El camión sin frenos que atropelló a trece personas durante la Guacherna barranquillera. Foto: elheraldo.com |
Ricardo Rondón Ch.
La semana que pasó tiene los elementos y contrastes del país que a duras penas nos pertenece. Sólo para resumirlo en tres acontecimientos: La Guarcherna, esa fiesta popular que por antonomasia anuncia los vítores y las fanfarrias del Carnaval de Barranquilla, con su mitología caribe y su desenfreno carnestoléndico.
La tercera
noticia, la más dramática y escalofriante, el vil asesinato de cuatro niños indefensos
en un rancho de madera de una vereda de Caquetá, a manos de criminales de la
peor índole y vesania, que dispararon a las cabezas de los infantes.
Guacherna,
circo y barbarie. Cuando no el espectáculo del fútbol, que actúa como el
bálsamo tranquilo de la droguería Rosas, para todas las dolencias, porrazos y
moretones que nos deja a su paso los afanes y las premuras del agite cotidiano.
La parranda
barranquillera dejó como saldo trece heridos, entre ellos varios menores, producto
de una carroza que aludía una publicidad política y se quedó sin frenos, en
medio de la euforia de los festejantes, gente del pueblo, del barrio, niños que
salen a la calle a copiar lo que hacen los mayores, contagiados por una locura
primigenia alterada por el licor que pasa de boca en boca.
El circo de
Botero, con toda su monumentalidad, sus colores salvajes y su volimetría, es un
acto de amor y solidaridad con la tristeza. No puede haber algo más triste que
un circo pobre, que fue la inspiración del pintor antiqueño en su infancia, en
los años de la precariedad, pero también en los tiempos posteriores a la
celebridad, cuando en una de sus correrías irrumpió en la carpa hecha jirones
del circo chino de Zihuatanejo, en el estado de Guerrero (México).
'El Circo', la nueva exposición del maestro Fernando Botero, en el Museo de Antioquia. Foto: elcolombiano.com |
La de ‘El
Circo’, enhorabuena para Colombia, quizás la muestra más poética, en su soledad
y trashumancia, de los disímiles personajes del artista antioqueño, después de
su serie de La Cárcel de Abu Ghraib, sobre los vejámenes y las torturas
impuestas por el ejército gringo a los presos iraquíes.
El circo
pobre de acróbatas, payasos, zanqueros y maromeros que nunca pudieron ver los
niños Venegas Grimaldo, de 4, 10, 14 y 17 años, miembros de una familia humilde
de agricultores, asesinados con tiros de gracia por sujetos que no merecen el
calificativo de personas, ni siquiera de animales, ante tan abominable crimen.
En manos de los doctos de la Real Academia de la Lengua está la creación de un nuevo y duro adjetivo que sintetice un acto de crueldad semejante.
No obstante,
el país no se pronunció como se esperaba, dadas las dimensiones de la masacre.
¡Y con niños! Salvo el furor mediático, el pronunciamiento protocolario del
presidente Santos y de las autoridades de rigor, la noticia de los infantes
acribillados no les tocó el corazón a los colombianos, quizás porque no sucedió
con una prestante familia de pergaminos en un acreditado colegio de Bogotá. Ahí
sí, muevan cielo y tierra para capturar a los maleantes.
Los Venegas
Grimaldo eran niños del campo, de una vereda remota en un departamento lejano
de la geografía colombiana, donde se cocina con leña y en la noche hay que
dejar el fuego encendido para que no arrimen las fieras del monte, más dóciles
y llevaderas, por supuesto, que las que acabaron a bala con la parvada y
emprendieron la huida. ¡Miserables!
¿Qué suerte
podrá correr el hermanito de 12 años que logró escapar herido del exterminio? A
una edad en que todo lo bueno y lo malo queda registrado para siempre en el
cerebro. Inimaginable el estado en que se encuentran sus padres. El inmenso
dolor que los embargará. El desconcierto total ante lo irreparable. El Estado
deberá encargarse de su seguridad y estabilidad económica de ahora en adelante.
El rancho de madera que habitaban en una vereda del Caquetá los hermanos Venegas Grimaldo. Foto: vanguardia.com |
Se anuncia
una marcha de protesta local, sólo local, en Florencia y en municipios aledaños
que, por obvias razones, por la magnitud del crimen y por la inocencia de sus
víctimas, debería repercutir en los colombianos de bien, en el territorio
nacional.
Así una marcha,
como todas las marchas, no sirva sino para cumplir a ese cometido: marchar,
lucir una camiseta con un letrero contestatario, arengar contra la impunidad,
dejar escapar esa rabia en el corazón que a todos nos atañe, a quienes somos
padres y nos involucra hechos bárbaros y luctuosos como los del Caquetá.
Así la rutina
tricolor avance entre pitos y tambores de guachernas, y la gente salga a la
calle pintarrajeada a desocupar botellas de ron y a alebrestar el espíritu para
que el cuerpo se desmane, y el circo de carpa remendada que nos corresponde
continué a trastrabillazos sus funciones de maromas y acrobacias para pagar
servicios públicos, alcabalas, canasta familiar y pensiones, y al final, para
que el respetable público aplauda, quedar lo mejor presentados posible en la
cuerda floja del discurrir diario, con esa sonrisa impuesta del cómico, que bajo
los reflectores de la fantasía, elude la furia, la necesidad y el hambre.
Qué
paradoja: después del alboroto mediático y la salida de chiros de la directora
del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar por el escándalo -que no era
para tanto- de Miss Tanguita, en el municipio de Barbosa (Santander), la señora
Cristina Plazas se ha quedado corta en palabras y acciones para con los niños
de la masacre caqueteña.
La sola
presencia de la funcionaria en el lugar de los hechos, no es suficiente para
tomar medidas al respecto. Y, la fuerza armada, que monte un operativo similar
al caso del agente de la DEA para dar con el paradero de los homicidas.
Pero todo no
puede ser malas noticias. Hay que celebrar, eso sí, con guacherna, la captura a mitad de semana de ese circense orangután blanco al que en el mundo del
hampa, la extorsión y el narcotráfico, entre otros delitos, conocían con el
alias de ‘Porrón’.
Un sujeto,
en su porte y figura, aparentemente insignificante, pero con poderosa saña, que
tenía azotado al departamento del Valle, particularmente Buga y Tuluá. El mismo
que sacó corriendo a comerciantes y empresarios de toda la vida en esas localidades, a artistas como Juan Gabriel
González ‘El Charrito Negro’, y a Faustino Asprilla, y que tenía amenazado con
dos ‘pepazos’ al escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal.
Coinciden
penalistas que el tal ‘Porrón’ podría pagar una condena hasta de 60 años. Ojalá
así se cumpla. Que no vaya a ser una sentencia de culebrero, porque el bandido,
como decimos en Colombia, “tiene toda la plata del mundo”, y sería de
Perogrullo repicar que el cochino dinero lo compra todo, empezando por las
frágiles conciencias que, entre jueces y togados, cada vez son más proclives y
vulnerables.
A última
hora nos enteramos de otro número, bien cirquero por cierto, como para trapecio
entre farolas: que los barbudos de las FARC quieren tener en la mesa de diálogo
de La Habana a la Miss Universo Paulina Vega, dizque con el ánimo de oír sus
propuestas en camino de la anhelada paz.
Faltaba más,
que le den un respiro a la bella barranquillera que apenas ha podido dormir a
medias desde la noche en que la coronaron, atendiendo los telefonazos del tío
Donald Trump, las incisivas entrevistas de la prensa internacional y los
cuestionarios con preguntas “bien difíciles” que le llegan al correo de su
chaperona, como para desgastar su diamantina sonrisa de triunfo con Márquez, Santrich, Catatumbo y
su combo de camuflados.
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