sábado, 19 de octubre de 2019

El Aquelarre: del cielo de la boca a los más recónditos placeres del cuerpo y del alma

'El Aquelarre', ubicado en una preciosa casona de La Candelaria, de puertas abiertas a los exquisitos paladares y la celebración de la vida y sus máximos placeres. Foto: El Aquelarre 
La magia empieza contigo en el acogedor, ecléctico y romántico restaurante-bar, ubicado en el privilegiado sector histórico, cultural y gastronómico de La Candelaria, en Bogotá
  
Ricardo Rondón Chamorro
                                                                        
La dama, en el umbral de la casona centenaria, enfocó su curiosidad sobre la bicicleta que acaparaba una maceta multicolor de flores de invernadero. Se acercó sigilosa, cerró sus bellos ojos azules y posó su fina naricilla sobre los pétalos.

Era una mujer en el meridiano de los cuarenta años: espigada, rubia, fenotipo caucásico, con una breve moña recogida en la parte de atrás, y un aire impresionista a la Virginia Woolf que interpretó Nicole Kidman en Las Horas (Stephen Daldry, 2002).

En esas estaba cuando un viento huracanado de los cerros la despojó de su pava y levantó sus enaguas más arriba de las rodillas. Impávida y confusa, sus mejillas se encendieron de un carmín primoroso, y apresuró a rescatar el enorme sombrero de ala ancha.

Gregorio Fandiño acudió a socorrerla porque la pamela de satín dorado y cintas malva se escurrió en volantines por la acera y estuvo a punto de ser apachurrada por las llantas traseras de un coche clásico, de un negro acharolado, adornado de lirios y guirnaldas de boda, que pasaba raudo en su estrépito de bocinas.

La cocina de 'El Aquelarre' es un altar de la inspiración y la provocación para paladares refinados y exigentes. Foto: El Aquelarre
Fandiño, director operativo de El Aquelarre restaurante-bar, en la manzana más atractiva y concurrida del histórico y bohemio sector de La Candelaria, en Bogotá, recobró el canotier algo estropeado, y se lo entregó a la mujer, que no salía del estremecimiento de aquella ventisca feroz que por poco la deja desnuda.

-Es octubre, señora. Y de los cerros arrecian los vientos que dormidos han quedado de agosto-, expresó Gregorio, como evocando los versos de Góngora, al tiempo que le entregaba el estropeado clöche.

La dama salió de su turbación con una hermosa sonrisa, y extendió como una daga de pedernal su fina mano en señal de agradecimiento.
     
Se presentó como Greta, a secas, en un español comprensible, no más advirtió que era de San Gimignano, el pueblo de las altas torres de la ensoñadora región de La Toscana, en Italia, pero que había estudiado y trabajado varios años en Madrid, España.

-¿Es usted artista?-, preguntó Fandiño, deslumbrado por el brillo celeste de su hipnótica mirada.

-Ya quisiera, dijo ella. Soy maestra en historia del arte y vine a Bogotá contratada por una universidad a dictar unos cursos de pintura sacra del Renacimiento.

Cualquiera que vea esta gráfica podría imaginar que se trata del interior de una capilla. Podría ser, pero una capilla del divertimento gastronómico y de la liberación de los sentidos. Foto: El Aquelarre
-Pero siga, por favor. Se va usted a congelar aquí afuera-, reparó el anfitrión con una reverencia de un don Juan castellano, que provocó otra vez el rubor intenso en las mejillas de la extranjera.

Greta agradeció el oportuno gesto de hospitalidad, seguido de un cumplido a la antigua casa que abordaba. Dijo que le había atraído su arquitectura colonial, sus enormes ventanas de par en par, la cita de bienvenida de Aquí la magia empieza contigo, y aquella maceta florida de dulces humores sobre una bicicleta que le recordaba las campiñas en capullos de las románticas primaveras de La Toscana.

Adentro, en un volumen moderado, repicaba el Chan Chan de Compay Segundo con Buena Vista Social Club. Greta movió los hombros con cadencia al compás del pegajoso son, mientras observaba atónita los enormes sombreros de hechiceras que pendían en un perchero.

-Qué maravilla-, replicó sorprendida. Me encantan las pavas, y estas están magníficas. ¿Me puedo calar una?

La magia del barman y barista Nicolás Moya, concentrado en sus procesos alquímicos de bebidas espirituosas, infusiones y el mejor café del sector. Foto: El Aquelarre 
-Para esos son, apreciada dama. Póngase las que quiera-, ripostó Fandiño. Pero permítame atenderla: ¿Qué le apetece tomar?

-Algo caliente, por favor. No sé si se me bajó la presión, pero me siento helada.

-¿Algo caliente como un ron del Caribe? ¿Qué tal uno de La Hechicera?, que lo destilan en Barranquilla. ¡Es puro fuego!-, terció Gregorio.

-¡Oh, no!, está tentadora la oferta, pero el ron puede esperar... Por lo pronto un café, o una infusión aromática. ¿Tienen?

-Por supuesto: ¿un café de olla, típico de México? o ¿una aromática de frutos rojos con unas pestañas de enebro?-, inquirió el oferente.

-¿Pestañas de enebro? ¿Qué traduce…?-, indagó la de La Toscana.

-Enebro es una fina planta leñosa, de gustoso aroma, digestiva y diurética de la que deriva la ginebra. Aquí preparamos los mejores gin tonics de la ciudad. Nuestra carta es pródiga y variada en esa bebida.

Exquisiteces de la gastronomía internacional y de autor, con énfasis en cocina colombiana y latinoamericana. Foto: El Aquelarre
-Vea usted, no soy la más diestra en asuntos de ginebra: me parece un licor ceremonioso, ritualista, elegante. Yo soy más desinhibida. Prefiero el ron. El ron puro. Adoro el Caribe. Cartagena, por ejemplo. El son, el guaguancó, el bolero antillano, la salsa… ¡Oh!, y este bonito lugar tiene el espíritu de los bares de Cartagena. ¡Me gusta, me gusta! Tutto molto bello, reafirmó la dama en su italiano exquisito, mientras se acomodaba la pava de Salem, y sonreía como una adolescente ensimismada con los disfraces y los accesorios para una inolvidable velada de halloween.

-Pues Greta, siéntase usted en esa Cartagena idílica que tanto le atrae, pero en pleno centro de Bogotá. Esta es su casa. Aquí tenemos como consigna que llega por primera vez un foráneo, y por esa misma puerta regresa al tiempo un amigo, una amiga del alma, y usted no será la excepción.

Greta volvió a extender su palma de marfil en muestra de gratitud por tan cálido recibimiento que, señaló, no lo esperaba.

-¡Encantada!, Greta Santino-, se presentó.

-Gregorio Fandiño, el gusto es nuestro-, correspondió afable el convidante.

Sones y cantares, música en vivo para todos los gustos, como este grupo de carranga que ameniza los suculentos almuerzos dominicales. Foto: El Aquelarre  
Lo que vino después fue una amena tertulia entre dos personas cultas, ciudadanas del mundo, de amplio recorrido y de innumerables experiencias. Greta celebró el alma poderosa que en su percepción habitaba la casa.

-Tengo la sensación de que aquí confluyen múltiples vibraciones, y que han sucedido muchas cosas, buenas y extrañas. No me atrevería a decir que malas…

Fandiño le interpeló:

-Está en lo cierto. Esa alma poderosa de la casona, de la que habla, es una particularidad en la mayoría de las moradas de este sector, que acumulan cuentos y leyendas de misterios y espantos; de ánimas a la deriva y de cazafantasmas; de pianos, violines y armonios que se tocan solos, de crujir de escaleras de madera y de espectros que arrastran cadenas en su eterno deambular por pasillos y sótanos.

Ésta, en especial, su casa, la casa de todos, es depositaria de una energía blanca, positiva desde luego, según expertos angeólogos y visionarios extrasensoriales, óptima para el encuentro, la liberación, la celebración de la vida y sus placeres. De ahí su nombre, El Aquelarre, que no necesariamente por su etimología es la reunión de brujas, rito castigado con la hoguera en los tiempos de la Santa Inquisición, sino la convocatoria al disfrute del cuerpo y del alma a través de los sentidos, y de experiencias inolvidables.

Hamburguesas irresistibles, uno de los platillos codiciados por la clientela universitaria. Foto: El Aquelarre
Greta Santino estaba abstraída con el relato magnífico de su interlocutor, hasta cuando reparó en la alegoría del pintor granadino Luis Ricardo Falero: Brujas yendo al Sabbath, en lo alto de la pared central, con esa voluptuosidad de las hechiceras en volandas, montadas en escobas y en sus machos cabríos. 
 
-Me gusta Falero, maestro del desnudo femenino, y ese fresco en especial. Aunque de aquelarres no puedo descartar el de Francisco de Goya, y todas las derivaciones que él tiene con el tema de la hechicería, incluida su Cocina de brujos-, puntualizó la beldad.

-¡Cocina, Greta!-, exclamó Gregorio. Aquí la tiene a su disposición. Está usted justamente en el laboratorio alquímico de las mejores recetas de autor, del espectáculo gourmet a manteles. Nuestro chef, José Bautista, tiene en su haber un portafolio de exquisiteces que la van a sorprender. Y como veo que usted vibra con los placeres del Caribe, le voy a ordenar un manjar que, como decimos en Colombia, no podrá resistir chuparse los dedos.

La dama rubicunda celebró el apunte con una sonora carcajada. Bajo las tenues luces ámbar que destellaban de la barra, Greta Santino, en la madurez de su belleza, la más sugestiva y tentadora de una mujer que se está despidiendo de la juventud para abordar la nave que resume la sabiduría, el deleite y el fragor de todo lo vivido, le hizo un guiño a Nicolás Moya, el joven barman y barista de El Aquelarre, y le ordenó un ron puro de La Hechicera, el mismo que Gregorio en un principio le había sugerido.

La barra de cócteles no puede ser más seductora. Qué tal estas sangrías sevillanas de cante jondo. Foto: El Aquelarre
El estereofónico despachaba Veinte años, la inmortal habanera de Guillermina Aramburo y María Teresa Vera, en la preciosa voz contralto de Omara Portuondo. Greta apuró un trago del ron, oro líquido, y mordisqueó con delicadeza una ramita de romero empapada en zumo de cúrcuma y jengibre. El efecto fue inmediato: sus ojos, de un azul imposible, se inundaron de lágrimas, y una línea desmayada de su sonrisa matizaba quizás un responso por un desamor sin epílogo en una remota isla del Mediterráneo.

Veinte años… veinte años…, tarareó la signora Santino, y volvió a deleitarse con sus hermosos hombros dorados, salpicados de pequitas tornasoladas, dejándose llevar por la melodía, con ese ritmo sinuoso del tres maestro de Compay Segundo. Volvió a abrevar otro sorbo de ron y se encontró con la mirada estupefacta del anfitrión:

-Disculpe mi excesiva espontaneidad, pero es que esta canción me fascina y me envuelve de recuerdos.

-¿Está usted sola en Bogotá?-, indagó Fandiño ruborizado y con un temblorcillo  delator en el labio inferior.

La presentación de los cócteles es un motivo de incitación y exhibición. Foto: El Aquelarre
 -Caro señor-, respondió ella: mi soledad, en los últimos años, ha sido mi mejor aliada. Solo un par de veces estuve comprometida, pero es una historia muy larga que no quiero extender por interrumpir esta dicha. Este sitio es maravilloso, y usted, un incomparable anfitrión. Le estoy muy agradecida.

Gregorio no supo qué decir. Su turbación frenó en seco el impulso de las palabras, y como si esto fuera escaso, le sobrevino un retortijón en la boca del vientre cuando la señora le pidió el favor de repetir la nostálgica habanera para bailarla con él.

El estremecimiento se desvaneció cuando arribó el mesero copioso de viandas salobres y humeantes contenidas en una palangana de cerámica con ribetes de esparto. El camarero, afable y con virtuosas maneras del bien compartir, descargó el servicio sobre la mesa, y con una voz de locutor de leguas, expresó: “Por favor, disfrútenlo. Buen provecho”.

Oh, my god, que es toda esta maravilla!-, replicó Greta sin disimular un ápice de su repentina excitación.

Gregorio, repuesto, explicó que era una de las delicias de autor más apetecidas de la carta de El Aquelarre.

El sitio ideal para una declaración de amor. De esta mesa se han levantado muchas parejas comprometidas. Foto: El Aquelarre
-Querida Greta, esta es una mariscada del Pacífico con base en crema de chontaduro, y su pescado estelar, la cherna chocoana, pariente del afamado mero chileno.

-¿Chonta… qué, dijiste?- curioseó la invitada.

-¡Chontaduro! Un delicioso fruto de pulpa fibrosa del Pacífico y de la Amazonía, al que se le atribuye un cúmulo de propiedades nutritivas. Un estudio de la Universidad del Cauca arrojó que el chontaduro es un potenciador sexual natural, justamente por su alto contenido de minerales como hierro, fósforo, calcio y zinc, además que estimula la hormona del crecimiento…

Greta carraspeó y lo miró sorprendida. Gregorio apuró a atajar el carruaje de su caballo desbocado reparando en los mínimos detalles que soltó alrededor de la pepita afrodisiaca, pero con su pericia de adelantado marcial cambió el tercio con una cabriola semántica de su excelsa caballerosidad:

-¡Por favor, Greta!, proceda. Estos manjares de ultramar hay que degustarlos en su punto-, sugirió el oferente señalando con la mirada el generoso racimo de langostinos, pulpos, ostras, almejas, calamares, trocitos de cherna y camarones tigre, trémulos en un sopicaldo hirviente de tonalidades ocre y canela, con ese hummus perturbador del chontaduro.

-¡Le pido otro ron?-, porfió Fandiño.

"Aquí la magia empieza contigo", es el eslogan de la casa. Foto: El Aquelarre
-¡Por favor!-, aceptó Santino, embebida en semejante barco traducido en la marmita terracota que alojaba la provocadora guarnición de mariscos, que en sus cuarenta y tantos almanaques y en sus incalculables rutas y peregrinajes por los mejores restaurantes de Galicia y la Cantabria, en la vieja España -apostilló-, había presenciado con mayúsculo asombro.

-Otro ron, y para mí un Jack Daniels Honey, puro-, ordenó el mesonero.

El de aquella velada fue un festín arrobador no solo en paladares sino en los intersticios recónditos del alma y la imaginación. Cautiva en un deslumbramiento místico sin precedentes, Greta extrajo de su cartera Wellington un sobre de pañuelitos de tocador. Su frente estaba perlada de sudor.

-Esto es dionisíaco-, dijo. Estoy sorprendida, en los precipicios del éxtasis. Me ha subido desde los tobillos una oleada de calor que jamás había experimentado. ¿El efecto chontaduro?

-Gregorio estuvo a punto de atragantarse con un vigoroso langostino bigotón, como los que exponen en sus portadas las guías gourmet de Sanlúcar de Barrameda. Tosió de largo, acudió a un sorbo del bourbon y se disculpó:

-¡Me apabulla su elocuente repentismo!-, apuntó el caballero. No hay manjar que mejor se disfrute que con una estupenda compañía, y usted encaja perfectamente en esa máxima de los célebres gastrónomos como Ferrán Adriá y Martín Berasategui, decanos de la cocina española, escuela de los mejores fogones del mundo.

Servicio a la mesa para que te enteres de la preparación de la variada y alucinante gama de cócteles. Foto: El Aquelarre   
-Estoy de acuerdo con usted Gregorio. Y esta suculenta mariscada no se queda atrás de las de Casa Pedreiro, en Galicia; Bodega Biarritz, en Barcelona; y El Barril de Goya, de Madrid, solo por nombrar algunos de esos comedores para paladares refinados y exigentes, agregado desde ya y con recomendación unánime, El Aquelarre, de Bogotá, Colombia.

-¿Un postre, Greta? Tenemos una carta de antología.

-El mejor postre es que usted, galante Gregorio, se digne bailar conmigo Veinte años, ese bolero que me incendia el miocardio, antes de partir…

Gregorio desocupó de un solo envión lo que quedaba del vaso de whisky, y con voz quebrada por el aturdimiento, expresó:

-Pero la noche es joven. Apenas son las ocho y a las diez tenemos un grupo de música cubana, la que usted le gusta. ¿Cuál es el afán?

-Tengo cátedra a la siete de la mañana en la universidad, y como buena italiana soy muy puntual con mis responsabilidades. Pero le prometo volver. Esta casa, sus atenciones, la comida, estos rones, me dejaron embrujada. ¡¿Bailamos?!-, replicó.

Una salva de rayos como de cristal de hielo de la luna plena de octubre se filtró por la marquesina. Bañados por la luz lechosa del satélite que ha inspirado por siglos a juglares y poetas, Greta y Gregorio alinearon el compás de la habanera. Ella, de una belleza arrolladora, como una Nicole Kidman pintada al óleo por Vermeer, posó su daga de jaspe en el hombro de su atribulado parejo. Él, a su vez la ciñó por el talle y algo le susurró al oído…
   
¿Qué te importa que te ame, / si tú no me quieres ya? / El amor que ya ha pasado / no se debe recordar / Fui la ilusión de tu vida / un día lejano ya, / hoy represento el pasado, / no me puedo conformar

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¡Bienvenidos a 'El Aquelarre', encuentros y celebraciones por todo lo alto. Foto: El Aquelarre
El Aquelarre, restaurante-bar, sector histórico, cultural y gastronómico de La Candelaria. Bogotá-Colombia. Calle 11#2-80. Reservas: 7455965 y 3115681685

Cocina de autor con énfasis en culturas culinarias colombianas y latinoamericanas. Estilo ecléctico contemporáneo. Bebidas del mundo con especialidad en rones, tequilas y gin tonics.

El Aquelarre presta servicios de ágapes, fiestas y cenas personalizadas y a domicilio, adaptadas al gusto y preferencias de los clientes. Servicio de coches clásicos para eventos especiales. Recorridos turísticos por la antigua Bogotá. Circuitos de amor, arte y misterio por las legendarias casonas de La Candelaria, adscritas a Barcú. BiciTour dirigido.

Disfrute del postre sonoro programado por el melómano y curador Julián Velandia, y su excitante plataforma de fusiones, proyectos y ritmos musicales: Tuk, Sucus Clan, Tapir, Afropacífico, Carranga, Gaitas, Caribe y Son, Funk, Salsa, Jazz, Bogaloo, entre otros.

Parqueaderos a disposición.
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