jueves, 25 de enero de 2018

Pilar Quintana: "Luchamos contra monstruos cuya existencia no habíamos sospechado"


Pilar Quintana, escritora del Pacífico, voz de largo aliento, reveladora y sin quebrantos de la literatura que nos acontece, que esta semana se alzó con el acreditado Premio de Narrativa Colombiana, organizado por la Universidad de Eafit, por su reciente novela, La Perra (Penguim House Mondadori), cedió este bello texto a La Pluma & La Herida, como un saludo de apertura al Hay Festival Cartagena de Indias, que este año cumple con su 18° versión, y que tiene a España como país invitado de honor, y desde luego a Quintana, como una de sus protagonistas.

**********                                         **********                             **********          
Voy a contar la historia de un hombre que tenía una doble vida. Una de día y otra de noche. Una, para decirlo en sus palabras, que él tenía todas las razones para creer que era verdadera y otra que no tenía forma de probar que era falsa.

La historia de este hombre podría no ser extraordinaria. Podría ser la historia de todos nosotros. De día vivimos nuestras rutinas y cumplimos con nuestras obligaciones. Nos bañamos, comemos, trabajamos, hablamos con amigos, vemos televisión, leemos, nos relajamos. Somos gente normal. Personas sometidas a las leyes de la naturaleza sin cualidades notables o especiales, sin eventos demasiado ajenos a lo común y explicable.

De noche, en cambio, podemos ser y hacer cualquier cosa. Estamos en un lugar y de repente aparecemos en otro. Salimos de un sitio en carro y llegamos a nuestro destino a caballo.

Adquirimos la facultad de volar y perdemos la de correr. Nos persiguen villanos a los que solo podemos intuir, nos hacemos amigos íntimos de las celebridades inalcanzables de la pantalla, luchamos contra monstruos cuya existencia no habíamos sospechado.

Visitamos mundos tan extraños o terroríficos o románticos que hacen palidecer a los de las películas de Hollywood.

De noche, cuando dormimos, se abre el telón del teatro de nuestra mente y nos convertimos en protagonistas de dramas que sentimos ajenos, pero que no pueden ser sino nuestros.

De noche somos los dramaturgos, arquitectos y directores involuntarios de esas aventuras y, sobre todo, sus superhéroes. A la mañana siguiente nos despertamos intactos, como si nada hubiera pasado y, muchas veces, ni siquiera nos queda una sombra de memoria de esos eventos magníficos.

La historia del hombre que nos ocupa hoy podría ser la de todos nosotros, pero es extraordinaria. Como a nosotros, a él también el tiempo se le iba más rápido cuando soñaba.

Siete horas del reloj representaban apenas una dentro de sus sueños. Sus experiencias nocturnas eran tan ricas e intensas que nublaban todo lo que le pasaba durante el día.

Para él los sueños empezaron a ser más reales y definidos que los hechos de su vida diurna. Con el tiempo sus sueños se hicieron cada vez más anecdóticos, con ese aire de continuidad que tiene la vida. Los paisajes empezaron a jugar un papel importante.

Mientras dormía en su cama, hacía viajes largos y sin incidentes, en los que veía pueblos extraños y lugares hermosos. O se descubría a sí mismo con un traje de otro siglo, en medio de una conspiración en favor de la Revolución Francesa. O leía, en sueños, historias como las de las novelas de caballerías. Solo que las de sus sueños eran muchísimo más vívidas y conmovedoras.

Entonces empezó a escribir y vender las historias que soñaba. A la hora de acostarse, ya no buscaba el entretenimiento más bien siniestro que hasta aquella época sus noches le habían proporcionado. Ahora buscaba cuentos que pudieran imprimirse, venderse y que entretuvieran a los lectores.

Según él, “Ese pequeño teatro del cerebro que mantenemos iluminado toda la noche” estaba administrado por unos entes que vivían en su interior mientras él dormía. Los llamaba, indistintamente, la Gentecita o los Brownies.

Al principio, la Gentecita o los Brownies no eran muy diestros e interpretaban obras sin ton ni son. Cuando entendieron las preocupaciones económicas del hombre, empezaron a producir historias coherentes, con un principio y un final y todas las leyes que gobiernan la vida.

Y mientras él reposaba plácidamente, ellos, la incansable Gentecita y los insomnes Brownies, le prestaban un servicio íntegro: le proporcionaban mejores historias que las que él hubiera podido crear por sí mismo. O al menos eso fue lo que él dijo.

Lo cierto es que sus historias fueron un éxito inmediato y que llevan vigentes más de un siglo. Estas historias  -llenas de aventuras extrañas, horribles y sin prejuicios contra lo sobrenatural- constituyen un puente entre los dos seres que nos habitan: el de la noche y el del día, el del inconsciente y el de la consciencia, el de los sueños y el de la vigilia.

En una de estas historias, el personaje es un hombre que tiene una doble vida: una como caballero respetable y otra como un ser malvado. Se llama El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde y su autor es nada menos que Robert Louis Stevenson. O el inconsciente de Robert Louis Stevenson. O la Gentecita o los Brownies, vaya usted a saber.

Cada vez que me preguntan por qué o para qué escribir a mí me gusta pensar en Robert Louis Stevenson, en la Gentecita y los Brownies, porque para mí la escritura es lo mismo que soñar de día: es la posibilidad de ser y hacer lo que más queremos o lo que más odiamos o lo que más tememos en la vida, en últimas, es el único lugar en donde podemos ser verdaderamente libres.

Siempre fui un poco como Robert Louis Stevenson: una persona solitaria que vivía imbuida en las historias que su mente creaba. Esta circunstancia me llevó a sentirme inadecuada, una extraña en mi propia tierra, un ser distinto a todo  lo que me rodeaban.

Hace diez años, cuando el Hay Festival me invitó a hacer parte del primer Bogotá 39, descubrí que en el mundo había por lo menos otras treinta y ocho personas tan inadecuadas como yo, que vivían para contar historias y, más asombroso todavía, que había gente a la que le interesaban nuestras experiencias creadoras y todo lo que tuviéramos para decir: los lectores.

Los eventos literarios –las ferias y los festivales– son un lugar de encuentro. En ellos se reúnen los escritores viejos con los jóvenes, los de África con los de Europa, las mujeres con los hombres, la Gentecita y los Brownies con sus lectores.

En el Bogotá 39 de hace diez años yo descubrí por primera vez a mis pares y también a los lectores y así entendí que el oficio de la escritura no era tan solitario como pensaba y que quizá podía seguir soñando acompañada: que era posible que entre todos pensáramos y armáramos una cartografía de la literatura que estábamos -que estamos, que seguimos- haciendo.

Muchas gracias.

Le puede interesar:

Pilar Quintana: "Yo no me invento nada". Revista Arcadia: bit.ly/2wossU3 

Prográmese con el Hay Festival 2018: bit.ly/1ktuVME
Share this post
  • Share to Facebook
  • Share to Twitter
  • Share to Google+
  • Share to Stumble Upon
  • Share to Evernote
  • Share to Blogger
  • Share to Email
  • Share to Yahoo Messenger
  • More...

0 comentarios

 
© La Pluma & La Herida

Released under Creative Commons 3.0 CC BY-NC 3.0
Posts RSSComments RSS
Back to top