Fernando González Pacheco
(Valencia, España, septiembre 13 de 1932 - Bogotá, Colombia, febrero 11 de 2014)
A los 81 años, en la clínica Country, de Bogotá, falleció Fernando González Pacheco |
Ricardo Rondón Ch.
Pasaba de tolerar las mofas a rajatabla de ‘Pernito’, ‘Bebé’ y ‘Tuerquita’, los domingos matinales, en el set de ‘Animalandia’ (cuando el programa se emitía en blanco y negro), a encerrarse en una jaula con tres leones, lanzarse en paracaídas, jugarse el pellejo con un astado en la plaza de toros o ingresar disfrazado de payaso en un hospital, con un bulto de regalos, para animarle la navidad a un racimo de párvulos en el pabellón infantil de una clínica. Todo lo que fuera, si de contribuir a una causa benéfica se trataba.
Fue el mejor amigo de sus amigos y de eso dan fe los que le sobreviven, los del compadrazgo, de media docena que hizo en Bogotá, uno de los más cercanos, Alfonso González, conocido como El Rey del Tequila (por su estimable colección de botellas de esta bebida emblemática de México, más de tres mil de diferentes denominaciones), el matador de toros Héctor Jiménez, el actor Mauricio Figueroa, el administrador y relacionista público Rafael González y el periodista José Gabriel Ortíz, el popular ‘Flaquirri’, quien en los dos últimos años estuvo pendiente en la cabecera del Pacheco enfermo y vulnerable a sus 81 años, aquejado por fuertes dolencias respiratorias, cómplice en tardes serenas de mazos de póker, el pasatiempo que lo acompañó hasta el final de sus días.
Quizás lo único que le hizo falta hacer en televisión fue presentar El Minuto de Dios. Sí, porque este queridísimo personaje, por más de 50 años familiar en los hogares colombianos y durante varias generaciones , hizo lo que tuvo a su antojo. Nacido en Valencia (España), hijo de don Doroteo González y de doña Inés Castro Montejo, con un único hermano, Rafael, llegó a Colombia cuando apenas era un párvulo de pantalones cortos y calzonarias, huyendo con su familia de la guerra civil española. Culminó sus estudios de bachillerato en el colegio Hispano Americano, en 1950.
Amable, cálido, de una personalidad cautivante, siempre con un gracejo a flor de labios, Fernando González Pacheco abundó en anécdotas propias y profesionales, que él narraba como si las estuviera leyendo con pausas en su libro de memorias.
El Pacheco todero y torero, el boxeador (‘Kid Pecas’) en su juventud, campeón de tenis de mesa, instalador y reparador de electrodomésticos, vendedor de mercancía para bebé, mesero, mayordomo de la Flota Mercante Gran Colombiana, no sin antes haber pasado por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional (de la que desistió por problemas familiares), y lo más insólito, un solo día de Derecho en el aula de esa misma alma mater, para después conectar con seis meses de Economía en la Universidad de los Andes.
Fue en un periplo de ultramar de la Flota Mercante Gran Colombiana, cuando lo descubrió el empresario de televisión Alberto Peñaranda. Pacheco entonaba como aficionado la canción ‘La Bohemia’, de Charles Aznavour en el casino del navío y una vez terminó lo llamó Peñaranda para proponerle hacer televisión.
Debutó ante cámaras con ‘Agencia de artistas’, punto de partida de una carrera vertiginosa, imparable, sazonada con un talento innato, una personalidad arrolladora y, con el tiempo, la experiencia, la práctica en todos sus niveles, hasta en la actuación. Una de sus facetas más aplaudidas, la del entrevistador. Su programa, ‘Charlas con Pacheco’, fue paradigma durante varias generaciones de un estilo original, desabrochado, que más que el formato periodístico de rigor, él traducía en una conversación amena, íntima, respetando siempre la sensibilidad y los límites a los que puede llegar un entrevistado.
Programas y concursos como ‘Qué pareja más pareja’, ‘Cabeza y cola’, ‘Siga la pista’, ‘Alcance la estrella’, ‘Sabariedades, ‘Compre la orquesta’, ‘El programa del millón’, entre otros, y espacios infantiles como ‘Telecirco’ y ‘Animalandia’, este último que se emitía en vivo y en directo desde los antiguos estudios de Inravisión en la sede del CAN, llevaron la rúbrica de quien se consolidó como el más admirado presentador de televisión y maestro de ceremonias, para destacar la formidable pareja que en estos avatares hizo con Gloria Valencia de Castaño, imprescindibles en los más relevantes acontecimientos sociales del país, empezando por la velada de elección y coronación del Concurso Nacional de Belleza.
Artista polifacético, Pacheco actuó en televisión, hizo cine, también teatro. Para recordar sus incursiones en ‘Yo y tú’, ‘El cadáver del señor García’, ‘El viejo’ y ‘Arsenio Lupín’. O en películas como ‘La víbora’, ‘Orgullosos, malditos y muertos’ y ‘El último asalto’. Su médula histriónica en vivo también hizo eco en montajes como ‘Sugar’ y ‘La Jaula de las locas’.
Con todo este trajinar entre cableados de cámaras y escenarios, sacó tiempo para escribir un libro, ‘Me llaman Pacheco’, que prologó su gran amigo, el escritor y periodista Daniel Samper Pizano.
Tuve la oportunidad de entrevistarlo en varias ocasiones. Como un in memoriam, reproducimos una de las más extensas conversaciones, publicada en el diario El Espacio el 25 de mayo de 1998, donde se revela el Pacheco que se metió en el corazón de los colombianos: cálido, sencillo, bonachón y repentista.
¿Cómo fue la infancia de Pacheco?
“La de un niño consentido en la que, a diferencia de muchos niños en Colombia, me sobró cariño y nunca me faltó nada”.
¿Qué le heredó a don Doroteo, su padre?
“Mi padre fue el hombre más recto que yo haya conocido y durante mi existencia traté de seguir su ejemplo”.
¿Aprendió sus primeras letras en La Alegría de Leer?
“Claro que sí. Y otro que nos hacían aprender de memoria: La Urbanidad de Carreño, hace tiempo desaparecido del pensum académico”.
¿En qué colegio cursó bachillerato?
“En el Gimnasio Moderno”.
¿Y compartió pupitres con uno que otro presidenciable?
“Sí, con varios presidenciables, ya que en aquella época no había extraditables”.
¿Para qué materias era cabezadura?
“Yo aprendí a sumar, restar, y con mucha dificultad a multiplicar y dividir. En cambio fui rey en educación física, y otras cosas innecesarias”.
¿Se acuerda de su primer amor?
“Sí, se llamaba Leonor. Yo siempre creí que fue mi primera novia, pero ella nunca lo supo”.
¿Recitaba en centros culturas y sesiones solemnes?
“Afortunadamente, no. Desde pequeño, cuando había reuniones, me escondían. No sé si por mi cara o por mis influencias”.
¿Por qué fue que lo echaron del Gimnasio Moderno?
“Hoy comprenden que tuvieron muchas razones para echarme, pero la realidad es que a diferencia del reglamento de fútbol, a mí me sacaron por lo menos veinte amarillas antes de ganarme la roja”.
Sin embargo lo siguen invitando a las reuniones de exalumnos…
“Sí, lo hacen y comprendo que perdí la oportunidad de estudiar en un magnífico colegio, pero tuve la fortuna de vivir una época maravillosa, donde aprendí el arte de mamar gallo”.
¿Soñó con ser presidente de la república?
“Fui presidente de Crotaurinos, presidente de la Comisión Distrital de Boxeo, presidente en varios períodos de la Asociación Colombiana de Locutores , pero nunca se me pasó por la cabeza la pendejada de ser presidente de Colombia”.
¿Cuántas veces le rompieron las ñatas en el colegio?
“Aunque fui muy buscapleitos, debo reconocer que fui bueno para correr y la cara que tengo no es producto de los golpes que recibí cuando me las di de boxeador. Es que yo nací así”.
¿Pero sí fue sapo?
“Ser sapo en el colegio es una virtud. Pero yo en el colegio fui jovencito de muy pocas virtudes”.
¿Cuál era su sueño erótico en esos agitados años de la adolescencia?
“Fui miembro y directivo del club de admiradores de Esther Williams, actriz norteamericana, campeona de natación, quien murió alcoholizada. En sus películas y fotografías la desnudé varias veces”.
¿Qué hizo con la primera paga del primer oficio que tuvo?
“Hablando en serio, compré un regalo para mi padre, creyendo que con ello justificaba por lo menos en mínima parte todo lo que él había hecho por mí”.
¿Cuál de todos los remoquetes que le pusieron es el que más recuerda?
“Cuando empecé a practicar boxeo me bautizaron como ‘Kid Pecas’”.
A propósito, ¿cómo fue esa primera vez en el ring?
“La primera vez fue con un muchacho de apellido Silva a quien le gané por puntos. Pero la que más recuerdo es la última, en Panamá, cuando era marinero en la Flota Mercante. Me enfrenté a un negrazo inmenso y todavía me duelen sus jabs de izquierda”.
¿Y en qué momento colgó los guantes?
“Desistí del boxeo cuando me pactaron una pelea con un boxeador de apellido Amador, que luego fue campeón nacional. Ese día fingí una lesión, no me presenté al combate y punto final”.
¿Ha sentido alguna vez el hedor de un calabozo?
“En una sola ocasión pasé 24 horas en la permanente de la 40 y fue muy deprimente, por el olor y la oscuridad, y por los rostros de los rufiancillos que me rodeaban”.
¿Qué significa para usted el nombre de Germán García y García?
“El nombre de un tipazo desordenado y querido, que me dio la oportunidad de realizar por doce años consecutivos un programa que jamás olvidaré: Animalandia”.
¿Por esa época, cuáles eran las piernas más bonitas de la televisión?
“El ranking corría por cuenta de Raquel Ércole, Rebeca López y Dora Cadavid”.
¿El busto campeón?
“¡Ah!, el de Hilda Strauss”.
¿Y el rostro más bello?
“El de mi recordada amiga y compañera de faenas laborales: Gloria Valencia de Castaño”.
¿Muchos ahijados?
“No tantos como hubiera querido, pero eso es de una gran responsabilidad. Prefiero ayudar en silencio sin hablar del compromiso o la obligación”.
¿Por qué se convirtió en hincha del Santa Fe?
“Porque soy masoquista. Uno puede cambiar de mujer, de religión, de partido político, incluso de sexo, pero nunca de equipo de fútbol. Por otro lado, ser santafereño tiene una gran ventaja: que cuando gana, como es algo tan extraño, la felicidad es inmensa”.
¿De qué vicios no se ha podido desprender?
“Toda la vida me he comido las uñas. Afortunadamente he ido rebajando y ya no me como sino una. Lo mismo me ha sucedido con las mujeres…”.
¿Es cierta la fama que se ha ganado de cascarrabias?
“Más que cascarrabias lo que soy es acelerado, quizás perfeccionista, y eso hace que me acelere más de lo debido”.
¿Para qué se ha vuelto escéptico?
“Para cree en la gente, sobre todo en lo que concierne a la lealtad”.
“No creo, la vida es bella, la vida es hermosa y hay que vivirla plenamente. Cada época da diferentes oportunidades. Por eso yo no creo en eso de que todo tiempo pasado fue mejor”.
¿Qué le puede reventar la impaciencia?
“El incumplimiento, la impuntualidad”.
¿De dónde viene su vena de maestro entrevistador?
“Sin ánimo de pecar de modesto, yo no creo que sea un buen periodista, si acaso un aceptable entrevistador, y debe ser porque me pongo siempre en el plano del ciudadano común y corriente para preguntar y conversar con mi interlocutor”.
¿Y cuál es la fórmula para hacer llorar a un entrevistado?
“En general, el entrevistado que llora viene hacia mí en busca de las preguntas que lo hagan llorar. En las ocasiones en que mis entrevistados han llorado, yo diría que han llegado casi llorando antes de comenzar la entrevista”.
¿Y a usted qué lo hace llorar?
“No soy muy llorón y además confieso que en mi vida, gracias a Dios, he llorado más de felicidad que de tristeza”.
¿Qué lo hace destapar una botella de whisky?
“Antes, cualquier pretexto me servía para tomarme un trago. Hoy sólo lo hago en ocasiones muy especiales. Lo que sí tengo claro es que ni antes ni hoy y por ningún motivo, asisto al más odioso de todos los certámenes: los cocteles”.
¿Es más de amigos o de amigas?
“Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.
Fuera de ‘La Casita’, ¿cuál es su otro bolero preferido?
“Te confieso que ‘La Casita’, que por cierto no se llama así sino ‘Ahora seremos felices’, ya no me gusta, porque me imagino que el día en que me muera, que ojalá no sea pronto, imagino que alrededor del bafle estarán quince músicos borrachos entonándola”.
¿Qué es lo que más le recrimina su señora esposa (la ex reina de belleza, de Cartago (Valle) Liliana Grohis?
“Que corrija mi tremendo desorden y que levante el ‘bizcocho’ cuando voy a orinar”.
¿Y usted qué le recrimina a ella?
“Ser exageradamente ordenada y que deje el bizcocho abajo después de orinar”.
Dicen que con los años el marido termina pareciéndose a la mujer que ama. ¿Lo ha notado?
“Aunque sé que mi rostro no es de exposición, estoy muy contento con él. Lo grave sería que mi esposa empezara a parecerse a mí”.
¿De qué temas omite hablar en reuniones?
“Para empezar, me aburren las reuniones, los temas trascendentales, la gente que aparenta saberlo todo, pero lo que más me aburre es cuando hablan de arreglar el país”.
¿Cómo ve hoy en día los toros desde la barrera?
“El ruedo taurino es cada vez más monótono y comercial. El ruedo nacional, cada vez más enredado y con un futuro confuso”.
¿Su torero de época?
“Luis Miguel Dominguín, un gran torero, un célebre ‘gallinazo’, elegante, inteligente y seductor”.
Hablando de ‘cuernos’: ¿Los ha puesto?
“Quiero recordarte que mi mujer está pendiente de leer esta entrevista”.
¿En qué se entretiene cuando le queda algo de tiempo?
“En llenar crucigramas, esa es mi afición. Mis preferidos, los de El Espacio”.
¿Qué le recomienda su médico de cabecera?
“No tengo médico de cabecera. Hace tiempo que no visito un médico. Tal vez la gran riqueza que Dios me dio fue la salud”.
Actor, cantante, compositor, torero, futbolista, boxeador, bombero, paracaidista, y el hombre más popular y querido de los colombianos. ¿Qué más le falta por hacer?
“Cuando a uno lo quieren halagar, le dicen que es un artista integral. Cuando lo quieren ofender, le dicen que es un todero. Yo me contento con ser un hombre honesto con mi oficio y con muchos deseos de trabajar y hacer cosas nuevas, dentro de mis posibilidades”.
¿Cuáles son sus pecados capitales?
“Suficientes pecados tiene la capital como para agregarles los míos”.
¿Qué es para usted el dinero?
“No es lo fundamental en mi vida, pero de todas maneras es bueno recordar la frase de Pambelé: ‘Es mejor ser rico que pobre’”.
¿Qué clase miedos lo suelen abordar?
“Le tengo miedo a una escasez de mujeres y al lío que armarían los hinchas de Millonarios si llegaran a ser campeones”.
¿Qué clase de lujos se permite?
“No soy hombre de avionetas, piscinas y jacuzzis. Con una buena tina y bien acompañado, me contento”.
¿Qué música le acaricia el alma?
“La música tiene que ver con las circunstancias. Con la venia de los melómanos, puedo pasar fácilmente de Joan Sebastián Bach a Joe Arroyo”.
¿Y cuáles son sus poetas preferidos?
“Me sucede lo mismo que con la música: puedo pasar de la cursilería de los versos de Gustavo Adolfo Becquer a la hermosura de Eduardo Carranza y rematar con la irreverencia de Jotamario Arbeláez”.
¿Le han leído las cartas?
“Cuando juego con mis amigos yo soy quien las lee por medio de un espejo que hay a sus espaldas. O sea que son ellos los que no saben qué sucede a sus espaldas”.
¿Por qué no ha vuelto a conceder entrevistas a las revistas de peluquería?
“Porque en esas entrevistas solamente salen los que van a cocteles y juegan golf. Yo no tomo whisky y no soy capaz de jugar nueve hoyos sino nueve bocines”.
¿Se siente atraído por las hijas de sus amigos?
“Hay quien dice que cuando ya uno mira quinceañeras, es porque se está volviendo un viejo verde. Por eso a mí gustan de dieciséis para adelante”.
¿Le cuenta todo a su mujer?
“¡Cómo se le ocurre!”.
¿Tiene alguna frase que sintetice la vida?
“Para mí la vida es como un partido de fútbol: cuando uno va ganando, hay que cuidar el marcador”.
¿Qué le gustaría repetir si volviera a nacer?
“Estoy seguro que casi todo. Pero sí le pediría a mis padres que hicieran algo por reconstruirme el rostro”.
¿Le ha dicho su esposa que habla dormido?
“Sí, y aunque yo me gano la vida hablando, mis programas dormido los hago gratis”.
¿Qué es eso que no puede faltar en su maleta de viaje?
“El radio de pilas”.
¿Cómo son sus relaciones con ‘Fantomas’, su perro?
“Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a veces me pregunto: ¿’Fantomas’ pensará lo mismo de mí?”.
¿Y la mascota se parece a usted?
“Tuve hace muchos años, en la época de Animalandia, un perro que se llamaba ‘Coco’, que se parecía mucho a mí. ‘Fantomas’, mi amigo actual, no carga con esa desdicha”.
¿Qué lo hace ruborizar?
“No hay momento más vergonzoso en la vida, y yo lo he vivido en varias ocasiones, que un resbalón en la calle cuando está lloviendo”.
¿Cuál cree que es la más notoria de sus virtudes?
“Cuando uno cree que tiene virtudes, deja de ser virtuoso”.
Pacheco: ¿Está preparado para la pregunta cien?
“No hay mal que dure cien años ni Pacheco que lo resista”.
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Un póker, el mejor remedio contra el aburrimiento
TRAS LA BARAJA DE FERNANDO GONZÁLEZ PACHECO
Aquellos tiempos de 'Pachecolo': de cartas, toros y bohemia, en Divisas y Caireles. Para la posteridad |
¿Usted qué hace cuando se aburre, Pacheco?
Observaba al interlocutor por encima de su montura con sus ojos mansos de plantígrado:
"Yo no me aburro desde que tenga un buen puñado de amigos y dos barajas de póker".
Para creerle, porque esa terapia contra el tedio y el aburrimiento la venía practicando desde hacía más de 30 años, cuando se reunía con la patota en la desaparecida taberna de San Diego, centro de Bogotá.
En ese entonces los caballeros de la mesa redonda estaban en el grado máximo de su juventud, que es cuando el mundo le llega a uno a dos manos: Alvaro Ruiz, Hernando 'El Culebro' Casanova, 'El Gato' Restrepo, Aldemar García, El Chacal, 'El 'Pana' Meléndez, Alberto Osorio 'El Marraqueto', Alberto Jiménez, Ciro A. Linares, Mauricio Figueroa, entre otros.
Dos de esa pléyade de entrañables contertulios ya pasaron a mejor vida: Alvarito y 'El Culebro'. Otros se dejaron contagiar por las fiebres del escepticismo y llegaron a la conclusión de que en la única parte donde se está aparentemente a salvo en esta ciudad temeraria y sombría, es en la casa.
Unos más recibieron la sentencia de sus mujeres escandalizadas por la bohemia, las trasnochadas y la ropa olorosa a vaho etílico y a tabaco: 'O los amigotes o el hogar'. Por supuesto que aceptaron cabizbajos la segunda opción, sopena de terminar con las maletas en el umbral de la casa.
Aquellos años
En esos tiempos bulliciosos de la televisión, la San Diego se prendía a partir de las cinco de la tarde, cuando iban llegando uno a uno los cumplidos comensales de la baraja. Si alguien no llegaba a la cita, era porque estaba de 'catre' (y si no pregúntenle al 'Gato' Restrepo). Es decir, encamado por unos de esos catarros 'quiebrahuesos' o a lo mejor gozando de una vespertina ardiente con una dama en un amoblado clandestino.
Los meseros de la San Diego no daban abasto a servir jarros enormes de espumoso sifón (Cerveza del barril).
Estaba muy de moda la cerveza de toneles y las picadas de tres carnes acompañadas de papa a la francesa, trocitos de chicharrón, maíz pira y mucha salsa de tomate.
La jugarreta se prolongaba hasta altas horas de la noche. 'El Culebro' era uno de los apostadores más duros. Su acérrimo rival: Fernando González Pacheco. Los dos partían mesa y alrededor de ella, como la espuma de la cerveza, iba subiendo la temperatura del deleite, de la adrenalina, de esa alucinación que produce el juego. Y también la trampa. Porque un juego de póker sin trapisondas, no tiene gracia.
De esa camada de jugadores de póker, Pacheco y 'El Gato' Restrepo (ex novillero, reseñador de corridas de toros y mozo de espadas), lideraban la mesa.
Como la San Diego quedó en ruinas, armaron tolda en el Museo Taurino 'Divisas y Caireles', de Germán Jurado. Allí se reunían los jueves al calor de unos tragos de whisky o de ese tequila que les participaba el fiel amigo y compadre de Pacheco, Alfonso González, el hombre del Museo del Tequila. Antes, por supuesto, pasarían a manteles, a degustar los exquisitos huesos de marrano.
Una vez quedaban los huesos limpios, Jurado les ponía sobre la mesa dos barajas de póker. El séquito de Pacheco lo integraban: Héctor Jiménez (matador de toros), Oscar Gil 'Oscarín' (novillero), Oscar Silva (matador de toros alternativado en España), José Gabriel Ortiz, el popular 'Flaquirri' (cronista taurino) y por supuesto, Alfonso González y Rafael González, junto con Jiménez, la terna de confianza de Pacheco.
Y empezaba la jugarreta. Héctor, con habilidades de prestidigitador, barajaba, partía y repartía. Sobre el mantel escarlata se asomaban billetes de diferentes denominaciones.
Jugaban 'chinchón'. Todos atentos frente a su propio abanico, como si se estuvieran observando en el espejo eterno del azar. Miradas de reojo. La triquiñuela se olía a leguas. Se descargaban cartas. Como en un 'collage' de la fortuna reposaban sobre el mueble un siete de picas, una J de diamantes, un as de corazones, un seis de tréboles.
'Flaquirri' mostaba su juego creyendo haber ganado la partida. Jiménez, con una seguridad pasmosa y con una mirada de relámpago, como la de un gangster del Chicago de los años 40, exhibía seguro su abanico. Mostraba la máxima, una 'escalera en flor'. Ahí se acababa la partida automáticamente y cada uno le pagaba siete veces la cantidad apostada al ganador.
Un brindis
Pero el juego prosieguía. Entre la humareda de cigarros (como en la película 'El Golpe', con Clint Eastwood y Robert Redford) sobresalía la figura bonachona de Alfonso González. Como quien exhibe un trofeo, empuñaba una botella larga de cristal azul: un tequila reposado que recién había traído de tierras aztecas. Servía en copas la sagrada pócima del milenario fruto del ágave.
Pacheco, en el 'intermezzo', invitaba a un brindis. Se alzaban los cristales y se hacía una alabanza a la amistad. En este conciliábulo había muchos años de hermandad, de anécdotas, de pintorescas historias alrededor de la vida y del toro.
El hombre de los ojos mansos de oso otoñal, que de muchos años atrás se acuñó en el corazón de los colombianos -al punto que alguien dijo que Pacheco hacía parte de la canasta familiar-, gozaba de una filosofía sólida del ser amigo, de esa liturgia que es depositar la confianza y el cariño hermanables, bien en el triunfo, en la derrota, o en esos capítulos difíciles y aciagos que nos juega el destino.
Jugaban por divertirse, no por quitarse la plata, como lo hacen las manos rapaces e indolentes de los casinos que a tantos ludópatas han dejado en la física quiebra . Jugaban porque en medio de la baraja estaba el gracejo, el chismorreo actualizado (ese inevitable condimento de la vida), la anécdota repentina o la noticia dolorosa de la esposa del amigo que acababa de fallecer, la de Leopoldo Portilla.
Cundo la tertulia llegaba a su punto efervescente, 'El Gato' Restrepo, pintoncito de tequila, evocaba postales generosas e la vida y del toro. A 'Flaquirri', ya 'rascado', pernoctaba encerrado en el baño. Alfonso González narraba la fascinante historia de una tarántula que quedó prisionera en una botella de mezcal. Héctor Jiménez seguía barajando, mientras que el torero Oscar Silva se enteraba de que Fernando González Pacheco tenía un as bajo la manga. Siempre lo tuvo, hasta el final de sus días.
Las cartas según Pacheco
Jota de diamantes: "me gustan mucho los diamantes, sobre todo en los dedos largos y finos de una bella dama".
As de corazones: "ese es el corazón amoroso de la gente, que durante todos estos años se ha entregado a mí".
6 de tréboles: "en el póker son de tres hojas. A mí me gustan los de cuatro".
El Rey: "me hace acordar de mi amigo José Alfredo Jiménez y de su memorable ranchera".
El comodín: "tres payasos que hacen parte de mi vida: 'Tuerquita', 'Bebé' y 'Pernito'.
Escuche el audio del gran amigo de Pacheco, quien lo acompañó en sus últimos años, José Gabriel Ortíz, el popular 'Flaquirri' de la prensa taurina, en entrevista con Gustavo Gómez, en Hoy por Hoy de Caracol radio (12/02/2014)
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