Vicky Dávila en la que hasta hace unos días fue su casa periodística durante nueve años: la FM, de RCN. Foto: elcolombiano.com |
Ricardo
Rondón Ch.
En los anaqueles del periodismo criollo, y como material
de consulta para futuras generaciones de reporteros, Vicky Dávila aparecerá como la heroína que desde su tribuna de la FM Radio sacudió los cimientos de la Policía Nacional con una serie de
escándalos, entre ellos, el de la vergonzante ‘Comunidad del anillo’ - investigación a fondo que con su equipo le
valió un Premio CPB-, y a la
institución armada la renuncia de su director, y con esa misma daga, luego de cortarle
la cabeza a la serpiente, hacerse el harakiri
con la publicación del video del exviceministro Carlos Ferro Solanilla y el oficial Ányelo Palacios que, en guardadas proporciones, resultó un documento
farandulero como uno íntimo que hace años sacó al aire La Negra Candela de la actriz Luly
Bosa, y que a la Reina del chisme
y la maledicencia le costó un largo y engorroso lío judicial, y una sanción
millonaria.
Esto sucede cuando quien ejerce el oficio de la
información no mide consecuencias, y llevado por el ego sobredimensionado de
estar frente a un micrófono o ante una cámara, con una sed inagotable de
protagonismo y audiencia, pretende ser juez y parte. Varias veces lo ha
recalcado el adalid de la ética, Javier
Darío Restrepo: “A un periodista le corresponde la tarea de investigar y de
informar. No la de juzgar”. Y ya se volvió un lugar común afirmar que en Colombia las salas de redacción y las
cabinas de radio son tribunales de justicia, en un país donde la Justicia, como
otros estamentos, legislativos y del consorcio estatal,
o están corruptos, o sencillamente inoperantes e idiotizados.
Seguramente a Vicky
le espera un amargo proceso con el lío del cuestionado señor Ferro. El vídeo solo revela la conversación de dos hombres
que en apariencia se gustan y quieren gozar de un solaz íntimo en el motel más cercano, pero
que nada aporta a la investigación que ella venía siguiendo, la de la red de prostitución y acoso sexual a uniformados por parte de
congresistas. De hecho, en esa grabación que data de 2008, es el oficial Ányelo Palacios quien provoca e insiste
en sacarle información de sus apetencias viriles al entonces senador.
En finadas cuentas, el de verde
oliva quiso dejar constancia de que quien está al timón es homosexual y pieza clave en las pesquisas que adelanta la Procuraduría y la Fiscalía -valga el pleonasmo- alrededor de la 'Comunidad del anillo'. Pero el trámite quedó a medias. El vídeo no refiere nada de las intermediaciones de altos mandos de la Policía para proveerles jovencitos uniformados a los congresistas, como lo ha venido asegurando Palacios, que fue el primero en revelarle a la directora de la FM Radio haber sido en el pasado engañado y violado por sus
superiores.
El
gran pecado de Dávila fue su ligereza emocional. Como en 1999,
cuando era reportera de RCN y en
medio del dolor y la angustia del
terremoto que estremeció a la población de Armenia, metió su micrófono
entre los escombros de lo que había sido una edificación para preguntarle con
frialdad pasmosa a uno de los sobrevivientes, “qué se siente estar ahí…”.
Esta vez, la ligereza fue mayor, cuando se deduce sin
mayores obstáculos que la publicación del vídeo
Ferro-Palacios la hizo sin consulta previa, sin asesorarse primero, sin
acudir a la sabiduría de un superior, incluso de un subalterno, quien le hubiera
dado luces al respecto: primero, que el contenido es de carácter privado, por
más que sus protagonistas sean dos personajes públicos. Segundo, que la
conversación alude a un affaire entre
dos conocidos. Tercero, que la grabación fue malintencionada. Y, cuarto, la más grave, que las consecuencias
a la postre serían catastróficas cuando hay familias y menores de edad de por
medio.
Carlos Ferro y Marcela Pineda, su esposa, con las manos entrelazadas como un par de novios en cine. Foto: elespectador.com |
¿Visualizó acaso Dávila en el daño que dicha publicación le haría a
la esposa y a los hijos del exviceministro, por encima de su pasado,
supuestamente turbio, y hasta de las investigaciones fragmentadas de un
homicidio pasional -que denunció el periodista Édgar Artunduaga en una columna del portal Kienyke- ocurrido en 2009, en el que éste podría estar involucrado? Las
acusaciones o señalamientos de que sea objeto Ferro Solanilla son una labor que compete a la Justicia, no a la de
los ‘togados radiales’, ni menos utilizarse de escarnio para sus protegidos.
¿Vieron esta semana a Marcela Pineda, la esposa de Ferro,
en declaraciones a Caracol Televisión
y Blu Radio, defendiendo como fiera
herida a su marido, agarrada todo el tiempo a su mano, exhibiendo en primer plano su sortija nupcial, cual tortolitos recién casados, en una alocución que para
ciertos ojos fue libreteada? Pineda,
que tiene hechuras y tono de dragoneante, protegió y respaldó a su cónyuge con el
nervio propio de una madre que ha sido llamada de urgencia al colegio ante la inminente
expulsión de su hijo calavera.
Por ahí podría empezar el proceso que se le avecina a Vicky Dávila, como cita el Código Penal, “por daños y perjuicios irreparables
al prestigio, salud mental, honra y bienes familiares”, con el agregado de que son los menores quienes
demandan la mayor parte por el fuero de indefensión y vulnerabilidad que les atribuye
la legislación, y más complejo aún, expuestos a los desmanes de la crítica, el señalamiento y el matoneo, directo y en redes sociales.
“Conozco a Carlos,
sé la persona que es, sé el papá que es y desde el primer momento ha tenido mi
apoyo incondicional porque tenemos proyecto de vida e hijos con los que debemos
ser responsables. En ningún momento pensé en dejarlo, porque si cometió un
error, yo no soy quién para juzgarlo. Sigo con él porque hacemos más como
pareja para una sociedad y para nuestros hijos, y porque sigo enamorada de él”,
manifestó Pineda con sus ojos
puestos en los de su entrevistador, Néstor
Morales, y una voz contundente y segura, preámbulo de su testificación en
baranda.
Enamorada o no, vaya uno a saber después de lo visto y
oído, el argumento a voces y de conocimiento público ya se plantea como una
poderosa versión procesal contra la periodista, irrebatible y de entera
justificación para el juez encargado de dimitir el fallo.
Dávila
cumplió con su cometido: ir más allá de una investigación a
fondo alrededor de los vejámenes y las aberraciones de una red de prostitución concebida
de manera diabólica y aberrante entre congresistas y altos mandos policiales,
que a la fecha ha dejado como resultado la sospechosa muerte de una alférez,
las denuncias de presiones, acoso sexual y laboral de varios uniformados, la
renuncia de su director, el controvertido general Rodolfo Palomino, la dimisión de Carlos Ferro Solanilla a su cargo de viceministro del Interior, y su propia renuncia, la de Vicky, en
una semana bochornosa, salpicada de intrigas, en este verano siniestro que ya
nos tienen a todas con la lengua afuera.
Hasta ahí, Vicky,
incólume y sacando pecho con la escultura del ‘Sacrificado’, de Rodrigo
Arenas Betancourt, que el Círculo de
Periodistas de Bogotá confiere a la ardua labor de quienes se empeñan en denunciar
y encontrar la verdad, a costa de sus propias vidas. Felicitaciones, Vicky. Su gran error, hacer público un documento
que sólo compete a sus protagonistas. El trajinado síndrome de la chiva, el
ansia incontrolable de acaparar audiencia a como dé lugar y la vanidad
personal, no pueden estar por encima de la intimidad de las personas. Y ese fue
el harakiri de quien por nueve años estuvo al mando de la FM Radio.
Vicky Dávila, que a lo largo de su carrera como periodista se ha empeñado en ser una consentida del poder (recordar sus habituales y evidentes guiños al expresidente Álvaro Uribe en la Cosa Política de Noticias RCN) afirma en entrevista con Daniel Coronell (revista Semana) que su cabeza la pidió su máximo contradictor, el presidente Juan Manuel Santos. A su vez, el mandatario le respondió en un trino: "Yo no pido cabezas de periodistas. Soy quien más valora la crítica, cuando es seria y fundamentada". Lo más seguro es que sigan rodando cabezas: hay suficientes Perseos para decapitar las que faltan de esa abominable Medusa en que se ha convertido esta tragicómica puesta nacional que se adelantó al Festival Iberoamericano de Teatro.
Un calculado y escueto comunicado de la Organización Ardila Lule, la empresa
periodística para la que Vicky trabajaba, ratificó su renuncia. El envío la subrayó
como “una periodista importante”, resaltado
que pone una vez más de presente, que en este oficio, el de informar, no hay imprescindibles
ni insustituibles; que sólo somos notarios a tenor de las falacias, servidumbres y miserias cotidianas, unas
simples fichas del mefistofélico juego del poder, cada día más enfermo, decadente y fétido; y que como seres humanos, por más artistas del micrófono que pretendamos
proyectarnos, somos débiles y vulnerables, erramos, caemos, padecemos y nos
volvemos a levantar; y que todo a la larga sigue su curso, para bien o para mal,
estemos de acuerdo o no, hasta que el Supremo de celestas nos llame a rendición de cuentas.
Almendras Amargas: entrevista de Daniel Coronell a Vicky Dávila, vía Semana:
http://bit.ly/1ov4C1k
"Nadie conoce al hombre con el que he vivido": Marcela Valencia, esposa de Carlos Ferro, en entrevista con Caracol Televisión y Blu Radio: http://bit.ly/1U9ZuvT
Almendras Amargas: entrevista de Daniel Coronell a Vicky Dávila, vía Semana:
http://bit.ly/1ov4C1k
"Nadie conoce al hombre con el que he vivido": Marcela Valencia, esposa de Carlos Ferro, en entrevista con Caracol Televisión y Blu Radio: http://bit.ly/1U9ZuvT
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