnología mecánica, en frío, sistema análogo de impresión, y
mano maestra en el momento de definir cada corte, que no podía pasarse de los
tres minutos y quince segundos, tiempo reglamentario para cada tema.
En el tránsito de esas
recapitulaciones, Noel Petro va desgranando anécdotas a vuelo de jilguero, de
los acetatos que le va sorteando don Élkin:
Collage de su fascinante periplo artístico, como el escándalo que protagonizó cuando apareció desnudo en la portada del diario El Espacio. |
-¿Y qué dice de este…, maestro?-,
interpela Giraldo con sutil sarcasmo, cuando le pone en sus manos el quebranto
eterno de sus recónditas quimeras, el álbum La
Reina de Las Cruces, dedicado al amor de sus amores, doña Gladys Caldas, la
archifamosa Claudia de Colombia, la
mejor intérprete en la historia de la balada, con repercusión internacional.
-¡Ja!, don Élkin, me voy pa’l salto mi vida… Es que ese
tema de la rompecorazones da para unos tres tomos en la enciclopedia
sentimental y musical del Burro-,
recalca, y se echa a reír y a imitar entre buches y pitazos el rebuzno del
pollino, mamá, estoy triunfando, pero
mándeme pa’l pasaje…
En ese instante hace su aparición el
académico, melómano y narrador Jorge Éric Palacino Zamora, asiduo visitante y
consultor de la colección de Almacenes
Cosmos, quien se resiste a creer que el ídolo de su infancia, al que veía
torear en las ferias de su pueblo, Anolaima, cuando se colaba por entre la
empalizada de toriles con otros muchachos, y empinado en un cajón de cerveza
ponía su melodía en el tocadiscos de su padre para prender el jolgorio de la
clientela de la discoteca El Manantial,
negocio familiar, está frente a él, después de tantos años.
Noel Petro versión USB, con más de 400 de sus éxitos de distintas épocas. |
Palacino, embelesado con Petro,
rodeado de más de un veintena de sus álbumes, extrae de su chaqueta una libreta
anillada y un bolígrafo para tomar apuntes, porque asegura no perderse
semejante oportunidad para publicar en su apartado tuitero de Maestro Aguja la riqueza en anécdotas de
uno de los cantautores estrella de la música popular en Colombia, el
extraordinario Noel Petro, pachanguero,
dicharachero y siempre decembrino, como ha sido su curso en sus 83 años de
existencia.
Giraldo pide una pausa para invitar
unas infusiones en esta mañana fría y nublosa de un diciembre atípico pasado
por marchas y revueltas de una muchedumbre inconforme, jóvenes en su mayoría, con
saldos trágicos y luctuosos a la fecha, y un sinsabor de que algo crucial está
por suceder en la historia política del país, para bien o para mal.
Y entre tintos y aromáticas
agradables, van a saliendo a flote los registros y las acotaciones de una vida
dedicada al arte musical de significativos logros personales y artísticos, como
es la de Noel Esteban
Petro Henríquez, su gracia bautismal, el popular Burro
Mocho, o el Torero-Cantor.
Entre requintos y muletazos
La envidiable vitalidad que irradia el
veterano compositor e intérprete da cuenta de una chiquilla de apenas trece
años, Noelia Lucía, la menor de su parvada, de los ocho hijos reconocidos que
dice tener, dos varones y seis mujeres, dos de ellos músicos, integrantes de su
agrupación musical, Noel (veintinueve,
guitarrista) y José Noel (veintitrés,
bajista).
-Noel Petro, ¿de los Petro del
alcalde bogotano?-
-Debe haber un remoto parentesco,
porque ese apellido es cordobés. Pero guardo distancias con el ex alcalde
bogotano porque con el veto de la plaza (la Santamaría), dejó sin trabajo a los
toreros y a muchas familias que dependían de la fiesta.
El Burro decembrino, infaltable en celebraciones y parrandas de fin de año. |
-Desafortunadamente no fueron las
mejores. Mis padres eran separados. Mi vieja, Catalina Henríquez, pasaba angustias económicas. Yo tenía la
costumbre, como todos los pelados, de escribirle la carta al Niño Dios. Le pedía triciclos, patines
o esas pistolas que venían con tiritas de pólvora y que toteaban cuando uno las
disparaba, pero al siguiente día, cuando despertaba, no había nada. Y mi mamá
se agarraba a llorar con el pobre Burro.
-¿Y en el pueblo, en Cereté, cómo se
celebraban las fiestas?
-¡Ah!, la costumbre, como en casi
todos los pueblos de la Costa, las casas eran de puertas abiertas. Se
compartían las viandas, el sancocho de gallina, los tamales de masa y arroz, la
natilla, los buñuelos, los dulces, la copita de vino, los abrazos. La gente era
muy unida. Todo eso se ha perdido por la maldad humana, la inseguridad, la
desconfianza. Ni se diga en las grandes ciudades como Bogotá.
-¿De dónde el apelativo del Burro Mocho?
-Por un burro del pueblo al que le
cortaron las orejas y la cola y vivía arrecho buscando burras, y yo me iba
detrás a perseguirlo pero tiraba casco que daba miedo, porque cuando ellos
están acalorados se ponen muy bravos y arrasan con el que se les atraviesa.
Entonces yo cogí el hábito en el colegio de decirles Burro Mocho a los pelados o a los profesores
que por cualquier cosa se encabritaban conmigo. Y así me bautizaron Burro
Mocho, hasta el
sol de hoy.
-El Burro Mocho que ha vivido eternamente enamorado de Claudia de
Colombia.
-Ese es un amor de telenovela. Yo
estuve muy enamorado de ella. Le escribí muchas canciones. Aún las canto en mis
actuaciones. Al principio, cuando la llamaba al teléfono para dedicárselas, me
mandaba para la Gran Bretaña… Ya después dejé de insistir,
pero la seguía nombrando ante micrófonos a donde fuera.
El torero-cantor en una de sus corridas, en la plaza que fue su casa: La Santamaría de Bogotá |
-¿Hasta qué año de estudio hizo
usted?
-No me acuerdo, si fue hasta tercero
o cuarto de bachillerato…
-¿Se interpuso la música?
-Y el toro.
-¿Qué se oía en la radio en ese
entonces?
-La música tropical de siempre, que
de un tiempo a esta parte llaman de Navidad: Guillermo Buitrago, Bovea, José Barros, todo lo de la Sonora Matancera, Daniel Santos, que
era el ídolo de masas. Eso se oía en la emisora Fuentes, que era de Cartagena.
¿Quién le enseñó a tocar la guitarra?
-Eso fue por un primo mío
materno, Alfredo Henríquez, que
me enseñó arpegios y tonalidades. Ya después conocí a Edmundo Arias y a Adel Barón. Edmundo fue fundamental en mi
carrera. Recuerdo una frase suya que marcó mi vida de artista: “Para ponerle
cara al público, tienes que estudiar todos los días”. Y eso lo he cumplido
sagradamente hasta la fecha. Ensayo cinco horas diarias de requinto y entreno
dos horas diarias toreo de salón.
Desde su juventud y a la fecha, Noel Petro le dedica cinco horas diarias de ensayo a su requinto |
-Mira, antes de debutar en el canto,
yo ya había matado mi primer toro en Montería, y eso se lo debo a Melanio Murillo, hermano de Anderson Murillo, alma bendita, el
mejor picador del mundo. Melanio fue
mecenas de Pepe Cáceres, de Vásquez II, de Miguel Cárdenas, de El
Guatecano, de
muchas figuras. Y de este servidor.
Él me vio varias veces el valor que
derrochaba en corralejas, y como el Burro era delgado, tenía estampa de torero y no era tan feo, mi
pinta me he gastado, pues me puso al descontado una muleta y un capote, y así
me fui mirando después en otros espejos, como el de Litio Espitia, José Madera Maderita, y Martín Varela, de la Escuela de Cali. Porque uno de
muchacho, por la fiebre, lo que pega son trapazos,
o lo que llamábamos, espantamoscas.
Es que esto del toreo, Rondón, tú
lo sabes, es cosa seria: Es una ciencia, un doctorado, así se ofendan los que
no gustan de este arte.
Noel
Petro ha sido el torero popular que más ha llenado plazas en Colombia, con la muleta y
el requinto. Doce veces puso tacos en La Santamaría, con público afuera que
abarrotaba tascas y cantinas aledañas, seguía las transmisiones radiales, y
coreaba al unísono los ¡olés!, a la par de sus letras musicales, en las décadas
de los 70 y 80, con la empresa del legendario Rafael Chiquito Pérez.
-En varias plazas llegué a torear
hasta dos veces el mismo día. Una por la tarde y otra por la noche. La gente me
pedía a gritos. En provincia fui ídolo indiscutible. Yo fui el gestor de
implantar el toro de casta en esas plazas, porque antes se toreaban ejemplares
criollos. Y eso desluce la fiesta.
A mediados de los 70 llegué a torear
al país más antitaurino de Latinoamérica: Argentina, donde el fútbol es la
religión que impera. Yo tenía pegado el éxito Azucena y me
contrataron para actuar, pero pedí que me dejaran torear. Cumplieron mi
solicitud y adaptaron con arena el estadio Ciudad de Lanús. Fue la locura. La empresa que me contrató
programó más corridas musicales en Rosario, en Mendoza, en La Plata, pero se vinieron encima las
asociaciones protectoras de animales. Cómo sería que la misma Isabel Perón se apersonó de
la situación y echó abajo la gira.
Con el sufrimiento amoroso de toda su vida: la legendaria Claudia de Colombia |
-Eso está visto, pero es una lástima,
porque si se vetan las corridas se está acabando con una de las especies más
bellas del reino: el toro de casta, que cuesta mucho criarlo, levantarlo,
cuidarlo. Eso no se da silvestre. Pero quienes se oponen, no quieren entender
eso, que con la desaparición de la fiesta, también se extingue el toro bravo.
A mí me causa gracia cuando los
antitaurinos, los ambientalistas dicen: “¡Ay!, es que esos pobres
animalitos...”. Mira, ponte en la cara de un toro de 500 kilos, de cinco años,
con unos pitones como cuchillos, y la raza y la bravura que llevan. ¿Pobre
animalito? ¡Hombre!, como si fuera un pollito.
-¿Cuántos discos ha grabado, maestro?
-¡Uff!, ya perdí la cuenta. Muchos: ¿200,
quizás? No me atrevo a precisar, pero es una cantidad.
¿Cuántas letras ha compuesto?
-También perdí esa cuenta. Más de 1000…
no recuerdo. Es que la vida musical del Burro Mucho se
divide en cuatro etapas, y cuatro veces he estado de moda. Una, la de mi
primera juventud, dieciocho años, cuando senté precedente con éxitos
como Cabeza de hacha, La puya aguamalera, La descarada, Me voy pa’l salto, La
playa, entre
otras.
Luego me apagué porque el sello Sonolux me puso un director de
programación que no dio en el clavo conmigo: me dieron unas canciones que no
hicieron eco porque no gustaron, porque no sonaron. Ahí vi perdida mi carrera,
porque tú sabes que si hay algo cruel en la vida, es la industria discográfica.
Y si tú no suenas en la radio, estás perdido, no existes. Incluso me dijeron
que siguiera con el toro porque como cantante, hasta ahí había llegado.
Fue una temporada decepcionante, de
desvelos, de lágrimas, hasta que Dios otra
vez me alumbró el bombillito y le compuse un merengue a Pepe Cáceres, que era figura del toreo en Colombia y recién llegaba de
triunfar en España.
'El Burro' hace su comparecencia en Lima, Perú, donde dejó huella en tarimas y ruedos. |
Pepe vino a torear a la feria
de Medellín y al lunes
siguiente de acabarse la temporada, le caí al Hotel Nutibara. Como él sabía de mí no fue difícil que me
atendiera. Yo llevaba la guitarra, lo saludé, lo felicité y le dije, “maestro,
mire lo que le compuse”. Lo oyó y quedó muy emocionado. Me pregunto: “¿Y ya lo
grabaste?”. “No -le dije-, es que me cerraron puertas en Sonolux por un disco que no
funcionó.
Pepe, sin mediar
palabra, tomó el teléfono y llamó a Hernán Restrepo Duque, que era el gerente general de Sonolux, y, para Hernán, después de Dios, existía Pepe. Lo saludó y le dijo:
“Hombre, Hernán, quiero que
escuches esto…”, y me puso al teléfono y yo empecé a rasgar la guitarra y a
cantar. Después me pasó la bocina: “Mira, Burro -replicó Hernán-, esto se graba hoy a las dos
de la tarde". No sé a quién quitaron en el turno, pero a las dos de la
tarde yo estaba en el estudio. Y eso se lo debo a Pepe Cáceres, que sigue siendo mi ángel de la guarda. Todo
para que el Burro siguiera rebuznando.
Bueno, y después vino la segunda
etapa que comprende: La cinta verde, La luna y el toro, Azucena (el éxito que más ha pegado), La gallina jabá. Luego,
la tercera etapa, muy movida por cierto, con La papaya, Voy hacia ti, El
loco rock and roll, La reina de Las Cruces (dedicada a Claudia de Colombia), La
araña, La sinuana, La cereza, etc.,
etc. Y, la cuarta etapa, con el superéxito que pegué en Carnavales de Barranquilla: El
ñato mama ron… que fue una locura. Y sigue sonando.
¿Cómo descubrió el requinto, que ha
sido el instrumento base de sus interpretaciones?
-Primero fue la guitarra. Y, el
requinto, inspirado en las películas románticas de Los Panchos que
pasaban en mi pueblo. Son las mismas cuerdas. Solo que el requinto tiene el
diapasón más corto que la guitarra, pero la afinación es más pura y más alta.
Yo quería tener un requinto como el de Gilberto Urquiza, que grabó en México Tontería, un
bolero bellísimo que a mí me quedó sonando toda la vida. Y me preguntaba,
¿quién me iba a hacer un requinto eléctrico?
El primero que me fabricaron fue un
clon. Es decir, le adaptaron a una guitarra grande unos micrófonos, como “pal’
gasto”, como decimos en Córdoba. Luego
vinieron otros cada vez más superiores en calidad y sonido, en vibración y
afinación.
Aquí en Bogotá me los fabrica un artista para quitarse el
sombrero: José Ortiz, que
tiene su taller en Bosa.
Eso en cuanto a la madera. La parte eléctrica me la pone Armando Acuña. Y ya se remata con
la decoración metálica.
Apenas una de las ingeniosas carátulas de sus éxitos prensados en vinilo |
-¡Muchos!, en diferentes épocas. No
me he dado a la tarea de contarlos, pero creo tener varias docenas.
-¿Siente hoy nostalgia en esta época
decembrina?
-No, sabes que no… Es que se ha
perdido demasiado ese vínculo familiar de otros tiempos. Yo lo vivo y lo
disfruto por mi hija menor que todavía está pequeña, pero generalmente estas
fiestas me cogen actuando, aquí, o en otras ciudades y provincias. Si no hay
nada qué hacer, el Burro se acuesta temprano. Qué me
voy a esperar ya hasta media noche…
¿A qué horas se levanta toda los
días?
-A las cinco de la mañana ya el Burro está
en pie.
¿Y qué se pone a hacer a las 5:00 AM?
-Saco mis trastos toricidas y me
pongo a entrenar toreo de salón mientras oigo las noticias.
-¿En qué emisora?
-Caracol o La W. Depende…
-¿Le ayuda a su mujer a hacer oficio?
-Cielo, digna representante de la belleza monteriana, sólo me permite
el ingreso a la cocina los domingos.
-¿Cielo es su última mujer?
-Sí, con ella me casé hace quince
años en Cereté. Fruto de
ese amor es Noelia Lucía,
mi adoración.
-Y se puede saber cuál es el secreto
de su virilidad?
-Que el Burro no trasnocha,
el Burro come
sano, el Burro no es borracho, de modo que me mantengo intacto.
¿Consume algún nutriente especial?
-El guiso de icotea (tortuga de agua
dulce), como lo prepara mi mujer, que ella lo sabe acompañar de sopa de palmito
y arroz con coco: ese es un manjar de dioses, y la gran subienda es en Semana
Santa.
¿De sobremesa?
-Un vaso de chicha de arroz con hielo
picado. Y, de postre, un mongo mongo de plátano maduro
como lo preparaba mi mamá.
-¿Y a hacer la siesta en la hamaca?
-No me gusta la hamaca porque
pertenezco a la estirpe de costeños que le hacen el quite a la pereza. Para
el Burro la cama es donde protagonizo mis mejores faenas,
rebuzno y me duermo.
Postal del recuerdo. De izquierda a derecha: Ricardo Rondón, Élkin Giraldo, Noel Petro y Éric Palacino |
-Yo poco lo visito porque no soy quejumbroso:
Al Burro le
gusta ser joven; no sapo pipón.
¿Cuántas cirugías se ha mandado a
hacer?
-Dos: una planchadita de pategallinas, y una emparejada de
orejas, porque el Burro las tenía muy grandes.
¿Qué tal de la vista?
-A mis años, veo más de lo que
debería ver.
-¿A quién se encomienda cuando sale
de casa?
-A la Santa y Milagrosa Virgen del Carmen.
-¿Y qué es lo que más le pide?
-Salud, que es lo que te da para
todo.
-¿Qué hace el Burro cuando se aburre?
-Me pongo frente al televisor a poner
videos de corridas de toros. O a leer algo. O a ordenar y escuchar mi música.
-¿Qué le falta por hacer?
- Me encantaría escribir mis
memorias.
-Qué pasó al fin con El torero cantor, la película que hizo
con Montecristo, Lucho Ramírez, Alberto Osorio y Flor del Valle?
-Es la primera película que se hizo a
color en Colombia. Tengo
pensado sacarla nuevamente en vídeo y anunciarla como la cinta más mala que se
haya hecho en la cinematografía nacional, pero que lleva la firma del
Burro Mocho.
-¿Por dónde se le sale la vanidad?
-Por mi público, que me sigue y me
ovaciona a donde quiera que voy, y ese cariño que me tiene la gente, no tiene
precio.
-¿Cuánto hace que no baila?
“Como el animal se acuesta muy
temprano, eso del bailoteo en discotecas es cosa del pasado. Bailo y gozo pero
en mis espectáculos.
-¿Si volviera a nacer haría lo mismo?
-Indudablemente. Eso no tiene
pérdida.
¿De qué se arrepiente?
-De haber hecho sufrir a mi mamá con
los toros. Cuando sabía que iba a torear, mi mamá, mi familia, me mandaban la
policía a la plaza para que me detuviera.
-¿Qué acostumbra guardar en su mesita
de noche?
-Los borradores de las canciones que
preparo, y toda esa cacharrería que puede caber en una mesita de noche.
-¿Reza antes de acostarse?
-Antes y después de acostarme: La
oración es infalible.
-¿A qué horas clava cabeza el Burro?
-A las diez de la noche el Burro ya está listo para roncar.
-¿Algún lugar para disfrutar de unas
vacaciones de fin de año?
-Yo siempre aconsejo Fontibón, que es más cerca, más
barato, y hace el mismo sol.
Noel Petro y su discografía: bit.ly/2ZdhFs9
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