Jessica Alexandra Hernández, 27 años, madre cabeza de familia, habitante de Soacha, luchadora y emprendedora, beneficiaria Bancamía/BBVA Foto: Rubén Darío Escobar |
Ricardo Rondón Ch.
La frase del escritor argentino Jorge Luis Borges que
aparece en su relato Ulrica,
compilado en el Libro de arena
(1975), alude a la pregunta que le formula una mujer nórdica a su pretendiente,
un profesor universitario payanés:
-¿Qué es ser colombiano?
-Ser colombiano es un acto de fe-, responde el
catedrático.
Metáfora de un sentimiento de incertidumbre, de
desprotección, y casi siempre de desesperanza ante las causas perdidas,
producto de la falta de oportunidades, de la violencia, de la pobreza y de la
estigmatización generacional del colombiano del común en las fronteras del
mundo, que solo mostrar su pasaporte despierta de inmediato sospechas de
narcotráfico, delincuencia, corrupción, prostitución, con las consecuentes
reprimendas y humillaciones consabidas.
Pero al mismo tiempo un acto de fe al que se aferra el
compatriota de bien que cree y lucha en lo que se propone por encima de la
adversidad y de las dificultades, hasta ver consolidados sus propósitos.
Un acto de fe que en la mayoría de ocasiones repercute en
bregas y hazañas heroicas que superan la ficción, justamente porque brotan de
convicciones férreas, del pulso extremo que demanda la supervivencia, y de los
fortuitos relámpagos de la imaginación, con la premisa de luchar o morir en el
intento, llenarse de coraje para levantarse de las caídas cuantas veces sea
necesario, y no permitir que la derrota lo amilane. La historia nacional así lo
ha demostrado y hay miles de ejemplos por doquier.
El de Jessica Alexandra Hernández, una humilde pero
emprendedora madre cabeza de familia, habitante de Soacha, de 27 años, raya en
la inverosimilitud: Su jornada comienza a las cuatro de la madrugada, cuando
después de dejar a sus cuatro pequeños hijos listos y desayunados para que
acudan a clases, se echa una lavadora al hombro para alquilarla a domicilio.
Uno de varios aparatos que ella aprendió a reparar y con
los que transita de ida y vuelta las calles destapadas y polvorientas de su
localidad para prestar este servicio. Jessica es bachiller, a mitad de camino
de un tecnológico en mercadeo y ventas porque
se quedó corta en dinero y en tiempo para sus críos, y cansada de golpear
puertas y de no lograr un empleo, se ingenió lo que para muchos podría
significar una disparatada forma de supervivencia.
Caterine Ibarguen, orgullo del deporte nacional, otro de los claros ejemplos de que "ser colombiano es un acto de fe". Foto: BBVA |
Pero la mujer no se ha dejado vencer. En este trabajo de
alquiler de lavadoras ya completa cuatro años. Ha caído tan bien en su entorno,
que quienes saben de su emprendimiento le ceden las que han tenido por tiempo
inservibles y arrumadas para que ellas las repare y las ponga a funcionar.
Hace
unos días, por su capacidad de entrega, por sus esfuerzos y sacrificios, y las metas que tiene trazadas, como adquirir una moto y adaptarla para hacer más llevadera la faena con sus lavadoras, e invertir en la casalote que habita para convertirlo en centro de operaciones de su trabajo, Jessica recibió el respaldo financiero de Bancamía, entidad que en Colombia representa a la Fundación Microfinanzas BBVA.
El testimonio de la mujer, que como el titán mitológico
se echa el mundo al hombro para liberarlo, no puede ser más franco y
contundente: “Esto es algo que uno hace porque lo tiene que hacer, no hay
opción: o lo hace o deja morir los hijos de hambre”.
Para los de afuera, quienes acostumbran merodear este
país en plan de turismo o por simple curiosidad, cámara en mano, no es fácil
ser colombiano. Porque serlo, como quiera que sea, está relacionado con lo
imprevisto, la dificultad, la necesidad, la aventura y el peligro, pero por lo
mismo, con una inmensa capacidad intuitiva y recursiva para salir del
atolladero y solucionar su modo de vida por la vía legal.
No en vano se le atribuye a Colombia la etiqueta de ser
uno de los países más felices del mundo, porque es tan grande el esfuerzo que
se emplea para sobrevivir, que todo se celebra: desde la consecución de ese
empleo que por años se estaba anhelando, hasta el reemplazo de la nevera vieja
por una nueva, en el día de la madre.
Ser colombiano es reinventarse la vida de mil maneras y
asumir retos a toda costa, con pasión y entrega, muchas veces al límite, con la
camiseta puesta del crack que luce la amarilla de la selección y apunta el gol
de la clasificación en los segundos extras del tiempo reglamentario, y como
James o Falcao en la gramilla, o cualquiera de los pupilos de la era Pékerman,
Caterine Ibargüen en las ligas de diamante, Nairo Quintana, Rigoberto Urán o
Esteban Chaves en las carreteras del mundo, o Mariana Pajón en sus vuelos
olímpicos por las rutas del bicicross.
Hay una manera práctica de conocer un colombiano en
cualquier lugar planeta donde se encuentre, y sin preguntarle de dónde es: fija la
mirada en los ojos, acompañada de un estrechón de manos y una sonrisa, y
el orgullo palpitante de quien es oriundo del país más bello del mundo, el que
se añora y se siente hasta las lágrimas cuando se está lejos de él, el de sus
gentes laboriosas y hospitalarias, capaces y dispuestas a grandes desafíos y a cinematográficas empresas,
en medio de los tropiezos y las desventuras.
Por todo eso y mucho más, como el profesor universitario
del personaje de Borges, ser colombiano es un acto de fe.
0 comentarios