Genial, divertida, provocadora, 'Una selfie con Timochenko' rompe con todos los formatos y géneros. Foto: Cortesía producción |
El argumento podría sonar simplista, de comedia
criolla estilo Dago García en
cualquiera de sus interminables paseos: un funcionario de casa presidencial hará
lo indecible por levantarse a una flamante actriz y presentadora de televisión,
con la incertidumbre de que a ella no le llamaría la atención seguirle la
cuerda a un tipo en silla de ruedas, a menos que él le permita el acceso en
sitio privilegiado al cubrimiento de la firma
de la paz en Cartagena.
Pero el dilema es que Juan Pablo, perteneciendo a la nómina de Presidencia, no está
invitado a la ceremonia. De modo que el hombre, que jamás ha agotado en
recursos para lograr sus cometidos, amarra y refuerza la propuesta de su Dulcinea con un viaje a Ruanda para ahondar en el arduo proceso
de reconciliación entre Hutus y Tutsis, ponerle en suerte un material de
lujo para su informe, y de encime, en La
Heroica, lagartearse una selfie
con Timochenko. ¡Más convincente no
podría quedar el galán!
Hasta ahí la propuesta descabellada podría tener
los ingredientes de Dago, que en el
caso del exitoso libretista, productor y director, le agregaría un safari en la
jungla estilo Jumanji, y un cuerno de
rinoceronte para extraer el mítico polvillo que los mercachifles del esoterismo
y de la química de San Victorino promueven como lo máximo en potenciadores
sexuales, y de esa manera quedar como un príncipe en el lecho amatorio.
Pero contrario a los paseos de Dago, que
esculcan hasta el fondo en la idiosincrasia colombiana con sus eructos y
excentricidades, y disparan la risotada y el burlesque de parodias de Sábados
felices, el de Una selfie con
Timochenko es una sátira maestra del acontecimiento trascendental que tiene
al país polarizado y con la histeria a reventar: el proceso de paz.
La actriz Natalia Durán estuvo a punto de renunciar al rodaje tras el impacto que le produjo su visita al Museo del Genocidio en Ruanda. Foto: Cortesía producción |
La película tiene pulsiones de stand up comedy, de melodrama, de documental, de ficción, de
comedia y animación: un revoltijo de géneros que en otras épocas era conocido
como pastiche, y con el despertar del
art pop y de su máximo representante, Andy Warhol, recibió el nombre de collage.
Para no enredarnos con malinterpretaciones
estéticas ni vulnerar el respeto y la sensibilidad de los ortodoxos del arte, y
de los de vanguardia -que son los más susceptibles-, dejémoslo en eso, en un collage.
Una selfie con Timochenko es un collage donde hay de todo y para todos, sin discriminaciones ni
revanchismos, como en los tradicionales sancochos de paseos de olla, con
derecho a repetir presa y caldo, y a tomarse de sobremesa una pola con De la Calle, que tampoco se le
niega a nadie.
Juan Pablo Salazar, Natalia Durán,
Álvaro Perea y Susana
Urrea (productora), sus creadores y protagonistas, con la participación de
los actores Manuel Sarmiento y Paula Estrada,
se sumergieron hasta el fondo en este experimento y solo Mefistófeles sabe a qué precio hipotecaron sus almas. Porque la
aventura, para cada uno, incluido su equipo técnico, fue aguerrida, sufrida, y
en medio del rodaje estuvo a punto de colapsar.
De seguro el título del collage le produzca sarpullido a más de uno. Pero lleva su jalapeño subliminal y es la gran
metáfora de la cinta: ¿Quiénes estamos dispuestos a salir en la foto de una
nueva Colombia? ¿Quiénes estamos preparados para ofrecer o aceptar el perdón?
¿Quiénes procuramos por una vuelta de página para la reconciliación? o ¿Quiénes
se empecinan en seguir sembrando la mala hierba del odio y el rencor? ¿Quién
quiere seguir retractándose a la sombra de la soberbia y la impunidad?
El partido de voleibol sentado entre Hutus y Tutsis, y combatientes del Ejército colombiano, y exgerrilleros, fue motor y encendido de la película. Foto: Cortesía producción |
En Una selfie
con Timochenko, los anteriores cuestionamientos predicen lo que serán las
jornadas electorales que se nos avecinan: ¿Qué es en definitiva lo que queremos
para nuestro país?, ¿qué futuro le auguramos a nuestros hijos con todo lo que
está pasando? ¿Estamos dispuestos a seguir matándonos?, o ¿o nos unimos de una
vez por todas para concertar ¡No más
muertes inocentes!, ¡No más falsos positivos!, ¡No más corrupción!, ¡No más
engaño y mentira! ¡No más impunidad!?
Si el arte, como decía Nietzsche, está hecho para formular preguntas y despertar la duda, Una selfie con Timochenko cumple con el
enunciado del filósofo nihilista de principio a fin, sin ser panfletaria y
mucho menos sin rayar en la propaganda institucional, por el solo hecho de que Salazar sea funcionario de Presidencia,
como han especulado en redes.
El premio Peace and Sport otorgado en diciembre de 2017 a Juan Pablo Salazar. Foto: Archivo particular |
Siendo una película con evidente trasfondo político,
Una selfie con Timochenko no hace
escarceos con ninguna filiación política. Por el contrario, es un homenaje a
las miles de víctimas de un conflicto de más de cincuenta años, con el
retrovisor espeluznante del genocidio de
Ruanda, que luego de dos décadas de proceso de reconciliación, hasta ahora
empieza a arrojar los primeros resultados. Alguien afirmó que en Colombia iba a ser más largo el posconflicto
que la misma guerra. Y seguramente acertará.
Una selfie con Timochenko se fue haciendo a imagen y semejanza
de sus creadores. Juan Pablo Salazar,
pilar de su ideario, con un cerebro de publicista estrella; Álvaro Perea, que tiene claro el
tejemaneje y la experiencia del gran documental; Susana Urrea, productora master; y Natalia
Durán, además de sus atributos físicos que nos han perturbado por años,
portento de actriz, quien vivió y sintió hasta las lágrimas esta aventura, como
cuando estuvo a punto de desistir de su rol por el demoledor impacto que le
produjo su visita al Museo del Genocidio
en Ruanda.
El valioso aporte de los cuadros del maestro Ramiro Ramírez Plazas sobre la historia de la violencia en Colombia, material de contexto de la película. Foto: Cortesía del autor |
Lo que aquí no cabe, en el caso de Juan Pablo Salazar, el hombre de la
silla de ruedas, es la palabra discapacidad.
No encuadra ese calificativo después de echar
a andar el proyecto con cualquier cantidad de inconvenientes, viajar con el
equipo a Ruanda, involucrase en el
rodaje y la realización, y asumir la
proeza de concertar un partido de voleibol sentado entre Hutus y Tutsis, y
soldados del Ejército colombiano, y exguerrilleros.
La gran inspiración de Una selfie con Timochenko fue justamente ese encuentro deportivo,
que recibió el premio Mejor evento de Paz
y Deporte en la décima versión de los premios Peace and Sports, en diciembre de 2017.
Salazar, Perea, Urrea, Durán y su equipo se salieron con la suya.
No objetaron imposibles ni se detuvieron en calcular recursos o probabilidades.
El miedo, factor paralizante en cualquier actividad, fue derrotado con la
convicción y el ímpetu de un luchador a ultranza como lo ha sido Juan Pablo.
Los caballos grafitados de Álvaro Gómez, representación de uno de los episodios más cruentos de la historia política, obra del maestro Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor |
Quienes otrora, los de África, y los excombatientes colombianos, ambos bandos que durante
años en sus respectivas repúblicas fueron actores de un conflicto que dejó
miles de víctimas, viudas, huérfanos, y un éxodo doloroso que por años ha nutrido
a cronistas, documentalistas y directores de cine y televisión, sentaron
cátedra de lo que significa el compromiso con el perdón y la reconciliación; la
disposición para ofrecerlo y aceptarlo, y entre todos, propender por una
pedagogía redentora del cambio, de la paz, el respeto por las diferencias, y la
confraternidad, en aras de un horizonte despejado y promisorio para las
generaciones venideras.
Luego de la odisea africana y del crucial partido
de voleibol en Bogotá, la película se fue rodando sola como en una mutación
orgánica hasta llegar a Cartagena
con la ceremonia de la firma del armisticio, alterno a los planos surrealistas
donde Juan Pablo aparece
consolidando una a una sus quimeras, con una generosa dosis de humor criollo,
como la instantánea de la escena en que él y Natalia se disponen a la ceremonia de Eros.
Para Juan
Pablo Salazar, el humor ha sido su herramienta esencial en lo personal y en
el trabajo:
Juan Pablo Salazar, alma y nervio de 'Una selfie con Timockenko'. El más capaz de los capaces. Foto: La Pluma & La Herida |
“El humor es el acicate para involucrarnos en temas,
duros, complejos y polémicos a la vez. Traducido al lenguaje de cocina, actúa
como condimento y ablandador a la vez. Cumple con el efecto transgresor, que es
en síntesis la propuesta de la película que, para muchos, puede parecer irrespetuosa,
superficial, maniquea, empezando por el título, pero cuando se sientan a verla,
la digieran, y se incomoden con ella, saldrán con una lectura propia, diferente
a las especulaciones, que no vacilarán en compartir y discutir.
Al final, en el trabajo de posproducción, el collage
de Una selfie con Timochenko se
completó con unos cuadros del pintor y dibujante sanandresano Ramiro Ramírez Plazas, quien a través
de su obra contextualizó parte de la historia
violenta de Colombia a partir de una serie de fotografías propias y de
otros autores.
Ramírez Plazas, autor de la primera novela gráfica
que se publicó en el país, La peste de la
memoria (Planeta), aportó diez pinturas por encargo en un tiempo récord de
mes y medio, con la técnica de óleo sobre madera, y una línea coherente con capítulos
cruentos del conflicto en diferentes épocas y espacios:
Memorias del Bogotazo registrados por las lentes de
fotógrafos icónicos como Sady González
y Manuel H. Rodríguez; la tarima en la plaza de Soacha donde fue
acribillado Luis Carlos Galán; los caballos
grafitiados que aparecen en el
vehículo donde fue asesinado Álvaro
Gómez; el coche fantasma del Club el
Nogal; la camioneta donde se perpetró el crimen de Jaime Garzón, ubicada en un plató de televisión con reflectores; el
siniestro maestro de ceremonias que ve reducido a llamas el Palacio de
justicia; la mano negra del poder que sostiene como un juguetico el avión donde
un niño-sicario acabó con tiros de metralleta la vida del candidato Carlos Pizarro, entre otras.
Alegoría de la camioneta donde fue acribillado Jaime Garzón, obra del maestro Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor |
Ramírez, amigo de años de Juan Pablo Salazar, trabajó desde la pedagogía artística con niños
y adolescentes victimizados por la guerrilla y el paramilitarismo; infantes
como los del Señor de las moscas o el
horror de Apocalipsis now, en una
violencia en cadena auspiciada por el discurso reiterativo de que aquí no pasa
nada, de que cada año Colombia figura como el segundo país más feliz del mundo; y que un atentado o una masacre
en cualquier lugar de la nación es borrada al siguiente día con un partido de
la Selección, un escándalo político
o farandulero, un reinado de belleza, o el último hit de Maluma o de J. Balvin.
“Es hora de levantar cabeza -dice el artista
plástico-. En nuestras conciencias y en lo que decidamos en estas justas
electorales, está el futuro de quienes vienen detrás de nosotros, ojalá el
semillero de la anhelada transformación y restauración”.
“Las redes sociales son un polvorín, y no es de
extrañar: ¿Qué clase de país les entregamos a nuestros muchachos? Ellos no son
tontos, no comen entero, están hastiados de tanta manipulación y corrupción. Y
da vergüenza. Esto no puede continuar así”.
El actor Manuel Sarmiento encarna el odio y polarización en la película. Foto: Cortesía producción |
Una selfie con Timochenko es una invitación a desenmascararnos,
a observarnos desde el fondo de nosotros mismos para asumir una mirada sincera
a quienes tenemos al lado, a la derecha o a la izquierda, con un solo
propósito: un borrón definitivo de un pasado cruel e indolente que no queremos
volver a repetir.
La pedagogía impresa en este collage que transpira sátira y adrenalina, y que narra el acontecer
de la vida nacional desde el conflicto, el dolor, el perdón, la reparación y la
resiliencia, debería ser tema de debate en colegios, universidades, unidades de
víctimas, centros comunitarios, instituciones gubernamentales, etc., con la
misma cuota de inspiración que llevó al
grupo de creativos y artistas a presentarnos este inteligente y entretenido
documento, espejo de nuestras cuitas y padecimientos, con un aliciente
reformista y esperanzador, y con la incógnita que sirve de colofón a la
película.
¿Quiénes cabemos en la foto de la paz en Colombia?
Notas de producción
(Lizeth Acosta y Litza Alarcón)
Natalia Durán en 'Una selfie con Timochenko'
“Mi expectativa: lograr transmitir un mensaje de reconciliación y
reflexión”
Una selfie con Natalia Durán, la actriz que vivió hasta las lágrimas la creación, el rodaje y los intríngulis de la cinta. Foto: Cortesía producción |
“Siento que esta película, aunque no pretende
enseñarle a nadie como debe vivir su proceso, sí pretende hacer reflexionar, no
sobre quién tiene la razón, o por quién votar.
Es recordar la profundidad de lo humano más allá de los roles que se
desarrollan en una sociedad".
"Considerar la humanidad, con sus equivocaciones,
sus glorias y sus defectos, pero sobre todo pensar en lo que nos hace iguales,
para que de pronto en algún momento logremos la experimentación de una visión
menos reactiva y violenta. Podemos querer cosas diferentes pero lo importante
es aprender a ser rivales más no enemigos, y entender que esto un proceso”.
Natalia, usted ha sido una compañera de aventuras en varias de las
expediciones que ha emprendido Juan Pablo ¿por qué decidió unirse también a
esta?
“Sí que tenemos un largo historial de aventuras.
Desde la adolescencia nos unen unas cuantas historias dignas de estar en una
novela de Ray Bradbury. Desde las situaciones más divertidas hasta las más
dolorosas nuestras historias han marcado mi vida, sin duda alguna”.
“Juan siempre ha sido un referente de mi
admiración, desde pequeños su manera vehemente de ver la vida me dejaba a veces
sin aliento. Siempre ha sido un creativo y un ser de cualidades empáticas y
humanas excepcionales, pero sobre todo
sus recursos mentales y emocionales no sólo lograron atravesar los difíciles
retos que llegaron a su vida, sino que los transformaron en tesoros para el
mundo”.
Durán en su rol de reportera y presentadora. Foto: Cortesía producción |
“Él es uno de los mayores alquimistas que conozco,
sobrepasó cualquier limitación mental y física para transformarla en belleza,
arte y un impacto social sanador para muchos. Logró romper paradigmas con su
buen sentido del humor y su lenguaje fácil, incluyente y profundo. Ha sido
parte fundamental de mi desarrollo y crecimiento con respecto al camino del
servicio.
“Desde que nos conocimos, a los 15 años, le dije
que sí a escaparnos en un avión sin saber a ciencia cierta qué iba a ser de
nuestro destino y ese pareció ser el
principio del sentimiento que me imposibilita decirle que ‘No’ a sus magníficas
locuras”.
“Ésta solo es una arriesgada pero pequeña aventura
en nuestra historia, que nos seguirá construyendo en el camino de aprender
sobre nosotros mismos y el mundo. A
pesar de nuestra experiencia como colombianos (y toda la violencia que hemos
vivido) enfrentarse a temas tan fuertes como el genocidio traspasa cualquier
barrera emocional por fuerte que esta sea: ¿Qué representó ese viaje a Ruanda?
Empecemos por decir que no son ‘estas tribus’, no son la división de ‘dos razas’”.
“Opuestamente, Ruanda nos enseñó que el espíritu de
la paz comienza con la transformación de los paradigmas que nos sitúan en
lugares diferentes, privilegiados o en desventaja frente al otro y nos invita a
entender de una manera profunda y sabia el significado de lo que llamamos
humanidad, y la igualdad, que es en sí misma su propia naturaleza”.
Con Juan Pablo Salazar, su amigo de la adolescencia, embarcada en una aventura sin límites. Foto: Cortesía producción |
¿Cuál era su expectativa de la película cuando empezó el rodaje y cómo
fue cambiando en el proceso al punto de llegar a pensar en no seguir?
“Mi expectativa era poder servir, tal vez lograr
transmitir un mensaje de reconciliación
y reflexión que de alguna manera pudiera aportar algo a este gran reto
colectivo que tenemos, llamado ‘paz’".
“Desde mi punto de vista, a veces romántico,
siempre he sentido que usar cualquier herramienta artística, pedagógica,
espiritual, religiosa o cualquiera que esta sea, para fomentar y promover la
compasión y la empatía es el camino correcto”.
Juan Pablo y Álvaro coinciden en que esta película es su aporte a la
paz... ¿qué es para usted?
“Lo mismo. La diversidad de visiones que tenemos
con respecto a la paz, es lo primero que debería respetarse. Somos un ejemplo
en sí mismo de lo que queremos comunicar, un grupo diverso con diferentes
expectativas y pensamientos buscando que haya espacio para todos”.
“Para mí la paz no es un discurso moralista, así no
funciona. ¿Qué hacemos con el odio y el dolor entonces?, ¿nos lo tragamos? Creo
que este proceso empieza con el reconocimiento de las emociones humanas, del
dolor, de la rabia, la legitimación de todo lo que sentimos, no para quedarnos
ahí, si no para entender que podemos transformarlo, que somos más que eso y a
partir de entender la complejidad de nuestros sentimientos, poder experimentar
más compasión hacia los demás”.
Conmovedor encuentro con la nueva semilla del largo y paciente proceso de reconciliación en Ruanda, después de un pasado cruento innombrable. Foto: Cortesía producción |
¿Cómo le explica a sus amigos que está interpretando a una actriz,
modelo y presentadora de TV, muy sexy,
de nombre Natalia Durán en una cinta de ficción que tiene mucho de documental y
hasta animación, mejor dicho una película degenerada?
“Esto es una burla a nosotros mismos, es servir de
experimento para comunicar un mensaje más profundo. Es sentir el corazón que
late con dolor por lo que pasa en Colombia y en la humanidad, y como se vuelve
satírico el funcionamiento de un sistema
ante la desgracia y el dolor ajeno”.
“A la gente le escandaliza, sin siquiera haberla
visto, el hecho de que aparentemente estamos siendo políticamente incorrectos.
Es un gran insulto y casi una broma grotesca el hecho de usar discapacidades,
situaciones dolorosas o razas para hacer una sátira en una película”.
¿Juan Pablo si resultó ser todo un galán de cine? ¿Volvería a trabajar
con ese director amante de la porno-miseria?
“Juan Pablo no solo es un galán de cine, es un
galán de la vida, de la creatividad, me siento halagada de trabajar con él y
con Álvaro Perea. Son dos hombres supremamente inteligentes. Cuando trabajamos
juntos siento que el aporte de cada uno genera una atmósfera mágica. Álvaro es
un hombre brillante, con unas ideas disruptivas e irreverentes y no tiene miedo
de ser consecuente con su valiente visión ante la vida”.
Con el símbolo de la paz en alto, que Natalia promueve al proceso que avanza en Colombia. Foto: Cortesía producción |
¿Se tomaría una selfie con Timochenko?
“Ya me la tomé, con él y con muchas figuras que
representan el dolor para nuestra sociedad. Con la firme convicción y en
función de practicar el perdón que tanto nos cuesta, no solo con Timochenko si
no con muchas figuras al margen y no margen de la ley que representan abierta o
escondidamente el dolor en nuestras vidas, pero sobre todo el espejo de toda
esa violencia que no queremos volver a vivir, y el valioso aprendizaje de lo
que no queremos ser. La grandeza es seguir siendo uno mismo por encima de todas las
tentaciones para no serlo”.
El codirector Álvaro Perea habla de este
experimento cinematográfico
“Podemos ser rivales sin ser enemigos”
El documentalista Álvaro Perea (izquierda), con Juan Pablo Salazar y un promotor de paz de la República de Ruanda. Foto: Cortesía producción |
Lejos de ser un pesado documento audiovisual sobre
un proceso histórico, Una selfie con
Timochenko es una cinta sarcástica con clasificación para todo público, que
apela a diversos géneros cinematográficos como la comedia romántica, el
documental, el videoclip y la
animación, donde todos los participantes del proceso, y quienes están a favor y
en contra, tienen voz.
Álvaro, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos ocurridos a
Rodrigo Londoño, alias Timochenko, en sus viajes de campaña ¿Podría calificarse
esta película como oportunista?
“No es oportunista, es pertinente. Durante las
apariciones en público de este señor se han presentado brotes de violencia que
no deberían suceder. Si bien es normal que existan desacuerdos ideológicos y
resentimientos por las acciones pasadas de las Farc, en la democracia los
canales para manifestarse nunca deben ser violentos porque, entre otras cosas,
justifican réplicas de la misma naturaleza”.
“En conclusión, si la violencia sigue siendo la
regla entonces estaremos invitando a perpetuar la lógica de sangre en la que
hemos vivido durante casi medio siglo, en lugar de cambiarla por la de los
argumentos, como es la tesis de la película: Podemos ser rivales sin ser
enemigos”.
La actriz Paola Estrada interpreta la cizaña y la guerra virulenta que se ve a diario en medios y redes sociales. Foto: Cortesía producción |
Explíquenos esta mezcla de formatos y de géneros que tiene la película.
“La mezcla de formatos y de géneros que tiene la
película, se enmarca en la combinación de escenas de realidad y ficción que se
ha utilizado muchas veces en la historia del cine. Lo que sí hicimos, para
poder retratar el contexto y la realidad política colombiana de los últimos
años, pero al mismo tiempo proponer nuestra interpretación como autores, fue
pegarnos a la realidad y utilizar las posibilidades de acceso que teníamos para
insertar escenas creadas por nosotros en los lugares y momentos donde se estaba
haciendo la historia. Creo que así pudimos hacer una película astuta, pero
también económica”.
¿Cómo es eso?
“Pues para poner un ejemplo, logramos grabar en
sucesos históricos para el país, como la firma del acuerdo en Cartagena, sin
tener que dar una mirada institucional sino mostrando nuestro punto de vista in situ, como un evento casi
farandulero, sin tener que conseguir dos mil extras o actores”.
¿Y cómo lo lograron?
“Nos metimos haciendo un poco de terrorismo cultural, es decir, nos
colamos y logramos sacar escenas de ficción que de lo contrario serían
imposibles de hacer y que además tienen un valor de registro documental”.
“Algo así como lo que se ve en películas como Forrest Gump al situar al protagonista
al lado de los presidentes Kennedy o Johnson, pero la diferencia es que en dicha película esto se hace en
posproducción, mientras nosotros lo hicimos en la grabación, es decir, lo
estábamos viviendo y en esa medida la ficción se volvió realidad”.
Perea en pleno rodaje en territorio de Ruanda. Foto: Cortesía producción |
¿Y el viaje a Ruanda?
“El viaje a Ruanda es la parte más documental de la
película. Viajamos con Juan Pablo y Natalia Durán a conocer más sobre ese
proceso de reconciliación que ya lleva veinte años y que no ha sido nada fácil
tampoco. El mensaje de nuestra película tiene que ver con eso: creemos que la
paz no es una firma sino un proceso que requiere arrepentimiento, voluntad para
perdonar y buen liderazgo”.
“Esto nos lo muestra Ruanda. Reconocemos que el camino es muy difícil, por
eso no menospreciamos el dolor de la gente -aunque lo parezca en algún momento
de la película, lo que puede ser muy odioso en ese sentido- y tampoco anulamos
los argumentos de la gente que está en contra del proceso de paz, pero
mostramos que si otras sociedades han podido transitar el camino de la
reconciliación aun teniendo experiencia más terribles, nosotros también podemos”.
¿Qué fue lo que sucedió con Natalia Durán en ese viaje?
“Tuvimos la oportunidad de visitar el Museo del
Genocidio, ubicado en Kigali, en el que se recuerda ese brutal evento en el
que, en sólo cien días, murieron cerca de un millón de personas. Natalia salió
muy afectada y dijo que no quería continuar en el proyecto pues no le parecía
justo que apeláramos al humor negro para hablar de algo tan doloroso”.
“Creo que ese fue un llamado de atención importante
y nos hizo replantear las cosas para ponernos en el lugar de los que vivieron
el conflicto. Fue así como seguimos adelante con la película hasta transmitir
la pregunta de: ¿quiénes cabemos en la foto de la paz en Colombia? Esa es la
metáfora que hace la película”.
'Memorias del Bogotazo', foto de Sady Ramírez, transfigurada en óleo sobre madera por el artista Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor |
Después de ver la película no se puede decir que pisa algunos callos
¡los pisa todos!, ¿Qué les ha dicho la gente?
“La han amado pero también la han odiado. Nos han
felicitado y nos han troleado en
redes sociales por el nombre. Genera mucho desconcierto, incomodidad, la gente
no entiende qué es actuado o qué es verdad, se meten en el laberinto del
formato de la película, se distraen con los chistes y al final se llevan unas
reflexiones que no estaban esperando”.
“Entendemos
que en Colombia hay muchos odios que no son gratuitos, que obedecen a causas
concretas y reales, hay gente que tiene razones fuertes para tener enemigos,
pero la invitación en cualquier proceso de paz es a que seamos superiores al
odio para poder tener una sociedad viable”.
Finalmente usted también actúa, ¿A quién interpreta?
“A Álvaro Perea, el antagonista, un director de
porno-miseria un tanto canalla, que es capaz de utilizar cualquier cosa para
sensibilizar al público o a los jurados de los festivales internacionales de
cine”.
“Es en guardadas proporciones una versión cinematográfica
de la tesis de que el fin justifica los medios y también es una ironía sobre la
manera como los realizadores colombianos utilizamos nuestras miserias para
obtener éxito en el extranjero, porque en Europa y Estados Unidos les gusta
vernos así”.
“Es que la película es una crítica a nosotros
mismos en todo sentido, sobre todo a quienes viven la guerra por redes
sociales, a quienes se indignan pero no votan, a los que comentan sin saber en
realidad de que hablan, buscando que simplemente les den like”.
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