miércoles, 16 de octubre de 2013

Pékerman: La estrategia del Almirante

Ricardo Rondón Ch.


El profesor Pékerman, con la satisfacción del deber cumplido. Foto cortesía El Universal

"... Me gustaría regalar y repartir ofrendas hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres con su riqueza..." (De 'Así habló Zarathustra').

La estimable riqueza de los hombres de bien en Colombia, está visto, no son los subsidios de vivienda, si acaso las viviendas de interés social que en su afán proselitista mandó a hacer en serie y en un tiempo récord (habrá que revisarlas, con todo lo que se está viendo...) el presidente Santos -en manguala con su centurión de confianza, Germán Vargas Lleras-, sino la posesión desmesurada, idílica y arrolladora de ese espectáculo que penetra con ímpetu alucinógeno en las venas, que transfigura el rostro con histrionismo latente y, como analgésico colectivo en cadena, apacigua el dolor, excluye lo malo, lo feo, lo impertinente, y sana..., sana, redime, reivindica, por lo menos mientras dura el efecto: el amor por su Selección.

Que es el amor más evidente y guerrero de todos los amores, el que se lleva en la linfa, en los cojones, en la camiseta, en el temblor de párpados y quijadas cuando hay amago de gol, en la angustia taquicárdica de la derrota, pero por encima de todo, en la euforia al unísono de la victoria, como la que el país en pleno no para de celebrar, de festejar, de comentar y hasta de hacer el ridículo, igual es válido, porque entonces qué sería del amor y de todos los amores sin esa dosis patética llamada cursilería.

El hacedor de este festival es un argentino otoñal -dirán algunos con sorna, tenía que ser un argentino...-, dueño de un carácter imperturbable, sabio y por ende parco, más elaborado en la escuela pragmática que en lo necios sofismas, con una autoridad que no se resquebraja ni en los instantes más emergentes y que por ende, tiene la facultad redentora, la de los recios capitanes de navíos en mares procelosos, de salvar del naufragio a su tripulación.

Esa fue la misión de José Néstor Pékerman cuando asumió ser el director de orquesta de una Selección Colombia que venía a la deriva desde hacía dieciséis años: un barco ebrio y disoluto, extraviado de los mundiales por timoneles amañados, cuando no equivocados, bisoños o entregados a la dictadura 'rosquera', la de los intereses particulares y el bochornoso cónclave de la prensa deportiva con sus vitalicias vacas sagradas.

Pékerman llegó e impuso su rigor, desde la soledad, el silencio y la sabiduría que corresponde a los estetas. Esto agregado a su bagaje, a su disciplina, a su experiencia como estratega y a los innumerables trucos y secretos que debe acuñar un 'zorro viejo' de su talante, para quien vencer al contrincante no es tan complejo y dispendioso como salvaguardar y sostener a flote su embarcación en tempestades demoledoras, en las debacles más inciertas, como lo demostró en Barranquilla, contra Chile, en el encuentro que le dio, ¡por fin! a Colombia, el pasabordo a Brasil 2014.

Y el gran colofón en Paraguay -el 'broche de oro' que mentan hasta la saciedad los comentaristas de pantalla-. El de 'corazón y cabeza', como reseñaron los revisteros en la investidura de un jugador en quien muchos habían perdido confianza: Mario Alberto Yépes, quien hizo posible con su hazaña la mejor clasificación a un mundial que se tenga cuenta en los anaqueles criollos, en esta oportunidad, segundo puesto después de Argentina y cabeza de grupo para la lotería mundialista que tendrá lugar el próximo 6 de diciembre.

Histórico y afortunado para un país que sueña, delira y se desvive por el fútbol y que ahora renace con optimismo para ver a su Selección en los estadios de Brasil: una escuadra más firme y segura que nunca, con una plantilla de jugadores, todos por igual, conscientes de un compromiso mayor, con ese 'querer es poder' que les infundió el profesor Pékerman; con esa seguridad que por tantos años estuvo ausente, y en la justa venidera, con esos célebres protagonistas que han puesto el balompié colombiano en lo más alto de la bolsa per cápita a nivel orbital: Falcao, Jackson, Guarín, etc. etc.

No será fácil, por supuesto y Pékerman lo sabe. Habrá que trabajar con más ahínco e inteligencia que en la fase clasificatoria. Pero la brecha está despejada y Brasil espera. A ritmo de cronómetro, el miocardio empieza a acelerarse. Lo más importante es que se ha recogido una primera y próspera cosecha, que es justo compartirla y reconocerla con amor propio y solidaridad, con espíritu de hermandad y como esa recompensa que nos estaba debiendo la vida a tantas penurias, frustraciones y dificultades que libramos a diario.

Cuando el presidente Santos le coqueteó a Pékerman la ciudadanía colombiana -propuesta que aún no ha tenido respuesta-, el técnico argentino, distante de frivolidades, apenas esbozó una sonrisa sardónica, como una clara y contundente demostración del amor inconmensurable que profesa por este país. Su hija Vanessa, que nació en Medellín, se lo había encomendado cuando él aceptó dirigir a la Selección: 'Papi, clasifícala, ¡sí o sí!'. Y un padre como don José, está comprobado, es capaz de hacer lo indecible ante semejante petición.

Gracias, maestro Pékerman. Como en el introito de 'Así habló Zarathustra', la máxima del fílósofo alemán Fiedrich Nietzsche se cumple íntegra en la obra apoteósica que usted acaba de rubricar: ha hecho que los hombres sabios se regocijen en su locura, y de paso le ha devuelto la mayor riqueza de la que se jactan los pobres.
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