Don Hernán Betancur, librero rodante de ciudades y provincias. En su noble testa, 'Elegancia', una de sus apegadas palomas. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Chamorro
Dice don Hernán
que lo único que tiene por familia son sus libros y sus palomas, porque su
voluntariosa errancia no le ha permitido apegos entrañables.
A sus 75 años,
el librero ambulante se ha recorrido medio país arrastrando su baúl de
rodachines donde almacena sus libracos. Y a donde quiera que va, curtido y
sanado de todos los climas, lo siguen sus palomas, una docena, de las más
fieles en su itinerario: Elegancia,
Mambrú y Ulises, algunos de estos
nombres extractados de la cantidad de obras literarias que ha leído.
Es que don Hernán
Betancur, oriundo de Angelópolis (Antioquia), con su boina de dril y su
bufanda mentolada, quiso ser de niño escritor pero el destino se le enrevesó
con oficios contrarios, hasta que se decidió por el de librero de correrías en
calles y plazas de ciudades y provincias, y en los alrededores de Corferias, cuando advierte anuncios de
la Feria Internacional del Libro de
Bogotá, a donde llega con su carromato de madera a buscarse el sustento con
sus libros de viejo.
El único patrimonio de don Hernán, sus libros y sus aladas. Foto: La Pluma & La Herida |
Porque Betancur,
en su homérica trashumancia, también aprendió a curar y restaurar esos libros
caídos en desgracia que los mercachifles al por mayor arruman a precios
irrisorios en bodegas y tenderetes de asfalto: don Hernán los limpia, los remienda, renueva sus carátulas, recobra
con pegante sus hojas averiadas. Y es tan cuidadoso que los forra “para
prolongarles la vida”.
“Los pongo bonitos -dice- para leer y para la venta,
porque el libro es un vehículo amoroso de saber y conocimiento, y hay que
compartirlo como el pan”.
En ese proceso, Betancur
ha revivido cientos de libros, textos
académicos, científicos, filosóficos, y de todos los géneros de la literatura
universal. Le pregunto si en tiempos
difíciles como los que nos acontecen, se puede sobrevivir de vender libros
usados, y sin lugar a pausas responde:
“Nunca he malhayado de lo que me gusta hacer. La clave
está en persistir y en no dejarse agobiar por la adversidad, que a su vez deja
sus lecciones y te hace más fuerte. Jamás he pasado un día en blanco ni me he
acostado sin comer, ni ha faltado el
maíz de mis palomas. Cuando nadie arrima a mi puesto, me pongo a leer y eso me
nutre sobremanera”.
Curar y restaurar libros, leerlos, venderlos, "compartirlos como el pan". Foto: la Pluma & la Herida |
Lo dice don Hernán
Betancur, que en su trasegar y sabiduría recita de memoria a Dante, Milton y Homero, a los clásicos, y a los bardos de su Antioquia Grande como Carlos Castro Saavedra, Porfirio Barba Jacob, Jorge Robledo Ortiz,
y a uno de sus preferidos, Luis Flórez
Berrío, de quien en su dulce voz de abuelo paisa comparte el poema La paz cansada, justo para estas épocas
de odios y resentimientos, mientras Elegancia
se entroniza en su cabeza como simulando atención a sus versos:
La
paz no tiene paz, nació cansada, / creció enfermiza y navegó en la sombra, / Dios
que la quiso tanto no la nombra / y en sus milagros la dejó olvidada. / Todos
la piden blanca y es morena... / desconoce la voz de los pastores; / la paz, ni en la penumbra que se asoma / callará
sus lamentos desiguales.
No
la tiene el poeta, ni el gitano, / ni el mago ni el monarca, ni el coloso / ni
siquiera la tiene el perezoso... / o el enfermo...o el triste...o el profano. /
¿qué ha sido nuestra paz? puerto sitiado, / barandal de impresión, fragmento
raro, / trapecio de crueldad, costa sin faro / y efímero capricho desvirtuado!
La
paz con su desplante de querellas, / fingiose catedral de fantasía; / y el hombre
Dios que de la paz venía, / nació sin paz y falleció sin ella.
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