Matthew McConaughey y Jared Leto acarician el Óscar a Mejor actor y Mejor actor de reparto, respectivamente, por 'Dallas buyers club' |
Ricardo Rondón Ch.
Aunque el guión lleva la rúbrica de Craig Borten y Melisa Wallack,
‘Dallas buyers club’ (el club de los desahuciados) podría haber sido una de las tantas historias
que en sus noches desesperantes y
solitarias de alcohol, drogas y tabaco, escribió Charles Bukowski.
También sugiere un homenaje al recordado Rock Hudson, y se
enmarca en la época en que el citado galán de cine norteamericano falleció, en
1985, después de dos largos años de padecimiento, víctima del VIH, que en ese
entonces, ante la alarmante pandemia que se desató en los Estados Unidos, le fue erróneamente endilgada a los homosexuales.
Con la premisa de T.S. Eliot, 'La vida es muy larga', rescatada de su feroz poema, ‘Los hombres huecos’ (“Entre la concepción y la creación/,
entre la emoción y la respuesta/, cae la sombra/. La vida es muy larga…”), el
relato cinematográfico, de principio a fin, cobra una fuerza vertiginosa,
implacable y demoledora.
No habría sido lo mismo si su director, el canadiense Jean-Marc
Vallée (‘Las flores mágicas’, ‘Los locos’, ‘Café de Flore’, entre otras) no hubiera
convocado a dos actores de impecable factura y versatilidad histriónica: Matthew McConaughey, en el rol del vaquero
texano Ron Woodroof (que recién le confirió el Globo de Oro) y Jared Leto, que
se siembra en los tacones de un desahuciado transgénero. Ambos están nominados
al Óscar en las categorías de Mejor actor y Mejor actor de reparto, respectivamente.
Ron, haciendo gala de un
machismo exacerbado, se hunde en la promiscuidad, en el abuso de licor y de
cocaína. Odia a los homosexuales, pero cuando se entera que está infectado de
sida y que su diagnóstico no le depara más de un mes de vida, se involucra con
Rayon (Jared Leto), un travesti que resulta ser su compañero de cuarto en una
clínica de Dallas, para constituir una sociedad clandestina de importe y
tráfico de medicamentos no aprobados por el ente regulador de fármacos en
Estados Unidos; todo esto con el respaldo científico de un médico venido a
menos, exiliado en México, y por la complicidad de la doctora (Jennifer Garner)
que lleva su desafortunado historial clínico.
La maratónica lucha contrarreloj
por no dejar avanzar el mortal virus, pero también la ambición de lucrarse con
el negocio ilícito de las medicinas que, contrario a la legislación de ese
entonces y de las advertencias autorizadas, prolongó la vida de cientos de
pacientes, incluida la de Ron, urde una bella metáfora por el respeto a las
diferencias, el dolor, la agonía y la muerte, sazonado con inteligencia y
ternura.
Matthew McConaughey perdió
más de 20 kilos para interpretar a Ron Woodroof: es la actuación más voraz y
trepidante de su exitosa carrera y con este papel tiene sólidos argumentos para
recibir orgulloso la máxima estatuilla, el próximo 2 de marzo. En paralelo
avanza Jared Leto, por Rayon, quien presenta, sin posturas ni emulaciones, un
decorado del teatro inglés en su pureza, que evoca, en el espectador enterado,
el rigor y las desmesuras dramáticas del gran Shakespeare.
Al final, ‘Dallas buyers
club’ deja una clara lección que propios y extraños se han negado a aprender
desde que se detectó el terrible mal: la compresión y la solidaridad por quienes
la padecen, y no obstante, los innegables adelantos científicos, la desatención
de los gobiernos, más preocupados por la guerras, las armas y las opulencias hostigantes del capitalismo salvaje.
No hay sino que observar el triste panorama
del cuerno africano y de las estériles aldeas que lo circundan. A diario
claudican racimos de pacientes con sida, la mayoría de ellos, sin que se les
haya prestado ayuda médica. Ni hablar de lo que acontece en países subdesarrollados
del tercer mundo. Allí, los 'clubes de desahuciados, no tienen lugar para un
paciente más.
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