Sergio Mejía en la mítica casa de La 33, en Teusaquillo. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
El hombre
entrado en años, bigote y barba cana, un Barbisio
curado por la sal de los inviernos y la canícula feroz de los veranos, se
acerca con sigilo a la antigua casa del tradicional barrio Teusaquillo de Bogotá, que otrora fue el convento de San Juan Evangelista y ahora el templo salsero de La 33.
El anciano
extrae de un enorme cartapacio de dibujante de arquitectura una hoja en blanco,
y de la oreja derecha un carboncillo de filosa punta, y como quien simula los
pases de un prestidigitador, comienza a armar una cuadrícula sobre el papel.
Este
venerable maestro de la inspiración y el trazo que dice llamarse, con
pergaminos, Jorge Vieco de Ibarra,
oriundo de Medellín, artista
peregrino, y en una época menos azarosa dibujante por contrato del departamento
creativo de Walt Disney, como es habitual en Colombia, país de la
amnesia y el olvido con sus invaluables talentos, resume a sus 95 años una
existencia pedregosa y desamparada por calles y recovecos de la gran ciudad.
-Querido y respetado señor, usted
parece la personificación exacta del Quijote-, le digo al artista nonagenario mientras espero al
frente de la casa-memoria de La 33
que Sergio Mejía, el director de la
banda, se desocupe de sus compromisos para hablar con él.
-No parezco un Quijote. ¡Soy un Quijote!, replica el anciano con una voz
idéntica al actor que por años dobló al español al Viejo de los Alpes, en la recordada serie animada Heidi.
-Y, para ser más exactos -agrega-, interpreté a Guillermo, una versión del Hidalgo de Cervantes en el cortometraje
El corazón de La Mancha, del joven
director de cine Rubén Mendoza.
-¿Y qué lo trae por estos lares,
maestro?
-Me gusta
este sector de toda la vida, aunque ahora tristemente abandonado en todo
sentido. Y me interesa particularmente esta casa. Tiene algo que me atrae, o
más bien, que me reclama…
-De ahí su interés en dibujarla…
-He dibujado
toda la vida. Ese ha sido mi oficio.
Los hermanos Sergio y Santiago Mejía con el Quijote dibujante, don Jorge Vieco de Ibarra. Foto: La Pluma & La Herida |
El longevo
andariego me observa por encima de sus gruesos anteojos al tiempo que saca de
su carpeta de dibujante carboncillos, aguafuertes y tintillas de varias
edificaciones, la mayoría de época, como la primera sede de la fábrica de Café La Bastilla, en Medellín; el Hotel Nutibara, el Club
Unión, y esa reliquia arquitectónica que es el Palacio de la Cultura en pleno centro de la capital antioqueña,
entre otras.
-¿Y a usted qué lo trae por aquí?-, me pregunta.
-Vengo a
entrevistar al dueño de casa.
-¿Quién es?
-Un músico.
El director de una orquesta de salsa que se llama La 33. Aquí funcionan sus oficinas y una vez a la semana ensayan.
-Ya me lo creía. Artistas. Los artistas
embellecen y le dan vida a las viviendas, porque aunque a algunos les
parezca un disparate, las casas tienen vida propia, son orgánicas y se van
mimetizando con quienes las ocupan.
En ese
momento Sergio sale acompañado de su
hermano Santiago, y les parece
curioso que el caballero andante les esté haciendo un bosquejo de su morada.
Los presento,
se saludan, aprovecho para organizarlos y les pido a los tres que miren a la
cámara. Luego, los hermanos Mejía observan
los dibujos y trenzan un par de frases con el veterano. Pero Sergio acusa afán.
-Vamos,
entremos. Te ofrezco un café. Me sabrás disculpar, pero no tengo mucho tiempo. En
media hora quedé de almorzar con mi esposa y luego haremos una prueba de sonido
con la banda en el Jorge Eliécer Gaitán,
propone Mejía.
Como por
encanto, en cuestión de segundos, el viejo dibujante ha desaparecido sin despedirse,
sin dejar rastro, algo extraño que asumo como un espejismo estival en este
sector antiguo de Bogotá.
Metáfora de las vueltas al mundo que ha dado La 33 en sus ya veinte giras. Foto: La Pluma & La Herida |
La reja de
la casona da paso al visitante. En el vestíbulo de ingreso aguardan Roland Nieto, el trompetista y David ‘Malpelo' Cantillo, figurón de la
voz, dos de los integrantes de la fortalecida tropa salsera que en catorce años
de actividades ha puesto a la orquesta en un punto alto y de reconocimiento
mundial, con más de veinte giras por el
orbe, cuatro de ellas en Europa, un número igual de trabajos discográficos:
La 33 (2015), Gózalo (2007), Ten cuidado
(2009) y Tumbando por ahí (2013),
e infinidad de conciertos, el más reciente, como agrupación alternante en los 75 años de la Orquesta Aragón de Cuba.
Sergio
invita a un café en una estancia donde supuestamente funcionó al principio el
garaje de la residencia y en la actualidad un lugar adaptado como sala de
recibo y cocina estilo americano, decorada con antigüedades: un mapamundi de Copérnico, un enorme teléfono de madera
del departamento de utilería de la Metro
Golden Meyer, y en las paredes obras de Ana Mercedes Hoyos, Saturnino Ramírez, Mantilla Caballero, Germán
Tessarolo y Gustavo Zalamea.
En la casa de los Mejía pervive aún el recuerdo de ‘Jack’, un dálmata chorreado en
berrendo que un vecino lugareño dejaba al cuidado en la mañana y recogía en la
noche, y que hace un par de años murió de viejo.
La casa
también ha estado ligada, fuera de la música, a otros proyectos culturales: una
emisora, la sede de un grupo de teatro, el cubículo de una gestora de eventos,
un diseñador gráfico. De modo que por sus aposentos y corredores, fluye buena
energía y creatividad.
La nómina estelar de La 33 en sus catorce años de historia. Foto: Archivo particular |
Allí se han
gestado varias bandas alternativas. En sus comienzos botaba corriente y
ensayaba Chocquibtown. “Así
empezamos a entender que la gente, los artistas, visitaban la casa por algo
específico en la creación, en especial la música”, puntualiza Sergio.
En lo que
concierne a los Mejía, no sólo se
activa y se produce lo que demanda La 33.
En la última etapa, Sergio y Santiago
se han puesto a la tarea, con atractivos resultados, de crear música para
teatro y cine. Ya van por la sexta producción musical para escena, entre otras:
Un cuento soñado, Noche de perros y Feroz, dos de ellas ganadoras de becas
de creación del Ministerio de Cultura.
Para cine, Sergio compuso la banda de la cinta
ecuatoriana Pescador, de Sebastián Cordero, sin contar que La 33, como banda, ha hecho sus
apariciones en varias películas, la más reciente, Corazón de león, producción argentina dirigida por Carlos Carnevale.
Para
remontarse al pasado, la casa de La 33
fue adquirida por la madre de Sergio y
Santiago (la recordada fotógrafa de arte, moda y espectáculo Cecilia Rocca, autora de un sinnúmero de catálogos y portadas de prestigiosas revistas de circulación nacional) hace cuarenta años, cuando las reverendas y hermanas de la legión
de San Juan Evangelista sorteaban a
hurtadillas una que otra mirada al exterior a través de las cortinas, por
encima de la advertencia y los severos castigos que imponían las superioras.
En el cuarto
posterior del segundo nivel nació como banda La 33, en 2001. Pero los Mejía
no vivían aún allí. La edificación estaba arrendada para oficinas. Fue al año
siguiente que se pasaron a vivir y donde despuntaron las primeras creaciones
musicales que dieron lugar al exitoso álbum que lleva su nombre, con el tema
introductorio de la banda y el hit que rompió fronteras: La pantera mambo, que sigue más vigente que nunca y es tema de
petición unánime, con repetición al final, en cada concierto.
Con el antiguo teléfono de utilería de la Metro Golden Mayer. Foto: La Pluma & La Herida |
El caserón
de estilo inglés, forjado en ladrillo prensado, como fueron construidas las mansiones
capitalinas a comienzos de los años 50 -luego de la debacle del Bogotazo en el 48- en este exclusivo
sector de la capital, que en el pasado lucía como una réplica de los barrios
londinenses de la época victoriana, se conserva intacta, sin mayores
modificaciones, con sus amplias y numerosas habitaciones y un decorado vintage que le imprime un rumor melancólico.
Hace tres
años Sergio y Santiago se mudaron a
una casa próxima, pero la antigua, la demarcada con el número 15-39, que siguen habitando sus padres,
es el centro de operaciones de la orquesta. Una empresa muy bien constituida
donde ejerce la parte de contratos, comunicaciones, mercadeo y publicidad. Y
donde se ensaya puntualmente una vez a la semana, por lo general los jueves.
Ya son
catorce años de actividades de un sueño que empezó a germinar con probaturas de
rock, jazz, música folclórica colombiana, hasta definir la ambiciosa corriente
por donde durante todo este tiempo ha navegado a su aire La 33, la salsa, con un estilo propio marcado por la virtud y el
repentismo de su colectividad, esas lúdicas y aproximaciones con el Latin jazz, el boogaloo, ritmos del
Pacífico y del Caribe, y ese pulso vibrante y estentóreo de su poderoso
frente vocal, con su capitán a la cabeza, el cartagenero Daniel Cantillo, el popular ‘Malpelo’.
La salud de
la orquesta no puede ser en tiempo presente más afortunada. Si se llegara a
visualizar con el impreso de un electrocardiograma, los altos y bajos en el
recorrido tienen que ver curiosamente con el éxito arrollador del primer álbum,
que no ha sido labor fácil superar con las discografías que lo sucedieron.
Contrario a
otras bandas que invierten tiempo, dinero y paciencia, una, dos, tres y más
veces para dar en el blanco, muchas veces con resultados infructuosos.
La 33, una banda compacta que se rige por su creación colectiva. Foto: La Pluma & La Herida |
El álbum debut de La 33 irrumpió con bombardas de triunfo en
el tinglado salsero, no sólo en el panorama musical capitalino sino de todo
país, y con ese mismo fragor que colmó las expectativas de una gran porción de adeptos
a la salsa (aunque dividió opiniones entre aquellos ortodoxos negados al cambio
y a las nuevas propuestas), se encargó de abrir la gran brecha que ha
significado la presencia aclamada de la orquesta a lo largo y ancho de sus giras
internacionales.
“Tenemos cuatro discos muy buenos. No podemos
afirmar que uno sea mejor que otro. Hemos aprendido a lo largo de ellos. El
hecho de que un álbum haya tenido más éxito, no significa que tenga que ver con
la calidad, pero toca aceptarlo. De pronto aparecerá uno que supere al primero”,
aclara Mejía.
Y en eso
andan por estos días. Preparando el quinto trabajo musical, con cuatro
composiciones ya definidas y un sencillo próximo a circular, desde un concepto
de creación colectiva, donde cada uno de los integrantes arroja ideas,
cuestiona y participa, para que en últimas, Sergio Mejía tome decisiones
definitivas.
Independiente
de las grabaciones y del espectro mediático, el positivo balance se ve en los
conciertos de La 33. Los más
recientes, en el Teatro Jorge Eliécer
Gaitán, donde el público, al tope en el auditorio, cantó, coreó y bailó una
hora y quince minutos de largo con su repertorio: el de ayer y de hoy, impartiendo
euforia y rotundidad: La pantera Mambo,
Soledad, Ten cuidado, Qué rico boogaloo, La reina del swing, La vida se pasa a
mil, La rumba buena, Patacón con queso, El tornillo de Guillo y Sonero de Tabogo, del álbum más
reciente,Tumbando por ahí.
Todo lo
anterior concebido en esta casona del remoto valle de Teusacá, donde cuentan Cronistas de Indias que el Zipa
que lleva su nombre tenía afincada su estancia de veraneo, y que en la Conquista chapetona recibió el nombre
de Pueblo viejo.
Salgo del
templo salsero al filo de las tres de la tarde, y para mi sorpresa vuelvo a
encontrar en el parquecito del frente al nonagenario Quijote don Jorge Vieco de Ibarra, tomando
nuevas impresiones de la edificación con su carboncillo afilado.
-¿Por qué desapareció de repente,
maestro? Lo estuvimos aguardando.
Pero el
viejo, concentrado en sus trazos, se niega a responder.
Es común en
estos predios oír de murmuraciones de habitantes e inquilinos del más allá que vienen
a menudo a celar sus antiguas propiedades o a recoger sus pasos. Y no creo que
la vetusta morada de La 33, sea la
excepción.
Alargando
pasos miraba de reojo al Hidalgo del cartapacio, mientras hacía memoria que al
principio subrayó dos frases que me quedarán zumbando para siempre en la
memoria:
-Esta casa tiene algo que me atrae, o
más bien, que me reclama…
La nómina estelar de La 33
Sergio Mejía: dirección y bajo
Santiago Mejía: teclados
Guillermo Celis: voz
David Cantillo (Malpelo): voz
Pablo Martínez: voz
Alejandro Pérez: conga
Diego Sánchez: bongó
Juan David Hernández: (timbal)
Roland Nieto: trompeta
Juan Felipe Cárdenas: saxo tenor
Vladimir Romero: trombón
Gózalo, con La 33: http://bit.ly/1HXJKYz
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