Magela Baudoin, de Bolivia, ganadora del 2° Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez por su libro 'La composición de la sal'. Foto: La Pluma & La Herida |
La víspera
del fallo del 2° Premio Hispanoamericano
de Cuento Gabriel García Márquez, la periodista y escritora boliviana Magela Baudoin Terán, que al final se alzó con el galardón, había hablado de la
gran influencia que en su oficio literario marcó el Nobel de Aracataca, a través de las lecturas que de niña le
compartía su abuela. “Él es un talismán al que siempre regreso”, señaló.
“El
fascinante universo de García Márquez
me abrió las puertas de la narrativa”, expresó la boliviana en la Biblioteca Nacional de Colombia, en
cálida conversación alrededor del quehacer y las minucias del cuento, moderada por
el editor de ficción del sello editorial Planeta,
Marcel Ventura, en la que participaron los otros cuatro finalistas: La
ecuatoriana Gabriela Alemán (La muerte
silba un blues), el mexicano Juan
Villoro (El apocalipsis, todo incluido), el peruano Carlos Arámbulo (Un lugar como este) y el chileno Mauricio Electorat (Alguien soñará con
nosotros).
Baudoin también hizo
énfasis en que pese al fecundo semillero de narradores en su país, los canales
de publicación y difusión, lo mismo que las librerías y las bibliotecas son escasos,
y que por eso esta experiencia con el Premio
Hispanoamericano de Cuento GGM era, a la fecha, la más importante y trascendental
en su vida, no obstante haber ganado el año anterior el Premio Nacional de Novela Alfaguara con el título El sonido de la H.
Magela Baudoin (1973), periodista, escritora y profesora universitaria, fue la
elegida en esta oportunidad -entre 172 autores que cumplieron a la
convocatoria- tras una difícil deliberación del jurado, integrado este año por los
escritores argentinos Alberto Manguel
-presidente del mismo- y Liliana Heker,
la mexicana Margo Glantz, y los
colombianos Luis Fayad y Conrado Zuluaga, este último encargado
de emitir el fallo en ceremonia celebrada el viernes 26 de noviembre de 2015,
en el Teatro Colón de Bogotá, que
tuvo como colofón una breve intervención musical del jazzista colombiano Antonio Arnedo y su grupo.
La ganadora, emocionada hasta las lágrimas, abrazando a su señora madre, segundos después de conocer el fallo. Foto: La Pluma & La Herida |
Al oír su
nombre como nueva ganadora del importante galardón literario, que a la par de
rendir tributo a la memoria del Premio
Nobel Colombiano está representado en la atractiva suma de cien mil dólares, Baudoin rompió en llanto y corrió a recibir el abrazo de sus padres
que la acompañaban en primera fila: el economista Luis Fernando Baudoin y la médica María de los Ángeles Terán.
Su libro, La composición de la sal, publicado en
julio de 2014 por el sello Plural,
editorial independiente de Bolivia,
fue referenciado por el jurado como un compendio de cuentos donde abunda el humor
y la inteligencia, y en el que la autora se revela como una escritora de
admirable talento, intensidad y destreza para contar historias, sin caer en la
tentación de ser explícita o didáctica.
“En su libro -replicó Conrado Zuluaga en su lectura del acta-,
Baudoin describe con humor e
inteligencia un complejo universo contemporáneo por medio de una pluralidad de
voces, que no obstante su variedad, otorga una elegante coherencia al libro en
su conjunto. Cada cuento explora un episodio hasta límites inesperados, y el
final, siempre sorpresivo y sutilmente justificado, evita con eficacia una
clausura convencional, y sugiere una o varias posibilidades de resolución nunca
explícita, circunstancia que provoca en sus lectores una suerte de incomodidad
perdurable”.
Esto lo ratificó la ganadora en
conferencia de prensa, una vez culminada la ceremonia, al manifestar que le
gusta el cuento invisible, aquel que levita sobre el cuento fáctico, en un
entramado de relato doble, a veces triple, que se cuela entre un hecho y otro,
provocando esa complejidad que suele poner en jaque al lector, y que
necesariamente lo obliga a retomar párrafos y resaltar líneas: un modus operandi que recuerda los relatos
de la escritora canadiense Alice Munro,
ganadora del Nobel de Literatura en 2013.
“Tengo una conciencia muy fuerte del lector.
Quiero desplazarlo, incomodarlo. Me gusta un lector inteligente, lento, capaz
de volver atrás en la historia, de detenerse, de rayar lo escrito con tal de
encontrar las pistas sueltas y los objetos ocultos. Me gusta la buena
literatura, que no esconde, sino que deja cosas abiertas. Esas que en
apariencia quedan olvidadas, pero solo requieren observación”, puntualizó la
boliviana.
El libro ganador del prestigioso premio |
La mayor de cinco hermanos de una
familia de clase media -que tuvo sus orígenes en Venezuela-, residente en La
Paz, Bolivia, madre de tres hijos, profesora universitaria y directora de
talleres de escrituras creativas, señaló que otras fuentes literarias, además
de las de García Márquez, en la
infancia y en la adolescencia, de la mano de su abuela y de su padre, a quien
considera un gran narrador, se remiten a Salgari,
Verne, Dickens, pero también a los clásicos franceses Flaubert y Víctor Hugo,
y luego Borges, Tabucci, Isak Dinesen
y Silvina Ocampo, entre otros, siempre
con el espaldarazo de la poesía, que transpira su obra.
En relación con el cuento, para Baudoin, el género que más exige
precisión e integralidad, destacó que le atrae por su contundencia, porque se
siente a gusto en las distancias breves, marginales, que condensan tiempos,
espacios, conflictos, sociedades, siempre desde la memoria personal y colectiva,
motor de su narrativa.
“Mi mirada estrábica proviene de la
lectura de los géneros populares. Me gusta el cine y la música. Me contaminé de
géneros y de lo humano que está en América Latina, de esa saturación de lo que
se ve en todos lados, pero que no es tan evidente”, aclaró.
Baudoin sostiene que si se decidió por el cuento como el género de mayor arraigo
en su oficio de escritora, es porque observa con optimismo que el hábito de
contar en Latinoamérica está más vivo que nunca, en un momento crucial,
justamente por el desborde de las tecnologías, por lo precipitado de la vida,
por el escaso tiempo que le atribuye al lector, y porque es el que más se
acomoda hoy por hoy al gusto colectivo.
Al respecto de La composición de la sal, el libro que le concedió el 2° Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel
García Márquez, comentó:
"Son catorce relatos que nacen
de una fotografía de la memoria y tratan de
contar desde la memoria dos o tres historias en paralelo que utilizan la
metáfora de la sal como un elemento que
aviva las heridas u otorga sabor a la vida. Algunos de ellos están recreados en
La Paz, Santa Cruz y Buenos
Aires. En uno de las historias hago un retrato de la vejez y muestro a una
persona desgarrada por un conflicto. Varios cuentos tienen que ver con mis
vivencias en el oficio del periodismo. Ha sido una veta muy valiosa para mi
trabajo”.
"Este premio se lo dedico a mis padres", fueron las primeras palabras de Magela Baudoin. En la gráfica: el economista Luis Fernando Baudoin y la médica María de los Ángles Terán. |
Con relación al periodismo, la
narradora boliviana dijo que era una herramienta vital para la literatura,
aunque son dos cosas diferentes, pero que la una se sirve de la otra. En la
primera, ha sido prolífica en el cubrimiento de distintas fuentes, desde
política hasta noticias locales y crónica en general, aunque se inclina por la
entrevista como el género de sus preferencias. Muestra de ello es el libro que
publicó en 2010 con editorial Plural:
Mujeres de costado.
Los cuentos del Magela Baudoin, así como los de los cinco finalistas, quedarán a
disposición de todos los lectores en Colombia,
en las 1.400 bibliotecas del país, tal
y como se hizo en 2014 con las obras de los cinco finalistas, entre ellas la ganadora
de la primera versión del Premio: Una felicidad repulsiva, del
argentino Guillermo Martínez.
El libro ganador, La
composición de la sal, será publicado en Colombia por Ícono Editorial, que dirige Gustavo Mauricio García.
Un compromiso que la escritora boliviana prometió cumplir antes de viajar a su país, fue volver a Barranquilla, a la legendaria Cueva, donde Heriberto Fiorillo la invitó para que tocara el hielo. Allí la esperan, con los brazos abiertos, pitos, redoblantes y clarinetes, para celebrar el Premio.
A continuación comparto las palabras pronunciadas por el escritor argentino Alberto
Manguel en la ceremonia final del 2°
Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que es justamente
una breve clase magistral del género:
No sabemos en qué momento el cuentista supo que lo que contaba era un género
literario. Lo cierto es que en alguna tarde de nuestra historia el cuento se
diferenció del poema, de la novela y del ensayo, y emergió como un género
literario distinto para que los profesores universitarios tuvieran algo de qué
ocuparse.
Sin embargo, más allá de tales divisiones burocráticas, hay una cierta
verdad en la noción de géneros literarios. El lector, todo lector, intuye que
el cuento no es novela, y que una diferencia que puede medirse (pero no
definirse) por el número de páginas y por una singularidad de propósito,
distingue uno del otro. Borges alguna vez dijo que escribía cuentos porque
escribir una novela le parecía una exageración.
Detrás de la broma, se oculta una certeza literaria: la novela expande
la narración, el cuento la concentra. Los mini-relatos de Augusto Monterroso no
pueden ser leídos como mini-novelas; el equivalente de esa parodia es, para la
novela, la casi interminable Comedia humana de Balzac.
El cuento retiene en su nombre castellano sus orígenes sin duda orales,
calidad que preservan aún hoy los narradores populares de las plazas de mercado
en Marruecos, Brasil, Gabón.
La escritura, que todo lo formaliza (quizás porque nace como un
instrumento de contabilidad, para sumar o restar cabezas de ganado) empieza
desde temprano a dar al cuento artificios estilísticos y estrategias narrativas
que se hacen muy pronto convencionales.
Definiéndose como fábula, parábola, anécdota, chiste, moraleja, relato
erótico, histórico, psicológico, filosófico, o de terror, el cuento adquiere,
según su categoría, rasgos particulares que, ni bien reconocidos, los
escritores se empeñan en cambiar.
Así las historias de fantasmas ("viejas como el miedo" decía
Adolfo Bioy Casares) al principio, en Mesopotamia y Egipto por ejemplo,
debieron su eficacidad a la mera aparición de un muerto; luego, al muerto
transformado en otras cosas: en un esqueleto en Roma, en una sombra en la
Italia de Boccaccio, en un zorro en China y Japón; finalmente, con los grandes
autores del siglo diecinueve, el fantasma se reduce a una ausencia, a algo
invisible y al mismo tiempo horriblemente real.
Cambios similares pueden rastrearse en las otras categorías del cuento,
donde en cada generación son propuestas nuevas maneras de contar a las cuales,
invariablemente, el lector rápidamente se acostumbra. Ya en el siglo dieciocho,
los lectores de cuentos eran tan diestros en el arte de seguir las maniobras
del autor, que Diderot se vio obligado a destruir estas expectativas con un
cuento que (imitando al futuro Magritte) intituló "Esto no es un cuento".
El cuento es quizás el más conservador de todos los géneros. A lo largo
de los siglos, cambia de estilo y de tono, exalta o rechaza el impacto del
final o del comienzo, troca la posición del narrador y del lector, pregona una
voluntad fantástica o documentaria, pero no altera, en términos generales, su
identidad de texto concentrado.
Si bien pueden encontrarse ejemplos de cuentos que escapan al modelo
tradicional (pienso en "El joven intrépido en trapecio volante", de
William Saroyan; "En el bosque", de Akutagawa; "Pierre Menard, autor del
Quijote". de Borges; "Monólogo
de Isabel viendo llover en Macondo", de García Márquez), la mayor parte de
los cuentos siguen el consejo del Rey en Alicia en el País de las Maravillas:
"Comienza en el comienzo y sigue hasta llegar al final; allí te paras".
Casi no existen cuentos de estructura tan libre como el “Tristram Shandy”, de
Lawrence Sterne o “Memorias póstumas de Bras Cubas”, de Machado de Assis. Y
autores como James Joyce y Julio Cortázar, que tan brutalmente transformaron la
novela, escribieron cuentos exquisitamente clásicos cuya originalidad se halla
en la voz y la temática, no en la forma del cuento.
Por absurdas razones comerciales, los editores han decretado que los
cuentos no se venden. No se venden, nos dicen con una mano sobre su corazoncito,
Poe, Kipling, Chejov, Katherine Mansfield, Maupassant, Ernest Hemingway, Dino
Buzzati, Juan Rulfo, Silvina Ocampo, Isak Dinesen, Alice Munro. Sin embargo, impávidos
ante estos Jeremías, más que nunca los escritores siguen escribiendo cuentos y
los lectores siguen leyéndolos.
Tal vez porque, en su clásica y modesta precisión, el cuento nos permite
concebir la insoportable complejidad del mundo como una íntima y breve
epifanía.
En este mundo mercantil que es el nuestro juzgamos las cosas por su
tamaño: una torre de cien pisos nos parece más importante que una pequeña casa
colonial, una publicidad mural más valiosa que una miniatura persa, una novela
de mil páginas más admirable que un cuento de diez.
Cuando le ofrecieron a William James, el psicólogo hermano del novelista,
una estatuilla del filósofo Locke, James exclamó: "Cualquiera puede tener
una estatua; pero una estatuilla… he ahí la inmortalidad".
Hoy celebramos el arte de la estatuilla.
0 comentarios