'El Concursante', rodada en el barrio Nelson Mandela, de Cartagena, con actores naturales en su mayoría Foto: Malta Cine |
Ricardo
Rondón Chamorro
Es tan insufrible eso de hacer cola para todo en Colombia,
que hay gente que se rebusca el diario madrugando a hacerla para cobrar por el
puesto. Y se lleva la familia para acaparar el negocio. Como se agrande la
misma, se pueden presentar trifulcas y hasta heridos y muertos.
Bueno, en algunas regiones cola, en otras fila. Pero hace
parte del protocolo obligatorio desde que amanece hasta que anochece:
Cola para recoger un cubo de agua en zonas donde escasea
(que en la Costa es el pan de pobre
de todos los días), cola para tomar el transporte público (como el infierno de
los articulados en las horas pico), cola desde la madrugada en el hospital para
reclamar el tiquete de atención del Sisben, o para cobrar la pensión, comprar
las boletas del clásico futbolero; ni se diga las recolas en distintas ciudades
para las convocatorias del reality Yo me
llamo; o para involucrarse en un lío mayor como cuando a una marca de
juguetes chinos le dio por regalar peluches en el Parque de la 93.
Pero Colombia no es la abanderada en cuanto a colas se
refiere. El primer puesto lo ostenta Venezuela, donde la gente se mata por
comprar un pollo, un kilo de harina, otro de azúcar, una bolsa de huevos o un
paquete de pañales, ante el desastre social y económico de una dictadura sin
precedentes en la hermana nación. Una gran porción de la población vive de
hacer colas en su afán de lograr una propina, ni siquiera en dinero contante y
sonante, porque no lo hay, sino de un artículo de primera necesidad.
Cristóbal, interpretado por Ronaldo Tejedor Simarra, estudiante de Matemáticas en la Universidad de Cartagena, acompañado de su perro 'Amarillo'. Foto: Malta Cine |
Pues un fiel retrato de la cola a la colombiana en uno de
los sectores más olvidados y abandonados por la manguala corrupta que ha
gobernado a Cartagena de hace muchos años, el barrio Nelson Mandela, es el que
nos presenta el joven y multipremiado realizador bogotano Carlos Osuna en El Concursante, su tercer largometraje
después de Gordo, calvo y bajito, y Sin mover los labios.
Osuna propone una comedia negra con tintes macondianos a
partir de un hecho real que lo sorprendió en el pasado: la promoción en
televisión de una reconocida empresa de condimentos que premiaba a sus clientes
con una olla a presión, o pitadora,
como también se le conoce, para aquellas personas que cumplieran con una cifra
determinada de cupones.
El cinematografista comenta que fue tal la conmoción que
desató este incentivo comercial que se agotaba temprano ante la brutal demanda,
que en algunas regiones de Colombia fue necesaria la intervención de la fuerza
pública para controlar la muchedumbre enardecida y los consecuentes desmanes.
Aquí
hay una película, se dijo Osuna cuando se reunió con su
productor y socio fundador de Malta Cine, Juan Mauricio Ruiz, y echaron a rodar
el proyecto.
De hecho, el Nelson Mandela, de donde ha salido a
contracorriente de la jodida miseria y de los embates de la criminalidad un
puñado de promesas del fútbol, el béisbol y el boxeo, ha sido un territorio
familiar para Osuna y Ruiz porque coinciden en su gusto por la champeta y la admiración
por la tenacidad y el heroísmo con que surgen sus habitantes, en su mayoría muchachos
que esquivan los riesgosos derroteros de la drogadicción y el delito, y se
encaminan por los del estudio, el trabajo y el deporte.
Doña Elena Díaz, vendedora de frutas del barrio Nelson Mandela, en el rol de doña Mary, una de las agitadora de la cola. Foto: Malta Cine |
Guion en mano y sin una convocatoria previa de casting,
el equipo emprendió la búsqueda de los posibles protagonistas, casi que en el
mismo trayecto en que se narra la historia. Osuna recalca que más que una
pesquisa fue un encuentro con los personajes, la mayoría actores naturales,
gente del común en esta comarca de resistencia, donde escasea de todo, menos la
alegría de sus gentes, el mamagallismo a flor de labios, la acompasada
vocinglería de sus buhoneros, y la champeta, el único discurso contestatario
ante la necesidad y la desesperanza.
Así fueron apareciendo: Ronaldo Tejedor Simarra, un joven
palenquero de veinte años, conocido como El
Matemático, estudiante de Matemáticas en la Universidad de Cartagena, que
los fines de semana viaja a San Basilio de Palenque a enseñar lo que aprende a
niños de escasos recursos para que se enamoren y jueguen con los números, como
un escudo para protegerse del vicio y la delincuencia.
Tejedor es Cristóbal, el personaje central, el concursante, un muchacho que se
debate entre los procaces insultos de su madre que se gana la vida vendiendo
almuerzos, los mismos que él lleva a domicilio, y la ilusión en veremos de
ahorrar lo poco que le da su progenitora para comprarse una moto. Es cuando
aparece en televisión el comercial de Pa’la
olla, del que se pega la comunidad del Mandela con arrestos febriles y combate
a muerte.
Con Tejedor Simarra, doña Elena Díaz, una matrona en su
alma, labia y robustez, que hubiera deseado Gabriel García Márquez para el
rodaje de La cándida Eréndira y su abuela
desalmada. Impávida ante la propuesta de Osuna para que fuera
coprotagonista de su película, doña Elena dejó por unos días su platón de
frutas con el que libra el sustento en las playas de Cartagena.
La madre de Cristóbal, atenta al llamado de su hijo, a quien le ha encargado, so pena de echarlo de la casa, la codiciada olla a presión. Foto: Malta Cine |
A ellos se unieron Brian Villa Aburaad, que ya había
hecho pinitos actorales en el largometraje Ángel
de mi vida, de Yuldor Gutiérrez, y en series de televisión como El confesionario y Pescaíto, el templo del fútbol.
Completaron el elenco Rodo Arteaga, cantautor de rap y regué, de aplauso y conocimiento
público en los bares y en las calles de Getsemaní y San Fernando; Charles King,
consagrado exponente de la champeta en Cartagena y el Caribe; Sunami Rodríguez,
virtuosa actriz barranquillera que ha dejado su exitosa rúbrica en producciones
como La Cacica, Los Morales, Martín Elías,
Pescaíto, Aníbal ‘Sensación’ Velásquez y Motel Love; y Kissinger, champetero flow del Nelson Mandela, una suerte de Pedro Navaja caribeño pero regenerado, que enhorabuena decidió
cambiar el Smith & Wesson del especial por un reproductor de música con micrófono,
un mechón alebrestado como copete de piña, y unas fachas de tintes calendas para
rapear y champetear.
Remata Amarillo,
un chandóberman, como lo apodaron en
el rodaje, en la vida real la mascota inseparable de Ronaldo Tejedor, el
protagonista, que cualquier mañana amaneció con la panza reventada de veneno
para ratas: seguramente algún miserable que no toleró sus ladridos de hambre.
Carlos Osuna dio libre albedrío a los protagonistas para
que se apersonaran de sus interpretaciones, más que por un texto de memoria,
acudiendo a una interpretación genuina de la realidad que comparten en el día a
día, de sus sueños y sus frustraciones; de ese mapeo cotidiano del que se
sirven en la cotidianidad para ganar un salario, acceder a un rebusque, en
medio de penurias y dificultades. Y a partir de esa experiencias, el tejido
narrativo.
'Kissinger', firme exponente de la champeta en Cartagena, con un pasado de novela negra. Foto: Malta Cine |
El
Concursante es una comedia negra con la jerga local y el
desenfado caribe de sus personajes, que se mueve a ritmo de champeta en una
cola imposible, bajo un sol canicular, donde cada quien expone sin rubores ni
vergüenzas el libreto de la supervivencia, del arduo trajinar para lograr tan
poco al final de la jornada, muchas veces al borde de la ilegalidad, y de cómo
un agregado comercial como una olla a presión puede hacer estallar la neurosis
colectiva con estertores dramáticos.
El trasfondo de la película promueve una crítica social
del duro material del que está hecha la gran masa nacional: la del necesitado,
el desempleado, el marginal, el rebuscador a ultranza, pero también el pillo y
el villano que miden consecuencias para lograr su cometido, a costa de
sacrificar muchas veces su propia integridad, como sucede con los colados de
transmilenio.
La cola, en El
Concursante, es una metáfora del encuentro y la solidaridad. Porque en una
cola todos somos iguales y estamos para ayudarnos y, lo más importante, para
hacerla respetar. También una oportunidad para reconocerse en los otros,
descargar sentimientos, arreglar el país, desenredar la pita de la nostalgia, o
cualquier ocurrencia que mitigue el tedio, el frío o la resolana de una larga
espera. Porque es ahí, en la cola, donde se cuece en pepa el verbo esperar…
Cuenta Carlos Osuna que en el peregrinaje de la película,
después de haberla estrenado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena,
en marzo de este año (2019), la presentó en el Festival Afriff de Nigeria, África,
y que la reacción del público fue similar a la de la gente que la vio al aire
libre en barrios populares de La Heroica como el Torices, el Arroz barato, el
Simón Bolívar, El Bosque, y por supuesto el Nelson Mandela, donde se gestó y
vio sus primeras luces.
El joven realizador bogotano Carlos Osuna, director de 'El Concursante', su tercer largometraje. Foto: La Pluma & La Herida |
Es que otro atractivo es su pegajosa banda sonora, que justamente
vio sus hervores en las piedras incandescentes de las calles destapadas y
polvorientas del Mandela, que a mañana, tarde y noche brota en su máxima
estridencia de los gigantescos picós,
autoría de Los Mangueras, una tribu
champetera de la que también hace parte Carlos Osuna, Andrés Martínez,
Alejandro Quintero y el embambado
Kissinger.
Así lo consigna el pasquín de El Concursante, porque hasta periódico propio tiene la película, y
si no cómo fuera una cola interminable y a treinta y ocho grados sin un
tabloide para enterarse del muerto del día, del escándalo farandulero con la
encuerada en Soho de la hija de la fugitiva Aída Merlano; del sudoku, el
crucigrama o la sopa de letras para llenar, del resultado del chance, del
horóscopo y del consultorio sexual, y de la mona voluptuosa ligera de ropas. O
simplemente para utilizarlo como ventilador de mano, porque bien alta que es la
temperatura de la peli, y cómo no, al
final ameritan unas frías.
No se la pierdan y apuren el paso, que debe haber cola en
la taquilla.
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