El universo fantástico y sorprendente de Slava's Snowshow, de Rusia, uno de los apetecidos espectáculos del XV Festival Iberoamericano de Teatro. Foto: FITBO |
Ricardo
Rondón Ch.
Media hora antes de comenzar el espectáculo se oye el
sonido incesante de una locomotora que se acerca y se aleja, que se aleja y se
acerca, recreándole al público que es Rusia,
que ese es el rumor del tren transiberiano,
y que quienes pueblan esas gélidas y remotas estepas abrigan mucho calor
humano, y un sinnúmero de historias para contar y divertir.
El teatro (en el capítulo que nos acontece, el ‘Jorge Eliécer Gaitán’) está
abarrotado de gente: la platea llena, los balcones al tope. Por fortuna
habilitaron el foso –donde se ubica la orquesta operática para quienes nos
quedamos sin boleta-.
Público de todas las edades, muchos adolescentes y niños,
como debe ser. Personalidades otrora en el esplendor de la juventud, como el ex
ministro de hacienda y de agricultura Juan
Camilo Restrepo, ahora en el papel de abuelo, acompañando a su pequeña
nieta.
El cuadro de Restrepo
y su nena es suficiente para enmarcar la regularidad de un público, el de mayor
expectativa en lo que va corrido del XV
Festival Iberoamericano de Teatro: Slava´s Snowshow (si se tiene en cuenta
que al ingreso la reventa hace de las suyas con sus cambalaches de boletas al
triple del precio oficial), que tiene como protagonista a quien es considerado el mejor payaso del mundo, Slava Polunin,
artista ruso en la franja de los 65 años, o mejor, un adolescente de 65 años
capaz de provocar el regocijo colectivo, el suspiro contenido, el parpadear de
la ternura.
Porque de eso se trata su lúdica función a través de la pantomima, el lenguaje universal del clown, apto para la mente brillante de un científico o la de un
infante con síndrome Down: el
ejercicio sutil de reinventar los sueños, de despertar el niño por años dormido
en el espíritu del mayor, de hacer que un menor se asome a las erratas y
ridiculeces de un grande, y de reivindicar la alegría y la esperanza de un
mundo azotado por las guerras, el odio, el rencor, la ambición, el hambre, la
segregación.
El Teatro 'Jorge Eliécer Gaitán', convertido en una alucinante fiesta de balones multicolores. Foto: La Pluma & La Herida |
Slava
Polunin, con su tribu de cómicos, es capaz de producir el
sortilegio, por lo menos en la hora y cuarenta y cinco minutos que dura la
representación, con recursos y elementos tan sencillos y naturales como debería
ser la vida: un mono amarillo de dormir, unas narices de cereza, unos sombreros
melancólicos de vagabundo, humo de hielo, toneladas de papel celofán a manera
de nieve, millones de pompas de jabón, gigantescas burbujas de látex que
suponen orbes imaginarios, un par de teléfonos de felpa, un catre hospitalario
que hace las veces de una nave a contracorriente de una voraz tormenta, balones,
muchos balones, y hasta un tiburón de espuma, ¡que ladra!
Todo esto para desencadenar la admiración en masa:
rostros cariacontecidos, risas a granel, por igual, la de la señora cincuentona
que tiene que tomarse el vientre para contener su hilaridad, y la de la bella
niña de crespones rubios que no para de celebrar las situaciones disparatadas
de aquellos discípulos del gran Garrick,
el viejo actor de la Inglaterra,
quien sentenció “que a este mundo venimos
a reír con llanto, y también a llorar a carcajadas”.
Asisyai,
que es el personaje legendario de Slava
Polunin, alma y nervio de su compañía, inspirado en sus alter egos generacionales: el gran Charlot, Marcel Marceau y Leonid Engibarov
(pionero de la pantomima rusa, recordado por su película, ‘Los corceles de fuego’), propone una monumental fiesta
multicolor, de múltiples sinergias que comprometen al público, que lo
involucran con el espacio escénico, en su lúdica cosmogonía, como la monumental
tela de araña sintética que se va esparciendo por la platea, y que es una
evidencia tangible de que nadie se puede escapar del juego. De que ahí todos,
querámoslo o no, estamos atrapados.
"Aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar a carcajadas", parece sugerir el mejor payaso del mundo, parafraseando al gran Garrick, de Inglaterra. Foto: La Pluma & La Herida |
Asisyai desnuda
su soledad, la presenta sin resquemores al público, la hace cómplice y la
embellece con una poética que es la síntesis de su amor y su ternura, como es el
cuadro en el que el payaso interactúa con su perchero: un viejo gabán y un
sombrero que “cobra vida” para animar y consolar al desamparado, y darle a
entender que no está íngrimo como se lo creía, que ahí está “él” para
respaldarlo ante el infortunio.
Al final, la avalancha de toneladas de papelillos blancos
que representan la nieve, inunda el auditorio: la niña de crespones dorados no
para de reír, como también lo hace la dama otoñal, y los cerca de mil
espectadores que aplauden y silban sin descanso a esta loca tropilla de payasos
con un Slava Polunin al frente, que
hace la reverencia y bate a mano en señal de despedida, de una despedida
momentánea, traducida en volver al escenario, despojarse de su mono canario,
limpiarse el maquillaje, descansar unas horas y preparar la próxima función.
Así lo ha hecho desde los diecisiete años, cuando
descubrió en su ser el alma pura del teatro, de la comicidad, de la reinvención
de la vida y del mundo a través de los sueños, y de enterar a la humanidad de
que la muerte sólo puede ser posible de manera natural, o por las flechas
amorosas de los ángeles de Cupido,
como lo narra en su espléndido montaje.
¿Quién
es Slava Polunin?
Slava Polunin, genio y figura de la pantomima mundial. Foto: clownevolution.com |
Nació en Novosil,
una pequeña ciudad de Rusia, lejos del
casco urbano. El próximo 12 de junio
cumplirá 66 años. Su niñez transcurrió entre bosques, campos y riachuelos.
Vivía en el mundo de las fantasías, y le gustaba inventar historias.
Constructor de viviendas en las copas de los árboles y
ciudades de nieve. Promotor de fiestas divertidas con sus amigos. Fue a través
de la televisión y el cine que se enamoró de los grandes mimos y payasos.
Apasionado del arte cómico, a la edad de diecisiete años se
trasladó a Leningrado y se unió a un
estudio de mímica. Así comenzó su búsqueda a largo plazo para recuperar y
restablecer el arte y oficio del legítimo comediante, como los grandes espejos en
los que se fue mirando en el transcurso de su carrera: Charles Chaplin, Marcel Marceau y Leonid Engibarov.
En 1979 fundó la Compañía
de Teatro Litsedei, con espectáculos de calle y de carpa, con la que empezó
a recorrer el mundo. La reputación de Slava creció rápidamente y la gente
viajaba miles de kilómetros para verlo y aprender sus técnicas: mezcla de
cómico alternativo y teatro visual. Sus antiguos compañeros de elenco y varios
de sus alumnos han formado sus propios colectivos, y los más avezados han hecho
parte de las superproducciones del prestigioso Cirque du Soleil.
Snowshow
(antes
llamado teatro amarillo, o carpa amarilla), ha sido el gran logro de su
carrera. Con él ha ganado, entre muchos, los codiciados premios Oliver y el Time Out, que es lo más alto y significativo de la encopetada
crítica teatral británica.
Snowshow se
describe como un trabajo en permanente progreso y renovación, con la premisa de
que su creador, antes de presentarlo en cualquier parte del planeta, hace un
estudio de la idiosincrasia y del humor de su público, con el propósito de imprimirle
novedosos conceptos e inspiraciones.
En Bogotá, en
el XV Festival Iberoamericano de Teatro,
ha sido la sensación. Lástima que lo bueno, sea tan breve. La recompensa será
el recuerdo imperecedero.
Slava’s Snowshow: Teatro ‘Jorge Eliécer Gaitán. Funciones hasta el domingo 27 de marzo. 8:30
p.m. Mayor información: Tuboleta PBX: 4042463
Entérese de la programación y el acontecer en detalle del XV Festival Iberoamericano de Teatro: http://bit.ly/1pqGDRT
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