sábado, 23 de abril de 2016

Cleóbulo Sabogal, verdugo implacable de los cacógrafos

El profesor Cléobulo Sabogal Cárdenas, en su despacho de la Academia Colombiana de la Lengua. Foto: La Pluma & La Herida 
Ricardo Rondón Ch.

“Así como hay una Defensoría de la Mujer, una Defensoría del Pueblo, una Defensoría de la Familia, etcétera debería existir una Defensoría del Idioma. ¡Caray!, porque da vergüenza cómo se maltrata y vilipendia la lengua que heredamos de Castilla”, arremete el profesor Heriberto Masmela, veterano cuartillero de galeras y linotipos de El Espectador, el otrora ‘Canódromo’, rotativo al que sirvió por espacio de 35 años.

- Existe una ‘defensoría del idioma’, ‘profe’ Másmela-, contrapunteo entre el vapor de unos oportunos tintos, en la hora nona del crepúsculo capitalino, en el renovado Café Automático.

Bien sabe usted que está a solo tres cuadras de aquí, en la carrera 3° N° 17-34, en el imponente edificio de estilo neoclásico que custodia el bronce de don Miguel Antonio Caro, gran filólogo y lingüista.

-¡No sea pendejo!-, arremete Másmela. Yo sé muy bien dónde queda la Academia Colombiana de la Lengua. Ni más faltaba… Me refiero a una comisaría que aplique multas y castigos severos a quienes trapean con el castellano. ¿Acaso no oye la verborrea y todo lo que termina en ‘rrea’  que utilizan los muchachos de ahora? ¡Qué horror!

Másmela, de cejas pobladas y antiparras de viejo boticario, ex corrector de estilo, amanuense de célebres plumas como las de Lucas Caballero ‘Klim’, Alfonso Palacio Rudas ‘El Cofrade’, y el mismo Gabriel García Márquez, está en su justa razón: En Colombia, y penosamente en Bogotá, donde en otras épocas se hablaba tan bonito, se ha perdido notablemente el respeto por el idioma: se parla mal, igual se escribe. Se perdieron nociones elementales de ortografía, ortología sintaxis y gramática, y todo lo relacionado con el buen uso de la lengua que nos corresponde.

Hoy, 23 de abril, cuando se celebra el Día del Idioma, homenaje que el mundo de habla hispana rinde a don Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (publicada en 1605), obra máxima que consolidó el idioma español y ubicó a su autor en el olimpo de las letras universales, al lado de nombres como el de Homero, Dante y Shakespeare, es justo hacer un reconocimiento a quien en su escritorio de la Academia Colombiana de la Lengua se esmera por defender y contribuir al buen uso del lenguaje: el profesor Cleóbulo Sabogal Cárdenas.

Sabogal Cárdenas, Al pie de la letra. Su mayor inversión es con diccionarios y libros que tengan que ver con el buen uso del idioma. Foto: La Pluma & La Herida  
Quien no lo haya visto en televisión, se lo imaginará entrado en años, poblado de canas, con el rostro cetrino surcado de arrugas, unos ojillos inquisitivos de roedor de biblioteca protegidos por unos anteojos gruesos, apoltronado en su oficina en medio de arrumes de periódicos amarillentos y de incunables; un retrato similar al del recordado Godofredo Cínico Caspa, de Jaime Garzón… ¡pero no!

- ¿Qué se echa que no le salen canas?, le pregunto ahora que lo he vuelto a visitar en su despacho.

- Me echo a dormir temprano porque soy muy malo para trasnochar-, responde con un veloz lance sarcástico, que en el argot taurino podría traducirse en un ‘trincherazo de empaque’ o en un ‘pase de la firma’.

En la puerta de su oficina, a la que se llega luego de atravesar un largo, entapetado y melancólico vestíbulo -que me evoca el corredor del tétrico hotel donde, a órdenes de Stanley Kubrick, Jack Nicholson perseguía enloquecido a su familia con un hacha en El resplandor (1980)-, hay una inscripción que dice: Sala Rafael Maya. Oficina de Información. Comisión de Vocabulario Técnico.

Íngrimo en ese amplio salón, el profesor Cleóbulo completa ya dieciocho años como consultor del buen uso del castellano en Colombia; además, no está rodeado de incunables y mamotretos, sino de muchos diccionarios, de época y actualizados, dispuestos en su vitrina personal y en su escritorio.

A vuelo de pájaro tomamos nota de algunos títulos que lo acompañan en su rutina diaria: el Diccionario del español actual; el Manual de estilo de la lengua española; el Nuevo diccionario de dudas y dificultades de la lengua española; el Diccionario panhispánico de dudas; los seis tomos del Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia; el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española; el Diccionario de gentilicios de Colombia; el Diccionario de expresiones extranjeras; el Diccionario de bibliología y ciencias afines; el Diccionario para la enseñanza de la lengua española. En fin…

Impecable en su pupitre, luciendo una camisa verde esmalte de cuello sanforizado que anuda con una corbata en tono olivo, el profesor Sabogal, que por invitación del programa Día a Día de Caracol Televisión, retomó desde del 1° de marzo la sección que en el noticiero de la misma cadena hace años canceló por capricho propio el periodista Darío Fernando Patiño, acaba de leer Al pie de la letra (biografía fantástica del idioma español), y agrega que está terminando de leer Palabras mayores: 199 recetas infalibles para expresarse bien.

No es la Biblia en su atril. Es el Diccionario de La Lengua Española 300 Años, uno de los libros de cabecera del profesor Sabogal. Foto: La Pluma & La Herida  
Dichos encargos los hace con periodicidad a la Casa del Libro de España, como el pedido que el año anterior  hizo de la 5.ª edición del Manual de estilo de la lengua española, la 4.ª edición del Diccionario de redacción y estilo, de don José Martínez de Sousa, y el Manual de estilo Chicago Deusto, traducido por vez primera al español. ¡Como para enloquecerse!

Ese amor por el idioma se remite a su época de niño, en Cunday (Tolima), cuando llegó a sus manos el Pequeño Larousse -que exigía la lista de útiles escolares- y luego se incrementó en el bachillerato, que cursó en tres instituciones: los primeros dos años, en su pueblo natal; 8.° grado, en un colegio privado de Ibagué; y 9.°, 10.° y 11.°, en el Seminario Menor de la capital tolimense. A pesar de haber concluido la carrera sacerdotal, no se ordenó.

A escasos meses de llegar a Bogotá, en 1998, tuvo la fortuna de vincularse como jefe de Información y Divulgación a la Academia Colombiana de la Lengua, y para complementar estudios y conocimientos, en aras de la responsabilidad de su nuevo cargo, se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de la Salle.

De ese año hasta la fecha, el profesor Cleóbulo Sabogal es el encargado de absolver cualquier tipo de dudas a profesionales de diferentes áreas: abogados, catedráticos, publicistas, diseñadores gráficos, correctores de estilo y, paradójicamente, que debería ser en sumo grado, uno que otro periodista, de los más puntuales en sus consultas, Yamid Amat, María Lucía Fernández y César Muñoz Vargas.

Por eso, se duele de cómo se maltrata el idioma. Dice que de las más de quinientas mil palabras que tiene el castellano, los colombianos no alcanzamos a manejar cinco mil.

Custodiada por la Virgen María, la mesita de los teléfonos de consultas de la sala 'Rafael Maya', donde hace dieciocho años atiende Sabogal Cárdenas. Foto: La Pluma & La Herida 
“Hay considerable descuido y negligencia en el uso de la palabra. Las intervenciones en radio y televisión, sobre todo en las secciones de entretenimiento o farándula, están plagadas de yerros. Ni hablar de periódicos y otras publicaciones, la mayoría empedradas de errores”, añade.

Parte de ese descuido, aduce el filósofo y lingüista, tiene que ver con que no hay el mismo rigor de otros tiempos en la enseñanza de la gramática y la ortografía: “Ya no se estudia en el pénsum académico la Gramática de Andrés Bello o la Gramática latina de Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, mucho menos el Tratado de Ortología y Ortografía, de José Manuel Marroquín. Ahora a la gente no le importa hablar ni escribir bien, sino que se le entienda”, agrega.

En su escritorio recibe un promedio diario de cuarenta consultas telefónicas y por correo electrónico, no más de diez. Para él no hay palabras ni bonitas ni feas.

“Para mí las palabras son significativas, dicientes, pero no más. Sin embargo, tengo que reconocer que me disgustan las palabrotas, es decir, las groserías”.

Dicta clases particulares a estudiantes y profesionales, y escribe una columna mensual en la revista de Copidrogas. Esto para ahorrar e invertir en lo que ha sido su pasión y entrega de toda la vida: diccionarios y manuales de lenguaje que, en su caso, es lo que más le demanda dinero desde su condición de soltero feliz a sus 42 años, que no fuma, no bebe, no trasnocha, y los domingos y fiestas de guardar los divide entre almuerzos y onces con tías adorables, o en la casa de sus amigas como Luz Mariela Jaramillo, correctora de estilo, o Clara Lucía Delgado, quien fue discípula suya en la Universidad Javeriana y hoy es una aventajada editora.

Para estas fechas, cuando se celebra el Día del Idioma, el profesor Sabogal atiende a estudiantes universitarios o a personas particulares; les hace un recorrido por los salones y oficinas de la Academia; les habla de la historia de la institución y de las funciones que cumple.

En las solemnes paredes de su oficina, aparece el friso de la literatura colombiana, del maestro Luis Alberto Acuña; el retrato del padre Félix Restrepo, a quien se le debe el edificio de la Academia Colombiana de la Lengua, que empezó a construirse a mediados de los años cincuenta y fue terminado a comienzos de los sesenta.

Junto al bronce del escritor, filólogo, humanista y político colombiano don Miguel Antonio Caro, custodio de la Academia Colombiana de la Lengua. Foto: La Pluma & La Herida
Asimismo, un retrato al óleo de don Hernando Domínguez Camargo, de los más representativos del parnaso de la Nueva Granada. Otro del venezolano Andrés Bello, uno de los mejores gramáticos del idioma español. Uno más de monseñor José Telésforo Paúl, miembro de la Academia Colombia de la Lengua y, por supuesto, el del gran Cervantes en tintilla.

Es hora de partir. Sabogal Cárdenas revela en su rostro el afán neurótico de los citadinos. Está agendado para grabar. El conductor de la móvil de Caracol Televisión lleva un retardo de veinte minutos. Se acaba de comunicar con él vía celular y le ha manifestado que su tardanza tiene que ver con un trancón de transmilenios. Nada de extrañar un viernes en la tarde en la enloquecida Bogotá.
    
El profesor Cleóbulo se despoja de sus cubremangas, toma del ropero centenarista su saco y se lo ajusta. De la solapa pende una medalla del Espíritu Santo.

- ¿Siempre la lleva ahí?

- Sí, ¿por qué?

- ¿Por agüero?

- Por agüero, no. Porque es la tercera persona, y es fuente de conocimiento y sabiduría.

Cruzamos el largo vestíbulo cinematográfico que conecta con las escaleras que conducen al primer piso donde está el emblemático paraninfo y sale despidiéndose del imponente bronce de don Juan de Ávalos, que custodia la entrada del edificio, diseñado por el arquitecto español Alfredo Rodríguez Ordaz.

De salida, aprovecho para tomarle una última fotografía al lado de la estatua de don Miguel Antonio Caro.

- ¿Usted por qué me toma tantas fotografías?, ¿es que va a hacer un álbum conmigo?-, me espeta como mirando a un bicho raro.

Del tintero y otras tintillas

Con una tintilla del gran Cervantes como telón de fondo, Foto: La Pluma & La Herida  
¿Cómo han sido las relaciones con sus padres a partir del nombre con que lo bautizaron?

Fue una relación de gratitud la que tuve con mis padres porque los dos fallecieron. Sin embargo, agradezco a mi padre el haber escogido este nombre griego, que tiene un gran significado y que, al decir de muchos, hago honor a él.

¿Por ese nombre fue que decidió en su juventud seguir los caminos del sacerdocio?
No, el nombre no tuvo nada que ver con mi carrera sacerdotal.

¿Qué lo motivó entonces?

La vocación que desde niño sentí y por la que estuve diez años interno en el Seminario de Ibagué.

¿Tiene un diario donde cuenta esta vida y la otra al servicio de Dios?

Nunca he llevado diarios.

Pero con diez años de encierro monástico debe tener muchas cosas que contar...

Hay un conjunto de anécdotas, tristezas, alegrías y satisfacciones, pero tampoco como para publicar un libro.

¿No es como para enloquecerse estar todos los días rodeado de diccionarios, incunables y mamotretos?

No es para enloquecerse, sino para enriquecerse y para aprovechar al máximo el tiempo.

Cuando se observa al espejo, ¿no le da la impresión de que está tomando la sospechosa curvatura de una interrogación?

Me doy cuenta de que estoy tomando la forma de un signo de exclamación porque cada vez me admiro más de lo que desconozco.

¿En instantes neuróticos lo asaltan tempestades de tildes, apóstrofos y comas?

No, las tempestades que me asaltan tienen que ver con problemas sintácticos.

¿Es usted un obsesionado de la letra H?

Sí lo soy porque muchas veces me quedo como una h, es decir, mudo, ante tanto conocimiento inabarcable de nuestro idioma.

Algunos de los tantos diccionarios que reposan sobre el escritorio del filósofo y ortógrafo tolimense. Foto: La Pluma & La Herida
¿Es cierto que está avanzando en un complejo ensayo de mil páginas alrededor de la ‘muda’?

No es cierto, y esa pregunta me deja mudo.

¿Cuál es para usted la letra más sensual del abecedario?

Podríamos retomar la h, puesto que con ella se escriben muchas interjecciones como hum, huy y hey. Esta última dio nombre a una de las célebres canciones de Julio Iglesias.

¿Tiene alguna aversión contra la ñ?

En absoluto, porque esta letra es indispensable en nuestro idioma.

¿Por cuál signo de puntuación siente más simpatía?

Por la coma, porque es el signo que más usos tiene y el que más se presta a discusión.

¿Es verdad que es difícil ingresar a su domicilio por la cantidad de diccionarios y libros de gramática que existen?

No es verdad, puesto que soy una persona muy organizada y casi todos mis libros están en el estudio de mi apartamento.

¿Cuál es el diccionario en español más confiable en este momento?

Aparte del Diccionario de la Real Academia Española, consulto otros muy importantes como el Diccionario de uso del español y el Diccionario del español actual.

¿Qué hay con el Diccionario panhispánico de dudas?

Es uno de mis libros de cabecera para resolver múltiples interrogantes idiomáticos.

¿Sigue consultando a María Moliner?

Sí, señor porque es uno de los diccionarios más importantes de nuestra lengua y la editorial Gredos se ha encargado de actualizarlo: ya va por la tercera edición.

Siempre lleva en la solapa la medallita del Espíritu Santo, para él, símbolo de conocimiento y sabiduría. Foto: La Pluma & La Herida
¿Cree que los correctores de estilo están en vías de extinción?

Para nada. Sin embargo, muchos de ellos sí están condenados a desaparecer por su mala preparación y por su desconocimiento del idioma, que es la herramienta esencial de su trabajo.

¿Los colombianos, definitivamente, somos unos malhablados?

Más que malhablados diría que hay mucho desconocimiento de nuestro idioma y que lo maltratamos a menudo.

¿Tiene por afición cazar gazapos como en su momento lo hizo Roberto Cadavid Misas, el recordado Argos?

No tengo esa afición, pero los detecto fácilmente cuando estoy leyendo.

¿Cuál es la palabra más extraña que conoce?

Calipedia, una palabra de origen griego que designa el arte quimérica de procrear hijos hermosos.

¿Cuál es el verbo que más conjuga?

Leer.

¿Y del que más rehúye?

Emperezar, es decir, dejarse dominar por la pereza.

¿Es usted un artículo de fe?

No lo soy porque los artículos de fe solo pueden ser propuestos por la Iglesia.

¿Sus disputas son de género?

No señor, porque no suelo entrar en disputas de ningún género.

¿Lo conmueven las diéresis?

No me conmueve su presencia, sino su ausencia, ya que muchos creen que este signo diacrítico ya no se emplea.

¿A qué sabe una lengua muerta?

A nostalgia, porque es un sistema de comunicación ya perdido.

¿Cuál es la pesadilla más frecuente?, ¿acaso la mala ortografía?

La ortografía es por definición escritura correcta; luego ‘mala ortografía’ es una contradicción y ‘buena ortografía’ es un pleonasmo o redundancia.

¿Entonces cómo se dice, profesor?

Se dice cacografía, es decir, la escritura contra las normas de la ortografía.

¿Y usted es el verdugo implacable de los cacógrafos?

Si me dan la oportunidad, me convierto en un censor, más que un verdugo.

¿Cuál es el antónimo de cacógrafo?

Ortógrafo, y ese soy yo.


Consulte al profesor Cleóbulo Sabogal al teléfono de su despacho en Bogotá: 3426296 o escríbale a consultas@academiacolombianadelalengua.co

Prográmese con el Día del Idioma en la FILBo 2016: http://feriadellibro.com/ 
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