A escasos días de completar 70 años, el corazón de Palomo dejó de latir. Con su partida, nace la leyenda del prolífico torero, pintor, y hasta actor de cine en sus años dorados. Foto: EFE |
Ricardo
Rondón Ch.
¡Ha
muerto un torero!, registraban los gacetilleros españoles de antología
cuando palmaba una figura y se
echaban al vuelo las campanas.
En el capítulo que corresponde a Sebastián Palomo Linares, el
rancio remoquete aplica para despedir al último romántico de la tauromaquia,
torero de carácter, heterodoxo, corajudo, de estampa, polémico como el que más,
dueño de una férrea voluntad para cumplir sus sueños, pese a su origen humilde.
A escasos días de completar 70 años (27 de abril), el trajinado músculo cardíaco de Palomo no aguantó más luego de una
cirugía de corazón abierto que le practicaron en la clínica Gregorio Marañón, de Madrid, para
implantarle un doble baypass aortocoronario.
En los últimos años, el torero había salido avante de tres avisos del miocardio, pero este fue
el definitivo. Retirado de los ruedos desde 1985, Palomo Linares, en su refugio de la hacienda El Palomar -cerca de Madrid-
se dedicó de lleno a la pintura, arte que venía ejerciendo de tres décadas
atrás con satisfactorios resultados (en Bogotá
se le recuerda por sus exposiciones en la desaparecida Galería San Diego y en el Hotel Tequendama).
En la época contestataria de 'Los guerrilleros': Sebastián Palomo Linares y Manuel Benítez 'El Cordobés'. Foto: Historias taurinas |
Solía decir que las cornadas más duras no son las que dan
los toros sino las del fracaso y las del desamor. Y lo afirmaba con
conocimiento de causa.
Hace cinco años, su estruendosa ruptura con quien fue su
esposa y la madre de sus tres hijos (Sebastián,
Miguel y Andrés), la bella y
glamurosa diseñadora de joyas barranquillera Marina Danko, fue polvorín para las revistas del corazón y los
programas de cotilleo que, en España, causan más alboroto que en Colombia.
Ya separado y con la herida vendada del despecho, Palomo, sin dar nombres propios,
echaría una puya al respecto cuando una acuciosa reportera de televisión terció
a la salida de uno de los tantos eventos sociales a los que él asistía:
“Quien me hace una faena, me la hace para toda la vida,
porque no acostumbro a dar segundas oportunidades”.
Tiempo después se reveló una nueva relación con la
guapísima jueza Concha Azuara, de 41
años, con quien el ex torero tenía planeado contraer segundas nupcias. Fue ella
quien lo despidió en el último trance, en su lecho de moribundo, al no poder superar la intervención
cardiovascular.
En sus mejores primaveras, con el amor de su vida, la colombiana Marina Danko, de quien se había separado hace cinco años. Foto: El Español |
Después de su apoteosis del 22 de mayo de 1972 en la plaza de Las Ventas, cuando acartelado con Andrés Vásquez y Curro
Rivera, y toros de Atanasio
Fernández, armara el barullo al cortarle el rabo al toro Cigarrón, el quinto de la tarde (hazaña
que en ese ruedo no se había producido hacía 37 años, y que no se volvió a ver…),
Palomo Linares se inscribió como uno
de los grandes de la tauromaquia, tanto en España
como en América.
En Bogotá, fue
uno de los queridos y admirados de la casta ibérica del toreo de época que
arrojó figuras como la de Antonio Chenel
Antoñete, Paco Camino, Santiago Martín
El Viti, Pedro Gutiérrez Moya El Capea,
Francisco Rivera Paquirri y más reciente José Ortega Cano, entre otros.
Fue en La
Santamaría la última vez que se le vio torear (ya retirado como matador) un
novillo-toro en traje corto, en el festival benéfico para las víctimas del terremoto de Armenia, en 1999, que dejó un saldo de
aproximadamente 1.400 muertos y más
de 200.000 damnificados.
A propósito de esa visita, reproduzco, como un homenaje a
su memoria, esta crónica publicada en las páginas del desaparecido diario El Espacio.
Palomo
Linares, de zapatero remendón, a figura del toreo
Palomo Linares en su faceta de pintor. Su primer oficio, en los tiempos difíciles, fue el de zapatero. Foto: Diario de León |
"Por la Calle
de La Fatiga arriba, de sesgo a la botica, a un lado de la Calle de la Esperanza, hay una especie
de agujero con un zapatero remendón adentro.
Palomo lo
miró fijo, se frotó las manos y exclamó con ánimo: Huyyuuuyyy'.. ¡Pero si se parece a mi maestro Pedro, el de Linares!.
Con este introito don Gonzalo Castellanos (El Loco)
saludaba con palmas y vítores a Sebastián
Palomo Linares durante su paseo por el barrio La Candelaria, la vieja, en un sentido y elogiado reportaje
publicado en El Tiempo, en 1973, que hace parte de la Antología de Grandes Reportajes Colombianos,
selección y prólogo de Daniel Samper
Pizano.
En ese entonces, el diestro español estaba hecho un tío, en la suma de sus facultades
artísticas, con el vigor de la juventud en sus manos de fortunas y ese halo
seductor que terminó por cautivar a la esposa y la madre de sus tres hijos: la
bella diseñadora de joyas barranquillera Marina
Danko.
En los albores de su profesión, saludando al cronista taurino venezolano Pepe Cabello. Foto: Historias taurinas |
En esa época florida del triunfo y de los titulares de
primera plana en los periódicos como uno de los mejores del planeta taurino,
él, Palomo Linares, le contaba a Castellanos los más y menos que
marcaron su destino, aquellos terrenos duros de su niñez desamparada, y años
más tarde, la cosecha de los perseverantes que saben aprovechar el talento.
Por eso Palomo
nunca podrá borrar de su memoria fotográfica aquel Pedro, el de Linares, ese
zapatero remendón que le brindó las puntadas para taparles los agujeros a los chagualos andariegos que daban cuenta de
su ilusión y pobreza por las dehesas y las marismas del Guadalquivir.
Y con don Pedro,
Palomo empezó a ganarse la vida a
puchos como lo narra en esta antología:
"Yo no quise estudiar. A los ocho años la miseria
rondaba mi casa. Mi mamá Carmen me
llevaba de la mano hasta el colegio. Me entraba por una puerta y yo me salía
por la otra. Nunca pude soportar las cuatro horas de eso que llaman geografía y
aritmética. Me echaron de tres colegios. El de Nuestra Señora del Pilar, la
Sagrada Familia, y otro que no me acuerdo.
"El asiento de la escuela me picaba. Yo sólo pensaba
en ser torero. No entraba la lección del maestro. De tanto escaparme, un día lo
hice a grandes velocidades. Corría desesperado, me repugnaba el plantel".
“No sabía leer pero vi un letrero. Le pregunté a uno:
-¿Qué
dice ahí?
-Hombre,
que se necesita un aprendiz-, me contestaron”.
Con Marisol, sex-symbol de la década de los 60, durante el rodaje de la película 'Sólos los dos'. Foto: Historias taurinas |
“Trabajé seis años como zapatero. Comencé ganándome
peseta y media, medio peso. Era dinero que se necesitaba en casa. Éramos siete
hermanos".
"Ya me había hecho oficial. Sabía hacer zapatos
nuevos pero más remendarlos. Don Pedro
me regañaba, no porque yo quisiese ser torero, sino por irme a lancear y dejar
abandonados los zapatos. Se enojaba porque faltaba al trabajo".
"Así me cayeron los catorce años. Mi padre, hombre
enfermo después de muchos años de trabajo, ante mi insistencia torera me dijo
un día de invierno:
-Hijo, haz lo que quieras, pero menos meterte a una mina
de plomo como me tocó a mí-. Fue una especie de ultimátum. Y desde ahí, los
toros".
"Y mira cómo son las cosas. De ignorante, desde
niño, yo hablo italiano, medio inglés y español muy mal. Todo porque no quise
estudiar".
Ah,
maestro
En una época más reciente, con su hijo Miguel, quien confirmó la luctuosa noticia de su fallecimiento. Foto: El Español |
No cesa de llover en Bogotá.
Sebastián Palomo Martínez, que es la
gracia que doña Carmen y don Miguel le pusieron al niño en la
antigua capilla de Linares (la misma
que vio nacer al mítico Manuel Rodríguez
Manolete), hoy es un filósofo de la
vida.
Aquel que en una época de riesgos e infortunios se
machacó con el taque taque del
martillo de zapatería, enclaustrado en un agujero como ese del remendón de La Candelaria que lo conmovió hasta las lágrimas hace años, viste
hoy un blazer de Valentino, corbata Hermes,
y un pantalón de lino beige que hace
juego con sus pomposos zapatos italianos.
Con la sabiduría que florece en el otoño por las sienes
de plata, la mirada de cirujano benévolo, el maestro saca a relucir su memoria
cuando lo cito por reminiscencias de sus vuelos gloriosos por estos pagos de
Dios:
"Yo siento a Colombia como parte de mi vida -dice-.
Primero, porque mi mujer es colombiana, que es lo mejor que ha podido pasar en
mi vida. Y por mis hijos, que también tiene mucho que ver con esta
tierra".
Así empieza a relatar sus tardes apoteósicas en la
Santamaría, como la memorable corrida de los tres indultos en 1976 con Santiago Martín El Viti y Enrique Calvo El Cali. Y el inmenso cariño por ese
puñado de amigos, que como en las añejas fotos sepias de gacetillas archivadas,
inundan los más entrañables recuerdos.
La jueza Concha Azuara fue la última pareja de su vida, luego de la explosiva ruptura del torero con la barranquillera Marina Danko. Foto: El Confidencial |
Y sus exquisitas tertulias de La Barra con esos cómplices de la tauromaquia: Fernando González Pacheco, Alfonso González, Eduardo de Vengoechea,
Benicio Estrada, Pedro Carreño, Casilda y Begonia (los dueños de casa), Hernando Espinosa y Bárcenas, Alvaro Ruiz, Piquero, Rehilete, Carlitos Dueñas, Alvaro Monroy Caicedo,
Guillermo Castellanos, Pachito Vásquez Matallana, entre otros, algunos ya
desaparecidos.
De las añoranzas pasa a los lances de la nobleza cuando
habla de la gratitud hacia la vida, hacia las cosas positivas, hacia el
sacrificio que sólo puede resumirse en el buen vivir y la experiencia que dejan
los años.
Y a Gonzalo
Castellanos de treinta años atrás por la calle empedrada y sin calesa del Camarín del Carmen:
"Espero no quedarme calvo. Con los años se le cae a
uno todo. La vida no se da sino una vez. Es maravillosa, entendiéndola. Vivo
para los toros. No concibo el retiro aún. No pienso en esa hora triste. Sería
un martirio muy grande. Todos mis sentidos están en la profesión".
Han pasado tres décadas y Sebastián Palomo, el de Linares,
ya retirado, dice con su fino humor que si no torea tigres es porque las garras
de estos no son tan feroces como las astas de un toro.
"El toro es más inteligente, por eso pelea con el
hombre y siempre se la gana al tigre. El arte del toro es el único que no se
puede rectificar. Si hay equivocación, pues te vas a la cama y mueres. En arte,
es el sumun".
El
Pintor
Palomo, el torero-pintor, absorto en sus impetuosas ráfagas de sangre y fuego. Foto: EFE |
Palomo ha
consentido de tal manera su oficio, que desde esa época hasta nuestros días no
ha cesado en admirarlo y observarlo con actitud beatífica. Ya en la dehesa de
su finca El Palomar, a 40 kilómetros
de Madrid, que es a la vez el
refugio donde tiene instalado su taller de pintor, ese otro arte, suerte de
silencio, soledad y claustrofobia.
"Yo vengo pintando desde hace más de 30 años.
Recuerdo que una de mis primeras exposiciones fue en Bogotá, en la Galería San
Diego. Me la organizó ese querido amigo Carlos Pinzón, y de ahí en adelante la tomé como un culto, como una
religión”.
“Pinto para que el alma no se duerma, y para que los
sentidos exploren en los terrenos de lo inescrutable, en ese don magnífico que Dios nos regaló y que se llama
imaginación".
Vean ustedes: de niño, en medio de la pobreza y de los
sueños de convertirse algún día en figura del toreo, lo mareaba el penetrante
olor a cola y el pegante para afianzar
las suelas de los zapatos.
Más adelante, cuando se hizo matador de toros, se dejó
seducir por el aroma de las castas, del triunfo y de la fama, y a la par esos
efluvios de la trementina y del óleo con el que pinta toros cósmicos que
emergen de la bruma o de la más remota constelación.
"Pintar para que el alma no se duerma", vaya un
oportuno trincherazo del maestro.
Como era su costumbre, vestido de purísima y plata, en una de sus tardes apoteósicas. Foto: EFE |
Y mientras pinta –dice- escucha a Verdi y a Beethoven -él
que no alcanzó a terminar la escuela. Y agrega que malaya que el sordo iluminado no viviera para haberle
dedicado todos los toros.
-¿Por
qué Beethoven? ¿Quién le enseñó a disfrutar sus telúricas sinfonías?
"Nadie. Lo bueno no se enseña. Es una cosa que se
lleva por entro y un día aparece".
Quizás sea Beethoven
y sus bombardas las que lo incitan a dar al torero-pintor esos trazos audaces,
impetuosos, como bocanadas de sangre y fuego que se cruzan como rayos por las
astas de sus toros infinitos.
De
la vida
Contrario a la tórrida
fama de casanovas y mujeriegos de quienes se visten de luces, Sebastián Palomo Linares, que gustó por
lucir el blanco y plata, pareciera
ser la excepción:
De Marina Danko,
su esposa, habla maravillas. Y tiene intacto el retrato cuando la conoció en
sus años mozos en Palma de Mallorca:
"Fue el día más afortunado de mi existencia. Marina estaba de paseo con sus padres. Apenas
tenía catorce años y quedé hechizado cuando la vi. Y me enamoré a primera vista”.
“Es la madre de mis tres hijos, Sebastián -que sigue mis pasos-, Miguel y Andrés, que son
el sentido y la motivación de mi vida. Que haga lo que les plazca, pero que lo
hagan bien, que es lo que más interesa".
'El Palomar', la hacienda donde reposarán las cenizas de la leyenda del toreo. Foto: El Confidencial |
Palomo,
que ha escrito en los manuales de su destino su filosofía particular, dice que
la vida es generosa si uno se encarga desde el principio de consentirla, de no
engañarla.
"Ella es como una bella mujer: caprichosa, a veces
desentendida, otras veces incorregible e inalcanzable. Pero he ahí la tarea del
hombre, de saberla cultivar y de entregarse a ella como Dios manda. ¡Ah!, y por ningún motivo la engañes, que ella no perdona.
Te la cobra duro".
El cielo capitalino está irremediable, encapotado. Palomo observa la lluvia desde la
ventana de su suite del Hotel Tequendama, el de los toreros y
el de las rutilantes figuras del espectáculo tipo Julio Iglesias, Rocío Dúrcal, Emilio José, entre tantas que cruzan
el Atlántico, y que lo han elegido como referente para pernoctar en sus
aposentos.
"Bogotá tiene unos cerros muy hermosos y unos
atardeceres que parecen una pintura", dice.
Palomo, el
de Linares observa y calla. He ahí la legítima estampa de su personalidad.
Al
alimón
Desde la barrera, el adiós a Palomo que marcó una época por su virtud y valor como torero, y por su carácter y personalidad. Foto: heraldo.es |
¿Cuántos
toros ha mandado al desolladero?
"Yo creo que pasan de tres mil".
¿En
dónde descansa el rabo que le cortó a Cigarrón
en la tarde del 22 de mayo de 1972, en Madrid?
"Ese rabo no descansa. El viento juega con él en un
alar de mi finca El Palomar".
¿Todavía
se fuma sus rubios?
"Esa es otra de las malas costumbres que no he
podido superar".
¿En
dónde aprendió a vestir tan elegante?
"La vida y los años se encargan de pulirlo a
uno".
¿Qué
se le pasa por la cabeza cuando ve hoy un zapatero remendón, en España o en
cualquier parte del mundo?
"Lo que pasa es ya casi no se ven zapateros
remendones, pero cuando veo uno se me inundan los ojos de lágrimas, y me da
mucha nostalgia".
¿Quiénes
son hoy sus mejores amigos?
"Tengo amigos de todos los tiempos que he ganado con
la vida y con mi profesión. Pero nunca podré olvidar a Federico del Oro, apoderado de Domingo
Ortega. Un día cayó redondo, agotado por el peso de los 80 años".
Cuáles
son más dolorosas: ¿Las cornadas de los toros o las de las mujeres?
"Un toro te puede pegar
un cornada que puede sanar en veinte días. Una mujer te da una y no te alcanza
la vida para que te sane".
¿Quién
es al fin de cuentas Sebastián Palomo Linares?
"Un hombre con algunas virtudes, un puñado de
defectos y algunos pecados veniales".
Gracias,
maestro.
"Gracias a ti por explorar hasta el fondo de mi
alma".
Palomo Linares y las 'cornadas' de su divorcio. El País de España: bit.ly/2oYcThJ
Tensión en el velorio de Palomo Linares. El País de España: bit.ly/2p0wG0g
Palomo Linares y las 'cornadas' de su divorcio. El País de España: bit.ly/2oYcThJ
Tensión en el velorio de Palomo Linares. El País de España: bit.ly/2p0wG0g
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