jueves, 14 de noviembre de 2013

Reivindicación de la minifalda


Ricardo Rondón Ch.

“De nada demasiado”, decían los griegos y todo indica que la máxima helénica pasa desapercibida en esta sociedad agresiva,  pusilánime, que nada a contracorriente y sin salvavidas en las aguas procelosas de los excesos,  la iconografía mediática, las desmesuras tecnológicas, el capitalismo salvaje y la competencia a ultranza. Pero  más, por ese enemigo mortal del hombre que es su propio ego. Un ego demoledor que arrasa como 'Haiyan' - el tifón que causó la reciente tragedia de Filipinas-, con todo lo que encuentra a su paso.

Lo anterior tiene que ver con el bochornoso episodio del supuesto abuso sexual de una joven universitaria en el parqueadero del reconocido rumbeadero ‘Andrés Carne de Res’, en Chía. Como mentan los reporteros de micrófono, “se encendieron otra vez las alarmas” por un delito que hace mucho tiempo se salió de las manos de las autoridades y que cada vez cobra víctimas en todos los estratos.

Pero tenía que suceder en el imperio de la diversión nocturna ‘a tuty play’, el de Andrés Jaramillo, que en declaraciones a la estación radial Blu no pudo controlar su ego y con un facilismo aterrador remitió el incidente a la minifalda que llevaba la señorita, después de una noche de desmesuras etílicas y cuando ya despuntaba el alba.

Si Jaramillo hubiese sorteado con sensatez su explicación, si se hubiera apersonado del tema con la responsabilidad que le atañe su condición de propietario del establecimiento, si hubiese mostrado el lado humano para tratar de aclarar lo acontecido, pues el escándalo no tendría las dimensiones que a la fecha ha alcanzado.

El problema fue de verbo, de sintaxis. Y, por supuesto, de machismo. Al famoso restaurantero, querido por el poder, la farándula y los medios, se le salió la res y el tuétano, y no le alcanzó la saliva para rectificar a tiempo. Lo hizo después, en un comunicado. Pero ya era demasiado tarde. Su primera versión alborotó la bilis colectiva y estaba en boca de todos y de todas.

De ¡todas!, sí, las más ofendidas y lastimadas en un país que ostenta los índices más altos de maltrato a la mujer en todas sus formas: la violencia física y psicológica; la del conflicto armado y el delito doméstico. Y el más repugnante e imperdonable, el del abuso sexual. Y ahí fue Troya: Andrés Jaramillo en la picota pública, señalado y vilipendiado con ira y desprecio , peor que, quien en realidad, cometió la supuesta fechoría.

¡Ay!, Andrés Carne de Res. No te imagino poniendo ese lomo de la inquina en el asador, esas chatas pulpas de la profanación a esa prenda que en épocas pretéritas, la del hippismo, el rock y la sicodelia de los años 60, era más adorada que el Sagrado Corazón de Jesús y que todas las entidades y potestades celestiales.  Condenado al fuego eterno en la pira feminista, permanecerás ardiendo por no saber equilibrar tus dictados.  Aunque en esta nación, ahora consagrada a la Santa Laura, un escándalo, el que sea, político, real, judicial, está comprobado, no dura más de 24 horas, menos cuando hay un partido de fútbol de por medio. Eso podría salvarte de la incineración total.

Pero sí habrá plantón de minifaldas el domingo, como circula la convocatoria en las redes sociales: “por las principales calles de Chía”, para desembocar en tu palacio de bebetas , asaduras y desmesuras, donde damas alebrestadas pedirán tu cabeza y el veto a todo pulmón para que nadie que se respete en su amor propio y dignidad, ose descansar sus posaderas en esas bancas de parroquia  por donde ha pasado la emperifollada sociedad en pleno, incluido el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. ¿No alertarán a tiempo las ofendidas protagonistas de la anunciada jornada que con esa manifestación se va a multiplicar al tope la publicidad del negocio, incluido el pecaminoso parqueadero?

Más de la publicidad que con venia te ofrecen las multinacionales de la información, los directores de radioperiódicos y telenoticieros que te nombran a menudo,  te entrevistan, te halagan y te ubican en el curubito como el indiscutible zar de la rumba, el hedonista, el singular creativo, el poeta iconoclasta que ha hecho de cuanta retorcida chatarra y muñeco viejo del mercado de las pulgas, el más ambicioso pretexto de entretenimiento, el más cotizado, por supuesto, donde una cerveza de albañil cuesta diez mil pesos. ¡Cómo será el resto!

Pero la gente marcha y está en todo su derecho. A sabiendas que las marchas en Colombia, las de la paz, las del secuestro, las de los derechos humanos, la violencia, la educación, la salud o el desplazamiento, sólo sirven –y está bien que así sea-, para el rebusque oportuno de vendedores de refrescos, copos de algodón rosado,  Bon-ice y camisetas. Y si no cómo fuera.

No se había cortado tanta tela desde los tiempos en que la modista británica Mary Quant –su inventora-, decidió mermarle 20 centímetros  a las batas escocesas que exhibía en su taller, inspirada en un Mini cooper de la época. Pues ahí empezó a rodar el mundo para bien, a la par con las baladas y el rock and roll de The Beatles y la sociedad fue saliendo a hurtadillas de la oscuridad y el aletargamiento de la cueva primigenia para enterarse, con pálpitos acelerados, de los atractivos femeninos, de los muslos firmes y las pantorrillas torneadas, del esplendor y la caricia de unas medias súperveladas bien puestas.

Me uno a la marcha de Chía, el domingo venidero,  pero como simple espectador de cámara terciada. No me quiero perder por ningún motivo ese espectáculo de piernas largas y envalentonadas ante el insulto del brujo Andrés. Insisto en la reivindicación de la minifalda, que no creo posible en una sociedad marchita por el morbo y el abuso, por los antivalores impuestos, por el irrespeto y la intolerancia y, sobre todo, por el machismo devastador que no permite el elogio sutil de la carne, el piropo florido, el halago repentista de los caballeros del pasado, sino que tiene que ser a la brava, a la fuerza, con el músculo salvaje de los primeros cavernícolas que poblaron la tierra.

De estos especímenes los hay por racimos en la actualidad: visten ropa de marca, van religiosamente a los gym a rendirle culto al cuerpo, portan carnés sofisticados, baraja de tarjetas de crédito y hostigantes fragancias francesas. Igual pululan otros de indumentarias chinescas y olor a plomo en  los estratos medios y bajos. Porque casos como el de la joven supuestamente abusada en el parqueadero del emporio de Andrés Jaramillo, los hay a granel: en los bares y rockolas de ‘Cuadrapicha’, la Avenida  Boyacá, la Primera de Mayo, Kennedy, Bosa, Suba e intermedias.


Sólo que Andrés es una firma 'prestigiosa' y su Res el mismo becerro de oro que adoró la tribu de Israel mientras Moisés subía al monte Sinaí a recoger las tablas de los mandamientos por encomienda divina. Ese fue el pago de su pueblo después que el enviado de Dios lo salvara de la furia del mar rojo. Y desde esa fecha milenaria, es muy poco lo que ha evolucionado la humanidad. El atraso es latente. La pérdida de valores no puede ser más decepcionante. Los excesos de la rumba, el licor y la droga ya no están sólo a la orden de la noche sino del día. Y, en Andrés Carne de Res, la fanfarria del goce no cesa, como tampoco hace diferencia entre sobretodos y minifaldas. ¡Qué vergüenza!
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