El poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, autor del bambuco 'Recorriendo a Villamil', homenaje al 'Compositor de las Américas' en los 90 años de su natalicio. |
Este jueves 6 de junio
de 2019 se cumplen 90 años del natalicio de Jorge Villamil Cordovez, el ‘Compositor
de las Américas’. Lo recordamos con una entrevista de antología y un homenaje
en ritmo de bambuco, ‘Recorriendo a Villamil’, autoría del poeta y letrista
tolimense Fabio Polanco, música de Jorge Zapata Espinosa, interpretado por La Gran Rondalla
Colombiana.
Ricardo Rondón Chamorro
El compositor más
cantado de Colombia, Jorge Augusto
Villamil Cordovez (como cita su fe de bautismo), con su humor desparpajado
y en su lecho de enfermo, se toma sus licencias para jugarle bromas a la parca.
En más de una ocasión,
la esquelética se ha asomado indiscreta en sus aposentos, o en las habitaciones
de las tantas clínicas por las que ha pasado. Lo ha rondado sigilosa y después
de darle vueltas, resuelve regresar a su tenebroso reino de tinieblas, sola, o
con cualquier otra alma desperdigada que se le haya enredado en su guadaña.
La última vez que la
muerte se le reveló al consagrado letrista y folclorista huilense, fue en enero
de 2005.
De eso puede dar fe Anita Castro, su enfermera de cabecera de
toda la vida:
“Fue muy duro, creí que
esta vez se nos iba. Sufrió una isquemia cerebral. Los médicos no nos dieron
esperanzas. Como sería que en Neiva ya le estaban preparando la cámara
ardiente. No podía hablar, no reconocía a nadie, se le dificultaba respirar, no pasaba bocado. Yo no hacía más
que orar y llorar amargamente”.
“Llegaron muchas
personas a visitarlo, entre ellas, dos hermanas ancianitas que han sido sus
mejores amigas. Como el doctor no distinguía a nadie, las viejitas se fueron
bañadas en llanto, muy deprimidas. Sólo esperaban la hora de su funeral”.
“Al tercer día de estar
moribundo, el doctor volvió a cobrar vida. Fue un milagro. Lo primero que hizo
fue sonreírnos, porque es que él ni en los instantes más emergentes de su
enfermedad ha dejado de burlarse, de hacer chistes, de tomarle el pelo a la
gente. Y a la muerte”.
Jorge Villamil Cordovez percibió y reveló el espíritu, el sentir y la autenticidad del colombiano, y del bello paisaje que lo rodea. Foto: Archivo particular |
Reposaba en su alcoba sencilla,
en su lecho de frazadas delgadas, un solterón
para colgar la ropa, un velador con la lámpara encendida y, sobre el
nochero, un vaso de vidrio con un jugo de naranja, acompañado de un platico
dulcero con un par de galletas dietéticas. ¡Ah!, y el televisor de 27 pulgadas
que pasaba las justas de patinaje de los Juegos Centroamericanos.
Recién había llegado el
maestro de la tortuosa sesión de diálisis a la que él dice haberse acostumbrado
en un ejercicio similar como el de cambiarse el pijama.
Estaba embebido frente a
la pantalla con la Chechi Baena y con
los jóvenes campeones de patinaje.
-Maestro, le digo-, da la impresión de que usted se haya
adaptado a su enfermedad como si conviviera con una hermana calavera.
“Bueno, tengo una
ganancia -pronunció con su habitual chispa -. Soy médico y por eso sé por dónde
va el agua al molino. Esta enfermedad, la de la diabetes, es una de las más
traicioneras y silenciosas que existen. Si no te das cuenta, si no la descubres
a tiempo, acaba contigo. Además es un mal de ricos. Yo, que no lo soy, gasto un
promedio de entre cuatro y seis millones de pesos en diálisis y en
tratamientos”.
“La diabetes es una
enfermedad demoledora. Te daña todos los órganos. Te puede dejar ciego. Afecta
todos los sistemas. Te tumba la dentadura. Mejor dicho, te jode hasta el pipí”.
“Yo soy un enfermo
terminal. Hace cuarenta y cinco años que estoy luchando con esta hermana calavera de la que tú hablas. Sí,
he tenido momentos muy aparatosos, pero hasta el momento no me he dejado
vencer. La muerte ha insistido varias veces y yo le mamo gallo. Algún día
resolverá cargarme. Para ese entonces la recibiré con la más absoluta
tranquilidad, porque hice lo que quise y me siento muy satisfecho. Sólo quiero
que me lleve en paz”.
El Dueto de Garzón y Collazos, uno de los primeros en plasmar el repertorio del gran compositor huilense. |
Con la infusión humeante
empieza una tertulia que se prolonga por más de dos horas, donde el
ilustre médico y compositor opita narra,
con lúcida memoria y en detalle, su vida pródiga y fecunda como letrista,
folclorista, facultativo de la medicina especializado en traumatología, esposo,
padre y colombiano pródigo en las artes de la inspiración para honra y orgullo
de la música colombiana.
Villamil hace
hincapié en ese pasaje providencial que despertó su inagotable sed musical: la
polifonía mañanera de aves de distintas especies de la hacienda El Cedral, entre los municipios de
Tello y Neiva, donde nació el 6 de junio de 1929.
“A la par del canto de
los pajaritos de la hacienda de mi padre, Jorge Villamil Ortega, cultivador de
café, a mí me arrullaron con El Guatecano,
de Luis A. Calvo. En ese entonces la radio era una ilusión. Mi papá gozaba de
un refinado gusto musical. Al lado de él, desde muy pequeño, yo aprendí a amar
el bambuco, la guabina, el torbellino, el rajaleña,
la cumbia, el porro, o lo que yo llamo las franjas primigenias de nuestra
música, que es lo que debemos cultivar y defender”.
“En ese tiempo, el
bambuco era para las fiestas del pueblo. Te estoy hablando del bambuco raspacanilla y el paloparado. Esos eran los ritmos de la gran masa. El de la alta
sociedad, el que se tocaba en los clubes y en las pomposas reuniones sociales
era más romántico, no para bailar sino para oír”.
“Yo crecí en medio de
ese remanso de bambucos y torbellinos, en un ambiente sano como es la vida del
campo, con esos amaneceres olorosos a guayaba y a pasto recién mojado por el
rocío”.
“Yo montaba a caballo,
hacía vaquería, me envalentonaba con las muchachas bonitas el pueblo. Me eché
los pantalones largos a la edad de doce años, cuando advertí que el pipí se me salía por los cortos (pantalones)”.
Jorge Villamil y el Joe Arroyo, honrosos representantes de la música colombiana en diferentes géneros. Foto: Congreso de la República |
“La primera canción la
escribí a los seis años. Pero me costó una pela”.
-¿Por qué maestro?
“La titulé Pajarito copete verde, y se remite a una
anécdota: No sé por qué se me ocurrió
jugarle una broma a mi hermana Gabriela. Le dije que había descubierto en la
finca un nido de copetones verdes y que uno de ellos muy chirriquitico, me
había inspirado una canción. Como a las mujeres las mata la curiosidad, me
pidió que le mostrara el nidito. Yo la llevé hasta un palo donde lo que había
era un nido pero de abejorros. Ella se trepó, metió el dedo y ya usted se
imaginara cómo la dejaron. Cuando mi padre se enteró, me pegó una cueriza que
todavía me duele”.
A los doce Villamil Cordovez años partió a Bogotá
a estudiar bachillerato. Fue alumno lumbrera. Tenía una capacidad de
aprendizaje y una memoria prodigiosas.
En 1954 se recibió como
Médico cirujano de la Pontificia Universidad Javeriana y luego hizo un
postgrado en Traumatología y Ortopedia en el mismo centro docente. Tiempo
atrás, su talento y virtuosismo musical daba cuenta de un buen cartapacio de
melodías del más puro y auténtico costumbrismo colombiano:
El Barcino, Oropel, Al sur, Los guaduales, La mestiza, Soñar
contigo, Sabor de mejorana,, Si pasas por San Gil, Los Remansos, Ven,
acompáñame, La hierba mora, Llamarada, Quindío es mi paraíso, El ñeque ñeque, Lo
he leído en tus ojos, Victoria Regia, Si llegaras a olvidarme, Los nidos, Espumas,
Lucero de la tarde, Vieja Hacienda de El Cedral, Acíbar en los labios, Luna
roja, Noches Plateñas, Mirando al Valle del Cauca, La Trapichera, El Peregrino,
Tambores de Pacandé, Adiós al Huila, Amor en sombras, Neiva (su primer porro), La
zanquirrucia, entre más de 200 obras que le valieron el título honorífico
de El Compositor de las Américas, y un
palmarés no sólo en Colombia sino en el extranjero, desde la Estrella de Oro Philips, la Palma de Oro en Hollywood; el Premio de la Asociación de Periodistas del
Espectáculo de Nueva York, el Homenaje
de las Naciones Unidas, la Cruz de
Boyacá en el grado de Gran Oficial, la Orden
de Oro, de Moscú; el Gallo de Oro,
de Brasil, y la Orden del Centenario del
Huila, entre otros.
Rodrigo Silva Ramos (del Dueto Silva y Villalba) y el periodista Vicente Silva Vargas, autor de la biografía 'Las Huellas de Villamil'. Foto: Archivo particular |
Cuando se habla de que
el maestro Villamil es el compositor más cantado en Colombia, de
una lista de intérpretes, duetos y agrupaciones, que sobrepasa los 150 (Garzón y Collazos,
Silva y Villalba, Arteaga y Rosero, La Gran Rondalla Colombiana, Los Tolimenses, Los Hermanos Martínez, El
Dueto de Antaño, entre otros); también lo es como uno de los pilares musicales colombianos
más sonados en el extranjero (Los Chalchaleros, Paul Muriat, Frank Pourcel, el
Conjunto Típico Argentino de Roberto Mancini y Juan Carlos Godoy, Jean Michel
Caravelli, las Sinfónicas de Moscú, Tokio y Colombia, la Orquesta Venezolana de
Aldemaro Romero); agregado a magistrales versiones de solistas como las de Lucho
Ramírez, Carlos Julio Ramírez, Víctor Hugo Ayala, Julio César Alzate, Billy
Pontoni, Eugenio Arellano, Alci Acosta, Berenice Chaves, Helenita Vargas,
Isadora, Beatriz Arellano, Carmenza Duque, Claudia de Colombia, y pare de
contar.
Anita
regresa a la habitación del maestro
Villamil para tomarle el pulso. Lo hace una doce de veces al día. Basta un
movimiento afirmativo de cabeza para despejar dudas.
-¿Le traigo otro cafecito, doctor?
“No, más bien le recibo
otra de esas galleticas ricas que me trajo. Gracias, Anita”.
En la televisión
anuncian que los colombianos volvieron a bañarse en oro, en patinaje.
“Esos muchachos son unos
verriondos. Qué alegría que le dan a Colombia con esas hazañas”, musita.
El maestro, tocado por el
triunfo, pero también por la nostalgia, canturrea El Barcino, una de las letras emblemáticas de su ambicioso
repertorio:
Esta es la historia de aquel novillo / que había venido
allá de la sierra... / de bella estampa, mirada fiera, tenía los cuernos, punta
de lanza / Cuando en los tiempos de la violencia / se lo llevaron los
guerrilleros / con ‘Tirofijo’ cruzó senderos / llegando a El Pato y a El
Guayabero…
La monumental escultura de 'El Barcino', homenaje a la icónica página que lleva su nombre, obra del artista Juan Diego Guzmán Tafur, en la Plaza Cívica de Neiva. Foto: La Nación |
“Esa es una historia
bien simpática. Era un novillito bien arrecho que teníamos en la finca, y que
una noche unos cuatreros se llevaron para sacrificarlo y comerlo. La nostalgia
por la pérdida del animalito me motivó a escribir esta canción, que entre
líneas narra los albores de la guerrilla con su máximo representante en el
Huila, Pedro Antonio Marín, más conocido como Manuel Marulanda o Tirofijo,
que fue jornalero de mi padre en El Cedral,
y que lideraba las cuadrillas de trabajadores reinsertados de la violencia. Tiempo
después me reencontré varias veces con él para conversar sobre la
reconciliación nacional, pero Tirofijo
estaba muy envalentonado. Ya pertenecía a otra estirpe”.
-¿Y Llamarada?
“Esa letra se la escribí
a una pareja amiga del Tolima que decidió divorciarse, pero sin las disputas y
los agarrones que se ven hoy en día. Cómo sería de efectiva la letra que
hicieron con esa música la repartición de bienes. Así de elegantes deberían ser
todas las disputas conyugales”.
¿Usted es viudo, maestro?
“Sí, hace veinticinco
años que mi Olguita (habla de doña Olga Lucía Ospina Serrano, la madre de sus
dos hijos, Jorge y Ana María) se me fue”.
¿Y no se volvió a enamorar?
“Después de ese golpe
tan duro y con esta enfermedad, ya es muy difícil pensar en eso”.
¿Cuál es su visión de la vida, maestro?
“La vida no es más que
un instante entre dos eternidades”.
¿Y de la muerte?
“Es ese más allá que
todo el mundo espera”.
¿Le tema a la muerte?
“¡No!, hombre, con todo
lo que me he burlado de ella...”.
Jesucristo dijo antes de expirar: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. ¿Qué
se le ocurriría decir a usted?
“Bueno, me voy a
descansar, que me sirvan un aguardiente, me pongan El Barcino y me dejen morir en paz”.
Maqueta de la casa de la Hacienda 'El Cedral', en el Museo de la Hulensidad 'Jorge Villamil', en Neiva. Foto: La Nación |
‘Recorriendo a Villamil’
(Letra: Fabio Polanco. Ritmo: Bambuco. Música: Jorge Zapata Espinosa. Intérprete: La Gran Rondalla Colombiana)
Vieja Hacienda de El Cedral,
Donde nació Villamil, raíz de nuestro folclore,
Nadie en su entorno pensó, que un niño de la región,
Donde el gualanday florece, llegara a ser el mejor
Juglar de nuestra nación.
Donde nació Villamil, raíz de nuestro folclore,
Nadie en su entorno pensó, que un niño de la región,
Donde el gualanday florece, llegara a ser el mejor
Juglar de nuestra nación.
El bardo anidó en su sueño, la joven garza morena,
esa que en parajes yermos, padece y muere de pena,
y su inspiración creó Los Guaduales con alma,
tiernos árboles que lloran, porque la vida es amarga.
De su pluma un día brotaron, tristes espumas de río,
Copos de fino algodón, maltratados y afligidos,
Grumos de nieve dolida, que silenciosos se van,
Para no volver jamás, de un océano de olvido.
Y en un canto pleno de verdad y vida, Villamil aseveró,
Que triunfos como riquezas, que tengan sabor a miel,
Nunca serán como el oro, por ser grumos de oropel,
Amores que nada valen, y mucho van a doler.
Al sur de
las aguas mansas y bajo la Luna roja,
En el canalete viaja, La trapichera más linda, del
territorio del Huila,
Va llorando por amor, porque en una Llamarada,
Se quemó su sentimiento y se acabó su ilusión.
Por eso en los aserríos, en noches de azahares,
Hay Acíbar en los labios, de la hermosa Zanquirrucia,
Y el pájaro copetón, vuela en busca de otro nido,
Mientras El barcino brama, maldiciendo a Tirofijo.
Por eso en los aserríos, en noches de azahares,
Hay Acíbar en los labios, de la hermosa Zanquirrucia,
Y el pájaro copetón, vuela en busca de otro nido,
Mientras El barcino brama, maldiciendo a Tirofijo.
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