Nairo y Esteban, campeón y tercero en la general de la Vuelta a España, bañados en champaña en la triunfal celebración de Madrid. Foto: José Jordán/AFP |
Ricardo
Rondón Ch.
Las únicas pausas que Nairo se permite en su arduo y elevado vuelo de halcón peregrino por valles y montañas
de Europa y de América, son cuando habla. O mejor, cuando se ve obligado a
hablar ante micrófonos.
Menudo y ligero de cuerpo, como tiene que ser sobre su armazón
de bielas, Quintana se revela sereno
ante la prensa y desgrana palabras precisas, puntuales, sin adjetivos ni recargas
idiomáticas.
No se turba. Fluye con lo que le dicta más la razón que
el corazón. No recurre a eufemismos ni lisonjas. Tampoco se extrovierte. Es la
medida justa entre lo que piensa y lo que dice. Como si lo supiera de memoria.
Y más meritorio aún, como sus raudas gestas de asfalto,
deja entrever con su sonrisa una sinceridad aplomada. Es inteligente. Está
dotado de una elocuencia legítima. Por eso no podría ser político.
El breve discurso que pronunció en el pódium supremo de
la Vuelta a España, bañado de
reflectores y una tormenta de relámpagos fotográficos que reproducían en la
noche estival de Cibeles rostros de
colombianos felices que agitaban sin treguas el satín del tricolor nacional, no
pudo ser más preciso y convincente.
En dos frases resumió la felicidad que lo embargaba: “Que el mundo entero conozca que Colombia
también es paz y amor. Y por mí país siempre estaré dispuesto a seguir batallando”.
Con semejante triunfo y sus sentidas palabras, el campeón
boyacense, desde la majestad y el coraje que le endilga ser el mejor embajador de Colombia al otro
lado del hemisferio, puso de presente que la verdadera paz, estable y duradera, como aparece redactada en el
plebiscito presidencial, trasciende cualquier firma, va más allá de un Sí y de un No, y de las 297 páginas del Acuerdo
entre el Gobierno y las FARC.
Esa paz estable y
duradera sólo se puede lograr con el tesón, el esfuerzo y el poder de
convicción de un colombiano como Nairo,
que parco y sosegado, igual en el pódium como en los momentos apremiantes de
las fatigas sobrehumanas, y de esos males del cuerpo que acarrean sus proezas por
territorios desmadrados, se resiste a bajar la cabeza.
La sonrisa del campeón boyacense no puede ser más explícita: la satisfacción del deber cumplido. Foto: José Jordán/AFP |
En sus dicientes palabras de celebración, Nairo también hizo énfasis en el
respeto a la mujer, extendió una invitación a dejar los odios y rencores, a
vivir en armonía, y convocó a los jóvenes
de Colombia a hacer deporte que, está comprobado por él y por sus
compañeros de justas sobre ruedas, Esteban
Chaves (3° en el pódium ibérico) y Darwin
Atapuma, es una de las mejores elecciones para contribuir a la salud mental
y física, y por ende, al desarrollo y el progreso.
En este apartado, el de la juventud, me pregunto qué
pensarán de la nueva victoria de Nairo los
capos del narcotráfico y sus depredadores intermediarios micro, jíbaros y sayanines, ellos, campeones de la droga y de la perdición humana, esa
maleza que hay que desterrar a como dé lugar. De esa miserable estirpe
esperamos no volver a tener noticias. ¡Qué daño abominable le hacen al país!
No en vano, por representarlo como el más digno y sólido
exponente de su entorno, el Ministerio
de Agricultura le confirió a Nairo
la honrosa misión de Embajador de Buena
Voluntad del Agro Colombiano, de puertas abiertas al posconflicto que se
nos avecina, para que los desmovilizados
de las FARC, desde luego, con los cientos de miles de millones acumulados
por la cúpula guerrillera, sean los primeros protagonistas del renacer y el
reverdecimiento del campo nacional, que durante décadas estuvo opacado y estéril
por el luto y el temor de la violencia, y por la irresponsable desatención del Estado.
Que esos menores que acaban de salir de los acuartelamientos
subversivos, agotados y ojerosos ante el horror de la absurda guerra, tengan un
cupo en el arado con capacitación y beneficios para ellos y sus familias, y aquellos
que quieran seguir los pasos de la estrella del ciclismo mundial, cuenten con
el respaldo de Coldeportes para
multiplicar Nairos en serie, campeones
de frente en alto como él, ojalá con su orientación y enseñanza.
Nairo
Quintana, hijo silvestre de las fértiles campiñas boyacenses, se
consagra con esta victoria en carreteras ibéricas, y con su rotundo palmarés en
circuitos europeos, como el deportista más importante en la historia del ciclismo
colombiano, con solo 26 años, y con la firme convicción a corto plazo de ceñir
los laureles definitivos de su brillante carrera en el Tour de Francia, la competencia master del pedalismo orbital.
Momento histórico para el ciclismo colombiano: Nairo con la presea en alto que lo acredita como el gran campeón de la Vuelta a España 2016. Foto: AFP |
El de Cómbita, Boyacá,
comarca fecunda de todos los verdes posibles, que en su pródiga niñez entre
valles, lomas y planicies empezó a competir con el viento en una de esas
rústicas y pesadas bicicletas de forja con las que los labriegos acortan
distancias entre el rancho y la remota sementera, rubrica con su nueva gesta un
ejemplo a seguir: el de que la grandeza se cosecha con amor y pundonor, como de
párvulo le enseñó don Luis, su padre,
en los surcos de papa y hortalizas de la pequeña granja.
Nairo,
con su nobleza, con sus silencios sabios, se ha tragado los improperios y las
críticas imbéciles e injustas de quienes lo han subvalorado, como sucedió en el
reciente Tour de Francia, acosado
por una alergia que no le permitía que sus piernas, acostumbradas al poderoso voltaje
que él derrocha, le respondieran. Aun así logró el tercer puesto en la general.
Ayer fue Christopher
Froome en los Campos Elíseos de
París. Hoy, Nairo Alexander Quintana
Rojas en el Paseo de La Castellana,
de Madrid (29 años después de la conquista de Lucho Herrera, el Jardinerito
de Fusagasugá), orgullo de una familia de humildes campesinos que no han
hecho otra cosa en la vida que cultivar el milagro de la tierra, como la
mayoría de ese departamento, el de Boyacá,
cuna del ciclismo colombiano.
Ahora que promete silenciarse la metralla y comienza la
paciente y cuidadosa misión del desminado, y que el armisticio promueve
herramientas de labranza en reemplazo de fusiles
AK-47, los mismos que el cantautor César
López ha convertido en escopetarras,
se hace más latente y promisoria la figura de Quintana como Embajador del
Agro Colombiano.
Lo ideal habría sido que la concluyente firma de la paz
del 26 de septiembre se hubiese producido
en el histórico Puente de Boyacá, o
en el Pantano de Vargas, y por qué
no en Cómbita, en la parcela de don Luis y de doña Eloisa que vio brotar, como la flor de mayo -a la que los
lugareños tienen fe para espantar el tentado
del difunto-, el crisantemo mayor representado en la genialidad y el coraje del más grande ciclista colombiano
de todos los tiempos.
Porque la Paz verdadera la acabas de firmar con tu épico título de la Vuelta a España.
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