Ricardo
Rondón Ch.
Fue Anna Pavlova
(San Petersburgo, Rusia, 12 de febrero de 1981-La Haya, Países Bajos, 23 de
enero de 1931), la gran inspiradora y ejecutora de este precioso arte de entrenamiento
y asignaturas imposibles, que reta a la teoría de la gravedad, y que por sus
etéreos y delicados movimientos ha sido comparado con el vuelo iridiscente de
las libélulas.
Pavlova, de
prematuro alumbramiento, enferma y débil en su infancia, criada en el seno de
una familia campesina de escasos recursos, y rechazada a los ocho años de la Escuela de Ballet Imperial por no
contar con la edad reglamentaria de admisión, pasaba horas contemplando la naturaleza,
absorta en los revoloteos de mariposas y colibrís, y del majestuoso insecto, la
libélula, que años más tarde le abriría
las alas para convertirse en la más aplaudida y aclamada exponente del
ballet clásico, modelo a seguir para generaciones futuras.
De hecho, la gran artista rusa dejó un manuscrito de su
percepción y admiración por el insecto real de la familia de los anisópteros,
donde ahonda en el privilegio de su mirada de 360 grados, su increíble
capacidad para desplazarse a cuarenta y cinco millas en todas las direcciones,
sin perder el equilibrio, con solo batir sus alas treinta veces por minuto.
A la libélula, Pavlova
dedicó una interpretación de su preciado repertorio que lleva su nombre, como lo
haría en su brillante trasegar por prestigiosos escenarios del mundo con obras mayúsculas
del ballet como: El lago de los cisnes, Giselle,
Las sílfides, Coopélia, y La muerte
del cisne, su puesta en escena más aplaudida y conmovedora, estrenada en San Petersburgo en 1905, y cinco años
más tarde presentada con localidades agotadas en el Metropolitan Ópera House, de Nueva York.
Ana
Pavlova también dejó sustentado que, como la inquietante vida de
las libélulas, las de las bailarinas de ballet se apagan rápido: Si la libélula
vive la mayor parte como ninfa y aprovecha la adultez para hacerlo todo en tan
poco tiempo, apenas dos meses; igual se aplicará en la corta trayectoria de las
artistas, a quienes aconsejaba una entrega total con la mística, el respeto, la
exigencia y la disciplina que demanda el arte dancístico.
Abel
Enrique Cárdenas Ortegón, maestro del retrato y uno de los más
avezados e inagotables reporteros gráficos de Colombia, ha puesto otro punto
alto en su laureada carrera, en esta oportunidad con una serie de fotografías
alrededor del ballet, del vuelo en movimiento, que es el mayor desafió de la
lente: la captura en milésimas de segundos de lo irrepetible, como la
instantánea en infinitos cuadros del colibrí que seduce el pistilo de la flor,
o el de la libélula macho en los trámites del apareamiento.
Cárdenas, el
año inmediatamente anterior, estuvo siguiendo con su lente sigilosa a los
bailarines de la acreditada Compañía de
Ballet Anna Pavlova, primero en extensas y arduas jornadas de puesta en
escena y entrenamiento en la sede de este colectivo en Chapinero, para rematar
en la temporada de repertorio del Teatro
Colón de Bogotá, con obras de antología como Carmen y Don Quijote de La
Mancha, entre otras, bajo la dirección de la maestra Ana Consuelo Gómez Caballero.
El resultado de estas sesiones con la agrupación
dancística no puede ser más gratificante y revelador: la composición escénica, los
trucos de prestidigitador en los contrastes de luz, la admirable sagacidad para
atrapar el drama y la emoción que brota a raudales de estos cuerpos firmes,
elásticos, nervudos, y de congelar para siempre la poética de sus vuelos
extraordinarios, imprimen, más que una serie de fotografías, una obra de arte
interpretada desde la pintura.
Esto nos remite al genio francés Edgar Degas, pionero del impresionismo, que antes de plasmar en el
lienzo sus bailarinas, las registraba en las primeras cámaras análogas, prueba
de fuego para lograr el mejor provecho de la luz y el cálculo preciso de
enfoque.
Bien se sabe que, a diferencia de otras artes como la
pintura, la música, la escultura, el teatro o la literatura, el ballet, antes
de la invención del cine, y por supuesto, de la cámara fotográfica, sólo
quedaba grabado en el espíritu de quienes lo elogiaban y aplaudían.
De ahí que con el transcurrir de los años se haya nutrido
una cofradía de artistas de la lente dedicados a registrar la danza en sus
innumerables expresiones, pero,
especialmente el ballet por su carácter sublime y su universalidad, en
fotógrafos de grata recordación como el ruso Alexander Yakovlev, que utilizaba harina para captar el movimiento
desde una óptica surrealista; el norteamericano Jack Mitchel, quien además de sus trabajos dancísticos retrató a
celebridades como Andy Warhol, Truman
Capote, John Lennon y Yoko Ono;
y el puertorriqueño Omar Robles, que
hizo posible estas desafiantes acrobacias de la inspiración y el músculo en
espacios distantes de un escenario dancístico como el Zócalo mexicano repleto de turistas, o las calles de los tugurios
de La Habana.
Abel
Cárdenas, en Colombia, manifiesta con este trabajo inspirado en
la Compañía de Anna Pavlova, no sólo
su experiencia y conocimiento con el complejo y delicado género del retrato,
sino con su acentuado espíritu creativo.
Hay una foto en la que el maestro retratista dispone de un
grupo de bailarines que solo exponen sus piernas recostadas sobre el tablado,
formando un círculo perfecto con las zapatillas. Dicho registro, como apuntamos
párrafos atrás, no parece una foto sino un óleo: una pintura en sepia con ráfagas
de ocre, como los arrobadores plafondos crepusculares de Túnez o Quibdó.
Como acrílicos en terracota sugieren sus bailarinas
detenidas en olímpicas alzadas, o el dramatismo de los cuerpos que se recogen
expresivos simulando la pérdida o la derrota, contrario a esos impulsos
sorpresivos o emergentes del cuerpo elaborado en una estrictica disciplina que
inicia en la infancia: el cuerpo como
instrumento y alfabeto a la vez; el cuerpo que narra, sufre, se alegra, grita,
se excita o se conmueve con lo que dicta el libreto, traducido en la partitura.
La
fotografía puede que no te robe el alma, pero es experta en captar la magia
intangible del momento, decía Alexander Yakovlev. En lo que corresponde a Abel Cárdenas, su ojo reta el prisma del cinematógrafo y provoca el
sortilegio irrepetible de la captura real de las líneas en movimiento, en milésimas
de segundo; algo que sólo es posible mediante la sensibilidad y el don especial
de un artista.
Nathaly
Montaño Forero, bailarina principal de la Compañía de Ballet Anna Pavolva, dice
al respecto de la obra de Cárdenas:
“Su fotografía captura y transmite un ramillete de
experiencias y sensaciones que inmortalizan la esencia de la danza y permite
que los bailarines nos apropiemos de esa magia que nos conduce a un universo
aparentemente estático, pero donde en realidad el cuerpo continúa su
movimiento. Más que una lente, la cámara de Abel es una ventana de múltiples
lecturas y posibilidades que nos invita a ver lo real del arte como un suceso
fantástico”.
No cabe duda de que con este estupendo trabajo de vuelos,
tutús y zapatillas, el maestro Abel
Enrique Cárdenas Ortegón nos queda debiendo una exposición.
Allí, sin falta, estaremos.
*Abel Cárdenas ha sido acreedor, entre otros, del Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá CPB, del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, y del Premio a la Excelencia de la Casa Editorial El Tiempo, para la cual trabaja.
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