La foto histórica de Neil Leifer en el combate relámpago Alí-Liston, el 25 de mayo de 1965, publicada en la portada del Washington Post. 'Levántate y pelea, cabrón', increpa el campeón. |
Ricardo
Rondón Ch.
Esta podría ser la letra de un blues en un amanecer remoto de los 50, con vahos de atascaderos
podridos del Misisipi, en la voz
pedregosa de un negro viejo y solitario al otro extremo de la barra, empachado
de bourbon, rasgando sin cesar los
despojos de una guitarra:
Ahora
soy experto, soy profesional /, la mandíbula se me ha roto /, he golpeado el
suelo un par de veces /, soy malo! /. He cortado árboles /, he hecho algo nuevo
/luché con un cocodrilo /, así es, he luchado con un cocodrilo! /
Me
peleé con una ballena /, esposé rayos y truenos en prisión! / eso es ser malo /.
Solo en la última semana / asesiné a una roca!/ herí a una piedra! /
hospitalicé a un ladrillo! / soy tan vil que hago enfermar a la medicina! / un
tipo malo! / malo y rápido /.
Anoche
apagué la luz de mi dormitorio /, oprimí el interruptor / y estaba en la cama antes
/ que el cuarto quedara a oscuras, rápido! /. Tú, George Foreman / y todos
ustedes / van a inclinarse ante mi cuando los machaque /. Voy a enseñarles lo
grande que soy.
Un retrato como para Normal Mailer: los guantes del campeón vencido por el nocaut del Parkinson, que agotó la vida de Muhammad Alí a los 74 años. Foto: Reuters. |
Claro que es la letra de un blues, un legítimo blues,
un maldito blues escrito a puñetazo limpio por un negro que tenía plomo en los
nudillos y los cojones del toro de Creta. Y si esta letra hubiese llegado a la
guitarra de Muddy Waters o de B.B. King, estaría en la lista de los clásicos del sello Chess.
Este es el origen de un blues que nació en pantaloneta, en
las antípodas, un 31 de octubre de 1974, a saltitos al vaivén y con los brazos
sueltos en la lona de un tinglado del Estadio 20 de Mayo de Kinshasa, Zaire
(hoy República Democrática del Congo, regida en ese entonces por el megalómano
y despiadado Mobutu), a bocanadas de fuego de un joven pugilista negro de
Louisville, Kentucky, que bien niño descubrió la fuerza bruta cuando una
ratita blanca le arrebató a empellones y zarpazos su bicicleta.
Ese negro enrabietado se llamaba Cassius Marcellus
Clay, que desengañado de la fe católica se rebautizó después en el Islam como Muhammad Alí, el mismo que se
rotuló a los cuatro vientos como el más
rápido, el más rudo y el más lindo, y que se negó a enfilar en el ejército
de los Estados Unidos para combatir en Vietnam con el argumento de que no tenía
nada contra los vietcong, porque
ninguno de ellos lo había llamado nigger, que era el peor insulto que en inglés podía recibir un negro.
Alí es el letrista de esa página brutal del blues entre cuerdas, escupitajos sanguinolentos, taquicárdicos repiques de campana, toallas empapadas de sudor y grajo, esquinas donde asoman cariacontecidos entrenadores y sparrings, poderosos jabs y
fulminantes nocaut, del mismo calibre de los insultos y vociferaciones candentes a sus contrincantes.
"Te voy a acabar, porque soy el más grande". la sentencía de Alí que laceraba el ego de sus contrincantes, de los más aguerridos, Sonny Liston y Joe Frazier. Foto: Efe |
Un día antes, durante el pesaje de la legendaria pelea
que fue titulada por los gacetilleros como El
rugir de África, en la que recuperó el título mundial de los pesados ante
George Foreman (25), siete años después de haber sido despojado de la corona
por negarse a combatir en Vietnam, Mohamed Alí (32) dictó este blues ante los
micrófonos y las grabadoras de la prensa internacional, que los bluseros del
mundo pasaron de agache.
Foreman era el favorito en la codiciada bolsa de los
apostadores. Venía airoso de ganar cuarenta combates. Los revisteros agotaban
tintas y páginas de sus arrasadoras palizas a Joe Frazier y Ken Norton en
peleas que no duraban más de cuatro asaltos. El de Marshall, Texas, ,92 de
estatura, esbozaba una sonrisa anticipada de triunfo sobre la báscula, mientras
el de Louisville, Kentucky, con las pupilas hacia la izquierda, canturreaba su
blues amenazante:
Tú,
George Foreman/ y todos ustedes/ van a inclinarse ante mi cuando los machaque/.
Voy a enseñarles lo grande que soy.
Fue en el octavo asalto, ante cien mil espectadores. Una veloz y crepitante combinación de izquierda y derecha de Alí estalló inmisericorde en los cachetes de
Foreman que se desplomó para besar lona. 1, 2, 3, el conteo del referee llegó hasta 10. Y ahí empezó a
escribirse la leyenda de El más grande.
Era la primera vez que en las tierras ariscas del Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
se producía un ring side por el
título mundial de la máxima categoría del boxeo.
El mítico pugilista en los últimos años, azotado y humillado por la terrible y progresiva enfermedad. Foto: AP |
La hazaña pugilística de Alí, con la bancarrota de los
apostadores, estuvo arropada por grandes sucesos que hicieron historia: el
primer concierto en África de Fania All Stars, creada por Jerry Masucci -cuyo
video en blanco y negro, desde esa época, no cesamos de ver en las pantallas de
los rumbeaderos de salsa-, con un delirante Johnny Pacheco, full derroche de
flauta y batuta en tarima; el ensamble de B.B. King, James Brown y Bill
Withers; y el nacimiento de una de las grandes crónicas de boxeo, impresa en el
libro El Combate, de Norman Mailer.
De esas memorables peleas con los puños y las palabras ya
daban cuenta cuartillas icónicas como las de Ernest Hemingway (alebrestado
trompadachín sin protector bucal ni guantes en bares y lupanares); del célebre
cronista norteamericano Ring Lardner (mancorna inseparable de Scott
Fitzgerald), autor del relato El ídolo de barro, protagonizada en el cine por
Kirk Douglas; del argentino Julio Cortázar con el brillante registro que hizo
para la revista El Gráfico de la pelea de Miguel Ángel Castellini y Doc
Holliday, en 1973, y de todas las crónicas y cuentos que escribió el cronopio
mayor sobre guantes y tabiques astillados como Torito, homenaje al pugilista argentino Justo Suárez, de los livianos, conocido como El torito de mataderos, que hace parte de su collage Último round.
El Caribe colombiano también ostenta su Norman Mailer en la genialidad del
barranquillero Alberto Salcedo Ramos
con su gran reportaje El oro y la
oscuridad: la vida gloriosa y trágica de Kid
Pambelé -material de consulta y análisis en talleres de crónica y
facultades de periodismo-, que ahonda en la fama, turbulencias y derrotas
del tristemente célebre boxeador de San
Basilio de Palenque, recién cumplidos los 70 años, sumido en las trémulas
brumas del Parkinson, severo castigo
de los luchadores, que en la madrugada del viernes
3 de junio de 2016, y luego de 32 años de padecimiento, puso punto y final
a la mítica existencia de Muhammad Alí.
En el vigor y esplendor de su provechosa juventud. Campeón del mundo cuando apenas contaba 22 años Foto: Efe |
En su columna del diario El Colombiano, a propósito de la celebración de su cumpleaños 70, Salcedo Ramos se refiere del imbatible
peleador, bajo el título: La medalla de
Muhammad Alí:
“(…) Fuiste un atleta superdotado: medalla de oro
olímpica a los dieciocho años, campeón mundial a los veintidós. Pero lo mejor
es que tú, a diferencia de los demás boxeadores, no decidiste subir al ring
para matar el hambre sino para hacerte oír. Te reinventaste a partir de la
locuacidad porque, sagaz como eres, descubriste que “la gente no soporta a los
charlatanes pero siempre los escucha.
Aún después de ganar la medalla olímpica seguiste siendo
despreciado por los mandamases de Kentucky. Una noche te tocó llevar a tu novia
a comer galletas y atún enlatado en la tienda, porque en ningún restaurante te
abrieron las puertas.
Con Neil Leifer. Foto: Washington Post |
Aunque los pergaminos deportivos no te sirvieran para
acceder a los derechos más elementales, sí podían ayudarte, como tú mismo lo
dijiste, a ser negro de otra manera. Te cambiaste el nombre de pila, Cassius
Clay, porque lo sentiste como un rótulo de mercadería puesto por los
esclavistas. Te negaste a prestar el servicio militar, dijiste que no irías a
Vietnam a matar a nadie en nombre de un país -el tuyo- que escupía sobre ti y
sobre tus hermanos (…)”.
Porque Alí no
sólo arrojó puñetazos a diestra y siniestra por hambre para tumbar ídolos como muñecos
de feria, y con ellos coronarse tres veces campeón del mundo, sino para
reclamar los derechos negados por siglos a sus hermanos, con la furia que constriñe ver a los de su linaje destinados a limpiar sanitarios, prostíbulos y marraneras, y a bajar la cabeza cuando el amo insultaba o
arremetía con la fusta.
Un beso de rey a rey. Foto: Getty Images |
Toda esa ira acumulada como feroz alquimia, se fue transmutando
plomo en sus falanges, al punto que los narradores de pelas decían que entre
los guantes Alí llevaba una
herradura de caballo. Y con esos demoledores puñetazos se fueron desplomando por
turnos: George Foreman, Joe Frazier,
Jerry Quari, Óscar ‘Ringo’ Bonavena, Ken Norton, Sony Liston, que por su
corpulencia, su cuello de bisonte y su temeraria mirada, revolucionaba los
carteles, disparaba las apuestas y agotaba las localidades en cualquier ring del planeta.
Para apostillar la inolvidable hazaña con Liston, las dos fotografías, una a
color de Neil Leifer; la otra a
blanco y negro de John Rooney, en
uno de los combates más polémicos y extravagantes de la historia del boxeo, el
celebrado el 25 de mayo de 1965 en Lewinston, Maine, Estados Unidos, cuando
Alí, después de vapulear a su
contendor con un gancho fantasma en
una de sus disputas relámpago (dos minutos, doce segundos) le increpa a Sonny tendido y sin aliento en la lona: ¡Levántate y pelea, cabrón! El grito retumba en la gráfica.
Ambas fotos se inmortalizaron. La de Leifer fue elegida como la Mejor
fotografía de deportes por la revista Sports
Illustrated. La misma instantánea de Rooney se alzó con el prestigioso World Press
Photo, de ese mismo año.
En noviembre
de 1977, el tricampeón mundial de los pesados visitó Bogotá. El filántropo
hombre de radio y televisión Carlos Pinzón
fue el gestor de una pelea de exhibición con él y el crédito colombiano Bernardo Mercado, a beneficio de la Fundación de Rehabilitación Infantil
Franklin Delano Roosevelt.
La velada boxística se llevó a cabo el lunes 14 de noviembre en la Plaza de
Toros de Santamaría, ante doce mil espectadores. El combate se realizó sin
protectores de cabeza y fue pactado a cinco asaltos. Un espectáculo histriónico
al mejor estilo de Alí: cuello
desgonzado, pupilas bailando hacia la izquierda, brazos sueltos, saltos
acompasados.
Un día antes, el domingo
13 de noviembre, en el estadio Nemesio
Camacho ‘El Campín’, hinchas de Santa
Fe y Millonarios verían al
máximo boxeador de todos los tiempos haciendo el saque de honor tras el pitazo
del uruguayo Ramón Barreto.
"Soy el más rápido, el más rudo y el más lindo", una de sus máximas de impacto. Foto: Getty Images |
Cuenta Antonio
Andrus Burgos, reportero de deportes de esa época en El Espectador, que la afición estuvo más pendiente del pugilista
que del clásico, y que a la salida no había una butaca vacía en el Palacio del Colesterol, donde seguidores
rojos y albiazules comían fritanga del mismo canasto y apuraban Bavaria a pico de botella como si se
fuera a acabar el mundo. Todos comentando la presencia en tribuna del estelar
invitado.
“La novela siempre gana por puntos, mientras que el
cuento debe ganar por nocaut”, solía decir Julio
Cortázar en sus clases magistrales de la Universidad de Berkeley. En este capítulo, Alí fue un cuento mayor digno de la pluma del autor de
Rayuela, de grandes bluseros como B.B. King, Muddy Waters o Eric
Clapton, de la trompeta camaleónica de Louis
Armstrong, de los versos de Nicolás
Guillén en su Oda al boxeador
cubano:
Tus
guantes puestos / en la punta de tu cuerpo de ardilla /, y el punch de tu
sonrisa.
Alí era
un mastodonte con ojos de ardilla. Sus miradas iban de la exaltación del
triunfo a la amenaza letal sobre la báscula. Rivales como Joe Frazier revelaron años después su respeto y admiración por él. Alí jamás vaciló ni conoció el miedo, porque nadie más que él para representar con altura el miedo.
Fue rey absoluto en el tinglado hasta 1984 cuando le
salió al cuadrilátero el adversario invisible que menguaría día a día sus fibrosos
músculos, su carácter altivo, su poderosa autoridad y presencia donde se ubicara.
Azotado, humillado por la contundente enfermedad, Muhammad Alí reconocería en el Parkinson al único contendor capaz de
derrotarlo, el que según él, Dios le había
puesto en el camino para enfrentar la más cruda y dura realidad; algo que no estaba en el libreto, y así, entre
tumbos y amaneceres turbios, a la vera de los 74 años, cuando la parca le tocó el campanazo. El último round.
Muhammad Alí en 20 frase célebres: http://bit.ly/1iZRWLC
Las memorables peleas de Alí fuera del ring. BBC Mundo: http://bbc.in/1UreVMt
Las memorables peleas de Alí fuera del ring. BBC Mundo: http://bbc.in/1UreVMt
Fragmento de 'El Combate', Norman Mailer: http://bit.ly/25EzMnH
1° capítulo de 'El oro y la oscuridad', Alberto Salcedo Ramos: http://bit.ly/1TQmflu
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