jueves, 25 de abril de 2019

Don Hernán Betanncur, la vida errante de un anciano librero


Don Hernán Betancur, librero rodante de ciudades y provincias. En su noble testa, 'Elegancia', una de sus apegadas palomas. Foto: La Pluma & La Herida  
Ricardo Rondón Chamorro

Dice don Hernán que lo único que tiene por familia son sus libros y sus palomas, porque su voluntariosa errancia no le ha permitido apegos entrañables.

A sus 75 años, el librero ambulante se ha recorrido medio país arrastrando su baúl de rodachines donde almacena sus libracos. Y a donde quiera que va, curtido y sanado de todos los climas, lo siguen sus palomas, una docena, de las más fieles en su itinerario: Elegancia, Mambrú y Ulises, algunos de estos nombres extractados de la cantidad de obras literarias que ha leído.

Es que don Hernán Betancur, oriundo de Angelópolis (Antioquia), con su boina de dril y su bufanda mentolada, quiso ser de niño escritor pero el destino se le enrevesó con oficios contrarios, hasta que se decidió por el de librero de correrías en calles y plazas de ciudades y provincias, y en los alrededores de Corferias, cuando advierte anuncios de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, a donde llega con su carromato de madera a buscarse el sustento con sus libros de viejo.

El único patrimonio de don Hernán, sus libros y sus aladas. Foto: La Pluma & La Herida
Porque Betancur, en su homérica trashumancia, también aprendió a curar y restaurar esos libros caídos en desgracia que los mercachifles al por mayor arruman a precios irrisorios en bodegas y tenderetes de asfalto: don Hernán los limpia, los remienda, renueva sus carátulas, recobra con pegante sus hojas averiadas. Y es tan cuidadoso que los forra “para prolongarles la vida”.

“Los pongo bonitos -dice- para leer y para la venta, porque el libro es un vehículo amoroso de saber y conocimiento, y hay que compartirlo como el pan”.

En ese proceso, Betancur ha revivido cientos de libros, textos académicos, científicos, filosóficos, y de todos los géneros de la literatura universal. Le pregunto  si en tiempos difíciles como los que nos acontecen, se puede sobrevivir de vender libros usados, y sin lugar a pausas responde:

“Nunca he malhayado de lo que me gusta hacer. La clave está en persistir y en no dejarse agobiar por la adversidad, que a su vez deja sus lecciones y te hace más fuerte. Jamás he pasado un día en blanco ni me he acostado sin comer, ni ha  faltado el maíz de mis palomas. Cuando nadie arrima a mi puesto, me pongo a leer y eso me nutre sobremanera”.

Curar y restaurar libros, leerlos, venderlos, "compartirlos como el pan". Foto: la Pluma & la Herida 
Lo dice don Hernán Betancur, que en su trasegar y sabiduría recita de memoria a Dante, Milton y Homero, a los clásicos, y a los bardos de su Antioquia Grande como Carlos Castro Saavedra, Porfirio Barba Jacob, Jorge Robledo Ortiz, y a uno de sus preferidos, Luis Flórez Berrío, de quien en su dulce voz de abuelo paisa comparte el poema La paz cansada, justo para estas épocas de odios y resentimientos, mientras Elegancia se entroniza en su cabeza como simulando atención a sus versos:

La paz no tiene paz, nació cansada, / creció enfermiza y navegó en la sombra, / Dios que la quiso tanto no la nombra / y en sus milagros la dejó olvidada. / Todos la piden blanca y es morena... / desconoce la voz de los pastores; /  la paz, ni en la penumbra que se asoma / callará sus lamentos desiguales.

No la tiene el poeta, ni el gitano, / ni el mago ni el monarca, ni el coloso / ni siquiera la tiene el perezoso... / o el enfermo...o el triste...o el profano. / ¿qué ha sido nuestra paz? puerto sitiado, / barandal de impresión, fragmento raro, / trapecio de crueldad, costa sin faro / y efímero capricho desvirtuado!

La paz con su desplante de querellas, / fingiose catedral de fantasía; / y el hombre Dios que de la paz venía, / nació sin paz y falleció sin ella.

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