"García Silva fue un soñador por excelencia: titiritero, actor callejero, maestro, dramaturgo, motivador artístico sin par". Foto: MinCultura |
Eduardo
Yáñez Canal
Felipe
García Silva, mi amigo, no dudó nunca en hacer de su vida
una experiencia total. Lo conocí desde que nos asomamos al mundo, en Cúcuta,
ciudad colombiana que mira a Venezuela. En la capital del Norte de Santander se
amanece pensando en el Cúcuta Deportivo y el valor del bolívar. Somos de acá,
pero nos movemos en un doble espacio, donde existen historias compartidas y un
presente difuso, apto para la sorpresa y el cambio repentino.
En Cúcuta es posible cualquier cosa. O ser muchas a la
vez. Y Felipe García Silva escogió
ser polifacético, diverso, no encasillarse nunca. Original, dicharachero y
afectuoso, siempre supo que en la creatividad y el desparpajo estaba la razón
de la existencia. Desde el kínder hasta el bachillerato rompió esquemas y se
animó a mirar con la actitud de quien intuye que la verdad no está solo en las
aulas, sino en el poder de la imaginación que rompe fronteras.
Él asumió la reflexión pero supo que en la expresión
estaba el secreto. Y en todas las disciplinas, académicas, deportivas y
culturales fue elaborando su tempus
de manera serena, sin jactancias, solo con el ejemplo. Yo, que compartí con él
la pasión por el fútbol, supe del mediocampista que no hacía concesiones y
sabía improvisar el pase preciso, la cabriola, el pique o la jugada del guiño que
nos acercaba en cada momento al disfrute del gol.
Con su colectivo 'Muro de espuma', Felipe trascendió fronteras. La gráfica corresponde a una presentación en el Festival Internacional de Teatro de Manizales. Foto: La Patria |
Hoy, me atrevo a decir, que García Silva fue un innovador
de tiempo completo. No se limitaba a recitar la lección en clase, sino
que le añadía el gesto espontáneo, la frase oportuna, el gracejo que rompía esquemas
y nos dejaba a todos pensando en que había algo más allá del mero aprendizaje.
Que debíamos mirar por la ventana y ver cómo el colibrí movía sus alas
impetuoso mientras chupaba el néctar de las flores para luego escabullirse en
el cielo.
De Moisés, su
padre, adivinó la sapiencia que surge del contacto con la naturaleza. De Amelia, su progenitora, intuyó la
serenidad de quien no necesitaba levantar la voz para comunicar su pensamiento.
Con Julia, Patricia, Fernando y Mauricio, sus hermanos, disfrutó a
plenitud los viajes a la finca de Aguaclara donde, entre las labores cotidianas,
había espacio para el chapuzón en el río, el galopar sin freno o el placer de
comer naranjas y guayabas.
Un día, abandonamos la casa paterna y la ciudad de las
primeras novias para llegar a la capital del país. Dejamos atrás el calor
matizado por la brisa para refugiarnos en casas que nos protegían del frío
callejero. Bogotá, donde siempre hay nubes, como escribiera el argentino Martín Caparrós, y la lluvia se
convierte en compañera permanente, fue testigo de un Felipe García incansable, aventurero, repleto de nuevas historias, y
quien ya había encontrado el amor del escenario, de la creación sin límites.
Aunque nuestros caminos se apartaron, cada cierto tiempo,
en cualquier calle, en cualquier cafetería o en algún evento cultural nos
encontrábamos. Era el motivo para volver a compartir pero, para mí, sobre todo
la ocasión propicia de conocer la nueva puesta en escena o la iniciativa
novedosa que mi amigo había puesto en marcha.
García Silva fue creador y director del Festival Internacional de Títeres. Foto: Archivo particular |
Como lo dijo Manuel
Cortés Castañeda, uno de sus alumnos, en El Espectador: Felipe García
Silva fue soñador por excelencia, titiritero, actor callejero, el loco, el
sabio, el dramaturgo, el hermano, el poeta, el maestro, el solitario, el
eterno, el inmortal. Yo añadiría que fue, sobre todo, el amigo, ese que no
vemos en mucho tiempo pero que siempre está allí cuando lo necesitamos y
queremos un consejo, o el que se queda callado esperando que contemos nuestros
dramas. Y al final, nos da un abrazo y nos conforta revelando que la vida es un
mundo de problemas, pero también de soluciones.
Felipe
sabía
de mi oficio periodístico y una vez me abordó para invitarme a colaborar con un nuevo proyecto: una revista cultural. Se trataba de Melusina, homenaje a quien se identificaba con el calificativo de tan dulce como la miel. Pero García
le dio la múltiple dimensión que tenía: un personaje mitológico celta que se
caracterizaba por ser mitad mujer y mitad serpiente. O aquella interpretación
dada por otros autores de ser la protectora de las aguas.
De la añoranza: Felipe, el primero, a la izquierda, abajo, en cuclillas. Yáñez Canal, arriba, el tercero a la izquierda. Foto: Archivo particular |
Será todo un boom, explicó enfático, mientras su mirada
se perdía y la voz hablaba de que sería una revista-libro abordando en cada
número un tema. Empezó entonces a contarme que el primer número sería sobre las
fiestas religiosas y paganas de nuestro país y que aspiraba a que yo diera mi
aporte. En esa ocasión, publicó una semblanza que escribí sobre el carnaval de
Cúcuta en la época pretérita del terremoto de 1875 que destruyó la ciudad.
Luego, el periodista Ricardo
Rondón Chamorro le hizo una entrevista donde mostraba la trayectoria
divertida, iconoclasta, solidaria y profundamente humana de quien admitió luego
en un espacio televisivo -al dar por terminada su aventura periodística- que
de allí saldría para la cárcel por no haber podido pagar las deudas generadas
por ese reto editorial que terminó siendo ave de corto vuelo.
Fue edil de Usaquén en la alcaldía de Antanas Mockus y empuñó las banderas de la cultura popular a través del circo como vehículo de sus creaciones. Foto: MinCultura |
Aquí resultaría interminable relatar todo lo que hizo Felipe García Silva en su paso por el
mundo. Hoy, cuando lamentamos su partida, lo vemos, como siempre, dispuesto a
rebatir a quienes impusieron el teatro comercial dejando a un lado a los grupos
callejeros, o a defender la esencia del teatro como medio de comunicación fraterno
y escenario de protestas ante el estado de cosas discriminadoras y
apabullantes.
O lo recordamos cuando no vaciló en apoyar a la
administración de Antanas Mockus y
su cultura ciudadana hasta asumir por
voto popular el cargo de edil en la localidad de Usaquén, donde hacía oír su
voz de reclamo ante la postración de la cultura. O cuando lo vi en aquel curso
que compartimos sobre gestión cultural, y nos asombraba con su conocimiento de
la ciudad, al tiempo que criticaba los vaivenes, producto de actitudes politiqueras.
A él no le tembló la voz para exigir un cambio con programas serios que
permitieran darle al teatrero y a todos los practicantes de la cultura el
respeto merecido.
Aunque supe de la partida definitiva de sus hermanos Julia, Patricia y Fernando en tan solo diez meses, no tenía noticias de mi amigo. Por
eso hoy, con el dolor que me acompaña, no puedo menos que evocar su figura
siempre dispuesta a un combate más. No importaba que se asemejara al personaje
de Cervantes y con lanza en ristre tuviera que atacar a los molinos de viento.
O presentar el espectáculo de un circo sedentario que
periódicamente invitaba a los bogotanos a disfrutar. Eso sí, con la
satisfacción de sentir que todos salieran de El Muro de Espuma Circo Teatro contentos por haber tenido la
oportunidad de ver el mejor espectáculo del mundo. Todo organizado por un
verdadero Quijote que nos acompañó montado sobre dos siglos.
Gracias
Felipe.
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