La estampa de luminaria del cine del Inquieto Anacobero, de quien se cumplen por estas fechas 100 años de su natalicio. Foto: zonacero.com |
Ricardo
Rondón Ch.
1916 fue
un año de caros y decisivos acontecimientos: la Primera Guerra Mundial estaba en sus máximos hervores. El 20 de
marzo de ese año, el científico Albert
Einstein publica su Teoría General
de la Relatividad. Un 1° de abril, otro científico alemán diseña la primera
mano ortopédica. El 2 de julio se juega en Argentina
el primer partido de la Copa América,
entre las selecciones de Chile y Uruguay (Uruguay supera a su rival 4-0). El 1° de octubre se funda el diario
El Universal en Ciudad de México. Ese mismo año nacen, entre otras personalidades: El
22 de abril, en Estados Unidos, el
prodigio del violín Yehudi Menuhin.
El 11 de mayo, en La Coruña, España, el Premio
Nobel de Literatura Camilo José Cela. El 9 de octubre, el actor
estadounidense Kirk Douglas. El 5 de febrero, en un barrio triste de San Juan, Puerto Rico, Daniel Santos. Al año siguiente muere el poeta nicaragüense Rubén Darío.
Aquel 5 de febrero de 1916, en un vivienda humilde aledaña a la Parada 18 de Trastalleres
(por los talleres del ferrocarril), del barrio
Santurce, municipio de San Juan, Puerto
Rico del alma, con sus callecitas en tierra, llegó a este mundo, entre
rezongos ininteligibles de borrachos amanecidos y pregones de vendedores de
huevos y aguacates, un morochito de ojos cariacontecidos a quienes sus padres
bautizarían como Daniel Doroteo Santos
Betancourt.
Así narra el célebre alumbramiento imaginario su biógrafo
y cronista de marras, el escritor puertorriqueño Josean Ramos, en su recomendado libro ‘Vengo a decirle adiós a los muchachos’:
“(…) Enfocó las imágenes que le seguían más allá del
tiempo recordado y alcanzó a ver junto al borde del espejo que esta vez tenía a
sus espaldas a un niño inquieto y gritón que en pocos años llegaría a
convertirse en el chico más malo del mundo.
Estaba ahogándose en un baño de sangre, desgarrando las
entrañas de la madre que lo parió, y vio en la pared del cuartucho un Almanaque Bristol detenido en el signo
de Acuario, con el nombre de San Paul Miki, y el 5 de febrero de 1916 marcado como una
fecha difícil para los asuntos del alma. Junto al niño vio a un carpintero, Rosendo de los Santos, y a una
costurera llamada María Betancourt.
Había nacido, en palabras del autor, “El As de los Corazones Ensangrentados”.
Si El Jefe
viviera al día de hoy, 5 de febrero de 2016, estaría contando cien almanaques,
pero muy seguro que no los celebraría, por la sencilla razón de que Daniel Santos nunca hizo fiestas en esa
fecha, sino el 6 de junio, como
aparece en su registro de nacimiento, en su pasaporte y en todos sus
documentos.
El melómano y coleccionista de música latina Carlos Molina Salas, notario puntual de Daniel Santos, en el Museo de la Salsa, en el Barrio Obrero de Cali. Foto: Carlos Chavarro. |
De eso da fe Carlos
Molina Salas, melómano caleño, ferviente admirador del Inquieto Anacobero a quien empezó a seguir desde su juventud, a los
20 años. Y Molina ya completa
sesenta y seis, cuarenta y seis de ellos dedicados a su labor de coleccionista
y director del Museo de la Salsa,
orgullo de este género musical en la Sultana
del Valle, para expertos y aficionados.
De ahí que para Molina,
hoy 6 de febrero de 2016, sea un día
común y corriente en su establecimiento, no obstante que emisoras, telediarios,
periódicos y portales de América y
de otras latitudes del planeta, dediquen sus especiales a la celebración del
primer centenario del natalicio del artista más grande, polifacético y
controvertido que haya dado en su historia Puerto
Rico.
Calle
11B#24-44, Barrio Obrero -a diez minutos en taxi de la Plaza de Caycedo, sector emblemático de
Cali-. El veterano fotógrafo freelance Carlos Chavarro, curtido en las bregas de la reportería judicial,
es nuestro enlace para llegar al emporio de salsa, rumba y boleros, con más de seis mil acetatos, algunos únicos en el
mundo, y un promedio de cincuenta mil
fotografías, la mayoría firmadas y dedicadas a Molina Salas por figuras rutilantes de todos los tiempos.
Para no tomarse la molestia de nombrarlos a todos, que
son muchos a lo largo de cincuenta años, el melómano en cuestión nos revela una
fórmula práctica: “Te voy a nombrar algunos de los que nunca vinieron, o no han
podido venir a Cali, y en
consecuencia, a mi Museo, entre
ellos: Benny Moré y Tito Rodríguez. De resto, los que
quieras”.
Nicho aparte en cada uno de los tres pisos que componen
el museo-vivienda, lo tiene el figurón puertorriqueño: los ochenta y siete
acetatos que de él Molina ha venido
acumulando, algunos inéditos como un disco de prueba, Qué tabaco malo, se llama, que Santos,
por razones desconocidas, nunca lanzó al mercado, y que para su propietario es
una de las joyas más preciadas de su colección.
Y no solo discos, cientos de fotografías, de sus
travesías artísticas y del álbum de la familia Molina Salas, comenzando por la de gran formato a color (donde
aparecen los dueños de casa, don Carlos
E. Molina y doña Irma Salas con El Jefe) que se advierte en la sala, en
el segundo piso, a la que se accede luego de subir los veinte escalones
blancos, cada uno con impresiones del pentagrama musical. Y cualquier cantidad
de souvenirs: corbatas, corbatines,
calzonarias, una correa con el escudo de Puerto
Rico como chapa, revistas, recortes de periódicos, tres esculturas, y hasta prendas de
vestir que pertenecieron al ídolo de multitudes.
Acetatos de exhibición en tiendas de discos y librerías de Bogotá, como la Gran Manzana, donde Daniel Santos es recordado por sus seguidores. Foto: La Pluma & La Herida |
Esa larga amistad con los Molina Salas se concretó a partir de Armandito, como se conoce al hermano mayor, músico placeado en
varias orquestas como Saoco y su Combo,
Los Alfa 6, El Combo Safari, las Orquestas de Hernán Gutiérrez, Tirso Molina,
Pacho Galán, y la tradicional de pomposos bailes de clubes en Colombia, la de Los Caribes, ganadora de quince Congos de Oro en el Carnaval
de Barranquilla, con la batuta del recordado maestro Luis Núñez, quien falleció esta semana en Bogotá, a los 74 años,
por padecimientos renales.
En 1959, Armando
Molina Salas era un quinceañero que ya interpretaba las congas con
admirable profesionalismo, y por gajes del oficio residía en Barranquilla, en la misma casa donde
tocaba la Sonora del Caribe, que
acompañó a Daniel Santos en varias
oportunidades.
Asuntos del destino, El
Anacobero y Armandito hicieron
buenas migas una vez se conocieron en esa morada. Entre ires y venires, cada
vez que el legendario compositor y cantante boricua, anclaba en Colombia, inmediatamente lo contactaba.
El joven Molina terminó siendo su
conguero preferido y hombre de confianza, hasta el fallecimiento de Santos, el 27 de noviembre de 1992, a la edad de 76 años, en un centro clínico de Miami.
Armando
está próximo a cumplir 73 años y después de la muerte de Daniel, se fue a vivir a Miami.
En la actualidad hace esfuerzos por recuperarse de un derrame cerebral.
Carlos
Molina, su hermano en Cali,
cuenta estos detalles atragantado de lágrimas, porque gracias a Armandito, el Anacobero fue huésped ilustre de su hogar, del Museo de la Salsa, hasta 1991 (un año antes de su fallecimiento),
que fue la última vez que el inmortal bolerista estuvo en esa ciudad.
Santos, en
las muchas veces que visitó la casa de los Molina,
en el Barrio Obrero, fue solo, y
otras acompañado de su panas Celio
González y Leo Marini. En 1980 fue expresamente a invitar a doña Irma a una presentación de gala en
el Club Latino. Y en ese mismo año,
para diciembre, en el Hotel
Intercontinental. El Jefe fue
padrino de bautizo de Yasmeli Molina,
hija de Armando, que a la fecha
tiene 46 años.
Postal para la posteridad: Daniel Santos en conversación con el admirado y recordado colega Antonio José Caballero. Foto: vistazo.com |
Carlos
se
vanagloria barajando las fotos que tiene con su ídolo. Una de ellas, en papel
sepia, firmada y dedicada, que data del domingo
8 de agosto de 1971, donde se observa al jovencísimo coleccionista con el
puertorriqueño de camisa playera.
-Este
es un recuerdo muy bonito –dice Molina señalando la gráfica-, porque fue cuando lo acompañé con Armando a una presentación en la Caseta Matecaña, en Palmira (Valle), donde él cantó con la Sonora Matancera.
-Mire esta otra, de 1974,
en el interior de un taxi, después de un concierto en la Plaza de Cañaveralejo.
-Esta… -en blanco y negro-, es del bautizo de mi sobrina Yasmile. Ahí se alcanza a ver a Leo Marini, uno de los amigos más
cercanos del Jefe. Lo mismo que Roberto Ledesma. Recuerde usted que a
ellos los llamaban Los Tres Ases,
los cantantes que más han llenado escenarios en Colombia.
Podríamos quedarnos el resto del año repasando
fotografías de pared a pared, otras archivadas en decenas de álbumes y
cartapacios, unas en fundas de plástico (como las de los primeros archivos de
los periódicos), otras más sueltas, a la deriva, entre escritorios, con el melancólico amarillo del
envejecimiento, como una que tiene en letra menuda la marca del Laboratorio Falah, donde aparece Daniel Santos con Armandito, cualquier mañana dominguera en el Paseo Bolívar de Barranquilla.
Solo les falta un raspado
de tamarindo.
Barranquilla, no en vano Puerta de Oro de Colombia, por donde llegó al país la radio, la
televisión, el automóvil, la aviación,
y por primera vez, en un vuelo de
la KLM, el sábado 30 de mayo de 1953, Daniel
Santos, contratado por el empresario de periódicos sensacionalistas Roberto Esper Rebaje, el mismo de Almacenes Robertico, para cuya cadena
el “As de los corazones ensangrentados”
grabó un jingle entre disparatado y
sin gracia: “Almacenes Robertico, donde
usted compra como pobre y come como rico”.
El debut del Jefe
en La Arenosa fue el 1 de junio de 1953, en el Teatro Colombia, con un especial en
vivo en la emisora Río Mar, y full
presentaciones ante el rotundo éxito
obtenido en escenarios a saber: El
Tropical, La Bamba, Las Nieves y el Bolívar,
con el respaldo instrumental de la Sonora
del Caribe, dirigida por el genial maestro de la trompeta César Pompeyo.
Carlos Molina, veinteañero, y El Jefe, en la Caseta Matecaña, en Palmira (Valle), en agosto de 1971. Foto: Archivo particular |
No se diga más. La caja de resonancia barranquillera
cundió por las ondas hertzianas de las principales ciudades colombianas: Cali, Bogotá, Medellín (donde vivió y en un sombrío cafetín del Guayaquil bravero, lo bautizaron 'El Jefe') y en ese
itinerario de contratos, giras, de “voy y vuelvo, pero de una vez dejo
firmado”, Daniel Santos se erigió en
ídolo de ídolos, con la fanaticada más democrática del mundo, donde en taquilla
era bienvenido por igual el parné del
potentado y del usurero, del lustrabotas y de la ‘bataclana’, del honrado y del
rufián.
Y así por años, hasta 1987, cuando ya un Daniel
Santos aminorado y de cara al espejo, al Salón de los Espejos del Hotel
Nutibara de Medellín, según
narra Josean Ramos, muy a su pesar advirtió
de que los excesos le estaban pasando de manera vertiginosa la cuenta de cobro.
Se vio el cabello y los mostachos cenizos; las ojeras, reveladoras huellas del
trasnocho, de la vida permisiva, de los catres efímeros, de la soledad acosadora
y justiciera.
Días antes Santos
había estado en Bogotá. El cronista Edgar Sierra Anaya, del diario El Espacio, aprovechó para
entrevistarlo. La cita se concretó donde se alojaba, en el tradicional Hotel Tequendama del sector de San Diego. Habitación 301. Tres golpes
en la puerta. Adentro se oyó un carraspeo, seguido de un ataque de tos. El
bolerista abrió, saludo e indicó que era mejor bajar al lobby, porque se sentía escaso de aire en la habitación.
Ningún looby.
Cantante y reportero fueron a parar al Bar
Chispas. Allí Santos pidió un scotch doble. Cuenta Sierra que no llevaban más de un cuarto
de hora hablando, cuando el Anacobero
sacó del bolsillo de su chaqueta un cigarrillo
tacado de marihuana y le prendió fuego. Media docena de pitazos y lo
estrelló en el cenicero. Luego, de otro bolsillo, una cajetilla de Lucky Strike, en ese entonces, el
cigarrillo preferido de los marihuaneros.
El barman, de chaleco negro y corbatín tras el mostrador,
quedó paralizado. ¡¿Quién se atrevía a
reclamarle algo al bolerista insigne de las Américas?! Si tenía hasta 'licencia' para ligar con la maracachafa. La penetrante
humareda a pasto seco de burro viejo se subsanó con una generosa propina en dólares, un autógrafo en una
servilleta, y un toquecito de hombro del afamado.
Al siguiente día, El
Espacio titularía en primera página a seis columnas, con una foto de la
misma dimensión: “Daniel Santos…¡De
embolador a ídolo del pueblo!”. Sierra
apunta que el periódico se agotó. Fue necesario escribir una nueva entrega, y
una más, y otra más…
De colección: Daniel Santos interpretando los clásicos del Zorzal Criollo. Foto: Archivo particular |
En los cuchitriles de los zapateros remendones no era
extraño ver en las paredes esa portada pegada con cola de ajustar suelas, al lado de las de Amparo Grisales, Dora Franco y Esther Farfán, las primeras diosas de
la pantalla que se encueraron para deleite y sumisión de acalorados adolescentes
y de mañosos pensionados.
El furor de Daniel
Santos en Colombia cobró
actividades descabelladas. El mismo diario El
Espacio, en su creatividad infatigable, se craneó un concurso para buscar
el doble del cantante boricua. Todos los días había que atender largas filas de
aspirantes con pelucas y mostachos postizos, párpados sombreados, el rostro
adusto, la mirada grave.
La mayoría de los que acudían eran embellecedores de
calzado, auxiliares de albañilería, conductores de bus, mecánicos, ‘montallanteros’,
vendedores informales, celadores y un considerable porcentaje de desocupados,
prestos a ganarse el primer premio representado en un viaje para dos personas,
con todos los gastos incluidos durante tres días, a las Islas de San Andrés. Remata Sierra
Anaya que quien se lo ganó no fue por su parecido con la fisonomía del
artista, sino porque caprichosamente llevaba simulada, con colorante y
esparadrapo, una cortada que le atravesaba la mejilla derecha.
Por Carlos Molina
nos enteramos de uno de los grandes amores de Daniel Santos en Colombia,
particularmente en Cali, de un
extenso notariado sentimental en varias ciudades del país, incluyendo Medellín y Barranquilla. Pero antes de su revelación, el melómano advierte:
-De Daniel Santos
nadie puede dar por seguro, ni el número de discos que grabó -que puede superar
la cifra de los 350-, ni de las mujeres que lo amaron, ni de los hijos que se
le adjudican. Eso nadie lo sabe. De eso se ha especulado mucho. De pronto
mi hermano Armandito, pero él es muy
serio en esos asuntos. Y de la vida privada de su Jefe, le molesta que le averigüen. Si le han achacado amores hasta
con monjas, y de ahí deriva el mito de una de sus canciones más sonadas y
reconocidas: Linda.
'El Jefe', en los años dorados de la Sonora Matancera, con la que estuvo en Colombia en varias oportunidades. Foto: salsomanía.com |
-No es cierto que
El Jefe haya conquistado a Luz Dary tan pollita, de quince años, como dicen
por ahí. Él la conoció de dieciocho. Pero sí le llevaba 38 almanaques de ventaja. Y tuvo dos hijos con ella: Danilú (composición de los dos nombres
de sus padres), que puede hoy tener 42 años, y David, que debe estar en los 39. Él se la llevó a vivir a Puerto Rico a mediados de los 70, y de
ella solo volvimos a tener noticias a mediados de los 80, cuando vino a Cali a instalar un salón de belleza, ya
que desde jovencita se desempeñaba como estilista. Tras la muerte de Daniel, en el 92, mandó a los hijos a Ocala, Florida. Y, en el 93, ella se
fue a vivir a Nueva York. La última
mujer que acompañó en su lecho de muerte al Jefe se llama Ana Rivera.
Y es puertorriqueña.
Amores de novela, la mayoría tormentosos, otros
inconclusos, unos más furtivos, pasajeros, como los de los marineros de puerto
en puerto, Daniel Santos debió
también merecer el apelativo del Inquieto
Enamorado. Carlos Molina lo
resume en frases memoriosas extraídas de sus temas preferidos, que él canturrea
al tiempo que aplica la aguja del tornamesa en sus acetatos de colección: ‘Ocaso’, con el Conjunto Gran Habana, que data de 1955:
Para
qué te encontré en mi camino/ si no ha de ser mío/ tu fiel corazón.
O, ‘Mentirosa’,
también de los afectos íntimos del coleccionista, con el cuarteto de Pedro Flores, letrista insigne de Santos, vinilo fechado de 1941:
Miénteme,
miénteme siempre/ no quiebres mis ilusiones/, quién sostendrá mis pasiones/,
miénteme, miénteme más.
Para rematar en otra patibularia del álbum ‘Punto negro’, con el Conjunto De Sociedad, 1962:
En
nuestras vidas hay un punto negro/ que nos hace imposible/ la felicidad.
Del álbum familiar de los Molina. Aparecen Daniel Santos y Leo Marini, invitados al bautizo de Yasmile Molina, hija de Armandito. El Jefe fue su padrino. Foto: Archivo particular |
Tras la barra del Museo
de la Salsa, con sus cuarenta y cinco mesas en forma de acetatos, donde ha
compartido en noches de antología lo más selecto de la cofradía de coleccionistas,
investigadores y aficionados a la música latina, Carlos Molina Salas, con el cabello abundante y cenizo que le da un
cierto aire a Johnny Pacheco de Fania All Star, no cesa de sacar
acetatos, carátulas raras, antiquísimas pero cuidadas con esmero, de la
inagotable producción de Daniel Santos,
que grabó de todo: salsa, guarachas, pachangas, porros, merecumbés, canción
social, boleros antillanos y rancheros, acompañado de mariachis, hasta tangos,
como el homenaje que le hizo a Carlos
Gardel, clásicos del Zorzal
Criollo, del sello Orfeón, 1966. Otro, a Gabriel García Márquez. Ni hablar de sus grabaciones especiales con Orlando Contreras, Títo Cortés, Juio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, entre tantos.
-¿Quiere tomarse un whisky?-,
invita Molina señalando en el exhibidor de espejos una botella de Old Parr.
-No, gracias, maestro. Con todo lo que usted atesora en
música, en especial de Daniel Santos,
no faltan ganas. Pero ahora, no. Igual, con esta melodía, no puedo estar más embriagado.
-Aquí vino varias veces Antonio José Caballero, gran periodista, y un gomoso de la música
cubana y el bolero-, prosigue Molina.
A él le encantaba el buen ron y el whisky. Alguna vez estuvo acompañado del Paché Andrade, otro entendido cultor de
estos géneros y estuvieron dos días escudriñando discos, tomando apuntes y
disfrutando de la buena música. ‘Toño’
tenía muy buen gusto y sabía. Y debió dejar una cantidad de música, en todos sus
formatos, porque siempre que iba a Cuba,
a Nueva York o a Puerto Rico, se aprovisionaba.
Carlos Molina con una las congas de su hermano Armandito, músico y compañero de bregas por más de 50 años del célebre artista puertorriqueño. Foto: La Pluma & La Herida |
El reportero gráfico Carlos
Chavarro aprovecha una pausa del coloquio para hacer una petición.
-Maestro
Molina, póngase ‘Esperanza
inútil’, por favor…
La ordenanza no se hace esperar. Molina repunta:
-Es de los clásicos, y en consecuencia, de los más
solicitados. Ahí va, pues…
Saca el vinilo de una carátula donde aparece un Daniel Santos aún sin canar, con un foulard entre una camisa blanca de
cuello sanforizado, y un chaquetón azul topacio. Aunque el cartón no referencia
una fecha, Molina aduce que ésta puede ser una versión de principios de los
años 70, original del compositor boricua Pedro
Flores, que para Santos compuso una extensa lista de melodías, de las más
conocidas, ‘Despedida’, ‘Borracho no
vale’, ‘Linda’, ‘Celos’, ‘Obsesión’, ‘Perdón’, ‘Amor perdido’, entre otras.
Esperanza
inútil/ flor de desconsuelo/ porqué me persigues en mi soledad/ porqué no me
dejas ahogar mis anhelos/ en la amarga copa de la realidad.
Los nefastos versos de Flores hacen evocar al cronista los tiempos de su juventud, cuando
descubrió a Daniel Santos en la
rocola del desparecido Café de Billares
El Grán Clásico (carrera 8°, calle 18, hoy convertido en parqueadero),
donde a partir de las once de la mañana, el Premio Nobel de este deporte, Mario Criales, nacido en Aracataca, Magdalena, realizaba su habitual exhibición de carambolas al 'Cuadro' y 'Fantasía'.
Su hijo, Marcos
Criales, lo reemplazaba cuando el viejo billarista, por invierno matutino o
por cualquier dolencia, no podía acudir a la cita. Marcos, barranquillero,
abstemio y dicharachero, pese a una diabetes mellitus en crescendo que lo
llevaría a la tumba, imitaba las voces de Juan
Caballero en su recordada propaganda radial de “¿tiene cuchillas Gillette para la afeitada? Recuerde que en el baño no
las puede encontrar”; la del narrador y comentarista de hípica Gonzalo Amor, asiduo ‘pato’ del café; y
la de Daniel Santos, con un dejo
mortal en ‘Virgen de media noche’
que, desde el fondo de la última mesa match
de billar francés, llegaba a los ventorrillos ambulantes de la acera.
Ahí comencé a tomarle gusto y dolor por igual a la
puñetera existencia, con el cancionero de El
Jefe en la barriga preñada del traganiquel y una buena porción de monedas
de veinte centavos, para corroborar y satisfacer con el tiempo que Daniel Santos, por su origen humilde,
sus dramas y tragedias sentimentales, su impostura, sus excesos, sus
carcelazos, su temperamento fuerte, su espíritu revolucionario (tan mamerto que
le compuso letras al cura guerrillero Camilo
Torres) y sus letras heridas y suplicantes remojadas en licor, no era más
que mentor y alcahuete de desamparados, meretrices y descarriados, albacea del
infortunio y la desesperanza.
Todo esto le narro a Carlos
Molina Salas al tiempo que él me extiende la primera biografía novelada de Daniel Santos, ‘Vengo a decirle adiós a los muchachos’ (Intermedio Editores,
1991), narrada por su jefe de prensa y asesor de imagen de toda la vida, y de
sus cataclismos como ser humano y como artista, el escritor puertorriqueño Josean Ramos. La carátula lo dice todo:
La soledad del Jefe reflejada en un
espejo iluminado de camerino, que a su vez es la reproducción metafísica de
todos los espejos, los empañados y los condenatorios, que cumple al pie de la
letra con el epígrafe de Jorge Luis
Borges:
Nos
acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya
no estoy solo. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro.
Y eso era Daniel
Doroteo Santos Betancourt: un actor atribulado de nostalgias y fantasmas en
el teatro más desolado de la noche.
¡Salud!, por la primera centuria del Anacobero.
Lea: Daniel Santos, el Gardel de la música Latina. Entrevista con el investigador y coleccionista Hernando Gómez: http://bit.ly/1od1445
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