La escritora Pilar Quintana y el crítico y editor Mario Jursich, en el acto de presentación de la premiada novela 'La perra', en la Filbo 2018. Foto: La Pluma & La Herida |
La escritora Pilar
Quintana es menuda, luce botas altas y tiene una cabellera rebelde. Mira
atenta, concentrada, a Mario Jursich
Durán, el entrevistador, que le pregunta sobre su última obra.
Sin necesidad de ocultar el nerviosismo, moviendo
pulseras o jugando con anillos y gargantillas, Pilar responde:
“Esta novela corta es la relación con mi perra. O mejor,
mis perras. Ellas, cuando oían el
llamado de la selva, se perdían. Una volvió a los ocho días y otra a los quince.
Venían irreconocibles, cojeando, maltratadas, con los hocicos llenos de
arañazos y púas de puercoespines que se comían. Después de recuperarse, volvían
a internarse en la selva”.
Quintana
habla en Filbo 18 de su obra La perra, ganadora del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana
2018, de la Universidad de Eafit.
La misma que pretendió ser un cuento pero al escribirlo en el archivo de notas
de su celular superó las setenta y un páginas.
“Se trata de una novela corta, un género poco cultivado
en Colombia y menos en la costa Pacífica, escenario de la obra”, explica Jursich.
“La escribí cuando mi bebé se dormía. Tenía dos horas a
mediodía, antes que se despertara y por eso lo hice en el celular. Acostumbro a
escribir a mano y luego pasarlo al computador, pero en este caso la historia
surgió y con mi teléfono podía escribir de inmediato. Yo la venía madurando de
años atrás, que es lo que pasa con todas mis obras. Me tomo mi tiempo para
procesar y luego escribo”.
Ahora, en la quietud bogotana, Pilar Quintana habla de la selva. Un escenario que contrasta con lo
que conocemos como vivencia urbana. Y agrega:
“No entiendo cómo algunos escritores pintan a la selva
como oscura y tenebrosa. Allá, en el Pacífico, llueve siempre, e incluso en el
verano la lluvia aparece, pero es un escenario vivo, lleno de luz, que nos
domina. Es el poder de la naturaleza en toda la extensión de la palabra”.
Cuenta la escritora que ver la selva en movimiento es
todo un espectáculo. La gente del interior llega y se enamora del lugar. Pero
es una visión romántica que no resiste el asedio y los lleva, luego de levantar
sus casas, a abandonarlas.
“Dicen que van a venir cada dos o tres meses. Alguno
vuelve a los seis, al año, pero jamás regresa. Y la selva gana los espacios
perdidos. Era una tarea titánica, para los que nos quedábamos, establecerle límites,
evitar que avanzara y se metiera con todo. Hay que vivir alerta, machete en
mano. En la casa donde pernoctamos tuvimos que armar carpas en los cuartos para
no mojarnos. Una noche, en medio de la maleza y la humedad, encontramos
animales grandes, pequeños, chimbilás, y una tarántula gigante”.
“Volviendo a las perras, para nosotros -citadinos de
tiempo completo- no es posible entender ese
llamado de la selva, puesto que aquí se apela al fácil expediente de la
castración física o química de las mascotas para controlar su evasión,
agresividad o actividad desbordada”.
“Y tampoco entender -dice Mario Jursich- cómo la ropa siempre está húmeda. Es que la selva es
otro mundo”.
Por ello, para comprenderla, debemos leer a Pilar Quintana que vivió, soñó, amó y
sufrió en una vorágine que no se la tragó. Todo lo contrario, la hizo más
fuerte, y le abrió las alas de la imaginación”.
0 comentarios