Charles Aznavour, grande entre los grandes de la canción francesa, de amplia repercusión en países hispanoparlantes, Colombia, particularmente, en los albores de los 60. Foto: Revista Central |
(…) Yo
sé que no hallaré la luz de otra mirada / que pueda distraer mi desesperación.
/ Y cada despertar con voz atormentada / febril te llamará mi viejo corazón./ C'est
fini, fini, fini.
Cruzábamos los recios vientos de la adolescencia con sus
serpentinas sicodélicas de rock and roll,
hipismo, nadaísmo, filósofos existenciales, y nos rompíamos el coco tratando de
cuadrar la dedicatoria maestra para conquistar a la niña linda y codiciada del salón.
Un verso, un acróstico, unas líneas escritas en una hoja
de cuaderno ferrocarril, convertida en avioncito de papel, era el correo de los
ilusos que volaba a pique en los descansos o en los intermedios de clases.
No sabíamos, aunque lo sintiéramos, qué era estar
enamorados, pero el pálpito delator nos robaba las horas, interrumpía los
deberes colegiales, nos sustraía del apetito y el sueño, y entregados a esa
quimera febril disparada por la testosterona, veíamos a la Dulcinea de uniforme
hasta en la tapa del Álgebra Baldor.
Aznavour, en su paso por Cuba, con otro gigante del son y el bolero, el recordado Compay Segundo. Foto: Vistar Magazine |
No entendíamos qué era el amor hasta que lo descubrimos
en la radio, en la voz trasnochada de mentol y eucalipto como los Charms que nos refrescaban el aliento, y
el miocardio joven y acelerado se deshojó como un ramo de crisantemos cuando
esa voz que viajaba desde el otro lado del Atlántico por la nube hertziana,
deletreó en un español afrancesado la romanza olímpica de esa llama que
crepitaba por dentro:
Bohemia
de París / alegre loca y gris / de un tiempo ya pasado / en donde en un desván
/ con traje de can –can posabas para mí / Y yo con devoción pintaba con pasión
/ tu cuerpo fatigado hasta el amanecer / a veces sin comer y siempre sin
dormir.
¡París!, ¡París!, si apenas la acariciábamos en el
mapamundi, en el Gran Atlas de Salvat,
en las reseñas de la enciclopedia El
Nuevo Tesoro de la Juventud, o en los primeros flirteos con las novelas
hermosamente empastadas de Bruguera:
Maupussant, Balzac, Zola, Proust, Flaubert, y en los
poemas de Rimbaud y su lírica
rebelde y transgresora, con la que emprendimos el viaje iniciático en su Barco ebrio, para desembocar irremediables
en las sombras y las alucinaciones de Una
estancia en el infierno.
Años maravillosos al lado de la mejor voz femenina que ha dado Francia en su historia: Edith Piaf. Foto: WorldPress.com |
Pero el poeta parisino que oímos en la radio de tubos y
en los transistores Sanyo se llamaba
Charles Aznavour, y los primeros
álbumes en español que llegaron por vapores de Europa a estas tierras daban
cuenta en sus portadas de un joven menudo, frente amplia, cejas pobladas, cabello
ralo, con una mirada de viejo, mezcla de melancolía y aflicción.
A partir de La
Bohemia, el primer bombazo de Aznavour
en el hit parade de las emisoras
que por ese entonces acolitaban los ardores de la muchachada alborotada de
amores imposibles y revoluciones disparatadas, Radio Tequendama, Radio 15,
entre otras, siguió una avalancha de melodías que daban en el clavo de lo que
sentíamos y respirábamos, no solo con el amor, sino con lo complejo y lo
sencillo de la vida, de los sueños fallidos y las promesas inconclusas; de la
voluptuosa y vertiginosa aventura que era vivir sin medirse en riesgos,
sacrificios, ambiciones o codicias.
A La Bohemia,
en el tránsito de los éxitos radiofónicos y del fenómeno de ventas en formato
vinilo y en casete, siguieron páginas como Venecia
sin ti, Y por tanto, Yo te daré calor, Quién, Morir de amor, Apaga la luz, La
Mamma, Emmenez-moi Los días felices, El amor a flor de corazón, Ven a llorar
sobre mí, Lo que fue ya pasó, No sabré jamás, A tus dieciséis años, Si vienes a
mí, Idiota, te quiero; entre una lista interminable de canciones que no
paraban de acaparar la glotonería de públicos de todas las edades. Y Aznavour se hizo ídolo a imagen y
semejanza de nuestras pasiones y querellas.
Orgulloso de su consagración, en 2017, en el Paseo de la Fama de Hollywood. Foto: euronews |
No tenía el porte ni el aura del galán de telenovelas. No
pasaba de los 1.70 Mts. de estatura. Tampoco gozaba del torrente de voz
comercial que reclamaban los editores discográficos y los directores de las
estaciones radiales. Algunos le recriminaron que no tenía futuro en la música,
que se dedicara a otro oficio, pero Aznavour,
incólume y decidido, siguió su curso a contracorriente.
Entonces, de no aspirar a ser el Sinatra francés, ¿Cuál fue la fórmula o el truco para que Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdassarian,
como fue registrado en los anaqueles bautismales de la Iglesia de Saint Germain-París-des-Pres, París, Francia (22 de mayo de 1924), hijo de un matrimonio
refugiado de armenios, llegase tan lejos.
Nada de trucos ni fórmulas ni secretos. Aznavour tocó el estrellado firmamento
por su autenticidad, por el preciosismo de sus canciones, su imparable rigor de
letrista; por la poderosa luz de carisma y naturalidad y, porque pese a su
escasa estatura, jamás le quedó algo grande en la vida.
Verano del 75, Saint Tropez, Francia, con su esposa Ulla Thorsell, y sus hijas Katia y Mischa. Foto: Getty images |
El último gigante de la canción francesa del siglo XX vendió
más de 100 millones de discos a lo
largo de ocho décadas ininterrumpidas de carrera musical. Dejó
como legado más de 1.400 canciones
grabadas, 800 de ellas con su firma, un promedio de 300 álbumes publicados, una prolífica carrera cinematográfica que
incluye ochenta películas (dirigido por glorias del celuloide galo como Georges Franju, La cabeza contra la pared, 1959; Jean Cocteau, El testamento
de Orfeo, 1960; Francois Truffaut,
Shoot piano flayer, 1960; Volker Schlöndorff, El tambor de hojalata, 1979; y Atom Egoyan, Ararat, 2002, entre otros), y un itinerario sorprendente de giras y
conciertos alrededor del mundo.
A sus noventa y cuatro años tenía pactada una temporada
de actuaciones en el otoño europeo, y se alistaba para presentarse el 26 de
octubre en Bruselas, aún dolido por una fractura del brazo izquierdo, tras una caída
que sufrió durante una presentación en Japón.
Aznavour
interpretó su repertorio en varios idiomas (francés, español, italiano, portugués,
ruso y armenio). En su intenso recorrido se codeó con luminarias del mundo de
distintas épocas, como su coterránea Edith
Piaf, para quien escribió canciones, y tentado por el bolero y la música de
Cuba, grabó duetos con artistas consagrados como Compay Segundo y Chucho Valdés.
La semblanza del artista perseverante en su cometido en la etapa de la senectud. Foto: abc.es |
Fue Embajador Vitalicio
ante la ONU, y en 2017, a la edad de 93 años, con la misma sonrisa que
iluminó su rutilante palmarés de compositor e intérprete, descubrió con honores
y con el aplauso rotundo de personalidades y admiradores su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Ya en
1998, la cadena CNN lo había declarado como el
artista del entretenimiento del siglo.
Amaba el arte en todas sus expresiones, particularmente
la pintura, la fotografía, la literatura y el cine. Solía decir que la
escritura como la fotografía eran manifestaciones mágicas en las que se podía
compilar una vida: una canción, por ejemplo, o una foto magistral, como las de
su admirado artista, Henry Cartier-Bresson, lo resumían todo.
De chico no prometía mayor cosa en las aulas, quizás todavía
atribulado por los afanes y penurias del éxodo que tuvo que emprender con sus
padres, Mischa Aznavourian, barítono
de profesión, y Knar Baghdassarian,
actriz, quienes huyendo del genocidio armenio de 1915 tenían como objetivo de
refugio Estados Unidos, pero terminaron fijando su domicilio en París, donde
abrieron un bistró con orquesta frecuentado
por teatreros, bailarines y cantantes, con la nostalgia y el esplendor de la
rancia bohemia de la posguerra. En esa estancia de soñadores, un adolescente Aznavour vería las primeras luces de lo
que prometía su destino.
Uno de sus álbumes más recordados, de gran repercusión en la discografía colombiana. Foto: PortalDisc |
Romántico hasta la savia, arraigado a la melancolía de su
linaje armenio, pero profundamente francés en su duende artístico, Charles Aznavour fue con sus canciones
el notario puntual y constante de varias generaciones, en Europa y en los
países hispanoparlantes a donde llegaron sus discos con ese español afrancesado,
poético y cautivador que tras su deceso hoy desempolvan miles de fanáticos, de
los que hoy pintamos canas, y de la descendencia que se formó con su música.
Hacía solo quince días, el presidente francés Emmanuel Macron le había extendido la
invitación para que lo acompañara en el Palacio de Versalles a la recepción en
honor a Naruhito Shinnö, el príncipe
heredero de Japón, en el marco de la conmemoración de los 160 años de las
relaciones diplomáticas bilaterales.
Aznavour fue una de las cien personalidades francesas convocadas que brilló
en la pomposa gala.
Esa fue la última vez que compartiría con Brigitte Bardot (84 años), su amiga de
toda la vida, ícono de la pantalla grande y símbolo erótico del cine francés, quien
compungida ante la noticia del deceso del legendario cantautor expresó: El as de los poetas franceses ha cruzado los
umbrales de la inmortalidad.
Cincuenta y dos años de matrimonio con su tercera esposa, Ulla Thorsell, la mujer con quien Aznavour descubrió el verdadero amor. Foto: Gtresonline |
Aznavour fue
y seguirá siendo un referente del arte y la cultura francesa como la Torre Eiffel, el Palacio de Versalles, El
Arco del Triunfo, El Museo del Louvre, el Tour de Francia, o La
Marsellesa, y su legado artístico de la misma altura de legendarios autores
e intérpretes galos: Georges Brassens,
Yves Montand, Charles Trenet, Maurice Chevalier, Serge Gaingsbourg, Gilbert
Bécaud, Jacques Brel, y la misma Edith
Piaf.
¿Pero cómo fue la vida sentimental de un hombre que se
casó con la música de joven y le cantó al amor hasta el último minuto de su
vida?
Charles
Aznavour contrajo matrimonio tres veces, y fue justamente la
tercera vez, la vencida, cuando se unió con la mujer que subrayó como el auténtico
amor de su vida: la modelo sueca Ulla
Thorsell.
Con el fino sentido del humor que siempre lo caracterizó,
el ídolo resumió jocoso sus tres matrimonios en una entrevista que concedió a Télé 7 jour, de la Tv Francesa:
En la cena ofrecida por el presiente Emmanuel Macron, en el Palacio de Versalles. Foto (euronews) |
“La primera vez era demasiado joven -en referencia a su
unión con Micheline Rugel, madre de
sus hijos Seda y Charles-; la segunda era demasiado
estúpido -al decir de su relación con Evelyne
Plessis, madre de su hijo Patrick,
que murió a los 25 años-; y en mi tercera boda me casé con una mujer que tenía
una cultura diferente, de quien aprendí entre otras cosas el significado de la
tolerancia”.
Ella, la tercera, la vencida, fue Ulla Thorsell, con quien firmó papeles en 1967. Una relación de
casi 52 años cimentada en la comprensión, la madurez y el profundo afecto, que floreció
con la felicidad de sus últimos tres hijos: Katia, Mischa y Nicolás.
En broma, Aznavour,
cuando escaseaba de tiempo, recomendaba a sus entrevistadores hablaran con Ulla, “porque nadie como ella para
saber de mí, de lo que soy, de mi carrera, de mis achaques y defectos”.
Aznavour para coleccionistas: el vinilo como testimonio romántico de una época, que en la actualidad vuelve a imponerse. Foto: Variaté |
En la última entrevista que concedió a un magazín francés
y ante una de esas preguntas patafísicas de cierre, de cómo le gustaría que inscribieran
su epitafio, Aznavour, tocado por la
gracia de su habitual humor, y con la sonrisa que nos quedará grabada por
siempre, respondió: Encore des vers,
aludiendo a un juego de palabras: Más
versos como más gusanos.
Pero en la memoria de quienes lo descubrimos en el
despuntar de la adolescencia, al revelarnos en sus melodías la esencia y la
razón de los bemoles del amor, lo seguiremos llevando como un talismán de las
buenas vibras y de la esperanza, con los
versos de una de sus canciones más bellas:
(…) Yo
sé que no hallaré la luz de otra mirada / que pueda distraer mi desesperación.
/ Y cada despertar con voz atormentada / febril te llamará mi viejo corazón./ C'est
fini, fini, fini…
*Almacenes Cosmos ofrece a coleccionistas y aficionados lo mejor de la discografía en acetato de Charles Aznavour. (Calle 17#8-40, Bogotá. Tel. 3348913)
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