Lady Tabares, 'la vendedora de rosas', en el 'chin-chin' chmpañero que selló su unión marital con Cristina Londoño. Foto: Archivo particular |
Ricardo
Rondón Ch.
Próxima a cumplir 35 años, Lady Tabares, la legendaria y trajinada Vendedora de rosas, de Víctor
Gaviria, como dicen los muchachos de hoy, ha vivido más empeliculada en la vida real que en la pantalla.
Ahora que comparte feliz las fotos de su boda en su
cuenta de Instagram, donde se observa machita
y rubicunda, de smokin, corbata y
tenis blancos cual relacionista pública de una casa de banquetes, me acuerdo de
la respuesta certera y contundente que Al
Pacino le da a Lawrence Grobel
en su memorable libro, cuando el periodista le pregunta ¿qué es actuar?
-Actuar
es no actuar-, contesta el veterano actor.
Tabares,
como si se le hubiera adelantado, pero sin decirlo, ha aplicado la fórmula al
pie de la letra.
Como conocemos de sus propios labios, y como el propio Gaviria la retrató en su laureada
cinta, Lady, bien niña, vivió los
peligros, las miserias y la orfandad en los tugurios de la Medellín azotada por
la peste narcoterrorista de Pablo
Escobar y sus diabólicos secuaces; compartió mendrugos de pan y abrigo de
cartones con personajes escalofriantes como El
Zarco, y cuando todos creíamos que ya se había hecho mujercita y famosa, de
tacones escarchados por la alfombra roja de Cannes, resultó que a punta de durezas y asperezas lo que se hizo
fue varón, tras una condena de 26
años por aparecer involucrada en el homicidio del taxista Óscar de Jesús Galvis Osorio, el 16 de agosto de 2002.
Con dos hijos controlados desde la prisión a fuerza de
cartas y llamadas esporádicas, y de esa telepatía maternal que no falla, Lady, como es habitual en los penales
femeninos, probó de los manjares de Lesbos
y le quedaron gustando, y no pasaron muchas lunas para que se aprendiera de
memoria los sonetos de Safo, se cortara
el cabello al rapé, y canjeara sus delicadas prendas femeninas por overoles de
cargazón y camisas rústicas de operarios.
Rubicunda, de cabello corto, y de smokin y tenis blancos, se casó Lady Tabares el sábado 7 de enero, en Medellín. Foto: Archivo particular |
Por ser madre cabeza de familia, la justicia le confirió
a Tabares en 2015 la libertad
condicional. Si el pellejo curtido de la vendedora
de rosas aún daba cuenta de las cicatrices de la calle y de la prisión, su
corazón emancipado de Hipólita paisa
revelaba en su fragor las marcadas pulsaciones del enamoramiento, de un
Diástole y un Sístole al borde del colapso.
Lady
Tabares contrajo nupcias lésbicas el pasado sábado 7 de enero en
Medellín, con quien ahora es su nueva
esposa, cita la crónica social, Cristina
Londoño, en la foto, vestida de blanco y azahares, plena de la dicha en el
brindis champañero con su consorte.
Aunque la pareja se reservó el derecho de admisión, se
observa la delicadeza y el buen gusto de las contrayentes en lo concerniente a
su recepción: prima el blanco purificado en manteles y decorados, unas
relucientes copas de cristal, y entre biombos, rosas blancas y rojas; las
primeras, dicen las agoreras, para garantizar el vínculo perdurable, las
segundas, símbolo de pasión y entrega.
Al final, Lady
dejó impreso en el apartado cibernético unas sentidas líneas de su nueva
experiencia:
Gracias
mi mujer por llevarme a tu lado en este nuevo camino, espero ser lo que mereces
y sueñas. Que Dios te bendiga (sic) y a nuestro hogar.
Una nueva 'película' en la cinematográfica existencia de 'la vendedora de rosas'. Foto: Archivo particular |
En palabras más pulidas, las hijas de Ares (dios griego de la guerra) elevaban
sus plegarias a Eros cuando se entregaban
en cuerpo y alma a sus sacerdotisas elegidas, Amazonas o Argonautas.
Muchos siglos después, Lady y Cristina, bajo los efectos de las uvas maceradas de Baco, repiten la misma película en un
salón de banquetes de la capital antioqueña, ¿para siempre? Eso solo lo saben Moiras, Parcas e Hilanderas.
Actuar
es no actuar, refrendó el gran Al Pacino. Y la premisa aplica para una boda cualquiera, la puesta
en escena más elemental que se haya inventado el hombre desde los tiempos de Caná, en la antigua Galilea.
En Lesbos,
cuenta la leyenda, la más machita se amputaba
el seno derecho para darles libertades al arco y a la flecha, como símbolo de
protección a su pareja.
Que no se vayan a meter con lo que a Tabares corresponde, porque no saben lo que les espera.
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