Walter Silva, poeta del folclore llanero, exhibe emocionado la petición urgente de la fanaticada. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
En platea, en los palcos, en lo alto del gallinero, por
los corredores entapetados de rojo carmesí, minutos antes de iniciarse el toque
llanero, pasaban criollos apresurados con sus borsalinos, sus pelo e’guamas,
sus cogollos y de rodeo, esos sombreros que identifican el
señorío y la elegancia de los baquianos de llano adentro, como en el mentado Llanerazo del Cholo Valderrama:
Una
vez llegó a un parrando, un viejito encotizao / con sombrero pelo'e guama y el
pantalón enrollao / parecía del Casanare por su estampa y su parao / cargaba
chimu del bueno y hablaba medio golpeao (…)
Esta vez el parrando no se producía en una talanquera
bajo la luna roja de un amanecer de postal en Paz de Ariporo, Orocué, Hato Corozal, Pore, Trinidad, Aguazul o Villanueva, en el Casanare; o en cualquiera de esas fértiles praderas que abrevan en
el Arauca vibrador; uno de esos
parrandos, camarita, donde sin darte cuenta pasas de largo y te sorprenden los
primeros rayos del sol con humores de café tiznado, hayaca, plátano frito, y mugir de ganado.
En esta ocasión, el convite de talentosos músicos,
intérpretes y bailarines del folclore llanero era en el teatro emblemático de
los bogotanos, el Colón, que por
estas fechas celebra 125 años, y que
por su rica y variada programación ya nos tiene acostumbrados a saltar de la encopetada
ópera a los grandes conciertos de la Orquesta
Sinfónica de Colombia; de las sonatas y las arrebatadoras improvisaciones
de una pianista como la venezolana Gabriela
Montero a lo más arraigado y representativo del patrimonio oral y musical
del Pacífico; y del exitoso
taquillazo de un Shakespeare enamorado
a un parrando, sí señores, a palo seco, perdón, a Palo Cruza’o, con un Walter
Silva primito a quien se le aguaron los ojos en el proscenio porque era su
primera gala “en este precioso escenario, y antes de salir, atrincherado entre
telones, estaba que me hacía aguas del susto”.
Los maestros Walter Silva, y Omar Fandiño, de Palo Cruza'o, en el conversatorio que precedió el vibrante toque llanero en el Teatro Colón. Foto: La Pluma & La Herida |
Dos días antes del toque
llanero en el Colón, el maestro Omar Fandiño -fundador y director de Palo Cruza’o- y Walter Silva, citaron a peritos y aficionados a un conversatorio en
la Sala Mallarino de ese edificio de estilo
neoclásico , para compartir impresiones sobre el tránsito, los bemoles y las
novedades de la cultura musical llanera, de sus inicios en el folclore, de las
titánicas bregas para abrirse campo, y de la pasión y la perseverancia para
superar cualquier cantidad de obstáculos en aras del posicionamiento y la acreditada
rúbrica que hoy ostentan
.
El gran porcentaje de la asistencia no pasaba de los
treinta años. Admirable la cantidad de jóvenes entusiastas, la mayoría
folcloristas, otros comunicadores, investigadores, directores de portales, de
emisoras universitarias y de programas on
line especializados en folclore llanero, y una considerable porción de
simpatizantes que no desviaron la oportunidad de rodear con preguntas y
reflexiones a sus ídolos.
Como dos parroquianos
de fonda entre la concurrencia, y con la sencillez y las bondades silvestres
que los caracteriza, no obstante los pergaminos del reconocimiento (Palo Cruza’o, un Latin Grammy 2016; Walter
Silva, dos nominaciones al mismo galardón), estos dos exponentes de la
juglaría de oriente compartieron sentidos y curiosos capítulos de su palmarés
artístico, del compromiso, la dedicación y el respeto por el folclore; de los
tropiezos y vicisitudes que tuvieron que superar en su carrera musical, todo
para desembocar en una palabra que encierra el grueso de las luchas y proezas
que se debaten en cualquier reto o actividad humana, pero más en la música: Vivencias.
Diana Isabel, intérprete estrella de Palo Cruza'o, Latin Grammy 2016, cautivó con su sentimiento y su melodiosa voz. Foto: La Pluma & La Herida |
Omar
Fandiño relató cómo se le inoculó el joropo en la sangre hace
veinte años largos en los primeros festivales respaldados por la Secretaría de Cultura de Bogotá, y cómo
fue el despegar de un periplo de nunca acabar con sus primeros proyectos, el
arduo trajín de golpear puertas, blindadas al comienzo ante todo intento, más las de los medios, empero el trabajo, la
persistencia, las largas horas de ensayo, los desvelos consuetudinarios con el
estudio y la investigación del folclore, el sorteo de improvisaciones y
fusiones con instrumentos ajenos al golpe tradicional llanero, y lo más
importante el acuerdo y la responsabilidad integral con sus músicos, partiendo
de una disciplina férrea y de una vocación que trasciende lo religioso.
Walter
Silva manifestó que el amor por el joropo, como sucede con los
criollos de llano adentro -él de La
Plata, Casanare-, viene como nutriente agregado en las degustaciones de la
leche materna, y que eso hace parte del ADN del llanero puro, como en las
intermitencias de la crianza y del desarrollo humano aprender que la madrugada
es para el ordeño y las faenas que requiere el ganado, los descubrimientos
metafísicos del paisaje, los ardores y secretos de los primeros amores entre
morichales, el apego familiar, las tempranas ilusiones y frustraciones, y que de
todas esas vivencias el poeta en
ciernes se va retroalimentando para concretar una página, pulirla, decantarla y
ponerla a consenso público.
Me atrevería a decir que las melodías de Walter Silva florecen silbando. Tal
como alude su correo electrónico: silbosycantos@gmail.com
Cada una en su contenido y en su prístina belleza tiene algo de nosotros
mismos, se parecen a lo que somos o nos pasa en la cotidianidad, son racimos de
sueños y esperanzas, pero también de inexorables desilusiones, tal y como lo
plantea la vida en su crudeza, que no podría ser de otra manera. Por eso
gustan. Porque en todas y cada una de ellas nos vemos reflejados.
¡Pija, camarita!, el zapateado del joropo se hizo sentir en el tablado del Colón con sus mejores bailadores. Foto: La Pluma & La Herida |
Walter
cuenta estas cosas con una sonrisa sincera, o mejor, como si estuviera
silbando, como si fuera un relato de vaquería, como si quienes los rodeáramos
no estuviéramos en un amplio y confortable salón del Teatro Colón, sino a la sombra de una palma moriche con humores de
leños y ternera, y a lo lejos la silueta erguida de un venado bajo el sol
poniente. Así lo sentimos, así paladeamos sus vivencias.
Mientras Silva
desgranaba una a una sus quimeras y nostalgias, Fandiño contrapunteaba con la humildad de un aspirante a beato los vericuetos
y caminos pedregosos que tuvo que cruzar a lo largo de dos décadas para que la
vida le premiara, a él y a su agrupación, Palo
Cruza’o, las incisivas siembras con el merecido Latin Grammy.
Compartió Omar
-virtuoso de las maracas y la composición- la anécdota cuando quien escribe
estas líneas recibió de sus manos en febrero
de 2016 el álbum Armonías colombianas,
y que con solo ver y repasar su portada y contenido, vaticinó para el Latin Grammy. En noviembre de ese
calendario lo estaba recibiendo en Las
Vegas: un trabajo de estudio, de culto, diferente a lo que se había hecho
en materia de folclore llanero, con intervenciones, además de los virtuosos
instrumentistas de planta, de Hugo
Candelario, en la marimba de chonta; de Paulo Triviño, en la bandola andina; de Ignacio Ramos, en la flauta traversa; de Juan Miguel Sossa, en el tiple; de Miguel Ángel Guevara, en el violín; de Henry Ortiz, en el acordeón; de Juan Benavides, en la quena; de Urián Sarmiento, en la gaita hembra; de Jerson Rivera Zumaqué, en el saxofón soprano; de William Palchucán, en la zampoña; de Carlos Quintero Badillo, en el requinto
andino.
Al final de un conversatorio que se extendió por más de
dos horas, Walter Silva le obsequió
al único niño que figuraba entre los presentes, su obra completa. Lo hizo
después de ratificar que a ese crío, diez años a lo sumo, lo había visto en
varias de sus presentaciones, sobre todo en el llano, y que la presencia de
alguien como él que despunta a la existencia y al fervor, es la mejor seña para
que el joropo prevalezca y se nutra todos los días, a la par de su poesía, de
otras pulsiones y expresiones, de sangre nueva.
La voz recia de un criollo en el garbo y estilo de Fredy Santiago Pérez, vocalista e intérprete de la bandola de 'Palo Cruza'o'. Foto: La Pluma & La Herida |
Ya en el concierto, daba la impresión de que la tertulia
anterior hubiera servido de libreto en un auditorio abarrotado de seguidores de distintas regiones que
reportaban procedencias de Casanare,
de Arauca, de Villavicencio y Puerto López,
del Vichada, de San José del Guaviare e intermedias, todos unidos en un mismo
lenguaje, con el amor y el calor humano que incitan estas músicas de valientes
y centauros, y esa pródiga mitología de las selvas y praderas que los
circundan.
La paleta melódica estuvo para todos los gustos de
principio a fin. Desde los golpes, los solos, las improvisaciones, los pajarillos y los seis por derecho y las bellas tonadas en la voz diáfana y alegórica
de Diana Isabel, bailarina y cantante
estrella de Palo Cruza’o, hasta los
joropos y los pasajes de Walter Silva,
cálidos, inocentes y bucólicos, pero también conmovedores, como ese himno de su
repertorio que es El chino de los
mandados, con una historia ineludible de narrar:
Cualquier día, en una de sus presentaciones en el Casanare, Walter se encontró con un joven que le manifestó que El chino de los mandados estaba escrito
para él, porque resumía con exactitud las durezas de su vida, sus esfuerzos y
padecimientos. Silva, conmovido, no
vaciló en proponerle grabar un vídeo de la canción con él, y así se hizo. La
noche del toque llanero (1° de
septiembre de 2017) en el Teatro Colón,
se la dedicó como un homenaje póstumo, “porque a Diego, El chino de los
mandados, lo llamó Dios hace
unos días para esos mismos menesteres, pero en el cielo”.
Lo mismo hizo Silva
con No hay como la mamá de uno, el
pasaje que le escribió a su viejita, a quien ofrendó en la gala quizás más
importante y reveladora de su carrera artística, ya que la noble señora de
cabellos plateados estaba acompañando esa noche al juglar en primera fila: era
su invitada de honor. Hubo lágrimas, por supuesto, de parte y parte: ese llanto
limpio que trasluce acompañado de una sonrisa.
Postales como esta solo las ve uno en espectáculos
entrañables como un toque llanero, el más reciente del Colón, donde uno concluye que no se ha acabado del todo la decencia
y la honestidad en este país, y el poema y la música en su pulcritud y
naturalidad tocan tan hondo las fibras de los presentes, como para que un
espontáneo de sombrero pelo e’guama
trepe al escenario y le estreche un abrazo al artista y se explaye en gestos y
declaraciones de admiración y respeto a su virtud y legado; o brillen gestos
emotivos como el de un letrero entre el público que decía Queremos Joropo al Parque en Bogotá, con zapateado de cotiza,
mamona entre parales, y el milagro de una luna plateada y coqueta asomada en
las gélidas cumbres de Monserrate.
¡Así será, camarita!
El Teatro Colón abarrotado de público, minutos antes de dar inicio al memorable concierto llanero. Foto: La Pluma & La Herida |
Repertorio
Palo Cruza’o
Cantos
de ordeño: Omar Fandiño
Cantos
de cabrestero: Omar Fandiño
Palo
Cruzando: Adaptación de Palo Cruza’o
Mi
querencia: Simón Díaz
Sentimiento
llanero: Ángel C. Loyola
Apure
en un viaje: Genaro Prieto
Volador
del llano alto: Guillermo Jiménez Leal
Imágenes
de mi llano: Omar Fandiño
Caballo
bueno: Alexis Heredia
Gavilán
que sí, que no: Omar Fandiño
Entreverao:
Palo Cruza’o
Grupo
Palo Cruza’o
Omar
Fandiño: maracas, creación y dirección
Javier
Mauricio Carvajal Galvis: arpa
Diana
Isabel Rodríguez Mora: voz
Pedro
Libardo Rey Rojas: cuatro
Carlos
‘Calaíto’ López Roa: bajo
Fredy
Santiago Pérez: voz y bandola
Hugo
Candelario González: marimba de chonta
Urián
Sarmiento: gaita hembra
Jercy
Tumay: pareja de baile
Marcela
Hernández: pareja de baile
Ligia
Esther Guilón: coros
Néstor
Hernán Rozo: coros
El conmovedor homenaje de Walter Silva, dedicándole a su viejita, presente en primera fila, su canción 'El chino de los mandados', su biografía. Foto: La Pluma & La Herida |
Repertorio
Walter Silva
*Ríos
de trago
*No
me recoja el envase
*Cuando llueva
pa’rriba
*Cachilaperito
*Apareció
mi muchacha
*No
hay como la mamá de uno
*El
chino de los mandados
*Por
si acaso (lanzamiento)
*Pija
pariente
*Yo
no le camino más
(Todas las canciones son autoría de Walter Silva)
Grupo
Walter Silva
Walter
Silva: voz
William
Macualo: arpa 1
Nelson
Acevedo: arpa 2
César
Barragán Salcedo: cuatro
Carlos
‘Calaíto’ López: bajo
Fernando
Torres: maracas
Paula
Andrea Martín Obregoso: bailadora
Sergio
David Moyano Monroy: bailador
Diana
Marcela Moyano Monroy: bailadora
Omar Fandiño y Palo Cruza'o en Pregunta Yamid: bit.ly/2eRH98N
Walter Silva, sus mejores éxitos: bit.ly/2gArOwO
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