El padre Chucho acompañado de una de sus oficiales de confianza: "Listos en paz o emergencia". Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
Las misas
del padre Chucho suelen ser las más
largas de las que se tenga noticia, se ofician en Colombia, pero no por eso las
más lúgubres y tediosas. Por el contrario: podría decir, sin temor a profanar
ni a equivocarme, y con el respeto que me inspira el polémico y controvertido
curita de la Iglesia de Jesús Amor
Misericordioso, del barrio Castilla,
en Bogotá, que son un festival con
eucaristía y bazar incluidos.
Misa campal,
desde luego, porque si en domingos ordinarios el edificio en terracota de la
parroquia no alcanza a albergar la cantidad de feligreses, mucho menos en estos
días de Semana Santa, donde se
vuelca no solo el vecindario del citado barrio con todos sus apéndices y nuevas
urbanizaciones, sino los habitantes de sectores circunvecinos, ávidos de
confesión, perdón y penitencia, y una modesta ofrenda en plata blanca o en
especies para compensar pecadillos, arrepentimientos y golpes de pecho.
De ahí que
la celebración religiosa se realice en una tarima, en menor escala pero con el
mismo ¡entusiasmo!, parecida a la de don Jorge
Barón para el Show de las Estrellas,
con el engranaje y la logística de un evento macro, y el respaldo de oficiales
de la Defensa Civil, “Listos en paz o
emergencia”, agentes de seguridad
privada por todos los flancos con sofisticados equipos de comunicación, y una
red de monitoreo a través de un circuito cerrado de televisión.
"¿Y usted de qué medio viene?". Padre: de La Pluma & La Herida |
Es que Chucho el Padre se resiste a olvidar
los multitudinarios pantallazos domingueros cuando su misa era transmitida a
nivel nacional por el fluido electromagnético, y eran tal las aglomeraciones
que los socorristas de la Cruz Roja
no daban abasto con sus camillas a atender casos de desmayos, insolaciones,
sofocaciones, preinfartos, o las vergonzantes pataletas de borrachos amanecidos
que asomaban sus narizotas extraviados en la búsqueda de un cantina o un
orinal.
En el parque
aledaño a la iglesia de Castilla, el
territorio de vendedores y mercachifles está oficialmente marcado con
anterioridad. Como también están dispuestas las carpas de algunas de las firmas
patrocinadoras, porque ahí donde ven al padrecito con su sonrisa de comercial
de dentistería plus, el hombre mueve el merchandise
como si sus raíces no fueran santandereanas, por sangre materna, o de cepa
muisca de Usaquén, por papá, sino de Turquía
o de los Emiratos Árabes.
Esta vez la celebración del Domingo de Ramos estuvo pasada por agua. Foto: La Pluma & La Herida |
Es que para Jesús Hernán Orjuela Pardo no habido
imposibles a la fecha. Ni el mismísimo diablo ha podido con él, como cuando fue
párroco de una iglesia de Bosa (territorio
caliente al sur de Bogotá) y las
sectas satánicas, los jíbaros lugareños y la gente de poca fe, le hizo la vida
imposible: le arrojaban chandosos, avechuchos, gatos y ratas muertas en la
puerta de la parroquia; le pintaban con sangre tenebrosos símbolos diabólicos
en las paredes, y hasta llegaron a atentar contra su vida, como la vez que le
mezclaron una pócima de cianuro al vino de consagrar.
Y Chucho el Padre ahí, vivito y coleando,
poniéndole el pecho al Patas con
oración y agua bendita, y no sólo al cornudo del averno sino a las autoridades
locales (el alcalde de Kennedy) que
lo llamaron al orden ante la queja de los vecinos por la estridencia de sus
misas campales, a primera hora y a lo largo de los domingos, con el alegato
unánime de la vecindad de que el único día que tenían para el descanso, se veía
menoscabado por sus prolongados oratorios, sus arengas de caudillo en campaña,
y de ñapa, una retreta festivalera en tarima con todos los ritmos del folclore
y la parranda criolla, incluidos champeta
y reguetón.
Chucho el Padre desafió ante micrófonos al presidente Santos y retó al entonces
burgomaestre local Luis Fernando Escobar,
y al mayor de la ciudad, Gustavo Petro,
para que lo retiraran con sus respectivas fuerzas de su oficio de presbítero,
intercesor ante Dios de la fe católica
con sus hermanos en Cristo, y el
escándalo, de tantos de los que le ha tocado librar, llegó a las barandas
distritales donde se vio obligado a bajarle el tono y a pedir disculpas.
El mercado de la devoción palpita en el parque aledaño a la parroquia. Foto: La Pluma & La Herida |
Orjuela Pardo haría hasta lo indecible por no
dejarse bajar del bus de las aleluyas. Como concursar en todos los realitys posibles para mantener el rating con sus feligreses. Lo acaba de
hacer en Tu cara me suena, que ha
sido la tapa de las desesperadas convocatorias, amasijo del látex imitación Hollywood, pelambre artificial del
inventario rezagado de La Voz Colombia,
y canutillos y lentejuelas del circo de Los
Hermanos Gasca.
Está
escrito. Chucho se le mide a todo.
Lo he visto, con estos ojos que devorarán los cuervos al final de sus homilías,
ponerse las botas de Juan Charrasqueado
para alebrestar a la concurrencia con rancheras y corridos bien mentados. O,
cantar y bailar la Cumbia Cienaguera
al compás de la pista en el estereofónico master, animado por las palmas de las
viejitas rezanderas de primera fila, que ven en él al legítimo mensajero de Dios en la tierra, y a la
vez, al ídolo mediático que regocija sus corazones al final de sus rosarios en
sus televisores.
Por obvias
razones de cuestionamientos y escándalos, esquiva a la prensa. Y si ve una cámara
próxima a su pedestal, un leve guiño suyo a cualquiera de sus guardianes,
bastará para retirarla. Ahora, con unos decibeles menos, atendiendo a
conciliaciones jurídicas, Chucho El
Padre justifica sus rumbas santas
con la certeza vox populi de que si
el ‘chucuchuco’, el merengue, la salsa, el vallenato, la champeta y el reguetón
de Maluma y asociados desencadena
tanta euforia en la sangre, hasta ponerla erguida e incontrolable, él se sirve
de esa amalgama para alabar a Dios y
extasiarse con su presencia, sin una gota de licor, salvo el vino de consagración.
Y todos felices.
La parroquia en terracota de Jesús Amor Misericordioso. Foto: La Pluma & la Herida |
Esta vez, el
Evangelio de la Pasión de Jesús
también es representado en tarima, con Chucho
el de carne y hueso, ornamento en grana como protagonista, y un séquito de
feligreses que han contribuido con su verbo y algunos ensayos de sacristía, a
desempolvar los parlamentos de Jesús en
la última cena; del Judas Iscariote
que lo vendió por un puñado de rupias; de
Pedro, el apóstol, que lo negó tres veces antes de que cantara el gallo, y
posterior, cuando la guardia romana lo retuvo en el jardín de los olivos; amén
de la alevosía de Caifás que pedía a
gritos su crucifixión; y la sentencia a regañadientes con lavado de manos de Poncio Pilato, gobernador de Judea.
En el sermón
exhorta a una reflexión sobre corruptos y traidores, y hace un comparativo
sobre los fariseos bíblicos y los de ahora; los que rigen los destinos del
país, “aquellos -señala irónico- que están echando suertes con la paz de Colombia en una mesa coja de La Habana, tal como hicieron los
soldados romanos cuando se jugaron a los dados la túnica de Cristo”.
Todo esto,
mientras en los alrededores del parque se trenza en voz rumorosa el diálogo del
rebusque: la señora con el baúl de su Mazda
abierto que promociona el merengón más rico de Castilla; el hombre con un balde al hombro repleto de refrescos; la
dama de los postres, las obleas y otras delicias de almíbar; los muchachos de
delantal y cachucha que sortean volantes del asadero Mi Llanera “para que vayan todos a degustar la mejor mamona después
de la eucaristía”; los vendedores de relicarios y medallitas de los almacenes
de San Nicolás y de San Miguel; y los mercaderes de
paraguas y chubasquillos ante el inclemente invierno que azota a Colombia en estos días de
recogimiento.
Porque si
hay un rebusque mayor, es en una misa larga del padre Chucho, como la del Domingo
de ramos, y cualquiera de las que él anuncia con fanfarrias, las venideras
del lavatorio del Jueves santo; la
de la procesión del Viacrucis, el
viernes, a partir de las 10 de la mañana; la de la Adoración de la cruz, el sábado; y la fiesta de remate, el Domingo de resurrección, La pascua, “a la que están todos
invitados con sus respectivas proles”.
Que lo diga
don José Francisco Huertas, de 75
años, habitante del barrio 20 de julio;
carguero del Crucificado de la Catedral
Primada de Colombia desde hace 30 años, y para esta época de golpes de
pecho, rodillas peladas y santiamenes, próspero negociante de matracas, esos
palitos bulliciosos que, en manos de los párvulos, arman la guachafita más
ensordecedora incluso después de la media noche, y no hay poder humano que los
silencie.
La terna de cargueros, lista para ponerle el hombro a la procesión. Foto: La Pluma & La Herida |
A Orjuela tampoco le tiembla la voz
cuando convoca a la ofrenda en rama y lanza puyas contra los alcabaleros, los
millonarios impuestos, como el “despiadado
predial” que nos acontece en Bogotá,
y la humillante costumbre de cobrarlo todo.
“A los
potentados no se les cuestiona –replica-. Ustedes no se avergüencen de ser
católicos. No escondan su fe. No salgan corriendo cuando se les pide el tributo al Señor, que esta contribución
es para ayudar a quienes no tienen ropa, techo ni alimento. El que quiera hacer
su donación, pude pasar, es bienvenido, el Señor
se lo multiplicará", invita Chucho,
con el soporte de la misión carismática que viene emprendiendo el papa Francisco.
Al final,
después de dos horas largas de predicar, alabar, cantar y bailar, el sacerdote
más polémico del país se apropia de una lista de agradecimientos comerciales: a
la marca Big Cola, que le colaboró
con carpas y aguas para sus feligreses; a las parrillas y pizzerías
circunvecinas; a la almojabanería El
Buen Sabor; a La Casa de Novias y
Smokings, y desde luego, ni más faltaba, a su propia casa, la Parroquia Jesús Amor Misericordioso,
donde se sirven las más suculentas viandas criollas, con recomendación del
exquisito mute santadereano como
cabeza de carta. “Y a precio de ‘corrientazo’”.
A propósito de la Semana Santa, por Eduardo Escobar. El Tiempo http://bit.ly/1xTEBwL
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