La escritora Gabriela Arciniegas, en el ático de la librería Wilborada, en Bogotá, durante la presentación de 'Bestias', su primer libro de cuentos. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
Esta noche, todo pareciera estar confabulado para la cita
que nos reúne: la bella y antigua casona de Quinta Camacho, demarcada con el 10-47, año en que fue canonizada Vilvorada de Saint Gall, santa patrona
de los libreros y los bibliotecólogos; su anfitriona en estos tiempos, Yolanda Auza, a quien agradecemos su
invitación; la luna de embrujo, preñada de misterios de este noviembre que
agoniza, ustedes, ávidos e inquietos lectores, y una maestra del suspenso
sicológico, Gabriela Arciniegas.
Advertencia: no se les haga extraño, en el transcurso de
la lectura de los cuentos de Gabriela,
once en total, bajo el título de Bestias,
que las lucecitas que alumbran este recinto se empiecen a debilitar, y que nos
sobrecoja de repente un viento bochornoso y seco como el simún de los
desiertos.
Es que los relatos de Arciniegas no solo están en su imaginación, y esta noche en el
libro que los compila, el de la colección Continental,
de Editorial Laguna, ilustrados per se por las eyecciones de tintilla de
Rafael Díaz, sino que tienen vida
propia, son orgánicos y se retroalimentan de su relecturas, una y otra vez,
como una obsesión, con sus debidas pausas, sin prisas, con el aliento en la
nuca de sus protagonistas; se muestran en su pulpa, se despellejan en sus capas
embrionarias más íntimas, palpitan, huelen, sangran, nos untan.
Tal es el resultado de la lectura de estos cuentos, que
si ahora mismo la hiciéramos ante la luz moribunda de un candil,
desfalleceríamos en el intento. Hace dos años, Gabriela ya nos había usurpado la placidez del sueño con su primera
novela, Rojo sombra, que narra la
siniestra y espeluznante aventura por el submundo bogotano del joven estudiante
de literatura Esteban Castillo,
asesino caníbal, 602 páginas de horror,
carnicería y linfa humanas, que están en mora de ser adquiridas por el Banco Nacional de Sangre para las
drásticas emergencias que se nos avecinan, con y sin acuerdos de paz.
La autora, en Rojo
sombra, nos abrió de par en par las puertas de su averno, como si no fuera
suficiente el de la cotidianidad. Nos sentimos tan intimidados y perseguidos
por la umbría de su depredador insaciable, que nos vimos obligados a cambiar
los cerrojos de puertas y ventanas; a proveernos de las goticas dormilonas que
promociona al por mayor el doctor
Santiago Rojas, a recuperar el devocionario de la abuela, y a dormir con la
luz encendida del televisor, que la doctora Esther Balac, domingo a domingo, recomienda para el buen sexo.
Feliz reencuentro de Gabriela con su profesora del bachillerato, doña Clara de Benrey, en el Colegio La Candelaria, en Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida |
Y vuelve y juega Gabriela
con su monstruosa rayuela en las arenas límbicas de su literatura fascinante.
Discípula aventajada de Edgar Alan Poe,
de Howard Phillips Lovecraft, de Robert Louis Stevenson, de Patrick Süskind, de Stephen King, del Conde de Lautréamont, y de una considerable porción de la
literatura de terror; pero también de Jorge
Luis Borges, y de su abuelo, el historiador, ensayista, periodista y
diplomático, el gran americanista y visionario de nuestros tiempos, Germán Arciniegas, Gabriela nos entrega con Bestias,
su primer libro de relatos, un boleto a bordo en el tren de sus imaginerías, poblado
de descabelladas criaturas, de la
desmesura y la indefensión de las mismas, en un mundo donde las verdaderas
bestias, a la otra orilla de la ficción, están detrás del monumental escritorio
de un plenipotenciario financiero, encabezando la mesa de juntas de un
laboratorio farmacéutico, en el púlpito supremo de una dictadura roja en una
república del Caribe, o en las
antípodas, en el Medio Oriente, al
frente de un ejército de niños con fusiles Kaláshnikov
al hombro, impartiendo instrucciones para volarse en pedazos en nombre de Alá.
Pero las Bestias
de Gabriela no son tan pusilánimes
como las del planeta esquizofrénico y virtualizado que hoy nos acoge. De hecho,
pueden pasar por inofensivas si no se les ataca. Están entre nosotros y no nos
damos cuenta. Cuántas veces somos ellas. Están siempre al acecho, olisquean umbrales
y aceras pútridas, superan los extramuros de la fatiga con una diadema de
telefonía, por un mísero sueldo en las cuadrículas de los call center, sin tener remota idea que han sido ‘resucitadas’ del Pleistoceno; se transmutan en enormes
peces de aletas transparentes, o en cucarachas
kafkianas de largas antenas que provocan la envidia de ciertas señoras de
casa; algunas salen al ruedo, y en franca lid con la bestia cerebral,
desafiante y travestida, siguen el juego del acero toledano al compás de un
pasodoble, se hacen romper el pellejo y mueren con la certeza de haber
triunfado.
Los monstruos, los engendros, los licántropos, las
apocalípticas deidades, los tumores malignos que cobran vida humana, las
adoratrices del poder y de la vanidad que cualquier día, frente al óvalo del
espejo explotan en fluidos sintéticos, pústula y babas, son exaltadas y
redimidas por el poder terrenal que infiere la literatura, entre el asombro, la
belleza y el horror, como en los cuadros de Edvar Munch y Marc Chagall,
la de Gabriela Arciniegas, quien nos
propone una narrativa singular del género fantástico -valga la analogía-,
realmente escaso en la literatura colombiana-, de lo bello, terrible y efímero
de la vida, de lo que jamás podremos descifrar y comprender.
La autora firmando libros. A su lado, Rafael Díaz, joven artista plástico, ilustrador de 'Bestias'. Foto: La Pluma & La Herida |
Bestias,
once piezas precisas, magistrales, a las que no les sobra ni les falta nada, de
un género complejo y de sumo respeto y oficio como es el cuento. La ira, Rocío, Pleistocénica, Baal, Blatta,
Pupila, Regido por la luna, Conjurados, Teratoma, Alita, La lengua de los
ángeles, todas y cada uno de ellas ajustadas a la poderosa sincronía de su
creadora, a su voracidad sin límites por el alfabeto fantástico, a esa fiesta
orgiástica de vicios, deleites y venenos que ella, Gabriela, nuestra Lady
Macbeth de la posmodernidad literaria, ya nos tiene acostumbrados.
Doce vuelos escalofriantes de la imaginación, que nos
remiten a citar al célebre Lautréamont en
sus narcóticas divagaciones por el quehacer literario:
“Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones,
las excepciones de orden físico y moral, el embrutecimiento, las alucinaciones
servidas por la voluntad, los tormentos, la destrucción, las lágrimas, la
insaciabilidad, la esclavitud, lo inesperado, la química del buitre que acecha
la carroña, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, los
arrepentimientos, las oraciones fúnebres, los despropósitos, la demencia, el spleen, la neurosis, las matrices
sangrientas, la exageración, lo tosco, lo chato, lo deforme, lo lúgubre y
criminal, lo sonámbulo y sombrío, lo equívoco y viscoso, lo espasmódico y
anémico; todo lo bello, abominable y extraordinario, hace que un escritor de
horror y suspenso ruede por la pendiente a la nada, dejando a su paso las
piedras que el tiempo se encarga de ofrecernos, paso a paso, tropezón a
tropezón, en el laberíntico e ineluctable camino hacia la muerte”.
Esta noche, Gabriela
Arciniegas, con Bestias, nos
participa once de esas piedras crepitantes de azufre, nitrógeno, litio y fuego,
como debieron ser las del Big-Bang en
el génesis del universo, y que millones de años después, en la desembocadura de
un furioso río africano, germinara el cromosoma dividido como una afelpada y
rugosa semilla de frijol, de la primera bestia terrenal.
Los invito a compartir las Bestias de Gabriela con
la memorable frase del Proyecto de la
Bruja de Blair: “Tengo miedo de cerrar los ojos, tengo miedo de
abrirlos”.
Gabriela
Arciniegas (Bogotá, 1975). Escritora, poeta, traductora, catedrática, Magíster
en Literatura Latinoamericana, especialista en docencia universitaria, ha
publicado: Sol menguante (poesía, 1995), Awaré (poesía, 2009, libro ganador del
concurso de Ediciones Embalaje, del Museo Rayo), Rojo sombra (novela, 2013), Bestias (cuentos,
2015). Algunos de sus relatos y poemas aparecen en diferentes antologías. Próxima
a radicarse en Chile, trabaja en un guion para su primera película.
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