El Cristo de Las Nieves, imagen de mayor devoción en este templo capitalino. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
‘Judas Iscariote’ advierte que si le tomo una foto me descarga
un garrotazo en la cabeza. Exhibe el madero y amenaza simulando un servicio de
tenis. Cuando reculo ante la arremetida, suelta una carcajada y musita una perorata desafinada, mezcla de
arameo y sánscrito.
‘Judas’, el bárbaro, un preocupante caso clínico de
psiquiatría, al aire libre y en pleno centro de Bogotá, es apenas uno entre la cantidad de personajes desconectados
de la realidad y con la psiquis peligrosamente alborotada, que deambulan por la
carrera Séptima en estas fechas de
oración y arrepentimiento.
La Orquesta Sinfónica de la Policía Nacional en su interpretación de Betulia Liberata (W.A. Mozart). Foto La Pluma & La Herida |
En el altar mayor se
oyen las notas sublimes de la Sinfonía 40 K 550 en Sol Menor de Wolfang
Amadeus Mozart. La interpretación corre
por cuenta de la Orquesta Sinfónica de
la Policía Nacional, que hace parte de la programación Bogotá es Mozart.
El gentío, a
paso cansino, hace sus respectivas paradas en las imágenes de mayor devoción, y va circulando de derecha a izquierda, que la logística parroquial ha
diseñado para descongestionar el tumulto y desembocar a la puerta de salida.
Donde más se
concentran devotos es en el pretorio de un Cristo
de yeso excesivamente mechudo, que me recuerda instantáneo al flaco y
desgarbado Enrique Marín, el troskista
iconoclasta de los turbulentos años 70 de la Universidad Nacional, que después de muchos años de batallas
frustradas en su revolución seudobolchevique,
terminó vendiendo saxos y clarinetes de guadua en ferias artesanales y mercados
de pulgas. Uno de los miles de damnificados que ha arrojado la borrasca marxista-leninista.
'Kennedy', el faquir, en plena función. Foto: La Pluma & La Herida |
Ante ese Cristo con peluca de aprendices de Estética
y Cosmetología (nivel I), entre otros piadosos, está postrada una mujer de
mantilla entrada en años que desgrana pepitas nacarinas de rosario entre Padrenuestros, Glorias y Avemarías,
secundada por un muchachito malcriado que se resiste a saber y entender de penitencias,
salvaciones y reencarnaciones, y le puya el hombro con el índice para abandonar
el templo:
-Vamos ya,
abuela, vamos…-, insiste el muérgano.
Apenas son
las 2:30 de la tarde. No ha empezado el lavatorio y faltan seis iglesias por visitar.
Con el segundo movimiento de la Sinfonía 40, magistralmente ejecutada por los talentos de la Policía,
abandonamos la de Las Nieves, no sin
antes sacarle el cuerpo a ‘Judas
Iscariote’ en el umbral del portón principal, está vez concentrado en
engullir una naranja hasta el bagazo.
El diablo haciendo fiestas en plenos días santos Foto: La Pluma & La Herida |
Camino a La Veracruz, por la Calle Real, trato de abrirme paso entre
el delirante carnaval que pone de presente el agobiante estado mental de salud
que padece la población colombiana, agregado a los mil dialectos y sonoridades
que se trenzan en el diálogo voraz de la economía informal; donde se encuentra,
desde una humeante chicharronada -vaya uno a saber con qué exóticos mamíferos-,
pasando por los frutos despellejados del chontaduro, la melcocha batida en vivo
y en directo; la cocada y la cuca -no me malinterpreten-, esa almidonada
galleta de las negritudes, hasta el salpicón de cubeta que, más que calmar la
sed, puede acometer en efectivo laxante.
En la mitad
de la arteria, sin camisa y con visibles cicatrices en rostro, tórax y espalda,
con la piel acre y curtida, se prepara para su número de flagelaciones y despropósitos
‘Kennedy, el Faquir’, una suerte de
nazareno de Patio Bonito que anuncia
merendar a esa hora retazos de culos de botella. Para convocar a los mirones de
paso, el penitente primero se azota las paletas con un zurriago de carnaza que
en la punta tiene un atado de monedas. El pellejo endurecido de rinoceronte
escupe unos grumos de sanguaza. Luego toma un cuchillo cocinero, lo enseña con
una venia al respetable y lo introduce por uno de sus orificios nasales.
¡Abran paso! que ahí viene el 'Guerrillero zombie'. Foto: La Pluma & La Herida |
Contiguo al faquir
está el diablo, que también hace fiestas en Semana Santa. Es un esperpento con una escafandra de plástico azul Millonarios y unas alas enormes de tela
negra suspendidas en un entramado de alambre. Los niños quieren tomarse una
foto con él a un precio de mil pesos, mientras otros vacilan entre el demonio
celeste y ‘El guerrillero zombie’,
metáfora bizarra de lo que será en un futuro el éxodo fantasmagórico de las FARC por selvas y montañas de Colombia.
En La Veracruz, un grupo de jubilados
espera paciente al señor cura párroco que ungirá y besará sus pies como hizo el
de Galilea con sus apóstoles en
señal de humildad. Uno de ellos, en las veredas de los 80 años, es una
asombrosa réplica de Juan Legido, ‘El
Gitano Señorón’, infaltable con su guitarra y su portento de voz en corrillos
y mentideros taurinos de España y América.
El Circo de Lina y sus saltimbanquis. Foto La Pluma & La Herida |
La
emblemática iglesia de San Francisco
es depositaria de la mayor mendicidad de que se tenga cuenta en estos días de
monumentos y procesiones en el centro capitalino. Como en un organizado
sindicato, cada pordiosero goza de su propio metro cuadrado para clamar a palma
llena la bondad de los cristianos.
Uno de ellos
es una cara conocida. De años atrás tiene como estratagema suplicante unos
emplastos de un material sintético similar a la carne y a la epidermis cetrina
del queso Paipa, que se acomoda en el vientre y que le da la apariencia de una úlcera
espeluznante.
En el
círculo de la misericordia lo conocen como ‘Nicodemus’,
y es el más aventajado en las argucias histriónicas, con un florido y a la vez
dramático parlamento emulado del genial Arturo
de Córdova en la película ‘Dios se
lo pague’ -con Zully Moreno- , que hasta el peatón más escéptico y desalmado se le
ablanda el corazón y recurre a la billetera para aportar la dádiva. Dicen los
más cercanos que ‘Nicodemus’ es
propietario de dos edificios de inquilinato en el barrio Egipto y una casa en Las
Lomas, donde pernocta, y un furgón
de acarreos que maneja un concuñado.
El grupo de pensionados de La Veracruz, listos para el Lavatorio. Foto: La Pluma & La Herida |
El tramo de
la Avenida Jiménez a la Plaza de Bolívar es un verdadero viacrucis.
Va a completar un año que iniciaron las ampliaciones de andenes y reparcheo,
que como es habitual en Colombia, y ya no nos sorprende, avanzan
a paso paquidérmico.
La gente
tiene que hacer malabares entre las mallas verdes para acceder a la Catedral Primada. Peor le fue al Mesías en las catorce estaciones de su
tortuoso y lacerante ascenso al Monte de
la Calavera donde fue crucificado.
Hay guardia
presidencial y carabineros en los alrededores de la imponente edificación donde
yacen en criptas y mausoleos monseñores y cardenales de rancia estirpe. Con
todo y la leyenda que encierra es una estructura fría, desangelada, de naves y
techos demasiado grandes para la soledad y el desamparo de vírgenes, querubines
y santos.
El trecho que conduce a la Catedral Primada, un verdadero caos. Foto: La Pluma & La Herida |
En el trecho
de la Catedral al Santuario Nacional de Nuestra Señora del
Carmen, por el camino peatonal que conduce al Teatro Colón y al edificio
de La Cancillería, el Circo de Lina
y sus saltimbanquis recauda el interés de chicos y grandes con unas monerías
chaplinescas ambientadas por un cornetín y un redoblante que despachan notas de
ska.
Sus bailes y
contorsiones desatan el aplauso del público y el sombrero de copa de la líder
teatral no se hace esperar para recordarles a los curiosos que el artista también
come y paga arriendo y servicios.
En el cruce
de la Plaza de Bolívar, con destino
al templo de La Concepción, vecino
del septuagenario Pasaje Rivas, reparo
la fachada y las columnas mugrosas y mantecas, salpicadas de cagarrutas de
avechuchos del Capitolio Nacional. ¡Qué
vergüenza! El de Bogotá es el centro
histórico más sucio y descuidado de todas las capitales latinoamericanas. Es
que ni siquiera el de La Paz (Bolivia).
La fachada mugrienta y vergonzante del Capitolio Nacional. Foto: La Pluma & La Herida |
Concluyo que
si así está el escenario donde se redactan y firman las leyes de la República, que se puede esperar de lo
demás. En las mismas condiciones, como si en él hubiese recaído una maldición,
está el Palacio Liévano, desde cuyo balcón
arenga al populacho el camarada Petro de
la Bogotá Humana.
Una humareda
de incienso que emana de tarros que alguna vez fueron de Avena Quaker, nos refresca la memoria de que en los predios de La Concepción se abre en dos brechas el
territorio de los fetiches y las supercherías, por mayor y al detal, con todas
las ‘ligas’, ‘querémes’, ‘ayudasuertes’ y ‘contramaleficios’ que vienen en botellas
y frasquitos de colores, como el perfume del pájaro macuá con huevito incluido
que me ofrece una joven pintarrajeada como una virgencita de calicanto.
En el ala
mayor de la capilla, cerca a la puerta de ingreso, hay una cruz forrada en
tiquetes de pago. ¿Qué querrá decir esto?, me pregunto y resuelvo la curiosidad
con un hombre de rostro enrojecido y mirada melancólica de tortuga que, supongo, es el sacristán.
La cruz con los comprobantes de las misas pagadas de La Concepción. Foto: La Pluma & La Herida |
-Esos son los
comprobantes de pago de las misas. El padrecito ordena que se peguen ahí
(señalando la cruz). Aquí viene mucha gente con peticiones de enfermedades incurables
y enredos imposibles-, explica el conserje presbiteriano. Absorto en mis
averiguaciones, repaso los titulares de los recibos a ver si encuentro el
nombre de un magistrado de moda en apuros.
Por agüero y
tradición, la séptima parroquia en la bitácora de la fe, es la de San Judas Tadeo, en la calle doce con
carrera décima, diagonal al centro
comercial Caravana, de obligada visita para todos aquellos que creen que el
riego con el agua de rosas les va a multiplicar las ganancias en la carnicería,
o las siete hierbas rezadas por el chamán Marcelino
Chindoy les devolverá a la ‘patiligera’ que se fue.
Creo más en
el mercachifle del puesto ambulante que ofrece las pomadas de coca y marihuana
para todos los dolores… Con todos los dolores de cabeza que por años estas dos
sustancias les ha dado al gobierno y a las fuerzas armadas, y esa mácula
indeleble ante el mundo por ser uno de los países de mayor producción y
exportación de drogas ilícitas.
No fue el mejor jueves santo para el indio José Jacanamijoy. Foto: La Pluma & La Herida |
A punto de
finiquitar el recorrido y en el mismo feudo de las falsas ilusiones, me
encuentro con la mirada más desolada y aburrida de todo este trayecto. La del
indio José Jacanamijoy (pariente del
afamado pintor) de la tribu Inga del
Valle del Sibundoy en el Alto Putumayo.
Recostado
contra una reja y vigía de su tenderete donde acomoda collares de semillas de
la jungla, anillos y pulseras de cobre para los males reumáticos, palitos secos
de ayahuasca y otros bejucos de su farmacopea ancestral para extirpar tumores malignos,
expulsar inmundicias del cuerpo y el alma, purificar la sangre y convocar a la
bienaventuranza, el curaca se frunce desalentado de que a las 4 y 45 de la
tarde de este jueves santo, con toda la romería a su paso, sólo haya vendido
quince mil pesos.
-¿Y entonces cuál es el efecto que
producen sus talismanes y amuletos? O ¿es que en casa de herrero, azadón de
palo?-, le indago
sin vacilaciones.
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