Los cronistas Alberto Salcedo Ramos y Juan Miguel Álvarez, en conversación con la catedrática Adriana Urrea. Foto: Fundalectura |
Llegué a tiempo. En esos momentos, hablaba Adriana Urrea, profesora de Diseño gráfico
y moderadora de Escritura/Crónica/Memorias en territorios periféricos, en el
marco del 14° Encuentro Nacional de
Lectura. Ella presentaba a quienes le acompañarían en el conversatorio: Alberto Salcedo Ramos y Juan Miguel Álvarez.
Yo estaba en el pabellón 5 A de Corferias, escenario de la 32°
Feria del Libro de Bogotá, acompañado de libreros, promotores de lectura,
funcionarios públicos, estudiantes y profesores de español y literatura. Todos
estábamos dispuestos a disfrutar de un encuentro que mostraría los secretos de
la crónica, género periodístico que se niega a morir, no solo por lo que
revela, sino porque nos hace sentir, pensar y reflexionar sobre hechos humanos.
En un momento, dejé a un lado las cavilaciones y pensé
solo en la trayectoria de los invitados. Alberto
Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963), uno de los mejores cronistas
colombianos de los últimos tiempos, colaborador en distintas épocas de las
revistas Soho, El Malpensante y Carrusel de El Tiempo, aparte de una larga relación con periódicos nacionales e
internacionales.
Entre sus libros publicados están: De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas,
Los golpes de la esperanza, Diez juglares
en su patio, El oro y la oscuridad y Botellas
del náufrago. Obtuvo el Premio
Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (varias veces), el Premio al Mejor Libro de Periodismo del Año
(otorgado por la Cámara Colombiana del Libro) y el Premio al Mejor Documental de la II Jornada Iberoamericana de Televisión,
celebrada en Cuba, entre otras distinciones.
Juan
Miguel Álvarez (Bogotá, 1977), periodista de las nuevas
promociones, ha sido reportero independiente en temas de cultura y derechos
humanos. Su libro Verde tierra calcinada,
obtuvo merecido reconocimiento al evidenciar los problemas ecológicos en
Risaralda y el Eje cafetero. En 2018 logró el Premio de Periodismo Simón Bolívar. También ha producido series y
documentales de televisión donde se muestra con profesionalismo situaciones
límite de nuestra nación, víctima de la violencia y las desigualdades.
Luego puse atención a la profesora Adriana Urrea, quien resaltaba la importancia de un evento que permite
compartir con quienes han vivido la Colombia entera a través de sus relatos.
Acto seguido, lanzó la primera pregunta:
Juan Miguel Álvarez es autor del elogiado libro 'Verde tierra calcinada'. Foto: semana.com |
A.U:
Ustedes,
con su trabajo, dejan huella, pues al escribir hacen imposible que olvidemos lo
que ha pasado en nuestro país. ¿Están satisfechos con lo que han logrado?
Juan
Miguel Álvarez:
“Ojalá que mis crónicas sirvan para recordar episodios.
Yo investigo y escribo para ayudar en la reconstrucción de la memoria, pero
todo depende de los contextos políticos y culturales que permitan que el
objetivo se logre”.
Alberto
Salcedo Ramos:
“No podemos olvidar que el periodismo es materia volátil.
Hemingway decía que sirve si uno lo abandona
a tiempo y Jorge Luis Borges lo llamaba el
territorio del olvido. O recordemos, en un espacio diferente, a Tite Curet
Alonso cuando hablaba del periódico de
ayer. Hoy, el periodismo se ha dejado meter en la vorágine y la tendencia
de las redes sociales. No es solo para informar, sino que debe hacer el
tránsito de la hemeroteca a la biblioteca”.
A.U:
Un
elemento importante en la vida es la capacidad de escuchar. Lo hago yo como
profesora, lo hace el político y lo hacemos todos en nuestro diario vivir.
Ustedes, ¿cómo escuchan?
A.S.R:
“Escribo con el oído más que con los dedos y las teclas.
Nací en la costa y siempre me moví en un mundo de multisonidos, donde el susurro
y el silencio son sospechosos. Allí nos acostumbramos al ruido y no a los
argumentos, lo que podría ser una limitante. Lo cierto es que oír es un regalo para
mí y justifica el trabajo que hago. Yo siempre quiero estar al lado del
borracho latoso para oírlo y comprenderlo”.
A.S.R: "Mis hijos dicen que lloro viendo despegar un avión de carga". Foto: semana.com |
J.M.A:
“Creo que escuchar es un acto político porque le da
importancia al otro, lo que dice y cómo lo dice. Yo, al contrario de Alberto,
soy de la montaña y la gente es más reservada y a veces hosca y agresiva. Por
eso trato de entender lo que dicen. Incluso, tengo una estrategia: si después
de veinte minutos termina de hablar mi interlocutor me quedo callado para saber
si el otro espera mi pregunta o sigue hablando. Si es esto último, comprendo
que trata de elaborar un lazo de comunicación. De lo contrario, el entrevistado
solo atiende de manera corporativa al periodista y no se compromete. Termina la
entrevista y sigue con otras cosas. Sobre lo que dice Alberto he aprendido a no
rechazar al borracho como antes, sino que trato de acercarme y aprender a tolerarlo”.
A.S.R:
“También recuerdo cómo Truman Capote, cuando niño,
repetía de memoria lo que oía de las conversaciones de los adultos. Incluso,
cuando trabajaba en su libro A sangre
fría: no tomó un solo apunte, pues una amiga grababa y tomaba notas. Ella
tenía el compromiso de transcribir cada día lo que hacían, pero el escritor le
corregía muchas palabras sobre lo dicho por los entrevistados.
Estoy de acuerdo con lo que dice Juan Miguel sobre que la
escucha es la capacidad política por excelencia. Además considero que debe
haber curiosidad innata para ser escritor de crónicas, mantener la disciplina
de la humildad para evitar que el imbécil que llevamos dentro se tome el escenario.
Un imbécil que quiere figurar y deja al entrevistado en un segundo plano”.
A.U:
La
palabra traductor viene de traición. Sin embargo, ¿podemos decir hoy que el
escritor de crónicas es un traductor del otro sin traicionarlo o ridiculizarlo?
J.M.A:
“Podemos hablar de esa traducción con casos concretos.
Cuando tuve que trabajar con sicarios en el Eje cafetero, trataba de entender o
interpretar el camino del joven asesino. Al escribir había que mantener su
humanidad sin caer en un juicio personal. Me acuerdo acá de lo que hizo Alberto
con su relato sobre Chibolito, el
payaso que contaba chistes en los velorios”.
J.M.A.: "Creo que escuchar es un acto político porque le da importancia al otro". Foto: Twitter |
A.S.R:
“De esa época, reconozco mi espíritu pero no mi voz. Fui
intuitivo y ahora me muevo con brújula y no con el sentimiento. Me gustan los
personajes con altas y bajas emocionales. Lo importante es tratar de entrar en
la psiquis del entrevistado. En el caso de Chibolito,
una tradición en la costa, hay que tener una actitud abierta. Antes se
encontraban en todas partes, pues no íbamos al cine y teníamos que ir a los
velorios. Hoy ya no se ven tanto, solo en los sectores populares. La clave está
en fluir con el personaje. Definitivamente, contar historias es escribir sobre
la gente en acción, decía Robert Louis Stevenson hace muchos años: el buen periodismo está en establecer relaciones
humanas con los demás”.
A.U:
Siempre
me remito a los Diálogos de Platón
cuando quiero refrescar la visión sobre la comunicación con el otro. Y aunque
no podría hablarse aquí de diálogo, sino de monólogo, me maravilla esa actitud
donde los que dialogan rompen esquemas y van elaborando reflexiones. Eso me
lleva a preguntarles a ustedes ¿cómo se gana la confianza del otro en una
conversación?
J.M.A:
“La confianza es el punto más importante de un reportero.
Y debe ser una confianza rápida, inmediata. Si la persona es una víctima de la
guerra es diferente a la relación con otros que están en espacios más laxos. Es
así como yo debo manifestar un interés legítimo por su historia. En cuanto al
trabajo inicial, rompo el hielo conversando de otras cosas, del camino para
llegar al lugar, del tinto, de las actividades diarias y el otro empieza a
tirar de la cuerda. Es importante que el entrevistador demuestre interés y su
actitud interior, para que el otro lo advierta y se genere confianza”.
A.S.R.: "Uno debe ser justo, equilibrado y ante lo abominable hay que contar la historia". Foto: FNPI |
A.S.R:
“Me gustan los autores que no se esconden y no aquellos
que exponen al entrevistado a que hable en primera persona. En este caso, su yo
oculto se deifica y vende la idea que es Dios. Al respecto, me gusta Mark Twain
cuando dice que los alemanes inventaron
la cerveza para que les perdonemos la comida. Uno debe ser justo,
equilibrado y ante lo abominable hay que contar la historia”.
A.U:
Ustedes
tienen que enfrentarse a situaciones límite. En ese espacio, ¿qué significa
enfrentarse al dolor?
J.M.A:
“Me acuerdo cuando estuve en la parte alta de Palmira, en
un lugar conocido como El Arenillo. Había
allí, sobre un risco, un chalet que fue abandonado por sus propietarios cuando
empezó la violencia. Luego fue guarida paramilitar y por último una casa de
pique, lugar de torturas por sospechas de ser guerrilleros y donde mataban y
desmembraban a las víctimas.
Fue en 1998 y me tocó ver ese espacio donde se cometieron
tantos actos de sevicia. Luego, en el Chocó, me tocaron otros casos de
permanente violación de los derechos humanos. Un día me puse a llorar, pues me afectaba
mi sensibilidad, ¿cómo no hacerlo?
Lo cierto fue que salí destruido moralmente y duré tres
meses en recuperación hasta que volví al oficio a hacer crónicas de viaje,
cubrir temas sobre comidas u otros eventos. Al final, volví a recuperarme, pero
lo cierto es que es imposible no dejarse contagiar ni sentir dolor ante hechos
tan espeluznantes”.
J.M.A.: "La confianza es el punto más importante de un reportero". Foto: La Patria |
A.S.R:
“Mis hijos dicen que soy capaz de llorar viendo salir un
avión de carga. Por eso me impactó cuando mi amigo cronista Juan José Hoyos, en
una fiesta, me dio un beso en la mejilla y me dijo: acabo de darte un beso como lo hacen los borrachos al besar a los
amigos del alma.
Otra experiencia la tuve cuando estaba haciendo el libro El oro y la oscuridad sobre Kid Pambelé y entrevisté, en Caracas, a
uno de sus hijos que había tenido en una relación secundaria. Me dijo que
odiaba a su padre con furia y le echaba la culpa por todo lo que le pasaba. La
madre se enfermó de cáncer y le pidió que visitara a su papá que era ya un
hombre enfermo. Le hizo caso y habló con Pambelé
en Cartagena.
Cuando volvió a Caracas, su mamá se agravó y murió. Ella
era peluquera, pues el campeón de los welter- junior le había puesto su local
como hacía con todas las mujeres que tuvo. Como era vanidosa, el hijo le pidió
prestadas a unas tías todos los implementos de maquillaje para que su mamá se
viera bien. El aprendió a acicalarla y así lo hizo. Eso me conmovió y lloré
mucho. Era un joven con mucha grandeza en el alma”.
Vinieron luego las preguntas del público y los asistentes
reflejaron la admiración por los cronistas. Se habló del compromiso que
pretendía darle al periodismo una dimensión contraria a las presiones
políticas, económicas y sociales. También, se expresaron emociones por algunos
textos leídos.
Tuve entonces la oportunidad de preguntarle a Salcedo Ramos cómo había hecho para
entrevistar a Antonio Cervantes en
la época que ya no era el campeón y afrontó una desazón espiritual que lo llevó
a conductas agresivas. Le manifesté que no habría sido tarea fácil conversar
con alguien cuyas emociones se manifestaban como en el recorrido oscilante de
una montaña rusa. Así me contestó:
“Antonio Cervantes Kid
Pambelé era mi ídolo de niño y no me perdía sus combates. Cuando se produjo
su caída, me pregunté cómo se había dado el paso de héroe a antihéroe. De allí
surgió la motivación para lograr entender un cambio, producto de las
circunstancias. Fue un caso de mucha complejidad, porque tenía problemas
psiquiátricos y no, como pensaba la mayoría, que era por el consumo de droga. Él,
te lo puedo decir, es hoy un caballero atildado, respetuoso a pesar de sus pocas
palabras. Un gran ser humano”.
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