Panorámica de Dolores, Tolima, desde las faldas del cerro de La Cruz. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
Si se
aplicara la fórmula rulfiana de visitar primero el cementerio de un pueblo al
que se ha llegado por primera vez para interpretar y conocer algo de su
historia, el campo santo del municipio de Dolores
(Tolima) no sería la mejor recomendación.
El Jardines de Paz de esta población, es
relativamente joven, no pasa de los 30 años, y sus grutas y criptas se exhiben
tan bien cuidadas y conservadas, que a primera vista da la impresión de que ese
no fuera un lugar destinado al descanso eterno, sino más bien un espacio para
el sosiego y la meditación, para la contemplación de sus colores primarios por
doquier, el celeste y el blanco, donde el paisano desprevenido puede darle
vueltas a cualquier asunto, menos al que concierne a la muerte.
En el casco urbano aun se conservan las antiguas casas de barro y bahareque. Foto: La Pluma & La Herida |
La pregunta
que asalta al visitante que sabe de oídas que Dolores es uno de los municipios más antiguos del Tolima Grande, y el primer consumidor
del producto estrella de sus rentas departamentales, el aguardiente Tapa Roja, es dónde yacen los racimos
de difuntos de la violencia bipartidista
del 48, los que se enfrentaban a machete y garrote a campo raso o en el
puente de la quebrada La Bolsa, en
límites de Alpujarra, cuando la policía chulavita y los ‘pájaros’ a sueldo del partido Conservador
arrasaban ranchos, violaban por igual madres e hijas, y remataban el rito macabro
con el siniestro ‘corte de franela’
que le hacían al humilde dueño de casa.
Habría que
preguntárselo a los viejos pasados de los 70 que merodean las esquinas del
casco urbano, pero la mayoría hace tiempo han sucumbido a la peste del olvido,
que no es precisamente la del Alzheimer,
sino a esa endemia amnésica propia de los colombianos que han sufrido los
horrores de la guerra, que han perdido sus seres queridos, y por huir del
machete y la bayoneta implacables, se han visto forzados a abandonar sus cercos
y parcelas para buscar refugio emergente en las grandes ciudades.
Un lugareño doblando en karaoke a Vicente Fernández en la plaza 'Simón Bolívar'. Foto: La Pluma & La Herida |
Es ahí
cuando la máxima rulfiana es arrebatada por los ventarrones de medio día en la
plaza principal de Dolores, en el
inicio de sus delirantes celebraciones
sampedrinas:
-Vine a Comala porque me dijeron que
aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo.
Cuántos
hijos desperdigados en el tiempo y en la desmemoria -parodiando el comienzo de
la obra cumbre del escritor mexicano Juan
Rulfo- habrán citado esta frase, refiriéndose a los nombres de los suyos,
de aquellos de los que hace años no se tienen noticias, desandando las
callecitas empinadas, algunas de piedra y calicanto, o fisgoneando en los
umbrales de los escasos ranchos de barro y bahareque que se resisten a la
modernidad.
Portal del cementerio Jardines de paz, de Dolores. Foto: La Pluma & La Herida |
Los viejos
ya no dan razón. El dolor de sus muertos en cadena les ha impermeabilizado el
alma, y si se empecinaron en seguir viviendo allí, contra toda advertencia, en
medio del lastre y la incertidumbre que dejó la violencia, es porque tienen las
raíces fuertes y arraigadas de los guácimos, los gualandayes y los ocobos,
árboles propios de la región, de cuyas maderas se elaboran bordones y zurriagos
que duran una eternidad.
En el
cementerio de Dolores descansan en
paz difuntos más recientes que parten a su última morada de los dos únicas
funerarias que existen en el pueblo: La
Paz y La Candelaria . Hay
pequeños mausoleos dedicados a familias de apellidos de abolengo: los Méndez-Manchola, los Parga-Cortés, los Montoya-Lis, los Rivera-Bonilla,
los Casablanca-Prada, los Penagos.
La banda del colegio Antonia Santos durante el desfile de carrozas. Foto: La Pluma & La Herida |
Gente bien, como
decían los de antes, que “se mueren de repente”, de viejos, porque les llegó la
fecha de vencimiento o los remató una enfermedad incurable, por un accidente de
carretera, o en contadas veces, por defender el honor viril en disputa de una
codiciada hembra, en duelo pactado por la ley del revólver, y sin
intermediarios.
Por eso en Dolores, región ganadera y cafetera por excelencia, ya no es negocio rentable el de
las funerarias. Lo fue quizás entre el 98
y el 2002, cuando el pueblo fue blanco de la guerrilla (el frente 25 de las FARC). Tres tomas archivadas
en los anaqueles de la Policía y el Ejército: la del 23 de enero de 1996. La del 16
y 17 de noviembre de 1999. Y la última (ojalá así sea), del 17 de julio de 2002, cuando fue destruido
el imponente palacio municipal, despacho del señor alcalde. Y decenas de
hostigamientos. De resto, la seguridad y la tranquilidad reinan en la
población.
Contrastes de la modernidad: el caballo parece haber sido reemplazado por la moto. Sólo brilla en cabalgatas. Foto: La Pluma & La Herida |
Por eso se le
indigestó el desayuno al Coronel de la
Brigada Móvil 21, Pedro Agustín Ospina Cleves, al enterarse de la falsa
noticia del periódico Nuevo Día (que
circula para el territorio tolimense) que anunciaba arremetidas insurgentes en Gaitania, Ataco, Roncesvalles y Dolores, en las preliminares de las
fiestas de San Pedro. “Aquí si
arriman, es pero muertos, porque les damos bala”, manifestó iracundo el alto
oficial.
No hubo tal
hostigamiento. El jefe de redacción del mencionado diario tendrá que revaluar
con su equipo de reporteros estas nocivas especulaciones, similares a las de
ciertos comunicadores con ínfulas de geofísicos, acostumbrados a predecir
terremotos, con fecha incluida.
La bella María Victoria Obando, de La Mesa (Cundinamarca), maestra de ceremonias del IV Festival Folclórico de Dolores. Foto: La Pluma & La Herida |
Por los
cuatro puntos cardinales de la municipalidad hubo guardia permanente de comandos antiguerrilla, lo mismo que
del Gaula. Además de retenes en
carretera. Las únicas explosiones fueron las de los voladores en rama que no
cesaron de estallar desde el anuncio de la alborada con ulular de bomberos,
hasta bien entrada la noche, en los alrededores del Polideportivo, escenario de las actividades programadas por la alcaldía,
en el marco del IV Reinado y Festival
Folclórico y Cultural de las Provincias Cafeteras del Suroriente del Tolima, con
los acordes de la estupenda banda
del colegio Antonia Santos y el sanjuanero El Contrabandista, del maestro Cantalico Rojas, en todo lo alto de las tubas, los clarinetes y las flautas traversas.
De modo que
los 4.500 habitantes censados del
casco urbano, más los 11.000 que
habitan en las treinta y cuatro veredas de Dolores,
no tuvieron otra preocupación durante los tres días de jolgorio, que no fuera la
de empinar el codo. Porque qué gente tan brava para beber estos doloreños. Irrebatible el primer puesto
que ostenta como municipio consumidor de aguardiente en copa hasta el borde, el
mismo que pasan con cerveza.
"A caballo vamos pa'l monte", parece decirle este paisano a su mujer. Foto: La Pluma & La Herida |
Uno de los
lunares por antonomasia de esta municipalidad que pusimos como punto de
reflexión a *Luis Eduardo Nieto Cardozo,
coordinador del programa Más Familias en
Acción, para que se replanteé de manera más benigna la celebración
colectiva.
Que no sea
el espectáculo bochornoso de todos los años, no solo en San Pedro sino en los festejos navideños, que arroja accidentes en
carro, en moto y a caballo; riñas, violencia intrafamiliar e intoxicaciones.
Sobre todo por los menores, que en una edad vulnerable, no dudan en seguir el
mal ejemplo.
Los niños, tiernos y grandes protagonistas del festival y reinado folclórico. Foto: La Pluma & La Herida |
La víspera
del domingo sampedrino, dependientes
de tabernas y cantinas no daban a abasto a despachar botellas. Ni se diga por
los alrededores de la plaza de mercado y el Polideportivo. En la carrera 7°, con calle 5°, que es como la ‘zona rosa’ de Dolores, el bar ‘Donde Georges’ apenas cerraba un par
de horas cada día para sacar los racimos de beodos presos de una inconsciencia
absoluta, asear el establecimiento y seguir por las mismas.
El ruido de
la rockola fue ensordecedor a mañana tarde y noche. Detrás del mostrador el
negociazo era cambiar monedas para activar el automático de los discos, la
mayoría letras lacrimógenas y despechadas; vallenatos inmisericordes de
pasiones perdidas; y narcocorridos pusilánimes y devastadores que incitaban a
la plomacera.
El Cristo solitario de la parroquia, en el despertar de las fiestas sampedrinas. Foto: La Pluma & La Herida |
El domingo,
a primera mañana, después del exquisito tinto que nos brindó doña Orfilia Parga -la guapísima matrona
tolimense en cuya casa tuvimos el honor de hospedarnos, y que buena fama tiene
de preparar los tamales más deliciosos de la comarca-, atravesamos la calle
empedrada de borrachos y de cagajón de caballo, rumbo a la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, para
asistir a la misa de seis.
El templo
estaba abierto, pero vacío. Un Cristo
solitario en la nave principal exudaba la trementina de una resaca
innombrable. Las suplicantes ánimas envueltas en llamas del cuadro del ala
menor, pedían a gritos la estopa empapada de vinagre que el soldado romano
acercó a Jesús en la cruz antes de
expirar. Observé que en este pueblo no hay flores, o señoras que cuiden y amen
las flores, porque el único ramo que decoraba el mesón de la Eucaristía, era de anturios plásticos.
El jolgorio y la bebeta se prolonga de corrido en el puente sampedrino. Foto: La Pluma & La Herida |
A pasos
mustios hizo su ingreso una mujer que se presentó como la sacristana.
-¿No hay misa de seis?, le pregunté.
Una de las tabernas más concurridas en la 'zona rosa' de Dolores. Foto: La Pluma & La Herida |
-Nunca hay misa de seis de la mañana
en fiestas. Sólo
hasta las diez. Por la música y por los borrachos. Y eso que el señor cura párroco, Edison Guerra, sermonea
días antes a sus feligreses, que por favor tengan cuidado con la botella, que el
exceso no deja sino disgustos y pesares-, aseguró.
Aunque no hubo
un reporte oficial del hospital San
Rafael, nos enteramos de dos heridos en moto, uno de a caballo; un paciente
que se rompió en paro el parietal derecho al golpearse con el borde de un andén;
y una joven mujer que fue golpeada hasta el cansancio por su pareja, producto
de los tragos enrevesados. Otros porrazos menores de beodos de entretiendas fueron
apaciguados con el mismo líquido que pasan por el guargüero, como ellos llaman a la garganta.
En el Polideportivo, el poeta y compositor doloreño Fabio Polanco rindió homenaje a su tierra. Foto: La Pluma & La Herida |
El programa
de mano de las actividades auspiciadas por la Alcaldía de Dolores - para ser más precisos: San Antonio de Abad del Páramo de los Dolores, fundada el 17 de enero de 1.700 por los padres Agustinos,
donde habitaron las tribus ambicaes
y picachos-, ilustraba una
panorámica del pueblo con fotos de los artistas invitados: Uriel Henáo, Diomedes Dionisio, y la orquesta femenina Las Divas, de Arcabuco (Boyacá); todos ellos por cuenta del alcalde municipal Carlos Alberto Torres González y la junta de
ferias y fiestas.
Uno de los
actos más relevantes en la noche del sábado
27 de junio, fue el recital poético-musical del compositor y poeta de Dolores (Tolima), Fabio Polanco, que ofreció
un homenaje sentido a la tierra de su nacencia, acompañado por las voces y
cuerdas del dueto de Los Hermanos Tejada.
Polanco recibió la cálida y
respetuosa ovación del público al final de una hora de poemas, pasillos y
torbellinos, que hacen parte de su nuevo trabajo discográfico Colombia, tierra mía.
El dueto de Los Hermanos Tejada, protagonistas del recital poético-musical. Foto: La Pluma & La Herida |
Como Fabio Polanco, Dolores también da
cuenta de hijos ilustres como el ex procurador de la nación Luis González Charry, y doña Filberia
Collazos, secretaria de hacienda y gobierno, y gobernadora encargada del departamento del Tolima.
Imperdible,
por salud física y emocional, la escalada por el empedrado que conduce al cerro de La Cruz, donde se erige la
imagen de la Virgen de los Dolores,
que lleva su nombre tras la leyenda de la aparición de la santísima en tiempos borrascosos
de la Independencia.
Los rezagos de la juma sampedrina, a ritmo de arpa, cuatro y maracas. Foto: La Pluma & La Herida |
Desde esas
alturas se divisa en su esplendor el hermoso cañón del Tolima Grande, con sus capas como alfombras de verdes y azules de
distintas tonalidades: el desierto de la
Tatacoa, las vastas planicies surcadas por el caudal de sus ríos, el Saldaña y el Combeima, que a su paso desembocan en el afluente mayor, el Magdalena.
Un panorama para
el deleite de las cámaras y el sofisticado drone,
y el espíritu de la poesía, que fue aprovechado por el maestro Fabio Polanco en la grabación de los
vídeos de su nueva producción discográfica, con la dirección técnica de Jorge González, la asistencia de su hijo
Diego; el sonido de Campo Emilio Sánchez, y el script de Argemiro Polanco.
El poeta Fabio Polanco: añoranzas del terruño que lo vio nacer. Foto: La Pluma & La Herida |
El poeta,
después de varios años de no ir a su tierra, desandó los caminos de la
infancia. Retomó las fragancias de guácimos, gualandayes y limoneros; degustó
café cerrero, y actualizó su bitácora provincial con un septuagenario campesino,
de los que se levanta con el pito alebrestado de los arrendajos y se acuesta
con el cacareo conciliador de las gallinas; esos labriegos al jornal que a
falta de luz eléctrica se alumbran con velas de sebo y cocinan sus alimentos en
fogón de leña, como don Obdulio Preciado,
que muy generoso nos puso al tanto de las últimas noticias de su comarca y nos
compartió unas naranjas ácidas.
De regreso
al pueblo, el apetito no podía estar más despierto en medio de la saludable
caminata y de una paleta climática indescifrable: instantes de ventiscas
escalofriantes que de repente desaparecen para dar paso a un sol patagónico no
apto para pieles delicadas. En un estadero improvisado degustamos una buena
porción de novilla a la brasa. Extrañamos el guarapo para pasar la suculenta
vianda.
Doña Orfilia Parga, la bella matrona tolimense, en su casona de Dolores. Foto: La Pluma & La Herida |
Al tercer
día proseguía la guachafita en tabernas y cantinas, en las calles, en las
esquinas. Apeados a sus guitarras, musiqueros rurales repicaban tonadas
lastimeras de traiciones, desengaños y corazones hechos pedazos. En la puerta
de la funeraria La Candelaria, doña Enid Cárdenas, su propietaria, dama
robusta y conversadora, daba cuenta de las rarezas de que hacía meses no caía
un muerto en su negocio. Enfilados y simétricamente ordenados, esperaban turno
los ataúdes.
En el café bohemio, que cualquiera se
imaginaría un tertuliadero, venden huevos, queso, trago y salsamentaria. En la
fachada de una carnicería sin nombre hay un torete cebú que parece haber sido dibujado
por Picasso en estado de embriaguez.
La taberna Donde Georges seguía recibiendo y escupiendo beodos al por mayor,
con el cabello apelmazado de harina y huevo. Desde el fondo de la rockola se
oía a Darío Gómez rezongar Esta navidad no es mía.
Las hermosas y dilgentes bastoneras del Colegio 'Antonia Santos'. Foto: La Pluma & La Herida |
En nombre de San Pedro, los doloreños, como si se tratara de un suplicio, laceran y pierden sus
almas a punta de anisado, en un “país
cantinero”, como lo calificó Laureano
Gómez, donde a los profesores se les paga con un débil porcentaje de las licoreras,
y donde algunos equipos de fútbol llevan ‘con orgullo’ la marca de un aguardiente
al respaldo de sus camisetas.
Pareciera
que nadie, en estas fiestas, estuviera ilustrado de los efectos demoledores del
alcohol que bordean los precipicios del crimen y la tragedia. Pero Dolores no es la excepción, es el Tolima, es Colombia entera, donde hay más fiestas y reinas que en cualquier
parte del mundo, y donde todo, hasta lo más absurdo, se celebra.
Recomendado
Para llegar
a Dolores, al sur del departamento del
Tolima, y si de evitar trancones se trata, se puede tomar la variante que
de Bogotá conduce a Melgar, Espinal, Guamo, Saldaña,
Purificación y Prado, donde está
la represa. Un recorrido entre seis y siete horas en automóvil, con una
temperatura promedio de 25 grados.
*Agradecimientos a Luis
Eduardo Nieto Cardozo, coordinador del programa Más Familias en Acción, de la Alcaldía
de Dolores, por su valiosa documentación. Nieto Cardozo es el autor del vídeo institucional del municipio
tolimense.
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