domingo, 3 de abril de 2016

De Carlos Lleras a Vargas Lleras no hay sino un billete de $100.000

Doctor Vargas Lleras, déjese ver con la cara de su abuelo. Foto: Banco de la República 
Ricardo Rondón Ch.

Ahora que observo con cierto pesar en las noticias el nuevo billete de cien mil pesos con el que el Banco de la República rinde homenaje al enérgico mandatario que el 21 de abril de 1970 mandó a dormir a los colombianos a las nueve de la noche, recuerdo que esa misma noche a mi padre, que estaba tomándose unas cervezas en un cafetín del centro, lo cogió el toque de queda en la calle y tuvo que amanecer en el Circo de Toros, como llamaban en esa época a la Plaza de Santamaría.

Me refiero “con cierto pesar” al nuevo billete de cien mil, primero porque no sé cuándo tendré uno de ellos, por lo menos un ratico entre manos para, como augurio de buena suerte, acariciarle la motola al doctor Carlos Lleras Restrepo; segundo, porque con lo devaluado de nuestro peso -como dicen las marchantas-, “no más partirlo para que se esfume”, y tercero, porque con los procedimientos y tecnologías de punta en tintas e impresión, ya los avivatos deben tener lista su sofisticada parafernalia para falsificarlos al por mayor, por más hilos mágicos que blinden su adulteración, como garantiza el Emisor.

Del doctor Carlos Lleras Restrepo solo tengo vagas reminiscencias: a la de haber dejado a mi viejo toda una noche a la intemperie en las arenas hoy en veremos de las lidias de astados, se suman las de sus apariciones en blanco y negro en el Tele Tigre (Tele Bogotá, que buena está, citaba el eslogan), con una mirada  ligeramente inclinada hacia la derecha, de una y cinco tras sus antiparras; y el remoquete que se ganó entre el populacho, el de ‘Remache’, por su escasa estatura, que en reuniones de mayores se podía mentar en voz alta, en vez del ‘Chiquito Lleras’, que la maledicencia criolla de las chicherías y ventorrillos de cerveza del barrio La Perseverancia asociaba con el terminacho crudo derivado del latinismo culus, o culo, innombrable en esa época, y menos bajo el férreo mandato (1966-1970) de Lleras Restrepo, bautizado por él como gobierno de “transformación nacional”.

Amén de las anécdotas que contaba mi padre -liberal de racamandaca, topógrafo de profesión- del doctor Lleras, una de ellas, cuando este era adalid y vocero del Directorio Liberal Nacional y el agrimensor le pidió el favor de una recomendación para un contrato a la vista con Carreteras Nacionales.

Lleras Restrepo se la negó por tener vencido el carné de afiliación del partido de los cachiporros. Mi pobre viejo que en la siniestra época de la violencia bipartidista lo dieron por muerto en la plaza del barrio Las Cruces, luego de la salvaje paliza que le propinó el servicio de policía secreta (SIC) solo por llevar en la corbata unas pintas rojas. ¿Saben quién le dio el pasaporte a esa licitación? ¡Álvaro Gómez Hurtado!, quien por ese entonces lideraba la godarria nacional. Así ha sonado desde su cambuche la descabellada fanfarria de la política colombiana.

Mi padre, el topógrafo, el fervoroso liberal frustrado, puntual consumidor de tinto y lúpulo en los cafés del centro de Bogotá, contaba que el ‘Chiquito Lleras’, perdón, el doctor Lleras, cuando llevaba las riendas del país, se iba a pie y sin escoltas desde su despacho del Palacio de San Carlos al Café Pasaje (plazoleta del Rosario) a tomar capuccino y a averiguar entre los parroquianos cómo les parecía su mandato, y qué encontraban de bueno, regular y malo en su gobierno.

Quién iba a objetar o a llevarle la contraria al mandatario de mirada de hielo y decisiones inquebrantables, que además de abogado y jurista de ‘La Nacho’ (como se conoció a la Universidad Nacional), fue filósofo y letrado del Colegio La Salle, cronista y corresponsal de El Tiempo, en México, durante su exilio por ciertos escarceos hormonales con la izquierda, en 1952, en el gobierno de Roberto Urdaneta Arbeláez, cuando le incendiaron su casa.

“Témele a un chiquito, que los grandes no son sino taimados y acaba chiros”, decía mi mamá. Esa ley física no tiene pierde. Y observen y aten cabos en el tiempo que nos acontece, quién heredó el genio envalentonado del presidente que mandó a dormir a los colombianos a las nueve de la noche: su amado nieto Germán Vargas Lleras, actual vicepresidente y, como va la ‘cosa política’, sucesor inmediato del controvertido y cuestionado Juan Manuel Santos.

No hay que tener más de dos dedos de frente para entender que la jugada maestra del actual gobierno con el billete de más alta denominación en el momento, el de cien mil pesos, tiene que ver con un caucherazo subliminal de piedra en el ojo en el concierto político para reafirmar en el partidor y como favorito del gran derby la candidatura en marcha del ‘vice’ carreteable de casco y pantaneras, el que trabaja de sol a sol, y al que, con toda la maquinaria a su disposición, sólo le falta el patrocinio de Cemex y Argos.

El del presidente Lleras Restrepo, en lo que concierne a la valoración del papel moneda, quedó por encima de los de Gabriel García Márquez ($50.000), Alfonso López Michelsen, el ‘Pollo vallenato’ ($20.000), y muy por encima de La Pola, Policarpa Salavarrieta ($10.000), el del trágico poeta José Asunción Silva ($5.000), el del General Santander ($2.000), ni hablar del pírrico y próximo a desaparecer billete de $1.000, que ya rehúsan recibir hasta los mendicantes por viejo, feo y arrugado, representado en la inmejorable estampa del caudillo del pueblo, Jorge Eliécer Gaitán, peinado con ‘Lechuga’, el mismo que chupaba Cabrito y jugaba tejo con los emboladores en la Perseverancia, y de quien todavía se venden sus discursos pirateados en la carrera Séptima de Bogotá, allí mismo donde el próximo 9 de abril se conmemorarán sesenta y ocho años del tenebroso ‘Bogotazo’.

“Doctor Vargas Lleras, déjese ver con la cara de su abuelo”, tocará decirle al presidenciable cuando ya reventados por la inflación y  las alarmantes tasas de interés, y en medio del báquico festín de farianos, elenos, bacrianos y similares, el novedoso billete de cien mil no sea más que una efímera ilusión, parodiando a Barba Jacob, una llama al viento, que el viento se llevó…

 Así iremos reinventando modismos cachacos de esquina y mentidero como:

-¡Ala!, ¿tienes por ahí un ‘lleritas’ que me desvares?

-¿Quién tiene que me desmenuce un ‘remache’?

O, que ni Dios lo permita, una desolada y dramática:

-¡Maldita sea!, me acaban de meter un ‘chiquito’ chimbo. Y viceversa.
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