Gustavo Mauricio García Arenas, fundador-gerente de Ícono Editorial/Códice Producciones. Foto: Victoria Puerta |
Cundo Ícono
Editorial cumplió diez años de actividades, en 2015, su cabeza mayor, el
poeta, fotógrafo y editor Gustavo
Mauricio García Arenas (Bucaramanga, 1960), los celebró en uno de los
salones de la Feria Internacional del Libro
de Bogotá. A propósito del aniversario, se oyeron sensibles palabras del
bardo nadaísta Jota Mario Arbeláez,
seguidas de un brindis con una copa de vino entre los presentes. García Arenas, emocionado, rodeado de
su gente, su equipo de trabajo, algunos sus autores, no pudo ocultar el llanto.
Eran tres lustros como editor independiente, al frente de
Ícono Editorial, una labor
quijotesca y de alto sentido filantrópico en Colombia, él que en años
anteriores había probado las mieles de la prosperidad y el confort en sellos
reconocidos como Intermedio, Norma,
Aguilar (Grupo Santillana), Círculo
de Lectores, Edimedios, entre otras.
La conmoción que lo embargaba tenía que ver con las
luchas que hay que librar como editor en solitario para lograr un posicionamiento
en el mercado, y lo más complejo, esos cuadres de caja con las finanzas, que en
el gremio de los libros, bien se sabe, no son las más afortunadas, sino todo lo
contrario, muchas veces con serios descalabros.
Aun así, la firmeza y el perrengue del santandereano no
han permitido que García Arenas se
doblegue, y por estas fechas (2019), cuando Ícono Editorial, aunando esfuerzos y sacrificios completa quince
años, la satisfacción del editor se ve reflejada en 120 libros publicados, con un promedio de doce libros al año, la mayoría no ficción, más en la línea de lo
que él llama verdades polémicas,
temas enfocados en ciencias sociales, ensayo, crónicas, sin descontar por
supuesto novela, cuento, poesía, de los más vendedores: El clan de los doce apóstoles, de Olga Behar; Violentología
(libro de gran formato), de Stephen
Ferry; El imperio de la salsa, de
César Pagano; Mujeres valientes y poderosas de
América Latina, de Florence Thomas y
Matilde Salinas, entre otros.
Para la 32° Feria Internacional
del Libro de Bogotá, Ícono Editorial
trajo como novedades: Historia de un
fracaso, de Víctor de Currea-Lugo;
Crónicas de la violencia en los llanos,
de Alberto Baquero; una redición de La nostalgia del melómano, de Juan Carlos Garay; La casa más grande del mundo, poemario de Liz Candelo, y otro poemario, Perder
el tiempo, de Eduardo Camacho
Guizado.
De la misión del editor independiente, sus bregas y
altibajos para abrirse campo en el gran mercado, los costos de impresión, el
desamparo del Estado como gremio, la indiferencia mediática, el precio de los
libros, las acomodadas cifras de lecturabilidad en Colombia, entre otros temas,
hablamos con Gustavo Mauricio García
Arenas.
García Arenas: "La brega no es lanzarse al ruedo como editor independiente sino abrirse campo en los grandes mercados y saber sostenerse. Foto: Archivo particular |
¿Qué
significa ser un editor independiente en Colombia?
“Significa publicar a conciencia y sin censura. No es
publicar por vender sino por creer que es una necesidad que la gente conozca el
contenido de un libro determinado. No es solo reaccionar al mercado”.
¿Y
cómo es la rentabilidad? ¿Cómo son esas batallas que se libran?
“Poder compartir en igualdad de condiciones con los
grandes grupos económicos. La dificultad es abrir un espacio dentro de esa
rapiña que hay con el negocio de los libros en Colombia. Estamos hablando de
lograr, primero un posicionamiento en las grandes librerías, y de lo más
complicado, poder convocar la atención de los medios de comunicación”.
¿Cuánto
capital se necesita para que un editor independiente se lance al ruedo?
“Lo primero es tener libros para publicar, y eso tiene
que ver con un trabajo integral de autor, tema del libro, etc. Pero lo básico
es cumplir con los requisitos legales que exige una razón social, su respectivo
registro, documentos para su viabilidad, un contador, etc. Sacar un libro no es
tan costoso. Lo que es costoso es mantenerse. El propósito es que nos dejen
existir como editores independientes. Convivir en los mismos espacios
culturales. Permitir que la oferta sea equitativa”.
¿Urge
la necesidad de utilizar capitales que no están destinados para esos espacios,
con el fin de llenar vacíos editoriales?
“Sí, es el principal drama de ser editor independiente.
De hecho, la mayoría de editores en este caso tienen otras profesiones con las
que subsidian esos vacíos económicos que por lo general deja esta labor”.
¿Qué
otras labores desempeña en su caso?
“Hacemos corrección de estilo, diseño, fotografía, además
de los ahorros de años, producto del trabajo con grandes editoriales”.
¿Son
altos los costos de impresión en Colombia?
“Sí, son altos. El problema es de tirajes. En la medida
de los tirajes largos, el costo es menor. Pero los editores independientes no
siempre podemos darnos ese lujo. Imprimimos de acuerdo a la captación de un
público determinado. En ese orden se
incrementa el precio de los libros. Y entre más alto el precio, pues obvio que
baja la demanda, y se pierden lectores”.
¿Ayuda
la Cámara Colombiana del Libro?
“Inicialmente hubo muy poca colaboración. Ahora nos
facilitaron el ingreso, pero los costos monetarios para las editoriales
independientes son muy altos si se quiere pertenecer a esta institución: hay
que desembolsar más de dos millones de pesos anuales”.
¿Hay
una asociación que cubra y respalde a los editores independientes?
“Nos respalda como gremio y se llama la Red de
Editoriales Independientes Colombianas, que organiza frentes comunes de defensa
y de discusión. Pero no hay ningún tipo de financiamiento. Y menos un respaldo
estatal”.
¿Por
qué no apuntarle de vez en cuando a esos rockstar de la literatura
colombiana?
“El problema no es que no le queramos apuntar sino son
ellos los que no le quieren apostar a una editorial independiente. Sin embargo
hay excepciones como Florence Thomas, Olga Behar, Joe Broderick, y un rockstar como Noam Chomsky”.
Hay
mucho poetas con gran producción que no encuentra con quién publicar. ¿Qué
trato le da usted a los bardos?
“Con los poetas pasa como con los editores
independientes. No viven de lo que producen como poetas sino de otros oficios,
de las conferencias que dictan, de festivales internacionales de poesía a donde
los invitan; porque son muy escasos los poetas que viven de la poesía que
escriben, a no ser los herederos de Pablo Neruda, o aquellos poetas que han
ganado el Premio Nobel. Las editoriales independientes publicamos poesía, pero
tiene que ser con una financiación entre autor y editor, La poesía tiene mucho encanto
en un sector especial de la población. Hay que ver la ambiciosa convocatoria
que despiertan los certámenes de poesía. Pero la pregunta es cuántos libros
vende un poeta por ejemplo en una festival de poesía como el de Medellín. Los
aplausos son muchos, pero la utilidad es escasa. La gente no compra libros de
poesía. Y los editores independientes no somos instituciones de beneficencia
porque también vivimos en esa lucha de la supervivencia”.
¿Poetas
colombianos de sus afectos?
“William Ospina, Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett, Darío
Jaramillo Agudelo, María Paz Guerrero, Darío Villegas. El problema es que hay una cantidad de
nombres nuevos dentro de la poesía, de gran valía, que la gente no conoce por
falta de difusión. Antes estas promociones tenían un espacio abierto en los
magazines culturales de los periódicos. Pero esas ventanas, en los últimos
tiempos, se han venido cerrando copiosamente”.
¿Son
confiables las cifras oficiales de lecturabilidad en Colombia? O,
definitivamente ¿los colombianos son muy malos lectores?
“Yo diría que el mejor termómetro para saber si la gente
lee o no, más que las cifras oficiales del Estado para justificar políticas, es
asomarse a la ventana: subirse a un transporte público como transmilenio y ver
cuántas personas van leyendo. O en los espacios públicos, en los parques en las
mismas librerías”.
En
contraste y por esos mismos canales en Europa, Alemania, por ejemplo, que tiene
uno de los índices más altos de lecturabilidad en el mundo.
“Y España, también, y en América Latina, Argentina. Pero en
Colombia, ese panorama no existe. Y si existe en pequeñas proporciones basta
averiguar qué está leyendo la gente. Si son textos obligatorios de colegios o
universidad, o si están leyendo por entretenimiento o por interés cultural”.
¿Entonces
esas campañas institucionales de lectura son infructuosas?
“Esas campañas de lectura gratis perjudican no solo al
lector sino al sector editorial. Si la estrategia de lectura del Estado es
regalar libros, pues mata las editoriales, porque la gente se habitúa entonces
a que el gobierno le regala un libro, y de esta manera le quita el valor al
libro, y ataca directamente al mercado. Mucha gente prefiere lo regalado, pero
si uno entra a un bar, no ve a nadie que vaya donde el barman a que le regale
un trago. Ahí se entiende que esa necesidad tiene que pagarse. Como debe ser
con cualquier otra necesidad. Uno paga lo que a uno le gusta”.
¿Cree
que las tecnologías han influido en la falta de interés por la lectura? La
cultura de la lectura extensa se ha perdido notoriamente. Las nuevas
generaciones no resisten más de cuatro párrafos.
“Sí, hay una mayor oferta de entretenimiento para las
personas. Lo que tenemos que hacer los editores es ofrecerles a los lectores lecturas
en esos medios digitales. Y competir por su atención. Para eso estamos
publicando libros en formato digital y audio libros”.
¿Cree
en la muerte próxima del libro de papel?
“Yo diría que no, porque el placer físico de tener un
libro de papel y tinta en las manos, no lo produce un artefacto”.
¿Cuántos
libros se lee usted al año?
“Yo tengo una lectura muy profesional del libro. Una tara
profesional de lectura, que es leer pensando cómo editar y publicar libros
similares, o rechazar un tipo de edición. Entonces leo libros para indagar cómo
escribió el libro el autor, cómo el editor tomó la decisión de publicarlo, qué
tipo de papel utilizó, cuántas tintas, qué formato, el tipo de fotografía y de
ilustraciones, el tipo de letra, etc. Soy más como un vampiro de los libros:
absorbo lo que más puedo de ellos, o de mis lecturas, para transformarlo y
aplicarlo en mis publicaciones”.
Aún
se percibe el aroma horneado de su poemario Como el pan, de la colección
Piedra de sol, de Editorial Magisterio, publicado hace como veinte años. ¿Qué pasó con ese poeta que en un tiempo no
lo dejaba dormir tranquilo?
“Sigue intranquilizándome el sueño”.
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