El padre Chucho, durante la celebración del domingo de ramos, en su parroquia de Castilla |
Ricardo Rondón Ch.
Es domingo de ramos.
La misa del padre Chucho es quizás la más larga que se
oficia en Colombia, y más un día de apertura de Semana Mayor, la celebración de la entrada triunfal de
Cristo a Jerusalén, montado en un borrico, cubierto por su túnica inconsútil de
innumerables lavadas en piedra de río,
sin más proselitismo que la de su humildad y su palabra redentora, como
lo narra en detalle San Mateo, el Evangelista, en su Pasión de Jesús, la puesta
en escena más dramática y dolorosa de que se tenga memoria, muchos siglos
después que los griegos, inspirados en Histrión, se inventaran en ágoras al aire
libre esa gran parodia de la vida y la
muerte llamada teatro.
Dos mil catorce años después, en la era que nos corresponde
en nombre del hijo de José, el carpintero, y de una hermosa mujer, María, que
en su pureza fue concebida por el Espíritu Santo, previa anunciación del primer
reportero de buenas nuevas, el Arcángel San Gabriel, como narran las
escrituras, un sacerdote también llamado Jesús -quien justo este domingo de
ramos celebró un año más de vida-, imposta una voz de orador romano y arenga a
la multitud, sembrado sobre una tarima, mientras cientos de feligreses lo
vitorean, le baten palmas, lloran y gimen, y levantan suplicantes sus retoños para que él los bendiga.
El parquecito de la parroquia de ‘Jesús Amor
Misericordioso’, del barrio Castilla (noroccidente de Bogotá), queda corto ante
la cantidad de fieles que se han congregado para la ceremonia. Como si se
tratara de un evento macro y de marca, hay seguridad por todos los flancos:
personal de staff y logística; funcionarios de la misma parroquia (no se sabe
si a sueldo o voluntarios carismáticos) ojo avizor al cerco de malla verde, porque no se permite
el ingreso de cámaras que no sean las que trabajan para la iglesia. Los
interesados de otros medios de comunicación deberán ser autorizados, gestión
previa, por lo menos con tres días de anterioridad, con la señorita Angélica,
asistente oficial del padre Chucho.
No hay policías, pero sí una guarnición de la Defensa Civil
en caso de emergencia, que en estas aglomeraciones y con un sol despiadado como
el que hizo esta vez, atienden casos de insolaciones, mareos y desmayos, cuando
no de borrachines amanecidos, quienes sin ningún escrúpulo se filtran en el
gentío ante la sabrosura de la orquesta de planta de la parroquia, creyendo que
están en un bazar de medio día con despachos penetrantes de piquete y lechona.
Pues las misas del Padre Chucho tienen ese cariz de festival
y él mismo incita a que así se viva y se disfrute, pero a palo seco, porque de
eso se trata: “regocijarse con la alabanza del Santísimo, bailar y mover el
cuerpo como lo mueven cuando están en la discoteca”, reclama, y sentirse orgulloso
de esa alegría en los corazones, “porque no puede haber fiesta más grande y
numerosa que la de celebrar a Dios. ¡Aleluya!, vamos todos contentos, pasemos
la voz, porque se prendió la rumba en la casa del Señor”.
Por eso, en los intervalos de sus prédicas, brazo en alto,
puño cerrado y voz marcial, se escucha una carta variopinta de cánticos
celestiales en parodias instrumentales de Los Tupamaros del finado Fernando
Jaramillo, de Emir Boscán y los Tomasinos, de Rikarena y hasta del mismo Pastor
López.
Esta vez, el Evangelio de la Pasión de Jesús también es
representado en tarima, con Chucho el de carne y hueso y ornamento en grana
como protagonista, y un séquito de feligreses que han contribuido con su verbo
y algunos ensayos de sacristía, a desempolvar los parlamentos de Jesús en la
última cena; del Judas Iscariote que lo vendió por un puñado de monedas; de
Pedro, el apóstol, que lo negó tres veces antes de que cantara el gallo, y
posterior, cuando la guardia romana lo retuvo en el jardín de los olivos, la
alevosía imperiosa de Caifás que pedía a gritos su crucifixión y la sentencia a
regañadientes con lavado de manos de Poncio Pilato, gobernador de Judea.
El cura advierte: “Si estoy vestido de rojo, no es porque le
está haciendo propaganda al Santa Fe. Esto es por la sangre que brotó Cristo en
su humildad y sufrimiento, para salvar a la humanidad del pecado”.
Miembros de la Defensa Civil, en paz y emergencia, en la ceremonia del padre Chucho |
En el sermón exhorta a una reflexión sobre corruptos y
traidores, y hace un comparativo sobre los fariseos bíblicos y los de ahora;
los que rigen los destinos del país, “aquellos –señala eufórico- que están
echando suertes con la paz de Colombia en una mesa de La Habana, tal como
hicieron los soldados romanos cuando se jugaron a los dados la túnica de Cristo”.
Todo esto, mientras en los alrededores del parque se trenza
en voz baja el diálogo del rebusque: la señora con el baúl de su Mazda abierto
que promociona el merengón más rico de Castilla; el hombre con un balde al
hombro repleto de refrescos; la dama de los postres, las obleas y otras
delicias de almíbar; los muchachos de delantal y cachucha que sortean volantes
del asadero Mi Llanera para que vayan todos a degustar mamona después de la
Eucaristía; los vendedores de relicarios y medallitas de los almacenes de San
Nicolás y de San Miguel; los paleteros que han agotado sus productos, bendito
sea, ante el calor inclemente; no tanto como los que venden copos azucarados y
grumos de melcochas en palitos artesanales.
Porque si hay un rebusque mayor, es en una misa larga del
Padre Chucho, como la del domingo de ramos, y cualquiera de las que él anuncia
con fanfarrias, las venideras del lavatorio del jueves santo; la de la
procesión del viacrucis el viernes, a partir de las 10 de la mañana; la de la
adoración de la cruz, el sábado, y la fiesta de remate, el domingo de
resurrección, la pascua, “a la que están todos invitados con sus respectivas
proles”.
Que lo diga don José Francisco Huertas, de 75 años,
habitante del barrio 20 de julio; carguero del Crucificado de la Catedral
Primada de Colombia desde hace 28 años, y para esta época de golpes de pecho,
rodillas peladas y santiamenes, próspero negociante de matracas, esos palitos
bulliciosos que, en manos de los párvulos, arman la guachafita más
ensordecedora incluso después de la media noche, y no hay poder humano que los silencie.
A un llamado del Padre Chucho, cuando el venerable
matraquero se acercó a la tarima para obsequiarle uno de sus artefactos, le
llovieron tantos clientes, que en menos de diez minutos, como en remate de San
Victorino, le desocuparon la enorme tula donde según él llevaba más de cuarenta
de sus artesanales instrumentos, cada uno por un valor de dos mil pesos.
La ordenanza del presbítero Jesús Hernán Orjuela, el curita
que años atrás emitía sus sacramentos de madrugada en televisión, no puede ser más efectiva en
aras de favores y clamores emergentes, para la mayoría sólo comparables con milagros:
-Colabórenle al abuelito con la compra de sus matracas: hoy
por ti, mañana por mí. El Señor se los recompensará.
Y de milagros, ni hablar. Son muchos los testimonios que se
oyen. Que “el padre Chucho me salvó mi criaturito que volaba de fiebre por una
neumonía con sólo tenerlo unos minutos en sus brazos”, manifiesta una señora que de la emoción no puede evitar que se le desgajen lágrimas. Que
“mi viejo, que padece de tiempo atrás una enfermedad progresiva, ha sentido una
sorprendente mejoría con sólo una imposición de manos del padre Chucho”, sostiene
con nombre propio el periodista y académico Jorge Eric Palacino Zamora; que “yo
no tenía trabajo desde hacía más de dos años y a través de una confesión con el
padrecito, se me volvieron a abrir puertas y hoy gozo de estabilidad económica
y armonía en mi hogar”, puntualiza don Eduardo Pieschacón, administrador de
empresas, quien veía agotadas sus esperanzas con el argumento de que cuando se
pasa la frontera de los cincuenta años, es imposible “lograr coloca”. Y así por
el estilo. La fe mueve montañas.
En las liturgias del padre Chucho también son bienvenidas todas las marcas. Ni más faltaba |
“Yo no tengo por qué pedirle permiso a nadie, ni al
presidente de la república, ni al alcalde mayor, ni al alcalde de la localidad,
para oficiar la liturgia en este parque. Yo tengo mis documentos en regla y
este parque, este espacio es público, es de todos, porque todos pagamos
impuestos, y aquí no estamos presentando espectáculos bochornosos ni
manifestaciones políticas. Aquí nos reunimos para celebrar a Dios, para
alegrarnos con su presencia en nuestros corazones, para festejar sus obras y
agradecerle sus favores. Y nadie nos va impedir que lo hagamos”.
La voz pasa de enérgica a atronadora, se enerva el mechón y
se contraen sus mejillas: “Yo no tengo nada contra el señor alcalde. Y no me
voy a alegrar cuando él se caiga; no voy a festejar la hora de su sufrimiento,
porque ahí estará el Señor presto a darle una mano para que se levante”.
Tampoco le tiembla la voz cuando convoca a la ofrenda, al
diezmo, y lanza una nueva puya contra los alcabaleros, los millonarios
impuestos, la humillante costumbre de cobrarlo todo. “Y ante eso no hay
protestas”, reclama. “A los potentados no se les cuestiona. Ustedes no se
avergüencen de ser católicos. No escondan su fe. No salgan corriendo cuando se
les pide el tributo al Señor, que es voluntario, que no hay una tarifa
establecida, que esta contribución es para ayudar a quienes no tienen ropa,
techo ni alimento; y es la misión carismática que viene promulgando el papa
Francisco. El que quiera hace su donación puede pasar, es bienvenido, el Señor
se lo multiplicará”.
Viene después la comunión en rama y la mayoría aprovecha
para saludarlo, para tocar su vestimenta, para pedirle que bendiga su rosario,
su crucifijo, su escapulario, el retrato del ser querido que yace enfermo en la
casa o cautivo entre rejas, el 'criaturito' de brazos que es levantado
entre la muchedumbre por una angustiada madre:
-Padrecito, salve este angelito que es lo único que tengo en
la vida-, clama la mujer con el rostro brillante de sollozos. Y Chucho acude a
su llamado, y la gente lo vitorea con más entusiasmo.
Al final, después de dos horas largas de predicar, alabar,
cantar y bailar, el sacerdote más polémico del país se apropia de una lista de
agradecimientos comerciales: a la marca Big Cola (la misma de Messi, Iniesta
y Xavi Hernández), que le colaboró con las carpas y el agua para sus
feligreses; a las parrillas y pizzerías circunvencinas; a la almojabanería El
Buen Sabor; a la Casa de Novias y Somking, y cómo no, a su propia casa, la
Parroquia ‘Jesús Amor Misericordioso’, donde han preparado un exquisito mute
santandereano y a precio de ‘corrientazo’.
No faltan los servicios sociales de última hora: la mamá al
borde del soponcio a quien se le extravió su pequeño Juan Felipe; o el
peregrino que de buena fe entrega unas antiparras que se encontró en el césped;
o la joven de descaderado y cabello en rojo brasa que pone alarmada la queja
del robo de su celular; y el viejito que no encuentra su bastón de guayacán.
“Que la bendición de
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo los acompañe siempre. Los quiero con toda mi
alma. Gracias por haber venido a la fiesta de Jesús. Gracias a quienes vienen de fuera de Bogotá, a los de Ibagué, Tunja, Bucaramanga, Villavicencio…”, etc.
etc.
“Corran la voz con un aleluya. Se prendió la rumba en la
casa del Señor. Y en esta fiesta no hay cover ni derecho de admisión. Están
todos invitados”.
Pero antes de que se disperse la feligresía, uno de sus
acólitos le sopla al oído algo que quedó pendiente:
“Hermanos -repunta el cura párroco-, se me olvidaba anunciarles que muy pronto vamos a
congregar, en estos mismos predios, a los representantes de todas las iglesias
evangélicas para que con la católica, formemos una sola: Jesús se regocijará
con este proyecto. Ver a todos los hijos en Cristo reunidos, celebrando y
compartiendo bajo un mismo techo, como debe ser, como Él mismo lo recomendó a
sus discípulos antes de su ascensión gloriosa”.
El repentino vaticinio deja una duda en el aire: ¿Le sonará
la idea a la madre María Luisa Piraquive, superiora de la Iglesia Ministerial
de Jesucristo Internacional, y creadora del movimiento político Mira?
Padre Chucho, con cuidado, no se vaya usted a meter en
camisa de once varas.
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