2.500.000 seguidores tiene Carolina Cruz en su cuenta de Twitter. Foto: Chamela |
Ricardo Rondón Ch.
En los
tiempos en que la vanidad femenina se limitaba a un pintalabios, unas medias
veladas a media pierna y un sujetador con varillas, la polvera era el adminículo
indispensable en la cartera de las damas, la comunicación más sensata con el
rostro que les devolvía el espejito, y la suave almohadilla de dulce abrigo
conque esparcían los polvillos faciales.
Se reconocían
al instante cuando las abrían por sus fragancias adorables y el destello del
cristal desde donde se alcanzaba a divisar una mirada atenta al rito de embellecimiento,
a veces coqueta, otras malhumoradas por los estragos y las dolencias de los
días difíciles.
Los
plenipotenciarios criollos del marketing las importaban de las Europas con firmas
glamurosas que, de solo pronunciarlas, garantizaban su calidad y prestigio: Helena Rubinstein (nuestra María Chaves de Cracovia), Max Factor, L’Oréal (del Químico francés Eugéne
Schueller) y Elizabeth Arden,
entre otras marcas.
Tiempo
después, la pujante empresaria boyacense que inició su industria en el garaje
de la casa, descolló con la rutilante rúbrica de Jolie de Vogue, patrocinadora oficial del Concurso Nacional de Belleza, y luego de la franquicia para Colombia de Miss Universo.
Venían en
varias presentaciones y en diferentes materiales, de uso diario o de colección,
como las de camafeo, de un preciosismo artesanal; las de caja de bronce y plata
con repujados renacentistas; las de oro de 24 kilates con incrustaciones de rubíes
y diamantes que se hicieron célebres en las carteras de María Félix, Sara Montiel, Elizabeth Taylor, María Callas, y de Jackeline Kennedy, la archimillonaria
pero desdichada viuda de Aristóteles
Sócrates Onássis. Otras esmaltadas, con cigarrera y labial incluidos, como
la que diseñó Dalí para su amada Gala.
La polvera
de los tiempos actuales tiene nombre propio y se llama Instagram, la revolucionaria aplicación creada por Kven Systrom y Mike Krieger para teléfonos ‘inteligentes’, que a la fecha
sobrepasa la escandalosa cifra de más de 400.000.000
de usuarios en el planeta cibernético, y que en Colombia tiene como número uno a su reina indestronable: la despampanante
empresaria, modelo y presentadora vallecaucana Carolina Cruz Osorio. O ‘Carito’,
como de ella se refieren los 2.500.000
fans que sagradamente la siguen a diario
en el espectro virtual del arrendajo azul llamado Twitter.
Carolina comienza el día con sus 'selfies' y reportes a través de su ciberpolvera. Foto: Archivo particular |
La ciberpolvera de Carolina Cruz permanece
activa desde que ella despierta hasta el “escándalo
de miel de los crepúsculos”- como citó en un poema erótico el bardo peruano
César Vallejo-, y mucho más allá, en
la aventajada noche de sus compromisos de alfombra roja o de vida social,
campanillas de bacarat, cenas con salmón de Galicia y champaña añejada en bodegas de remotos castillos de Francia, o en una de sus tantas
apariciones ante cámaras como maestra de ceremonia de realitys de aspirantes a modelos élite, y de festivales de magos y
cómicos de todos los pelambres.
A través de
su ciberpolvera uno se entera de los
´pescadores’ de dril que “hacen juego con la ‘leñadora’ para un día informal”,
o de la lycra termodinámica que ella recomienda para el gimnasio; de los peinados
que van acordes con los oficios y actividades del día, y por supuesto, de la cátedra
de estética que sugiere para “lucir siempre lindas”, no solo con los polvos
faciales y todos esos trebejos que revientan una cosmetiquera, sino con truquitos
caseros y de su inventiva.
En estado
catatónico nos deja cuando hace sus reportes de cuerpo presente de la última
colección de vestidos de baño Chamela,
que nos permite ver en su esplendor la majestad de su geografía corporal, esas
interminables columnas de Fidias que
son sus piernas; la perfección de sus sinuosas caderas, la fértil planicie de
su vientre, el busto que merece un honroso busto en el parque principal de Tulúa (la tierra que la vio nacer), y
ese rostro de mirada cándida de comercial de diosa Juno, que era el jabón de leche con que se bañaban las diosas de la
antigüedad.
Ensimismados
con su figura en traje de playa, se nos despierta automático el apetito concupiscente
y la sangre erguida del Eros pide
pista. Y deseo y envidia nos conturba y enceguece cuando malayamos que un galán
municipal de cejas impostadas, ojos de gato montés y nombre de sobandero, es el
dueño de su corazón y de todo lo demás…
Con Palomeque, hasta ahora, el dueño de su corazón |
Reina selfie, Carolina se multiplica de mil maneras en el espejito meloso de Instagram, exclusivo para las bellas y
privilegiadas en el orden de las que han ceñido corona, las que salen impresas
full color en los candelarios de fábricas de llantas o lubricantes de automóviles,
o las que van por el mundo alborotando la líbido y sacándole el mejor provecho,
verbigracia Kim Kardashian.
Las de las
huestes de Betty, ‘La Fea’, se
siguen acomodando a la sumisa y religiosa intimidad de las polveras manuales de
borla de dulce abrigo, las Elizabeth
Arden, las Max Factor o las Jolie de Vogue, que heredaron, cuando se
hicieron señoritas, de sus sabias abuelas.
Las últimas
noticias que nos llegan de la ciberpolvera
de Carolina Cruz es que el próximo 12
de junio completará 36 años. Admirándola en su integridad, comprobamos que
está mejor, más bella y saludable, y desde luego, deseable, que cuando fue
coronada virreina nacional por el departamento del Valle en 1999 (por complacencias políticas de ‘Don Rai’ ese año fue elegida Señorita
Colombia Catalina Acosta, que representaba a Cundinamarca).
Una edad en
que una mujer de su talante, madurez y experiencia, sabe qué más quiere. Porque
el resto ya lo tiene. De eso dan cuenta sus 2.500.000 seguidores que, todos los días, cuando se revela en
cadena a través de su espejito cibernético, la colman de halagos y meloserías
lacrimógenas: “‘Carito’, eres lo más
bello que ha producido la tierra”, “‘Carito’,
me haces llorar con tanta belleza’”, “‘Carito’,
te adoramos por ser tan bonita y tan buena”, etcétera, etcétera.
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