Gina Potes, líder de la Fundación 'Reconstruyendo rostros', transformó en arte las cicatrices del ataque químico que sufrió hace 21 años con agente químico. Foto: La Pluma & La Herida |
Las cicatrices imborrables de Gina Lilián Potes Aguirre, la primera mujer víctima de agresión con
ácido en Colombia, se remiten a mucho antes de haberse producido el ataque con la
sustancia química.
A los diez años, confiesa, aunque se resiste a ahondar en
detalles, fue violentada sexualmente. A su vez fue testigo silente de la
violencia intrafamiliar contra doña Nancy,
su señora madre, inagotable en sus luchas para sacar sus cuatro hijos adelante.
Gina es la segunda de dos hombres y
dos mujeres. De su padre, la distancia, oscuros recuerdos. De él prefiere no referirse.
De las escasas fotos del álbum familiar, único vestigio de
los duros años de la niñez y la adolescencia que trascendió en casas y apartamentos
de alquiler en barrios como El Tunal, El
Carmen y San Vicente, al sur de
la capital, se rescata una que otra foto de una chiquilla de ojos vivaces, piel
morena, cabello negro ensortijado: una estampa parecida a la de la cantante Shakira de sus primeros escarceos artísticos.
De hecho, Gina
soñaba con ser algún día modelo o estrella de la canción, una quimera que se
evaporó rápido ante la precariedad y los constantes derrotes de la vida, entre
tumbos y maromas para sobrevivir como madre, cuando apenas despuntaba a los
diecisiete años.
Gina
Potes (apellido de la costa norte de Colombia) podría haberle
inspirado un vallenato a la recordada Patricia
Teherán, uno de esos paseos melancólicos de la diva cartagenera -cuyo
rutilante y trágico final tiene por estas noches en vilo a la teleaudiencia
nacional-, porque de Gina hay mucha
historia que contar: el drama de la repudiable violencia machista y de su
impunidad rampante, pero a la vez el ímpetu de superación para no dejarse
vencer por la derrota.
Justo y a la medida el manojo de rosas en las preliminares del tatuaje que ahora luce en su muslo derecho. Foto: La Pluma & La Herida |
Era el lunes 28 de
octubre de 1996 cuando Gina oyó el
timbre de su casa en el barrio San Vicente
y salió a abrir la puerta, acompañada de su hermana Angie y de su hijo Andrés,
de tres años.
Se trataba de una señora que le preguntó sobre la
ubicación de un jardín infantil. Mientras Gina
le daba las indicaciones, un hombre pasó corriendo y le lanzó el ácido, al
tiempo que le gritaba: “Quien le manda a
ser tan bonita”.
Tras el brutal impacto, y el olor repulsivo de la
sustancia viscosa, Gina sólo
recuerda el llanto de su pequeño y los gritos de su hermanita:
“Sentí que se me iba la vida, se me nubló la mirada, vi
aterrorizada mi piel consumirse, estuve a punto de desvanecerme… Traté de recobrar
fuerzas. Me miré horrorizada al espejo. Mi rostro se había convertido en una
ampolla enorme, como una bomba, y mi cabeza un remolino”.
“Me llevaron al Hospital
El Tunal y allí permanecí cinco horas esperando a que me atendieran. De ahí
las graves secuelas que me quedaron. No sucedió lo mismo con mi hijito y con Angie, mi hermana, que
alguien les ayudó para que se ducharan con agua fría”.
El ataque químico dejó hecho jirones la ropa de Gina y le afectó parte del rostro, cuello,
brazos, pecho, abdomen, espalda y la pierna derecha.
En ese entonces Gina
tenía veinte años y han pasado veintiuno de ese horroroso episodio que le ha
costado treinta cirugías, setenta procedimientos quirúrgicos, el encierro y la
oscuridad de los primeros años que sucedieron al ataque, la desazón de jamás
querer volverse a mirar en un espejo: el daño psicológico que llega a ser más
hiriente que el físico.
Con el artista Juan Acevedo, autor de los tatuajes. Foto: La Pluma & La Herida |
Seguramente Gina
Potes ha narrado decenas de veces su dramática historia, que en el transcurrir
de los años y a partir de la creación de su fundación Reconstruyendo Rostros, ha repercutido en cientos de lacerantes historias
de mujeres de escasos recursos, como ella, también violentadas en su honra,
víctimas de maltrato intrafamiliar y de agentes químicos.
El milagroso cambio se produjo una noche, cuando su pequeño hijo Andrés, viendo llorar desconsolada a su madre, se le acercó y le
dijo: “No sufras más mamita, yo ya hablé con un angelito para que me preste un
borrador que haga desaparecer tus heridas”.
“El angelito era
mi propio retoño, que me hizo despertar de la pesadilla -dice hoy una Gina transformada, activista y
emprendedora, madre de tres hijos y aspirante a la Cámara de Representantes- y me
obligó a enfrentar las dos únicas opciones que me planteaba la
vida: dejarme morir en un encierro, vedada para mis hijos y mi familia; o sacar
la mujer valiente y luchadora que me gritaba por dentro”.
“Las fuerzas, aunque las hayas desconocido en el
transcurso de la vida, te las va
proporcionando Dios, como las luces del entendimiento. Uno sabe para dónde
va, por Él, porque sientes en el
interior su voz, porque te indica qué es lo que debes hacer, porque te alienta
a recobrar fe y esperanzas”.
“Todas esas fortalezas no te dejan vencer. Además, cómo
dejarse derrotar uno con tres primorosos hijos que me ha dado la vida. Ellos
son mi gran tesoro. El milagro de la maternidad te empuja a seguir viviendo por
encima de los sufrimientos y la adversidad. Los hijos son el gran motor de la
existencia”.
Juan Acevedo en plena ejecución de su labor de artísticé. Foto: La Pluma & La Herida |
Como Gina Lilián
Potes Aguirre, la primera mujer agredida con ácido no pudo seguir los pasos
de Shakira o lucir su esbelta y
curvilínea figura en las pasarelas, se matriculó en una academia para estudiar Estética y cosmetología, plataforma
económica para el sostenimiento y la educación de sus hijos.
Alterno a esa actividad, y con el respaldo de los
especialistas que de una u otra forma han contribuido a su rehabilitación
física y emocional, doctores como Alan
González, Eugenio Cabrera, Linda Guerrero, Luis Eduardo Bermúdez, Ciro Garnica,
entre otros, creó con sumos esfuerzos, pero con una tenacidad inquebrantable la
Fundación Reconstruyendo Rostros,
que a la fecha ha documentado y apoyado a ochenta
y siete mujeres violentadas con agentes químicos.
“Yo no sabía nada de protocolos ni de leyes para echar a
rodar una fundación. Pero Dios te va proporcionando las personas, las herramientas
y la sabiduría para hacerlo. La Ley
1773, de 2016, conocida como la Ley
Natalia Ponce de León para la protección de las víctimas de agentes químicos
y el endurecimiento de condenas a sus victimarios, es una adición de la Ley 1639, de 2013, que yo promoví, y que
tipifica la agresión con químicos como tentativa de homicidio y sube las penas
a los agresores”.
“Ese ha sido un trabajo en el que he invertido mi vida, y
aunque muchas veces no se reconozca, ha sido mi propósito a seguir: que esta
sociedad tenga una atención juiciosa, consciente, digna y oportuna a su problemática,
al drama que por años han padecido, sobre todo frente a la salud y la justicia,
ya que la mayoría de estos delitos con agentes químicos quedan impunes”.
Desde el Congreso, Gina Potes continuará la causa que viene emprendiendo desde 2012 con su fundación. Foto: Las 2 Orillas |
“El caso de la señorita Ponce de León fue mediático y relevante por su condición social,
por sus apellidos, por sus contactos, y eso ayudó a que este tema se
visibilizara mucho más en el país, porque a partir de ahí se entendió de que
esta violencia no estaba centrada únicamente en sectores pobres, como fue mi
caso hace ya veintiún años”.
Como aspirante al Congreso
de la República, Gina Potes sostiene
que multiplicará los propósitos en los que viene trabajando desde 2012 cuando creó la Fundación Reconstruyendo Rostros:
“No solamente voy a ser veedora sino garante para que las
políticas de mi fundación sean viables y reales -asegura la candidata-. Una de
las prioridades, lograr el presupuesto
para la atención y rehabilitación de las víctimas con más alto grado de vulnerabilidad,
tanto en sus cicatrices como en su situación económica, personal y de sus
familias, en cooperación con secretarias de la mujer y con la Defensoría del pueblo, incentivando
políticas de prevención a través de un equipo multidisciplinar de atención psicosocial a familias y a
posibles agresores”.
“Es urgente fomentar una pedagogía de transformación y
conciencia, y de alertas tempranas en hogares, con el fin de transformar una
sociedad machista golpeada y desigual, que ha perdido sus valores, su fe y su
dignidad, y que por falta de educación y de inducción, de abrirle los ojos a la
realidad, la ha llevado a asesinar, a violar, a maltratar y a cometer delitos
execrables como atentar con químicos”.
“Con esa pedagogía pretendemos llegar a instituciones
educativas, centros comunitarios, aulas mujer, para romper con esos imaginarios
y temores que han sido el yugo permanente de nuestra población femenina; un yugo
impuesto por un machismo que no puede seguir teniendo cabida, y que no ha
tenido en cuenta a la mujer sino más allá de la cosificación y del objeto-deseo.
Mi trabajo como congresista será hacer
respetar los derechos de las mujeres, velar por ellas, posicionarlas,
empoderarlas. Proporcionarles lo que se les ha negado por tanto tiempo”.
"Así éramos. Y así nos dejó el repudiable ataque químico. No más agresiones con ácido. Por una realidad hecha causa". Foto: Vanguardia Liberal |
Como un estímulo propio a sus luchas y a esa vanidad de
mujer que la mano perversa resquebrajó en el florecimiento de su juventud, Gina Potes, en la actualidad una mujer
de cuarenta y un años, altiva y consciente de sus atributos que saltan a la
vista y que no pasan desapercibidos al varón que se respete, decidió
transformar sus cicatrices con el arte del tatuaje.
“Quise que mi territorio corporal, que es de lo más honroso
y preciado que pueda enorgullecerse una mujer, en el pasado violentado con profundas
heridas, fuese transfigurado en una obra de arte, como una metáfora de borrar
el terrible daño que causa un ataque con ácido y las secuelas físicas y
psicológicas que dicha agresión conlleva”.
Rosas,
sus flores preferidas, engalanan ahora su muslo derecho, que es la primera
parte de este proceso. Luego vendrá un árbol
de la vida, que comprenderá desde el abdomen hasta el pecho. Y, en la
espalda, un Ave Fénix con un ala rota,
símbolo de su renacer, y en lo que a Gina
compete, de un vuelo olímpico que señale la ruta de sus ideales y realidades en
aras de proteger y respaldar a las mujeres violentadas como ella.
El procedimiento artístico se llevó a cabo el miércoles 7 de marzo de 2018, y
estuvo a cargo del publicista y dibujante Juan
Acevedo, de Traduction Respect Love.
All Trust, en Bogotá (carrera 14 # 94A -61),
la agencia de tatuajes que a través de su gestión de responsabilidad social,
comienza con Gina Potes una etapa de
sensibilización y apoyo a víctimas de agente químicos, y de apoyo a sus
familias.
Gina
Lilián Potes Aguirre, ciudadana bogotana, cosmetóloga de
profesión, madre de tres hijos, líder y activista, directora de la Fundación Reconstruyendo Rostros, aspira
a seguir luchando con su noble causa desde la Cámara de Representantes.
Si usted quiere unirse a su misión, marque en el tarjetón
el número 101, Partido de la Unidad: Una
realidad hecha causa.
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