El ojo de pescado del recursivo reportero Cristian Garavito, de El Espectador, captó esta panorámica del Bronx, minutos después del operativo del sábado |
Ricardo
Rondón Ch.
Cuando le oír decir al doctor Juan Manuel Santos, en alocución televisiva, que el desmantelamiento del Bronx el pasado sábado 28 de mayo de
2015, había sido un operativo sin
precedentes, me dieron ganas inmediatas de releer La Ilíada.
Palabras más palabras menos había mencionado el
presidente de la paz y la palomita dorada en la solapa, a mediados de 2013, en una
redada similar y en el mismo lugar, esa vez acompañado del ex alcalde Petro, en fiel manguala, primero por la refrendación de
sus credenciales presidenciales, y segundo, por reivindicar al entonces
burgomaestre de la ira santa del procurador
Ordoñez.
En esa ocasión también hubo piquetes de policías armados
como para las sagas de Matrix,
tanques de guerra y retroexcavadoras hambrientas de escombros y de montañas de
inmundicias, incautamientos de droga, licor adulterado, armas de todos los
calibres, dinero en efectivo, y capturas a quienes han regentado por años la
mísera comarca del vicio, la corrupción y la degradación humanas, algunos de
ellos entregados al engorde y al eructo del torcido en detención domiciliaria.
Sin palabras, directo al sopladero. Foto: Cristian Garavito/El Espectador |
De modo que este del pasado sábado no ha sido ni el
primero, ni el segundo, ni el tercero, ni mucho menos el operativo sin precedentes, como subrayó el mandatario a la olla más antigua y podrida que tiene Bogotá, equidistante, a pocas cuadras, entre el Batallón
Guardia Presidencial –léase bien,
presidencial-, La Casa de Nariño y la sede de la Policía
Metropolitana, en otros tiempos conocida como Sexta estación.
Sesenta y ocho años de terror e indigencia, luego del Bogotazo del 48, que dejó sumido al exclusivo sector de Santa Inés y a sus familias de pergamino, primero en un asentamiento de refugiados de la violencia bipartidista, que llegaban de diferentes regiones del país con sus corotos a las costillas, y con el correr de los años, y hasta la fecha, en la barriada tétrica y decadente del narcotráfico y el consumo, la prostitución, la trata de menores y el comercio ilícito, entre otros delitos, que ha pasado de agache para once presidentes de la república.
Sesenta y ocho años de terror e indigencia, luego del Bogotazo del 48, que dejó sumido al exclusivo sector de Santa Inés y a sus familias de pergamino, primero en un asentamiento de refugiados de la violencia bipartidista, que llegaban de diferentes regiones del país con sus corotos a las costillas, y con el correr de los años, y hasta la fecha, en la barriada tétrica y decadente del narcotráfico y el consumo, la prostitución, la trata de menores y el comercio ilícito, entre otros delitos, que ha pasado de agache para once presidentes de la república.
Ingenuo decir, como agregado para la foto mediática, que
con el acabose del Bronx -si de
verdad se lo propone esta vez la administración distrital- los capitalinos podríamos respirar
con más tranquilidad. Como cándido creerse el cuento de que el Bronx y sus filiales más próximas, La Ele, Cinco huecos y San Bernardo, son las únicas ollas que operan en el centro de Bogotá.
Al Subsecretario
de Seguridad, Daniel Mejía, antes que operativos cinematográficos como el
del Bronx, el sábado -que ha
derivado en atropellos y agresiones a piedra, excrementos y ladrillo en centros
comerciales aledaños al sector de La
Sabana y en los alrededores de la Plaza España y el Hospital San José por parte de los despojados-, le queda pendiente la tarea de crear
un observatorio del delito en lo que
concierne a la alarmante cantidad de expendios de droga y sopladeros que hay en el ombligo capitalino y en las narices de las
autoridades, verbigracia el Parque Tercer
Milenio (antiguo Cartucho), foco de atracos sobre las avenidas Décima y Caracas, y de
consumo de toda clase de sustancias alucinógenas vía nasal y oral, empezando
por el bazuco.
Una gráfica que parece de ficción. Es la pesadilla del Bronx, el centro de acopio de estupefacientes más tenebroso de la capital. Foto: Cristian Garavito/El Espectador |
¡Ojo!, solo en el centro de la ciudad, sin descontar
grupúsculos del crimen afincados por años en sectores de Las Cruces, Santa Fe, La Favorita, La Perseverancia, La Estanzuela, la misma Candelaria (con algunos de sus hostales permisivos al consumo
internacional), Las Aguas, y de ahí
para arriba, ni se diga: el tenebroso jamboree
de las faldas de Monserrate, desde
donde el Señor Caído observaba
impotente las atrocidades del monstruo
que lleva su nombre, hoy entre rejas, con un rosario de víctimas, la mayoría habitantes
de la calle, a las que aseaba de los pies a la coronilla, proveía de comida y ropa
limpia, les suministraba licor y vicio,
las poseía, las sacrificaba, despedazaba sus cuerpos y los enterraba en cerros
de podredumbre.
No le alcanzaría la vida al doctor Daniel Mejía y a su equipo de trabajo para alcanzar los objetivos
de acabar con una de las siete plagas
que tiene a los bogotanos sumidos en el pánico cotidiano de la inseguridad, la vergüenza
y el deterioro: el microtráfico, un cáncer
irreversible que hace tiempo hizo metástasis en esta pobre y desbarajustada vieja
a punto de cumplir 478 años.
Controlar ese lastre, todos sabemos que es bien complejo,
que se sale de las manos, porque no es cuestión de autoridad, de operativos
esporádicos, de tanques de guerra y simulacros apocalípticos. Es por el
archimillonario negocio redondo que representa -promedio de $2.000 millones semanales en solo venta de bazuco-, donde muchos meten mano para
sacar la mejor tajada, comenzando por autoridades de rango y uniformados de a pie. Y mientras no se
legalice la droga, que doctos, peritos y columnistas han insistido hasta la
saciedad, el endriago continuará multiplicando sus tentáculos.
Toneladas de basura y podredumbre recogieron las autoridades el sábado. El hedor, en esas pesquisas, era insoportable. Foto: Cristian Garavito/El Espectador |
Si no han podido acabar con las ollas del Bronx neoyorkino
sus mejores alcaldes, menos en este triste país latinoamericano azotado por la
corrupción y el desgreño administrativo. Mientras la droga no se legalice, el Bronx bogotano seguirá rodando su película
siniestra, una, dos, tres, cuantas veces quiera, hasta alcanzar el top de Rápidos y furiosos, con sus respectivos
protagonistas de turno y sus épicas semblanzas en las primeras páginas de los
periódicos.
Porque como rastrojo y enredaderas en condominios en
ruinas, ganchos y jíbaros se reproducirán incluso con las mismas larvas de sus
cadáveres: los moscos, los tatos, los flacos, los teos, los payasos, de un extenso y novelesco prontuario de bárbaros
que han hecho de la droga una abominable telaraña -esa sí sin precedentes-
donde caen como mosquitos de verano incautos, niños y adolescentes de las
mejores y peores familias, y adultos que otrora fueron diligentes y destacados profesionales
y empresarios, y que sólo les bastó una primera
vez para quedar atrapados de por vida en el averno.
Cuando los jóvenes sabuesos
de City Tv denunciaron los rebaños
de niños y jovencitos que pasaban los fines de semana en los intestinos del Bronx, cautivos en demenciales farras de alcohol, droga, sexo y
prostitución, la pregunta que resortaba como pedrada de cauchera frente a la
pantalla era (y seguirá siendo): ¿Quiénes
son y dónde están los padres de esos párvulos?
Detalle de los sopladeros, en medio de desperdicios y heces humanas y de animales. Foto: Cristian Garavito. |
Porque se necesita estar fuera de órbita, ciego, secuestrado,
incluso drogado, para que un jefe de familia o un ama de casa, en pareja o
separados, no sepan del paradero de sus retoños entre semana o en días de
descanso.
El parte de tutores del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar es que la mayoría de estas
ovejitas descarriadas son hijos de
matrimonios disfuncionales; otros, que sus progenitores pasan todo el tiempo
trabajando, y un gran porcentaje, vive con tíos, abuelas o vecinos, con el
argumento de que papá o mamá, por precariedad económica, disputas y venganzas
intrafamiliares, los han abandonado. La prueba es que solo 25 de 136 menores rescatados, pudieron retornar al seno de hogares
aparentemente legítimos. El resto, a los sustitutos del ICBF.
La prioridad de la administración
Peñalosa debe ser arrancar de raíz, y de una vez por todas, lo que aún
pueda quedar del Bronx con todos sus
delirios y plagas. Una vez desocupado, contratar a los más avezados representantes del Colegio de Exorcistas del Vaticano, para conjurar y limpiar el larvario infecto que hierve en los rincones de dormitorios colectivos y sopladeros, donde a menudo se practicaban hechizos y rituales satánicos.
Escarbar en lo más profundo, como lo hizo el reportero Carlos Cárdenas de Noticias Uno, que en su intrépida labor logró penetrar por un túnel
a unas celdas con puertas blindadas, infestadas de heces y sangre humana, que
según el director del CTI, Julián Quintana, eran utilizadas por
los criminales como cámaras de secuestro, tortura, muerte a palos, bala, machete, perros adiestrados, y descuartizamiento
para agentes infiltrados, y para quienes no se acomodaran o se rebelaran ante
las leyes hampescas de esta dictadura del horror.
De premio esta gráfica que refleja el entorno depresivo del Bronx, meca del vicio y la degradación humanas. Foto: Cristian Garavito/El Espectador |
Lo del Bronx es
apenas el comienzo. Bogotá, como en
ningún otro capítulo de su historia, padece la maldición arrasadora del microtráfico, de norte a sur, de
oriente a occidente, en sus localidades más pobladas y concurridas, en Suba, Kennedy, los dos San Cristóbal, Rafael Uribe Uribe, Engativá, Ciudad Bolívar, Usaquén, Chapinero,
Teusaquillo, Bosa, Barrios Unidos, Santa Fe y Los Mártires.
El síntoma más delator es el de parques, plazoletas y
espacios públicos, que a cualquier hora, y más cuando cae la tarde, jóvenes de
todos los estratos dan rienda suelta a sus tabacos de bazuco y marihuana, sin ningún
pudor, a la vista de abuelos o de madres y nodrizas en su rutina solaz con
críos o mascotas.
¿Qué
hacer con la cantidad de habitantes de la calle que, además del consumo a
ultranza también hacen parte de la preparación y mercadeo de estupefacientes?
Contraproducente que las autoridades a la fuerza los desperdiguen
de la noche a la mañana por otros lares, ajenos al que por un tiempo
considerable ha sido su territorio. O que queden a merced de centros de sanidad
y hospicios de paso. Esa no es la solución.
Esta población no solo urge de permanente tratamiento psiquiátrico,
trabajo social y reintegración, sino de políticas y programas contundentes y
efectivos de capacitación y trabajo. Habrá casos perdidos, cuando la droga ya
hace parte del ADN. Pero quienes aún abriguen la esperanza de recuperación y de
una nueva oportunidad en sus vidas, brindarles todo el apoyo posible.
En el Bronx la miseria se vislumbra hasta en la precariedad y el abandono de animales domésticos. Foto: Cristian Garavito/El Espectador |
El
Estado debería aprovechar tanto baldío que hay en Colombia: la Orinoquía, el Vaupés, el
Vichada, el Putumayo, etc., para construir granjas agropecuarias e industriales
donde cientos de estos enfermos asuman con vigilancia y control científico, capacitación y trabajo remunerado, una
rehabilitación progresiva, preámbulo de un despertar de sus conciencias, luego
de años de nebulosas y oscuridad; una limpieza mental, orgánica y espiritual,
de cara a un renacer total, un punto y
aparte vivificante y positivo, con el propósito de incorporarse y ser útiles a
la sociedad.
Ese proyecto, desde luego, vale una billonada, y de ser
factible algún día, tendría en su proceso los visos utópicos del Metro de Bogotá. Dejémoslo en remojo, ¿cuánto
tiempo?, que lo averigüen los Vargas,
porque por ahora gran parte del erario, firmado está, tiene nombre propio: la
paz, el posconflicto, los rellenos fiscales, los reinsertados, la reparación de
víctimas, la recuperación de tierras, entre otros compromisos de ley, y en esos
trámites, remiendos y sanaciones, a Colombia
se le irán cincuenta años más.
A las nuevas y ya no tan pacientes Penélopes les hará falta mucha lana para tejer y desenredar, y
volver a tejer, y volver a enhebrar, en ese trámite ansioso de que sus amadísimos
Ulises, desmoronados por la guerra,
retornen con sus lanzas maltrechas al cálido umbral.
Y, para ese entonces, ya seremos polvo sideral.
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