Caterine Ibargüen es la imagen para Colombia de la marca financiera BBVA. Foto: Néstor Gómez |
Ricardo
Rondón Ch.
Hace unos días, el presidente para Colombia del BBVA, Óscar Cabrera Izquierdo, presentaba
entusiasta ante los medios a Caterine
Ibargüen como nueva embajadora de marca.
La destacada atleta, de vaqueros, tenis y camiseta azul
cielo con las letras iniciales de la entidad financiera, apenas sugería entre
labios un toquecito de brillo transparente, por eso
de no aparecer lavada -como dicen las
señoras-, pero ahí estaba ella, con su flamante cuerpo forjado en la disciplina
de las pistas, las pesas y las barras, y el bello rostro de negra iluminado por
esa franca sonrisa que a todos cautiva y enamora.
La rueda de prensa estuvo conducida por el narrador Javier Fernández Franco el Cantante del gol, y las preguntas que apuntaron
a la atleta no pasaron de ser las del tren reiterativo de ida y vuelta, alrededor
de sus triunfos, el Oro de Río, y lo
que le espera de aquí a Tokio 2018,
incluida su preparación para el Récord
Mundial.
La campeona mundial de salto triple lució elegantísima en la fiesta Tag Heuer. Foto: La Pluma & La Herida |
Cuando ya se creía finiquitado el carrusel de interrogantes,
sorprendió en el auditorio la intervención de una jovencita (no recuerdo su
nombre) que se presentó como influenciadora,
y quien pretendió herir la buena fe de la campeona de la Liga de Diamante en salto triple, pero no lo consiguió.
Irrumpió la influenciadora
(de imaginar que trabaja para una agencia de influenciadores) en un tono ligeramente despectivo, que si no le
preocupaba las críticas que sobre ella habían llovido por su empobrecida imagen
en los Olímpicos de Río de Janeiro.
El presidente Cabrera
Izquierdo agudizó la mirada y parpadeó inquieto, pero Ibargüen no se inmutó. Brillante no solo en la arena de sus pródigas
hazañas sino en su sabiduría innata, y en esa exquisita espontaneidad que la
caracteriza, Caterine respondió con
una sonrisa:
De camiseta, vaqueros y tenis con Óscar Cabrera Izquierdo, presidente del BBVA. Foto: La Pluma & La Herida |
“Yo no me he enterado de lo que usted me pregunta, porque
sencillamente esos comentarios no me interesan. Me salto ese tipo de
información. Creo que la mejor imagen que pude haber dejado en Río está
relacionada con mi competencia. Pero también soy consciente de que no soy
monedita de oro. Y para satisfacer su interrogante, soy tal y como ve ahora. Y
así seré siempre”.
Se oyó un aplauso somero y la influenciadora de turno, a lo mejor adicta a las revistas frívolas,
los catálogos cosméticos y la hipersexualidad del Manga, se escabulló como un avestruz, previendo una reprimenda de
escuetas verdades en el desayuno frugal que anunciaba la agenda.
La muchacha ingenua que quiso hacerse la célebre con un
cuestionamiento imprudente y ofensivo para una compatriota que solo le ha dado enormes
satisfacciones a un país que se debate entre la incertidumbre de la guerra, la
corruptela política y los despropósitos de la economía, se esfumó sin dejar
rastro, pero el salón quedó impregnado con el aroma limpio del verso castellano
de Bécquer que fue la metáfora contestataria
de la admirable atleta:
El
alma que hablar puede con los ojos / también puede besar con la mirada.
La verdad no sé de dónde salió esta nueva tribu de los influenciadores,
y si existe una cátedra para su capacitación, o si se nombran al azar en el lobby
de las empresas a partir de la acuciosa mirada de un busto prominente, unas piernas torneadas, unos
lentes postizos tornasolados, o unas pestañas siderales encrespadas en el
siniestro laboratorio de Norberto, el Frankestein de las beldades, pero de lo
que sí estoy seguro es que estas raras avis destinadas a conjugar en la
maledicencia el verbo influir en todos sus tiempos, acaban por incomodar y
repeler el hostigante ambiente en el que nos debatimos a diario.
Caterine con Jean-Claude Biver, director internacional de la prestigiosa marca de relojes Tag Heuer. Foto: La Pluma & La Herida |
Hace un par de días, en una fiesta que hizo la cotizada
marca de relojes Tag Heuer con su director plenipotenciario presente, el señor Jean-Claude
Biver, volví a ver a la reina indiscutible del salto triple, esta vez, por
protocolo de ceremonia, maquillada y de traje de noche, y el público la recibió
de pie y con un atronador aplauso, mientras los flashes de las cámaras y los
chorros led de los reflectores se estrellaban como relámpagos en su radiante
sonrisa.
Y me pregunté que si entre el gentío iba a aparecer otra influenciadora
para criticarle su chaquetilla amarillo canario, el vestido negro de chifón que
demarcaba su firme y poderosa anatomía, pero sólo se oyeron piropos y frases de
admiración, y el propio señor Biver, a la orilla de sus 67 años, se explayó en
adjetivos alentadores y de fascinación para con ella.
Ahora que Caterine Ibargüen figura en la lista de
candidatas a Mejor Atleta del Mundo 2016, invito a influenciadores e influenciadoras
de distintas marcas para que voten por la deportista colombiana, como un acto
de reivindicación a sus imposturas de marketing, producto de la superficialidad
y la ignorancia, bajo el precepto bíblico de no mirar la paja en el ojo ajeno
sin ver la viga en el propio.
Yo seguiré insistiendo en que nuestra adorable Makeda de Apartadó,
cuando vea cumplida las nuevas aspiraciones
que tiene trazadas, y desde la providencia maternal, recompense el futuro de
las pistas y las arenas del mundo con la pureza de su honroso linaje para orgullo
del nuevo país que todos anhelamos en bien de nuestros hijos.
¡Mejor imagen no se puede pedir!
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