Abel Cárdenas, maestro de la lente, premiado por el Círculo de Periodistas de Bogotá, en la mansarda de la librería Torre de Babel, en el centro capitalino. Foto: Archivo particular |
Ricardo Rondón Ch.
El Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá
(CPB) otorgado este año a Abel
Enrique Cárdenas Ortegón a Mejor
Fotografía (publicada el 20 de septiembre de 2014 en el diario ADN de la Casa Editorial El Tiempo), resume a la vez la trayectoria y
vocación de un reportero -equipo al hombro- en todo el sentido de la palabra,
un fotoperiodista todoterreno.
Tuve la
fortuna de compartir labores reporteriles con Abel, por varios años, en el antiguo diario El Espacio, en los derroteros de la crónica roja y la información
judicial, y en general, en los diferentes avatares que exigía el rigor
polifuncional de un periódico sensacionalista, decano de este género en Colombia y modelo a seguir de
empresarios contemporáneos, fascinados por la atractiva circulación y las reconfortantes
ganancias de este tipo de publicaciones, ante la crisis inminente e
irreversible del papel periódico.
Era habitual
que en la sala de redacción, por muchos años al mando de Alberto Uribe Gómez, se disputaran los servicios de ‘Abelito’ -como de él nos referíamos en
glosa de afectos y compañerismo-, en los distintos frentes a cubrir en el día a
día: el impresionante crimen que reportaba en su boletín la oficina de prensa
de la Policía o del desaparecido F2; la visita al diario del cantante o
la actriz de moda; la entrevista con la Reina
de la Panela recién coronada; la función de ensayo de un montaje teatral en
La Candelaria, y en el escritorio deportivo,
la expectativa para que su cámara estuviera presente en el gramado de El Campín para un clásico de Santa Fe y Millonarios.
El escultor Rodrigo Arenas Betancourt, en 1994. Foto: Abel Cárdenas |
Y no por
subvalorar el profesionalismo de los otros fotógrafos, muy buenos por cierto,
sino porque Cárdenas siempre ha
gozado, además de su olfato y habilidad reporteril, de una personalidad
desabrochada para tomarse la vida en las buenas y en las malas, y de un sentido
de pertenencia y capacidad de aguante en el oficio, que al final de una ardua
jornada, con todos los bemoles del agite cotidiano y la neurosis de última
hora, preguntaba con la más desconcertante frescura: ‘¿Hay algo más por hacer?’.
Eran los
tiempos de las cámaras análogas, la Zenith,
de manufactura rusa, luego la Canon AE1
japonesa, con sus respectivos teles de 200 y 400 milímetros, (una para color,
otra para blanco y negro), y del revelado en el cuarto oscuro, que para los aprendices de fotografía de la posmodernidad,
embebidos con el endiablado derroche tecnológico digital, podrían asociar con
un exabrupto de la imaginación o una película de misterio.
Abel, recibido del SENA como Técnico en Artes
Gráficas, se la jugaba en todos los frentes: en el trabajo de campo, ojo
avizor al temible bandido de turno recién capturado en las huestes de la
delincuencia doméstica, las tragedias aéreas, los incendios forestales, o la
primicia en sus placas del sicario que segó a metralla la vida de un candidato
presidencial, carrera mar al habitáculo de revelado, entre el fragor de químicos
y bandejas con agua, y una exclamación furibunda de ‘¡Paren la rotativa!’ para triplicar el tiraje con la noticia
nacional del día.
El pintor Omar Rayo, en 1994. Foto: Abel Cárdenas |
Maestro de
artes marciales con especialización en Karate-Do
Shotokan (cinturón negro segundo Dan), nuestro reportero de cabecera,
placeado en fotografía, revelado y fotomecánica en diarios de Venezuela como La República, La Crónica Deportiva, El Meridiano y el Diario de Caracas, se hizo célebre en
el colegaje por su entrecejo y mostacho de Charles
Bronson, esa mirada maliciosa del actor de marras en ‘Vengador anónimo’, y una disciplina y metodología derivadas del
milenario Oráculo del Dragón y la
Serpiente en el continente asiático, que él ha aplicado en el arte de
atrapar la vida y dejarla congelada para siempre.
Tres veces
ganador de la Media Maratón de Bogotá,
y un segundo y tercer lugar en la misma competencia, las sabrosas tertulias de Cárdenas Ortegón en el solaz de un
viernes al final de la tarde, entre anécdotas de oficio y camaradería, se
remitían a la calle como escenario y escuela permanente del reportero, ese
ejercicio de composición, de medir la luz y precisar el objetivo, que es a la
vez el todo, el mínimo detalle y la expresa singularidad que culmina en una
fotografía.
Desde los
tiempos del admirable Hernán Díaz -de
cuya obra la Biblioteca Luis Ángel
Arango inaugura esta semana una retrospectiva-, no se había perfilado un
retratista en el magisterio del detalle y la composición ideales como Abel Cárdenas.
La actriz Vicky Hernández, durante una filmación en 2004. Foto: Abel Cárdenas |
Sus
retratos, sobre todo los de época, en blanco y negro, verbigracia sus
impresiones de la fiesta brava en la plaza de Santamaría, y los de personalidades del arte y la cultura como Rodrigo Arenas Betancourt, Omar Rayo, Sonia
Osorio, Fanny Mikey, Santiago García, y unos del comediante francés Marcel Marceau, durante su breve
estadía en Bogotá, entre tantos, son
de colección.
No son
retratos superpuestos y montados a merced de fotógrafo y personaje, como ha
sido costumbre arquetípica en los gurús de la publicidad, con denodados
resultados efectistas para su cometido masivo y comercial. Los de Cárdenas brillan por su naturalidad,
porque da la impresión de que el sujeto en cuestión nunca se hubiese percatado
de la existencia de una cámara: aparece el rostro en su forma y medida justas,
sin ninguna alteración y sin el menor artificio.
Niña chocoana observando el Atrato (2010). Foto: Abel Cárdenas |
El productor musical Alexis Play (Choquibtown), en 2010. Foto: Abel Cárdenas |
Cumpliendo a
la máxima de Robert Capa, cuando
dice que si las fotografías no salieron buenas fue porque el reportero no se
acercó lo suficiente, Abel suele
sobrepasarse en cercanías y de su obstinación de sabueso no siempre ha salido
bien librado.
Le sucedió
cuando intentó registrar al concejal Jorge
Durán, envuelto en un escándalo en 1990,
y este le descargó una patada en los testículos que lo dejó sin aire y
desgonzado en el vestíbulo del cabildo bogotano. Los otros reporteros que
cubrían la noticia, lo rescataron casi agonizante.
Medicina Legal le expidió una incapacidad de cuatro
días. La agresión del funcionario pasó de agache y salvo las reacciones de los
medios y la protesta unánime del Círculo
Colombiano de Fotógrafos, Durán
se regodeó que la justicia colombiana -la más inválida y vendida de todas las
que existen en el mundo- no le haya hecho un llamado de atención, menos citarlo
a una baranda.
En sus ya
casi 30 años de reportería, Abel no
lleva un récord de la millonaria cifra de fotos que ha tomado. Sin contar las
del pasado, que son muchas, las de su afortunada época de máquinas manuales, su
cámara digital de la actualidad, una Nikon
D300S al servicio de la Casa
Editorial El Tiempo, registra 280.000 obturaciones en los últimos
cuatro años.
La gráfica ganadora del premio CPB 2015, publicada en el diario ADN de la Casa Editorial El Tiempo. Foto: Abel Cárdenas |
Capítulo
aparte su cámara auxiliar, con un guarismo mayor, que él utiliza para el
retrato urbano, los episodios cinematográficos que a diario acontecen en esta
ciudad áspera y violenta, el territorio comanche de la marginalidad, la gente
anónima y las situaciones más inesperadas que gritan desde el fondo para perdurar
en su memoria:
Una
guachafita de pasajeros con pedrea y fuerza pública al interior de una estación de
Transmilenio; las arremetidas salvajes de los vándalos en tardes
esquizofrénicas de gases pimienta y papas-bomba de las universidades públicas; la
alebrestada, circense y multicolor fiesta gay de cada año; las aglomeraciones
políticas en plaza pública con un histrionismo superior al teatro griego de la
antigüedad; un amanecer con lluvia en la larga y resignada fila de pensionados
en espera de su mesada; los partidos de fútbol amateur y profesionales que
nunca se pierde -con el argumento de que
quien ha hecho fútbol y crónica roja, se le mide a lo que sea-, y toda la
fauna social que encuentra en su errancia de pasos medidos, pausados, como los
del Shaolín que hace mucho tiempo aprendió a caminar sobre las brasas.
'El campo en Bogotá', Plaza de Bolívar 2012. Foto: Abel Cárdenas |
La foto que
el jurado calificador del CPB eligió
como ganadora de la escultura ‘El
Sacrificado’, de Rodrigo Arenas
Betancourt, a Mejor Fotografía,
donde aparece un grupo de detenidos de la URI
de Engativá, sentados en los columpios de un parque aledaño ante el
hacinamiento reinante en dichos reclusorios, es una marca registrada del
talento y la perspicacia de Abel
Cárdenas, que conjuga, en audaz fogonazo, ese credo que muchos fotógrafos
ignoran o pasan por alto: un buen
reportero es aquel que ve lo que los demás no ven.
Así lo
corroboró en su veredicto del CPB el
escritor y periodista Juan Gossaín: ‘Defensoría alerta por crisis de URI’ “fue
premiada por su sentido de la oportunidad periodística, por su valor como
testimonio de una noticia, por la ternura que esa foto lleva implícita, porque
se sale de lo común y es noticia por sí misma”.
El puente roto de Las Américas-Marsella (2012). Foto: Abel Cárdenas. |
Cuando el
ganador fue a recibir emocionado el galardón de manos de la junta directiva,
con Presidente de la República a
bordo, en la celebración de los 70 años
del CPB, Cárdenas, en ráfagas de segundos, se remitió a su infancia y evocó
la figura de su padre, pensionado de Bavaria,
quien solía aprovechar todo apego y encuentro familiar para acuñarlo en su
vieja Brownie, hoy una cámara de
museo en formato 6X6, la misma con que el niño escudriñaba desde el
daguerrotipo, como una sabia premisa que el destino le confería para marcar el
camino del gran reportero y retratista que es ahora, despojado de toda vanidad,
sin perder un ápice de su nobleza, sencillez y sentido de compañerismo, con esa
calidad humana que ha sido su sello y constante en las arduas batallas de este
bello oficio.
Cárdenas asiente que un fotógrafo se
convierte en profesional en el mismo curso alquímico del artesano o del orfebre,
y que en ese aprendizaje, que es de toda la vida, la cámara se transforma en
una extensión vital del cuerpo, ávida de labor y curiosidad.
Festival de la Marihuana, Parque Nacional (2010). Foto: Abel Cárdenas |
En ese
tránsito, entre las miles de fotos y circunstancias, el ojo atento, el agudo
olfato y la perseverancia sin treguas, se lograrán esos codiciados escarceos
con la genialidad. Aunque todos sabemos que la misma vida suele ser a veces
corta para alcanzarla.
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