jueves, 22 de enero de 2015

La doble vida de Yayita

El sonado caso de Yayita que estremeció a Pelotillehue y rescató de la quiebra a El Hocicón. Gráfica: Condorito.com
Ricardo Rondón Ch.

Doña Tremebunda fue la primera en llegar a la URI de Pelotillehue. A esa hora, ocho de la noche, el reclusorio temporal estaba lleno de individuos hampescos de crasa calaña. Una atmósfera pesada, irrespirable. Un olor acre y nauseabundo.

La vieja, en una bolsa de plástico, llevaba un tamal hirviendo, una Pony Malta litro, una frazada y un par de pantaletas envueltas en una pañoleta.
El gendarme de turno esculcó su contenido y preguntó fastidiado por el fuerte humor a marrano caliente del envoltorio:

-¡¿Y esto para quién es?!

-Para mi hija, Yayita. La trajeron esta tarde-, respondió compungida la gordiflona.

-¡Ah!, la joyita. ¡Qué bellezura la niña! ¿Usted es la mamá?

-Sí señor-, respondió la doña. Y estalló en llanto.

-Le doy cinco minutos para que hable con ella. ¡Cinco minutos no más! Ya se la llamo. Pero cálmese, señora.

Preámbulo de una tragedia que apenas comenzaba en el hogar de don Cuasimodo y su rolliza y bigotuda mujer. La jovencita chusca y agraciada de Pelotillehue, el amor insufrible de Condorito, en permanente disputa con el jetón de Pepe Cortisona, había sido capturada en las últimas horas por hurto a más de veinte viviendas en exclusivos sectores de la municipalidad.

Según versiones preliminares, Yayita era la punta de lanza de una banda de apartamenteros a la que la policía venía pisándole los talones, como relató el informante Ungenio González a El Hocicón (el diario pobre pero honrado), que en su edición extra, el mismo día de la detención, publicó en su portada una foto a toda página de la sindicada, acompañada con un mote sensacionalista: ¡Gancho a Yayita!

La comunidad de Pelotillehue no podía dar crédito a lo que leía. Beatas y chismosas se hacían cruces con la crónica escrita por don Chuma, redactor en jefe de la sección de judiciales, que daba las primeras puntadas de cómo la atractiva muchacha de insinuantes curvas y redondeces mórbidas, que frisaba los 26 años, se había enredado en semejante delito: “Hasta su captura, una bella y querida jovencita, hija única de una respetable familia de la localidad, admirada por propios y foráneos, pero con una doble vida. Un novelón que va para largo”, apuntó el curtido reportero policial.

Como siempre, el último en enterarse de las noticias fue Condorito, que un día antes del amargo episodio había discutido por enésima vez con su novia, y que justo el día de la captura apaciguaba los derrotes del despecho y la humillación en el bar El Tufo, rodeado de tres de sus camaradas de confianza: Huevo Duro, Cabellos de Ángel, y el infaltable en esa barra a cualquier hora: Garganta de Lata.

Fue por Coné, su sobrino, quién irrumpió en el bar exasperado con un ejemplar de la edición extra, que el pajarraco se enteró. Al principio vaciló y remitió la primicia a los efectos turbulentos del exceso de cachaza ingerida. Leía el titular, veía la foto, se refregaba los ojos, y la repasaba atolondrado negándose a admitir que fuera cierto, hasta que Cabellos de Ángel lo sacó de su aturdimiento y despejó toda duda:

-¡Miedda!, Condorito, esta no es una broma de día de Inocentes. ¡Arranquémos para la comisaría!

De la URI ya se había ido doña Tremebunda y los muérganos hediondos a fermento no fueron admitidos. Afuera había una trifulca de detenidos esposados en cadena que reclamaban un sitio digno para pasar hacer sus necesidades y pasar la noche.

Uno de ellos, asombrosamente parecido a Antony, el ‘Pitufo’ de Ávila, gloria del América de Cali, pedía a gritos una ambulancia, con la cabeza cubierta por un pañuelo ensangrentado, consecuencia de una riña en un salón de billares de mala muerte, dizque donde se desató un aguacero de frascos de cerveza, bolas y tacos.

Condorito, pasmado y demolido por la fatalidad, se sostuvo en el capricho de que él se quedaría ahí esperando, afuera, como un reo más, hasta poder hablar con su novia, enterarse de la verdad de lo sucedido, y jurarle, con la mano en el pecho, que se arrancaría las pocas plumas que le quedaban para protegerla y apoyarla en todo lo que estuviera a su alcance.

-Nosotros lo acompañamos, compadre. Entonces, ¿para qué son los buenos amigos?-, espetó balbuceante el borrachín de Garganta de Lata. -Pero hagamos una ‘vaca’ para comprar otra botellita. Porque con este frío y a palo seco…, es como verraco-, sugirió.
Don Chuma, reportero estrella de El Hocicón

Adentro de la URI, en un zaguán interminable donde había por lo menos una veintena de mujeres, y un travesti alto y morocho, reconocido de la zona de tolerancia gay al que llamaban ‘Marbelle’, Yayita, acurrucada, con la cara entre las piernas, repasaba uno a uno los capítulos de su trance delictivo. Se sentía terriblemente sucia, avergonzada. Pero era más hondo el dolor que le embargaban sus viejos, don Cuasimodo, sobre todo, en los últimos tiempos, delicado del corazón, que la veía como la luz de sus ojos.

-¡Aquí hay un olor horrible a tamal!, ¡¿quién es la del tamal?!-, exclamó ‘Marbelle’ con su voz ronca y estridente de maricona macha.

-Sí, ¡Que lo reparta, que lo reparta!, corearon algunas de las detenidas.

-¡O se lo hacemos tragar con todo y hojas!-, refunfuñó el travestido de tacones marchitos y lentejuelas opacadas por el óxido.

-¡Ay!, Yayita, la que nunca partía un plato pero que terminó quebrando toda la vajilla-, ripostó desde un rincón una cuarentona embutida en una maxi-ruana, con varias entradas a la cárcel por ley 30 y asalto con burundanga, a quien señalaban con el alias de ‘Mariela, la discotequera’.

-Ahora sí va a matar de la pena al pobre pajarraco-, contestó una mechuda de carnes apretadas, de quien se decía en el vecindario era la concubina clandestina del incómodo y petulante de Saco de Plomo.

Al siguiente día, el velo del alba fue rasgado por la vocinglería de los distribuidores de prensa, que en calles, plazas y establecimientos pregonaban las últimas noticias de El Hocicón, con el suceso judicial más relevante y escandaloso de su historia.

-¡Todo sobre la captura de Yayita!-, alertaban los mucharejos  con sus arrumes de periódicos sobre los hombros. Una edición aumentada en paginaje y triplicada en circulación, con un cuadernillo dedicado a la protagonista, gráficas inéditas, últimos partes judiciales y testimonios desgarrados de las víctimas.

La rúbrica de don Chuma, reportero estrella de El Hocicón, destacaba en negrita en el encabezamiento del inserto que se agotó en pocas horas, como nunca en el periplo noticioso del popular impreso, que por la crisis arrasadora de los informativos de papel, había anunciado de un año para acá su inminente cierre por irreparables desalientos financieros.

Pero lo de Yayita fue la tapa, y a la vez la salvación del diario. Y lo siguió siendo durante varias semanas hasta exprimir su caso sin coladera, con pepas y bagazo.

Comenzó don Chuma con la infancia rosa de la niña. Los mimos y privilegios por ser hija única del matrimonio Vinagre, uno de los más respetables y ejemplares de la comarca. Habló de las ilusiones de la jovencita de viajar a Londres a estudiar inglés, que se vieron truncadas cuando le negaron la visa.

Narró sus asedios, sus conquistas, las incendiarias peroratas y querellas que muchas veces desencadenaron en trompadas y zafarranchos de los donjuanes que la pretendían. Pero al fin y al cabo, subrayaba la buena suerte de un bueno pa’nada como Condorito, “un romántico de pueblo calcado del Florentino Ariza de ‘El Amor en los Tiempos del Colera’, del finado Gabito, que a fuerza de cursilerías y décimas empalagosas de Tenorio patético, se había ganado el corazón de la linda muchacha”.

No podía ser otra la prosa del viejo Chuma, de sombrero de hípica y lápiz Mirado en la oreja, para cautivar y multiplicar lectores con tan fulminante e irrepetible relato.

En un intertítulo de ‘Doble vida’, el hábil sabueso y cronista relató con perspicacia el sospechoso cambio de la joven, “de unos meses para acá”, intempestivo en su cotidianidad, cuando empezó a ausentarse por días de Pelotillehue.

Se sabía que por ver frustrado su proyecto de viajar al exterior y ante las emergencias económicas del hogar, incluida la retardada pensión de su padre, funcionario de una surtidora de gas, había tomado la determinación de hacer un curso de Astrología, Reiki y Cromoterapia con una acreditada especialista en Esoterismo radicada en el antagónico municipio de Buenas Peras.

¡Ay!, Yayita, por fin se descubrió todo el pastel. Gráfica: Condorito.com
Resaltaba el bueno de Don Chuma que en varias ocasiones se le veía acompañada de un hombre apuesto de hechuras militares, con quien Yayita solía frecuentar los viernes en la noche refrescaderos y discotecas de Pelotillehue, después de dudosas caminatas por los alrededores de Rosales de La Marquesa, moderno y exclusivo conjunto residencial.

“Ya imaginarán ustedes, respetados lectores -sostenía el prosista de marras en su primera entrega-, las furias de Condorito, herido en lo más hondo de su hombría: unos celos que en El Tufo se convirtieron en la picada de entre copas, sobre todo por las burlas del pesado de Ché Copete, que animaba a la concurrencia a soltarse en sátiras e infundios contra el pajarete, como él lo llamaba: un desdichado y cornudo bicho digno de lástima”.

Yayita trataba de amortiguar los celos y las palizas verbales que a diario le daban a su eterno enamorado, con obsequios de preciada valía: relojes finos, costosas mancornas, invitaciones a cenar con vino en La Trucha Dorada, el mejor market sea food de Pelotillehue; y una elegante levita con etiqueta de Nueva York, que fue su último regalo de cumpleaños.

“¿De dónde sacaba Yayita dinero para adquirir prendas tan costosas si a cuenta gotas don Cuasimodo, muy de vez en cuando, le brindaba esmirriados pesos para sus antojos de baratillo en el comercio popular?”. Interrogante cáustico y enhorabuena del cuartillero judicial, que él con suspicacia de comadreja  asociaba con los primeros reportes de hurtos a apartamentos que denunciaba la vecindad, y que al principio pasaron de agache para la policía.

“¿Quién era aquel galán misterioso que tanto interesaba a la hija de doña ‘Treme’, y del que ella juraba de rodillas en la misa dominical no tener con él más que una bonita y ‘necesaria’ amistad?” Pesquisas, rodeos y conjeturas del viejo zorro de El Hocicón para que sus expectantes lectores ataran cabos y sacaran sus propias conclusiones.

Días después se unió a la pareja de amiguetes un tercer personaje: Una chica rubicunda como extraída del mismo molde de Yayita, nariz respingada, de abultadas posaderas y generosas pechugas, una artista, decían, con talento y vocación para la pintura, que venía de la localidad de Cumpeo decidida a radicarse en Pelotillehue, con el argumento de que su bella topografía y su valle de todos los verdes posibles, era el mejor escenario para sus labores interminables de caballete, paleta y pinceles.

“Ya eran dos los intrusos de la mano de Yayita”, apuntó el revistero judicial. “Y fue más notoria la presencia de los tres en Rosales de la Marquesa, toda vez que la pintora tomó allí en alquiler un cómodo aparta-estudio con una preciosa vista al Valle de los Tomates”.

Al principio, en Pelotillehue, no daban crédito a las oscuras andanzas de Yayita. Gráfica: Condorito.com
La supuesta artista -explicaba don Chuma-, que fue presentada oficialmente en sociedad como Brenda Arregocés, en un cóctel organizado por la alcaldía, no era más que un poderoso señuelo del incógnito don Juan y de Yayita Vinagre para ingresar sin obstáculos de portería al conjunto residencial.

“De hecho -resaltaba el croniquero-, las dos atractivas y curvilíneas mujeres se habían ganado de antemano la confianza de los despistados celadores, no solo con sus portentosos atributos y su coquetería a flor de labios, sino con todas esas bobadas que terminan por idiotizar a los enamorados de provincia: caramelos, chocolatinas, peluches perfumados, y tiernos y melosos mensajes de puño y letra escritos en tinta china con esmerada caligrafía en papel seda”.

De modo que los tres tenían el terreno abonado y a su disposición para penetrar a los apartamentos con llaves maestras, ganzúas y finos destornilladores de relojería, y recaudar valiosos botines de joyas, dinero en efectivo, moneda extranjera, tarjetas de crédito, y demás objetos preciados. Con guantes de cirugía, para no dejar huellas, los pillos hacían de las suyas.

El detonante para la captura de Yayita corrió por cuenta del inspector Mario Romero Téllez, cuando se enteró, por rumores de un confidente suyo, secretario bancario, que la muchacha había hecho un considerable deposito en dólares en la entidad financiera.

Otra de las pesquisas contundentes de Romero Téllez condujeron al habitáculo de la otra sospechosa, la artista Brenda Arregocés, que después de un mes de haberlo tomado en arriendo con documentos que resultaron falsos, y con un fiador que todos en la comunidad conocían y daban crédito de respetabilidad y confianza, don Cuasimodo Vinagre, no contaba con ningún mobiliario.

Cuando la policía allanó el apartamento, lo único que encontró fue un colchón ordinario enrollado en el vestíbulo de recibo, y en el baño, un gorro plástico y media docena de jabones de lavanda, en presentación de motel. La carcajada del inspector ante el burlesco hallazgo, no se hizo esperar. Con voz interrumpida por una tos miserere, exclamó:

-¡Ajá, la tal pintora resultó una bandida de oro de 24 kilates!

Andrea Torres, la 'Yayita' de carne y hueso capturada en Bogotá. Foto: El Tiempo.com
Con pinzas propias de la intuición y la clarividencia, detective y reportero levantaron sobre el plano de sus abrigadas sospechas la sólida arquitectura de un delito que pasará a la historia en los archivos judiciales de Pelotillehue: El señorito de telenovelas y la despampanante pintora, marido y mujer, lideraban una red de la maleantes conocida como ‘La Chicungunya’: falsificadores, estafadores y asaltantes de apartamentos, que operaban en diferentes capitales del país.

Y en ese itinerario de marrullas y proezas delictivas, lo dos, marido y mujer, llegaron a pasar una temporada de descanso a Buenas Peras, a la casa de la astróloga que efectivamente existía, y que para los ladrones era un contacto estratégico en la complicidad de averiguaciones y seguimientos de personas prósperas y acaudaladas, y por sus pronósticos de cuadraturas de constelaciones en aras del tiempo y las lunas apropiadas para dar rienda suelta a sus fechorías.

A Yayita, que de francas intenciones sí estaba interesada en tomar el curso de Astrología, Reiki y Cromoterapia, la enredó la pitonisa y la hizo caer en la trampa de los malandros, que antes de producirse la captura de la hija mimada de los Vinagre, emprendieron la huida sin dejar rastro.

La crónica de largo aliento en el cuadernillo de edición especial de El Hocicón, con varios repasos, leía Condorito a primera mañana, aterido de frío y melancolía en el umbral de la URI, a la espera de la salida de Yayita rumbo a la audiencia de imputación de cargos, acompañado de Huevo Duro, Cabellos de Ángel y Garganta de Lata, cuando oyeron a lo lejos los alaridos de doña Tremebunda, que clamaba ayuda a los cielos porque a su Cuasimodo del alma lo había sorprendido un infarto.
   
Un estruendoso episodio no tan distante de la ‘Yayita’ de carne y hueso, Andrea Torres, que fue privada de la libertad esta semana en Bogotá, sindicada de robar más de 300 apartamentos; tres de ellos en un tiempo récord, en sólo 20 minutos, en la localidad de Suba, como lo han divulgado los medios urbanos.

Así operaba 'Yayita'. Noticia de Semana.com: http://bit.ly/155T7TY
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