El Ministerio de Cultura ha declarado 2015 como el Año José Barros, al cumplirse 100 años del natalicio del fecundo y polifacético compositor colombiano. Foto: Prensa MinCultura |
Ricardo Rondón Ch.
Que son las canoas sino los árboles
cansados de estar quietos (William Ospina)
Con sólo
quinto año de primaria por problemas de orfandad y premuras económicas, José Benito Barros Palomino, el gran
letrista y cantor del folclor colombiano, de quien se celebran por estas fechas
cien años de su natalicio, pudo haber ocupado con sólidos argumentos una
honrosa silla en la Academia Colombia de
la Lengua.
Su belleza
estilística, su atento y cuidadoso empleo del lenguaje y la rumorosa
musicalidad de sus versos y rimas, dan cuenta de un hombre nacido para navegar
a sus anchas en el río fascinante del idioma, en ese pródigo alfabeto del agua
que circunda El Banco, municipio que
lo vio nacer el 21 de marzo de 2015, bañado por el Magdalena, columna vertebral de la riqueza fluvial colombiana.
En cada una
de las 800 letras que se calcula, hacen parte de su extraordinaria inspiración,
Barros Palomino deja una lección
para peritos y curiosos del lenguaje, en la misma proporción que musicólogos,
folcloristas y artistas de la talla de Gabriel
‘Rumba’ Romero -el mejor intérprete masculino de la cumbia como género
esencial del Caribe, al lado de Mario
Gareña-, le han dado lustre y perpetuidad al valioso legado del compositor
banqueño. Capítulo aparte y de varias vueltas al orbe, Totó la Momposina.
Basta dar un
repaso lingüístico a su entronizada melodía, La Piragua, la más universal de sus creaciones, para captar la
filigrana con que está urdida, verso a verso; un delicado y minucioso trabajo
artesanal que sintetiza en sólo dos estrofas la fascinante crónica del
aventajado comerciante del interior, Guillermo
Cubillos, entusiasmado por una embarcación que le hacía más cómodo y rápido
el traslado de su mercancía, de “El
Banco, viejo puerto, a las playas de amor en Chimichagua”.
Nótese la
genialidad del orfebre en las siguientes líneas:
Zapoteando el vendaval se estremecía/
e impasible desafiaba la tormenta,/ y un ejército de estrellas la seguía/
tachonándola de luz y de leyenda.
El gran raposoda de La Piragua, su máxima composición y la cumbia más universal del patrimonio musical colombiano. Foto: Prensa MinCultura |
Barros, en esta bella composición -que la
cantora bumanguesa María Mulata sugirió
como Himno Nacional de Colombia-,
deja entrever un vasto y profundo conocimiento de la literatura y la poesía,
nutrido en su juventud de clásicos como Fiodor
Dostoievski y Alejandro Dumas, de
poetas hispanoparlantes como don Juan
Ruiz, el Arcipestre de Hita (El Libro del buen amor), y en su
errancia novelesca del bajo mundo de Guayaquil,
en Medellín, por Barba Jacob y Bernardo Arias Trujillo, entre otros.
Doce bogas con la piel color majagua/
y con ellos el temible Pedro Albundia/, en las noches en los remos le
arrancaban/ un melódico rugir de hermosa cumbia.
Está claro
que los elegidos del verbo como don José
Benito, no necesitan más academia que la propia luz y sabiduría conque
llegaron ungidos a trashumar en este mundo.
El remate de
La Piragua no puede estar más
colmado de añoranzas y muy probablemente de esa saudade heredada de su padre, el portugués Joao María Du Barrios Traveceido. Un verso que evoca el desasosiego
de Fernando Pessoa, poeta mayor
lusitano, y una certera metáfora del colombiano William Ospina, que en su poema, Las Mesetas del Vaupés, refiere a esa trasmutación del árbol en su
afán de ser útil en la movilidad de las aguas: Que son las canoas sino árboles cansados de estar quietos.
Doce sombras ahora viejos ya no
reman/ ya no cruje el maderamen en el agua./ Sólo quedan los recuerdos en la
arena/ donde yace dormitando la piragua.
Ese ‘maderamen’ que elogió Gabriel García Márquez como uno de los
fonemas más bellos de que se tenga cuenta en lengua castellana, cuando puso de
ejemplo a José Barros como el probo
y legítimo oficiante de la música del litoral Caribe, capaz de hacer de la cumbia la indestronable reina para el
mundo entero, tal y como lo hizo saber en su discurso de Premio Nobel en los suntuosos salones de Estocolmo, en 1982.
Postal en sepia de la nostalgia en los años prolíficos y vibrantes de su quehacer musical. Foto: Prensa MinCultura |
Prolífico en
su escritura del amor, la vida, sus circunstancias, alegrías y frustraciones,
ese profuso y constante canto a la mujer que le dictó su corazón de picaflor en
todas sus edades, el maestro Barros
deja impresa su musa en una abundante cosecha de ritmos, locales y foráneos,
patrimonio que le valió el reconocimiento como el más grande y fecundo de los
compositores colombianos, un genuino intelectual de la palabra transfigurada en
verbo y melodía.
Aró en el
porro, el paseo, la tambora, el chandé, el pasillo, el vallenato, el bolero, la
cumbia, el cumbión, la danza, la guaracha, el merecumbé, el vals, el garabato, el
corrido, la ranchera, el tango, entre una mar de músicas con su particular
estilo que hizo las delicias de orquestas y agrupaciones de época como las de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Guillermo Buitrago, Abel Antonio Villa; duetos de
resonancia andina entre tiples y guitarras, bandoneones y pianolas de compadritos
de cafés en penumbras, y gargantas de mariachis tocadas por la euforia del
tequila.
Fue José Barros un rapsoda para todos los
climas y ánimos. No acababa de salir de la rancia nostalgia que le produjo
escribir el pasillo Pesares (dedicado
a su segunda esposa, Amelia Caraballo),
cuando saltaba como la liebre al territorio de la fábula entre matarratones
para contar la historia de un Gallo
Tuerto que dejaba viuda a su gallina en la cocina; o para enrabietarse con
la guerra sin par que durante años ha azotado al país, para protestar con esa
tonada llamada Violencia (Violencia/ maldita violencia/ porqué no
permites que reine la paz, que reine el amor…), que en las voces de
Leonor González Mina ‘La Negra Grande de Colombia’ o de Gabriel Romero, le ha hecho crispar el
alma a varias generaciones.
Y de ahí al
canto de El Minero (vigente en estos
tiempos), El pescador, Las pilanderas,
El viajero, Juanita la maicera, Momposina, El chupaflor, La pava, Palmira
señorial, Juliana la montañera, Caminito de luna, El tucu tucu, los boleros
A la orilla del mar, Busco tu recuerdo y
Carnaval; el tango apache Cantinero, sirva trago (detonante de varias
necrologías por suicidios en el Medellín
de proscritos de la fatalidad), entre una interminable lista de páginas
sentidas, movidas y para el recuerdo.
El maestro José Barros escribió alrededor de 800 melodías, de una reveladora paleta cromática de aires y ritmos. Foto: Prensa MinCultura |
Dice ‘María Mulata’, una santandereana con
piel y corazón de palenquera, que no pudo resistirse en la adolescencia elegir
los derroteros de la música, cuando oyó en la radio de su padre Navidad negra. Que inmediatamente la
consultó y se aprendió la letra, y que a la fecha no sabe cuántas veces la ha
cantado, con un pañuelo rojo amarrado en la cabeza y una vela de cumbiambas
izada en su mano derecha por escenarios y festivales del mundo.
Andariego,
aventurero y mujeriego hasta la médula, la riqueza musical y filosófica de Barros deriva de un inagotable ejercicio
de lecturas desde la edad temprana que afincó su querencia y sabiduría de
autodidacta, y también de un espíritu aventurero sin treguas. Varias veces se
embarcó de polizón en navieros que cruzaban fronteras, y las mismas veces fue
deportado a su tierra.
Pero volvía
por sus fueros con la curiosidad y la terquedad del gato: así se placeó por Perú, Ecuador, Venezuela, Chile, Panamá,
Brasil y México, con y sin pasaporte, capoteando en cada puerto los
temporales del desamparo y la pobreza, en un oficio que en Colombia siempre ha
sido subvalorado y mal remunerado, cuando la mayoría de los compositores
nuestros han finiquitado sus días entre la precariedad y el abandono. Para
citar apenas dos ejemplos: Crescencio
Salcedo y Wilson Choperena.
Vivió la
vida en pos de su quehacer, la música. Enamoró con serenatas a las mujeres con
las que de la noche a la mañana se encaprichaba, varias de ellas trenzando
apuestas con sus amigos. Se casó tres veces, la primera, con Tulia Molano, madre de José y Sonia; después con Amelia
Caraballo, de cuya unión nacieron Alfredo,
Alberto, Abel y Marta; para
recalar al final en los brazos de Dora
Manzano, con quien tuvo a Katiuska,
Veruschka y Boris, nombres
inspirados en los personajes de la literatura rusa que acuñó con esmero, y de
su obsesión por el gélido y pedregoso socialismo que cubrió hasta la más remota
estepa de la entonces Unión Soviética.
En manos de Veruschka -que es su vivo retrato-
quedó su legado y las bregas económicas (siempre económicas) para sacar
adelante, cada año, el Festival de la
Cumbia (que este año, en agosto llega a su XXI versión) que él creo en El Banco, Magdalena.
Veruschka Barros, albacea del legado musical y del Festival de la Cumbia del Banco, Magdalena, que creó su padre, el rapsoda inmortal. Foto: Prensa MinCultura |
Estudiosa de
su obra y depositaria de una cantidad de historias y anécdotas, algunas
inverosímiles, que en noches y amaneceres su padre le contaba desde niña, Veruschka nunca se ha apartado del
terruño porque allí nació y se formó, y porque siente latente el espíritu y la
energía del supremo compositor, en la casa, en las calles, en el puerto,
vestido con camisa de manga corta y siempre de corbata, con ese aire garciamarquiano de telegrafista, con la
rectitud y los caprichos que lo acompañaron hasta la senectud, hasta esa mañana
brumosa de mayo de 2007 cuando se
despidió del terreno mundo para empezar a escribir su leyenda en remotas
celestas.
El Ministerio de Cultura por intermedio de
su titular de cartera, Mariana Garcés,
ha declarado 2015 como el
Año José Barros. Habrá fiesta este sábado 21 de marzo en El Banco con Totó La Momposina, Víctor y Viviana
Esparragoza, Jorge Enrique y Jorge Mario Castaño, Armando Pisciotti
Quintero y Ana Cecilia Almanza,
acompañados de la Orquesta de Pacho
Galán.
Se hará un
homenaje-memoria al maestro, y en lo que resta del año se programarán
actividades musicales y dancísticas, conciertos y presentaciones conmemorativas
destinadas a reconocer y perdurar el patrimonio de José Benito Barros Palomino, en El Banco y en municipios aledaños, lo mismo que la elaboración,
edición e impresión de publicaciones referidas a su vida y obra.
Es que después de un siglo, de su memorable
nacimiento, como en su mentada y bailada, Navidad
negra, en El Banco “hay rumor de
cumbia y olor a aguardiente”.
José Barros, homenaje a los grandes compositores de la música tropical colombiana: http://bit.ly/1xKAhKG
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