Ricardo
Rondón Ch.
Al principio creí que se trataba de una broma, y bien
pesada, que le estaban jugando a Amparito
Grisales.
Con todos los memes y montajes que circulan a diario en
redes sociales, o excentricidades mayores como la del delfín Simón Gaviria que despilfarró nueve mil
millones de pesos para preguntarles a los colombianos si realmente eran felices
o se consideraban imbéciles, uno ya no se aterra de nada.
Después de ver a la diva de divas en la tarjeta
electrónica luciendo su macizo pernil entre vestiduras vaporosas, como con las que
salió a presentar su exitoso monólogo No
seré feliz, pero tengo marido, y de leer una y otra vez el texto de la
invitación, ratifiqué que este país de birlibirloque, y con su eterna capacidad
de aguante, sigue prestándose para lo que sea, entre la farsa y lo
descabellado.
La invitación expedida por el municipio de Zipaquirá (Cundinamarca), ¡un gobierno bonito!, así lo citan, con signos
de admiración, convoca a personalidades y periodistas, palabras textuales, al acto protocolario que se rendirá a la máxima
figura del medio artístico nacional, la actriz Amparo Grisales, quien recibirá
las llaves de la ciudad y será distinguida como Embajadora de Honor de la
Catedral de Sal, Primera Maravilla Turística de Colombia.
Léase bien: la señora Amparo Grisales, ¡Embajadora de Honor de la Catedral de Sal!
No sé si adrede, este sea un mensaje
subliminal para darle un entierro definitivo a la diva criolla, en salmuera
cual cachama para sancocho trifásico, y 180 metros bajo tierra, como indica la
guía turística, de quien en la distancia apenas se conocen guiños con la
iglesia católica por su película La Virgen
y el Fotógrafo, con el recordado Franky
Linero, ni hablar de los húmedos pecadillos en Las Hinojosas, donde Amparito
y Margarita Rosa imprimieron en sus carnosos labios, para furia santa de
beatas y ordenados, la primera chupalina
lésbica de la televisión colombiana.
La misiva en cuestión viene firmada por Luis Alfonso Rodríguez Valbuena, alcalde
de la municipalidad, y por Raúl Alfonso
Galeano, gerente de la catedral, pero por ninguna parte aparecen los nombres
del obispo titular de la Diócesis, Héctor
Cubillos, ni de su segundo a bordo, el padre Camilo Torres, nada que ver con el legendario cura guerrillero.
Es de imaginar la rabieta de
los clérigos oficiales por ignorarlos del ágape, al menos por asuntos
de etiqueta y reglamento, toda vez que a este convite debió asistir en pleno la
lagarteada criolla -con almuerzo incluido-, y la parentela en rama de los altos
funcionarios con sus respectivos suegros y cuñados (como contó una fuente de
catacumbas), tal cual lo hicieron hace unos días en Miami en otro acto protocolario, el de las credenciales Ripley’s para la Catedral, aunque usted no lo crea,
dizque donde se gastaron la ¡súper millonada! en viáticos, a la hora de libros
contables, gastos de representación.
No es de extrañar cuando los
políticos meten mano en asuntos religiosos, y algo viene oliendo mal de tiempo
atrás en los predios del santuario zipaquireño, justamente por las falanges
sombrías de la politiquería y la burocracia rampantes, que en este caso no es
la sal de la mina, sino el despilfarro a manos llenas y las pésimas
administraciones. De razón que cuando uno llama a las oficinas, las secretarias
hablan ateridas y entre murmullos, con un temblor latente en la nunca, como en thriller de suspenso.
Pero lo de la Grisales es la tapa: Embajadora de honor, ¡háganos el
bendito favor! ¿Por cuánto el cheque al portador? ¡Averígüelo Vargas! Y ella
cobra por derecha. Ni boba que fuera.
Si la idea de la
organización era enganchar con una campaña estratégica para rescatar la imagen
adormilada y estéril del santuario por culpa de sus administraciones mediocres,
hay una y mil posibilidades coherentes con el estatus y la solemnidad del
imponente templo, como otrora se programaban festivales de música sacra, misas
sinfónicas, cuartetos de cuerdas, alterno a actividades propias de los mineros
de ley, los que sudan la gota gorda entre socavones, que en nombre de la Virgen de Guasá, su Santa Patrona, se lucían en su efemérides
con todo tipo de representaciones artísticas, vitrinas gastronómicas y
artesanales. Y sin tanto derroche.
Abrigo por años una enorme
admiración por la Grisales, por su
carrera pujante en las tablas y ante las cámaras; por sus luchas de vida y sus
inquebrantables convicciones; también cuando lenguaraz y provocadora se suelta
ante micrófonos a hablar de meros machos, de conquistas a la carta y de sus
acrobacias de lecho. Pero de ahí a ser Embajadora
de Honor de la Catedral de Sal, Amparito, hay mucho trecho.
En ese orden del día y como
están las cosas, alcanzo a vislumbrar, cualquier día, que no sea lejano, como diría el poeta de marras, a Sarita Corrales, de mantilla traslúcida,
corsé y tacones escarchados, como Embajadora
de Honor del Episcopado Colombiano.
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