lunes, 14 de abril de 2014

Padre Chucho: "Se prendió la rumba en la casa del Señor"

El padre Chucho, durante la celebración del domingo de ramos, en su parroquia de Castilla 
Ricardo Rondón Ch.

Es domingo de ramos.

La misa del padre Chucho es quizás la más larga que se oficia en Colombia, y más un día de apertura de Semana Mayor,  la celebración de la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén, montado en un borrico, cubierto por su túnica inconsútil de innumerables lavadas en piedra de río,  sin más proselitismo que la de su humildad y su palabra redentora, como lo narra en detalle San Mateo, el Evangelista, en su Pasión de Jesús, la puesta en escena más dramática y dolorosa de que se tenga memoria, muchos siglos después que los griegos, inspirados en Histrión, se inventaran en ágoras al aire libre esa gran  parodia de la vida y la muerte llamada teatro.

Dos mil catorce años después, en la era que nos corresponde en nombre del hijo de José, el carpintero, y de una hermosa mujer, María, que en su pureza fue concebida por el Espíritu Santo, previa anunciación del primer reportero de buenas nuevas, el Arcángel San Gabriel, como narran las escrituras, un sacerdote también llamado Jesús -quien justo este domingo de ramos celebró un año más de vida-, imposta una voz de orador romano y arenga a la multitud, sembrado sobre una tarima, mientras cientos de feligreses lo vitorean, le baten palmas, lloran y gimen, y levantan suplicantes sus retoños para que él los bendiga.

El parquecito de la parroquia de ‘Jesús Amor Misericordioso’, del barrio Castilla (noroccidente de Bogotá), queda corto ante la cantidad de fieles que se han congregado para la ceremonia. Como si se tratara de un evento macro y de marca, hay seguridad por todos los flancos: personal de staff y logística; funcionarios de la misma parroquia (no se sabe si a sueldo o voluntarios carismáticos) ojo avizor  al cerco de malla verde, porque no se permite el ingreso de cámaras que no sean las que trabajan para la iglesia. Los interesados de otros medios de comunicación deberán ser autorizados, gestión previa, por lo menos con tres días de anterioridad, con la señorita Angélica, asistente oficial del padre Chucho. 

No hay policías, pero sí una guarnición de la Defensa Civil en caso de emergencia, que en estas aglomeraciones y con un sol despiadado como el que hizo esta vez, atienden casos de insolaciones, mareos y desmayos, cuando no de borrachines amanecidos, quienes sin ningún escrúpulo se filtran en el gentío ante la sabrosura de la orquesta de planta de la parroquia, creyendo que están en un bazar de medio día con despachos penetrantes  de piquete y lechona.

Pues las misas del Padre Chucho tienen ese cariz de festival y él mismo incita a que así se viva y se disfrute, pero a palo seco, porque de eso se trata: “regocijarse con la alabanza del Santísimo, bailar y mover el cuerpo como lo mueven cuando están en la discoteca”, reclama, y sentirse orgulloso de esa alegría en los corazones, “porque no puede haber fiesta más grande y numerosa que la de celebrar a Dios. ¡Aleluya!, vamos todos contentos, pasemos la voz, porque se prendió la rumba en la casa del Señor”.

Por eso, en los intervalos de sus prédicas, brazo en alto, puño cerrado y voz marcial, se escucha una carta variopinta de cánticos celestiales en parodias instrumentales de Los Tupamaros del finado Fernando Jaramillo, de Emir Boscán y los Tomasinos, de Rikarena y hasta del mismo Pastor López.

Esta vez, el Evangelio de la Pasión de Jesús también es representado en tarima, con Chucho el de carne y hueso y ornamento en grana como protagonista, y un séquito de feligreses que han contribuido con su verbo y algunos ensayos de sacristía, a desempolvar los parlamentos de Jesús en la última cena; del Judas Iscariote que lo vendió por un puñado de monedas; de Pedro, el apóstol, que lo negó tres veces antes de que cantara el gallo, y posterior, cuando la guardia romana lo retuvo en el jardín de los olivos, la alevosía imperiosa de Caifás que pedía a gritos su crucifixión y la sentencia a regañadientes con lavado de manos de Poncio Pilato, gobernador de Judea.

El cura advierte: “Si estoy vestido de rojo, no es porque le está haciendo propaganda al Santa Fe. Esto es por la sangre que brotó Cristo en su humildad y sufrimiento, para salvar a la humanidad del pecado”.

Miembros de la Defensa Civil, en paz y emergencia, en la ceremonia del padre Chucho 
En el sermón exhorta a una reflexión sobre corruptos y traidores, y hace un comparativo sobre los fariseos bíblicos y los de ahora; los que rigen los destinos del país, “aquellos –señala eufórico- que están echando suertes con la paz de Colombia en una mesa de La Habana, tal como hicieron los soldados romanos cuando se jugaron a los dados la túnica de Cristo”.
  
Todo esto, mientras en los alrededores del parque se trenza en voz baja el diálogo del rebusque: la señora con el baúl de su Mazda abierto que promociona el merengón más rico de Castilla; el hombre con un balde al hombro repleto de refrescos; la dama de los postres, las obleas y otras delicias de almíbar; los muchachos de delantal y cachucha que sortean volantes del asadero Mi Llanera para que vayan todos a degustar mamona después de la Eucaristía; los vendedores de relicarios y medallitas de los almacenes de San Nicolás y de San Miguel; los paleteros que han agotado sus productos, bendito sea, ante el calor inclemente; no tanto como los que venden copos azucarados y grumos de melcochas en palitos artesanales.

Porque si hay un rebusque mayor, es en una misa larga del Padre Chucho, como la del domingo de ramos, y cualquiera de las que él anuncia con fanfarrias, las venideras del lavatorio del jueves santo; la de la procesión del viacrucis el viernes, a partir de las 10 de la mañana; la de la adoración de la cruz, el sábado, y la fiesta de remate, el domingo de resurrección, la pascua, “a la que están todos invitados con sus respectivas proles”.

Que lo diga don José Francisco Huertas, de 75 años, habitante del barrio 20 de julio; carguero del Crucificado de la Catedral Primada de Colombia desde hace 28 años, y para esta época de golpes de pecho, rodillas peladas y santiamenes, próspero negociante de matracas, esos palitos bulliciosos que, en manos de los párvulos, arman la guachafita más ensordecedora incluso después de la media noche, y no hay poder humano que los silencie.

A un llamado del Padre Chucho, cuando el venerable matraquero se acercó a la tarima para obsequiarle uno de sus artefactos, le llovieron tantos clientes, que en menos de diez minutos, como en remate de San Victorino, le desocuparon la enorme tula donde según él llevaba más de cuarenta de sus artesanales instrumentos, cada uno por un valor de dos mil pesos.

La ordenanza del presbítero Jesús Hernán Orjuela, el curita que años atrás emitía sus sacramentos de madrugada en televisión, no puede ser más efectiva en aras de favores y clamores emergentes, para la mayoría sólo comparables con milagros:

-Colabórenle al abuelito con la compra de sus matracas: hoy por ti, mañana por mí. El Señor se los recompensará.

Y de milagros, ni hablar. Son muchos los testimonios que se oyen. Que “el padre Chucho me salvó mi criaturito que volaba de fiebre por una neumonía con sólo tenerlo unos minutos en sus brazos”, manifiesta una señora que de la emoción no puede evitar que se le desgajen lágrimas. Que “mi viejo, que padece de tiempo atrás una enfermedad progresiva, ha sentido una sorprendente mejoría con sólo una imposición de manos del padre Chucho”, sostiene con nombre propio el periodista y académico Jorge Eric Palacino Zamora; que “yo no tenía trabajo desde hacía más de dos años y a través de una confesión con el padrecito, se me volvieron a abrir puertas y hoy gozo de estabilidad económica y armonía en mi hogar”, puntualiza don Eduardo Pieschacón, administrador de empresas, quien veía agotadas sus esperanzas con el argumento de que cuando se pasa la frontera de los cincuenta años, es imposible “lograr coloca”. Y así por el estilo. La fe mueve montañas.
En las liturgias del padre Chucho también son bienvenidas todas las marcas. Ni más faltaba 
 No faltan las puyas de Chucho, a voz en cuello. En esta ocasión, contra aquellos enemigos de la iglesia que tratan de ponerles trabas a los oficios religiosos a campo abierto. Como le ha sucedido varias veces, cuando ha tenido que capotear las restricciones de la administración distrital. Esta vez, Orjuela se fue lanza en ristre contra el alcalde de la localidad de Kennedy, Luis Fernando Escobar.

“Yo no tengo por qué pedirle permiso a nadie, ni al presidente de la república, ni al alcalde mayor, ni al alcalde de la localidad, para oficiar la liturgia en este parque. Yo tengo mis documentos en regla y este parque, este espacio es público, es de todos, porque todos pagamos impuestos, y aquí no estamos presentando espectáculos bochornosos ni manifestaciones políticas. Aquí nos reunimos para celebrar a Dios, para alegrarnos con su presencia en nuestros corazones, para festejar sus obras y agradecerle sus favores. Y nadie nos va impedir que lo hagamos”.

La voz pasa de enérgica a atronadora, se enerva el mechón y se contraen sus mejillas: “Yo no tengo nada contra el señor alcalde. Y no me voy a alegrar cuando él se caiga; no voy a festejar la hora de su sufrimiento, porque ahí estará el Señor presto a darle una mano para que se levante”.

Tampoco le tiembla la voz cuando convoca a la ofrenda, al diezmo, y lanza una nueva puya contra los alcabaleros, los millonarios impuestos, la humillante costumbre de cobrarlo todo. “Y ante eso no hay protestas”, reclama. “A los potentados no se les cuestiona. Ustedes no se avergüencen de ser católicos. No escondan su fe. No salgan corriendo cuando se les pide el tributo al Señor, que es voluntario, que no hay una tarifa establecida, que esta contribución es para ayudar a quienes no tienen ropa, techo ni alimento; y es la misión carismática que viene promulgando el papa Francisco. El que quiera hace su donación puede pasar, es bienvenido, el Señor se lo multiplicará”.

Viene después la comunión en rama y la mayoría aprovecha para saludarlo, para tocar su vestimenta, para pedirle que bendiga su rosario, su crucifijo, su escapulario, el retrato del ser querido que yace enfermo en la casa o cautivo entre rejas, el 'criaturito' de brazos que es  levantado entre la muchedumbre por una angustiada madre:

-Padrecito, salve este angelito que es lo único que tengo en la vida-, clama la mujer con el rostro brillante de sollozos. Y Chucho acude a su llamado, y la gente lo vitorea con más entusiasmo.

Al final, después de dos horas largas de predicar, alabar, cantar y bailar, el sacerdote más polémico del país se apropia de una lista de agradecimientos comerciales: a la marca Big Cola (la misma de Messi, Iniesta y Xavi Hernández), que le colaboró con las carpas y el agua para sus feligreses; a las parrillas y pizzerías circunvencinas; a la almojabanería El Buen Sabor; a la Casa de Novias y Somking, y cómo no, a su propia casa, la Parroquia ‘Jesús Amor Misericordioso’, donde han preparado un exquisito mute santandereano y a precio de ‘corrientazo’.

No faltan los servicios sociales de última hora: la mamá al borde del soponcio a quien se le extravió su pequeño Juan Felipe; o el peregrino que de buena fe entrega unas antiparras que se encontró en el césped; o la joven de descaderado y cabello en rojo brasa que pone alarmada la queja del robo de su celular; y el viejito que no encuentra su bastón de guayacán.

“Que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo los acompañe siempre. Los quiero con toda mi alma. Gracias por haber venido a la fiesta de Jesús. Gracias a quienes vienen de fuera de Bogotá, a los de Ibagué, Tunja, Bucaramanga, Villavicencio…”, etc. etc.

“Corran la voz con un aleluya. Se prendió la rumba en la casa del Señor. Y en esta fiesta no hay cover ni derecho de admisión. Están todos invitados”.

Pero antes de que se disperse la feligresía, uno de sus acólitos le sopla al oído algo que quedó pendiente:

“Hermanos -repunta el cura párroco-, se me olvidaba anunciarles que muy pronto vamos a congregar, en estos mismos predios, a los representantes de todas las iglesias evangélicas para que con la católica, formemos una sola: Jesús se regocijará con este proyecto. Ver a todos los hijos en Cristo reunidos, celebrando y compartiendo bajo un mismo techo, como debe ser, como Él mismo lo recomendó a sus discípulos antes de su ascensión gloriosa”.

El repentino vaticinio deja una duda en el aire: ¿Le sonará la idea a la madre María Luisa Piraquive, superiora de la Iglesia Ministerial de Jesucristo Internacional, y creadora del movimiento político Mira?


Padre Chucho, con cuidado, no se vaya usted a meter en camisa de once varas.
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