El sonado caso de Yayita que estremeció a Pelotillehue y rescató de la quiebra a El Hocicón. Gráfica: Condorito.com |
Ricardo
Rondón Ch.
Doña
Tremebunda fue la primera en llegar a la URI de Pelotillehue. A esa hora, ocho
de la noche, el reclusorio temporal estaba lleno de individuos hampescos de crasa
calaña. Una atmósfera pesada, irrespirable. Un olor acre y nauseabundo.
La vieja, en
una bolsa de plástico, llevaba un tamal hirviendo, una Pony Malta litro, una
frazada y un par de pantaletas envueltas en una pañoleta.
-¡¿Y esto
para quién es?!
-Para mi
hija, Yayita. La trajeron esta tarde-, respondió compungida la gordiflona.
-¡Ah!, la
joyita. ¡Qué bellezura la niña! ¿Usted es la mamá?
-Sí señor-,
respondió la doña. Y estalló en llanto.
-Le doy
cinco minutos para que hable con ella. ¡Cinco minutos no más! Ya se la llamo.
Pero cálmese, señora.
Preámbulo de
una tragedia que apenas comenzaba en el hogar de don Cuasimodo y su rolliza y bigotuda
mujer. La jovencita chusca y agraciada de Pelotillehue, el amor insufrible de
Condorito, en permanente disputa con el jetón de Pepe Cortisona, había sido
capturada en las últimas horas por hurto a más de veinte viviendas en
exclusivos sectores de la municipalidad.
Según
versiones preliminares, Yayita era la punta de lanza de una banda de apartamenteros
a la que la policía venía pisándole los talones, como relató el informante
Ungenio González a El Hocicón (el diario pobre pero honrado), que en su edición
extra, el mismo día de la detención, publicó en su portada una foto a toda
página de la sindicada, acompañada con un mote sensacionalista: ¡Gancho a
Yayita!
La comunidad
de Pelotillehue no podía dar crédito a lo que leía. Beatas y chismosas se
hacían cruces con la crónica escrita por don Chuma, redactor en jefe de la
sección de judiciales, que daba las primeras puntadas de cómo la atractiva
muchacha de insinuantes curvas y redondeces mórbidas, que frisaba los 26 años,
se había enredado en semejante delito: “Hasta su captura, una bella y querida
jovencita, hija única de una respetable familia de la localidad, admirada por propios
y foráneos, pero con una doble vida. Un novelón que va para largo”, apuntó el
curtido reportero policial.
Como
siempre, el último en enterarse de las noticias fue Condorito, que un día antes
del amargo episodio había discutido por enésima vez con su novia, y que justo
el día de la captura apaciguaba los derrotes del despecho y la humillación en
el bar El Tufo, rodeado de tres de sus camaradas de confianza: Huevo Duro,
Cabellos de Ángel, y el infaltable en esa barra a cualquier hora: Garganta de
Lata.
Fue por
Coné, su sobrino, quién irrumpió en el bar exasperado con un ejemplar de la
edición extra, que el pajarraco se enteró. Al principio vaciló y remitió la
primicia a los efectos turbulentos del exceso de cachaza ingerida. Leía el
titular, veía la foto, se refregaba los ojos, y la repasaba atolondrado
negándose a admitir que fuera cierto, hasta que Cabellos de Ángel lo sacó de su
aturdimiento y despejó toda duda:
-¡Miedda!,
Condorito, esta no es una broma de día de Inocentes. ¡Arranquémos para la
comisaría!
De la URI ya
se había ido doña Tremebunda y los muérganos hediondos a fermento no fueron
admitidos. Afuera había una trifulca de detenidos esposados en cadena que
reclamaban un sitio digno para pasar hacer sus necesidades y pasar la noche.
Uno de
ellos, asombrosamente parecido a Antony, el ‘Pitufo’ de Ávila, gloria del
América de Cali, pedía a gritos una ambulancia, con la cabeza cubierta por un
pañuelo ensangrentado, consecuencia de una riña en un salón de billares de mala
muerte, dizque donde se desató un aguacero de frascos de cerveza, bolas y
tacos.
Condorito,
pasmado y demolido por la fatalidad, se sostuvo en el capricho de que él se
quedaría ahí esperando, afuera, como un reo más, hasta poder hablar con su
novia, enterarse de la verdad de lo sucedido, y jurarle, con la mano en el pecho,
que se arrancaría las pocas plumas que le quedaban para protegerla y apoyarla
en todo lo que estuviera a su alcance.
-Nosotros lo
acompañamos, compadre. Entonces, ¿para qué son los buenos amigos?-, espetó
balbuceante el borrachín de Garganta de Lata. -Pero hagamos una ‘vaca’ para
comprar otra botellita. Porque con este frío y a palo seco…, es como verraco-,
sugirió.
Don Chuma, reportero estrella de El Hocicón |
Adentro de
la URI, en un zaguán interminable donde había por lo menos una veintena de
mujeres, y un travesti alto y morocho, reconocido de la zona de tolerancia gay
al que llamaban ‘Marbelle’, Yayita, acurrucada, con la cara entre las piernas,
repasaba uno a uno los capítulos de su trance delictivo. Se sentía
terriblemente sucia, avergonzada. Pero era más hondo el dolor que le embargaban
sus viejos, don Cuasimodo, sobre todo, en los últimos tiempos, delicado del
corazón, que la veía como la luz de sus ojos.
-¡Aquí hay
un olor horrible a tamal!, ¡¿quién es la del tamal?!-, exclamó ‘Marbelle’ con
su voz ronca y estridente de maricona macha.
-Sí, ¡Que lo
reparta, que lo reparta!, corearon algunas de las detenidas.
-¡O se lo
hacemos tragar con todo y hojas!-, refunfuñó el travestido de tacones marchitos
y lentejuelas opacadas por el óxido.
-¡Ay!,
Yayita, la que nunca partía un plato pero que terminó quebrando toda la vajilla-,
ripostó desde un rincón una cuarentona embutida en una maxi-ruana, con varias
entradas a la cárcel por ley 30 y asalto con burundanga, a quien señalaban con
el alias de ‘Mariela, la discotequera’.
-Ahora sí va
a matar de la pena al pobre pajarraco-, contestó una mechuda de carnes
apretadas, de quien se decía en el vecindario era la concubina clandestina del
incómodo y petulante de Saco de Plomo.
Al siguiente
día, el velo del alba fue rasgado por la vocinglería de los distribuidores de
prensa, que en calles, plazas y establecimientos pregonaban las últimas
noticias de El Hocicón, con el suceso judicial más relevante y escandaloso de
su historia.
-¡Todo sobre
la captura de Yayita!-, alertaban los mucharejos con sus arrumes de periódicos sobre los hombros.
Una edición aumentada en paginaje y triplicada en circulación, con un
cuadernillo dedicado a la protagonista, gráficas inéditas, últimos partes
judiciales y testimonios desgarrados de las víctimas.
La rúbrica
de don Chuma, reportero estrella de El Hocicón, destacaba en negrita en el
encabezamiento del inserto que se agotó en pocas horas, como nunca en el
periplo noticioso del popular impreso, que por la crisis arrasadora de los
informativos de papel, había anunciado de un año para acá su inminente cierre
por irreparables desalientos financieros.
Pero lo de
Yayita fue la tapa, y a la vez la salvación del diario. Y lo siguió siendo
durante varias semanas hasta exprimir su caso sin coladera, con pepas y bagazo.
Comenzó don
Chuma con la infancia rosa de la niña. Los mimos y privilegios por ser hija
única del matrimonio Vinagre, uno de los más respetables y ejemplares de la
comarca. Habló de las ilusiones de la jovencita de viajar a Londres a estudiar
inglés, que se vieron truncadas cuando le negaron la visa.
Narró sus
asedios, sus conquistas, las incendiarias peroratas y querellas que muchas
veces desencadenaron en trompadas y zafarranchos de los donjuanes que la
pretendían. Pero al fin y al cabo, subrayaba la buena suerte de un bueno
pa’nada como Condorito, “un romántico de pueblo calcado del Florentino Ariza de
‘El Amor en los Tiempos del Colera’, del finado Gabito, que a fuerza de
cursilerías y décimas empalagosas de Tenorio patético, se había ganado el
corazón de la linda muchacha”.
No podía ser
otra la prosa del viejo Chuma, de sombrero de hípica y lápiz Mirado en la
oreja, para cautivar y multiplicar lectores con tan fulminante e irrepetible relato.
En un
intertítulo de ‘Doble vida’, el hábil sabueso y cronista relató con perspicacia
el sospechoso cambio de la joven, “de unos meses para acá”, intempestivo en su
cotidianidad, cuando empezó a ausentarse por días de Pelotillehue.
Se sabía que
por ver frustrado su proyecto de viajar al exterior y ante las emergencias
económicas del hogar, incluida la retardada pensión de su padre, funcionario de
una surtidora de gas, había tomado la determinación de hacer un curso de
Astrología, Reiki y Cromoterapia con una acreditada especialista en Esoterismo
radicada en el antagónico municipio de Buenas Peras.
¡Ay!, Yayita, por fin se descubrió todo el pastel. Gráfica: Condorito.com |
Resaltaba el
bueno de Don Chuma que en varias ocasiones se le veía acompañada de un hombre
apuesto de hechuras militares, con quien Yayita solía frecuentar los viernes en
la noche refrescaderos y discotecas de Pelotillehue, después de dudosas
caminatas por los alrededores de Rosales de La Marquesa, moderno y exclusivo
conjunto residencial.
“Ya
imaginarán ustedes, respetados lectores -sostenía el prosista de marras en su
primera entrega-, las furias de Condorito, herido en lo más hondo de su
hombría: unos celos que en El Tufo se convirtieron en la picada de entre copas,
sobre todo por las burlas del pesado de Ché Copete, que animaba a la
concurrencia a soltarse en sátiras e infundios contra el pajarete, como él lo
llamaba: un desdichado y cornudo bicho digno de lástima”.
Yayita
trataba de amortiguar los celos y las palizas verbales que a diario le daban a
su eterno enamorado, con obsequios de preciada valía: relojes finos, costosas
mancornas, invitaciones a cenar con vino en La Trucha Dorada, el mejor market
sea food de Pelotillehue; y una elegante levita con etiqueta de Nueva York, que
fue su último regalo de cumpleaños.
“¿De dónde
sacaba Yayita dinero para adquirir prendas tan costosas si a cuenta gotas don
Cuasimodo, muy de vez en cuando, le brindaba esmirriados pesos para sus antojos
de baratillo en el comercio popular?”. Interrogante cáustico y enhorabuena del
cuartillero judicial, que él con suspicacia de comadreja asociaba con los primeros reportes de hurtos a
apartamentos que denunciaba la vecindad, y que al principio pasaron de agache
para la policía.
“¿Quién era
aquel galán misterioso que tanto interesaba a la hija de doña ‘Treme’, y del
que ella juraba de rodillas en la misa dominical no tener con él más que una
bonita y ‘necesaria’ amistad?” Pesquisas, rodeos y conjeturas del viejo zorro
de El Hocicón para que sus expectantes lectores ataran cabos y sacaran sus
propias conclusiones.
Días después
se unió a la pareja de amiguetes un tercer personaje: Una chica rubicunda como
extraída del mismo molde de Yayita, nariz respingada, de abultadas posaderas y
generosas pechugas, una artista, decían, con talento y vocación para la
pintura, que venía de la localidad de Cumpeo decidida a radicarse en Pelotillehue, con el argumento de que su bella topografía y su valle de todos
los verdes posibles, era el mejor escenario para sus labores interminables de
caballete, paleta y pinceles.
“Ya eran dos
los intrusos de la mano de Yayita”, apuntó el revistero judicial. “Y fue más
notoria la presencia de los tres en Rosales de la Marquesa, toda vez que la
pintora tomó allí en alquiler un cómodo aparta-estudio con una preciosa vista al
Valle de los Tomates”.
Al principio, en Pelotillehue, no daban crédito a las oscuras andanzas de Yayita. Gráfica: Condorito.com |
La supuesta artista
-explicaba don Chuma-, que fue presentada oficialmente en sociedad como Brenda
Arregocés, en un cóctel organizado por la alcaldía, no era más que un poderoso señuelo
del incógnito don Juan y de Yayita Vinagre para ingresar sin obstáculos de
portería al conjunto residencial.
“De hecho -resaltaba
el croniquero-, las dos atractivas y curvilíneas mujeres se habían ganado de
antemano la confianza de los despistados celadores, no solo con sus portentosos
atributos y su coquetería a flor de labios, sino con todas esas bobadas que
terminan por idiotizar a los enamorados de provincia: caramelos, chocolatinas,
peluches perfumados, y tiernos y melosos mensajes de puño y letra escritos en
tinta china con esmerada caligrafía en papel seda”.
De modo que los
tres tenían el terreno abonado y a su disposición para penetrar a los
apartamentos con llaves maestras, ganzúas y finos destornilladores de
relojería, y recaudar valiosos botines de joyas, dinero en efectivo, moneda
extranjera, tarjetas de crédito, y demás objetos preciados. Con guantes de cirugía,
para no dejar huellas, los pillos hacían de las suyas.
El detonante
para la captura de Yayita corrió por cuenta del inspector Mario Romero Téllez,
cuando se enteró, por rumores de un confidente suyo, secretario bancario, que
la muchacha había hecho un considerable deposito en dólares en la entidad
financiera.
Otra de las
pesquisas contundentes de Romero Téllez condujeron al habitáculo de la otra
sospechosa, la artista Brenda Arregocés, que después de un mes de haberlo
tomado en arriendo con documentos que resultaron falsos, y con un fiador que
todos en la comunidad conocían y daban crédito de respetabilidad y confianza,
don Cuasimodo Vinagre, no contaba con ningún mobiliario.
Cuando la
policía allanó el apartamento, lo único que encontró fue un colchón ordinario
enrollado en el vestíbulo de recibo, y en el baño, un gorro plástico y media
docena de jabones de lavanda, en presentación de motel. La carcajada del
inspector ante el burlesco hallazgo, no se hizo esperar. Con voz interrumpida
por una tos miserere, exclamó:
-¡Ajá, la
tal pintora resultó una bandida de oro de 24 kilates!
Andrea Torres, la 'Yayita' de carne y hueso capturada en Bogotá. Foto: El Tiempo.com |
Con pinzas
propias de la intuición y la clarividencia, detective y reportero levantaron
sobre el plano de sus abrigadas sospechas la sólida arquitectura de un delito
que pasará a la historia en los archivos judiciales de Pelotillehue: El
señorito de telenovelas y la despampanante pintora, marido y mujer, lideraban
una red de la maleantes conocida como ‘La Chicungunya’: falsificadores,
estafadores y asaltantes de apartamentos, que operaban en diferentes capitales
del país.
Y en ese
itinerario de marrullas y proezas delictivas, lo dos, marido y mujer, llegaron
a pasar una temporada de descanso a Buenas Peras, a la casa de la astróloga que
efectivamente existía, y que para los ladrones era un contacto estratégico en
la complicidad de averiguaciones y seguimientos de personas prósperas y
acaudaladas, y por sus pronósticos de cuadraturas de constelaciones en aras del
tiempo y las lunas apropiadas para dar rienda suelta a sus fechorías.
A Yayita,
que de francas intenciones sí estaba interesada en tomar el curso de
Astrología, Reiki y Cromoterapia, la enredó la pitonisa y la hizo caer en la
trampa de los malandros, que antes de producirse la captura de la hija mimada
de los Vinagre, emprendieron la huida sin dejar rastro.
La crónica de largo aliento en el cuadernillo de edición especial de El Hocicón, con varios repasos, leía Condorito a primera
mañana, aterido de frío y melancolía en el umbral de la URI, a la espera de la
salida de Yayita rumbo a la audiencia de imputación de cargos, acompañado de Huevo Duro, Cabellos de Ángel y
Garganta de Lata, cuando oyeron a lo lejos los alaridos de doña Tremebunda, que
clamaba ayuda a los cielos porque a su Cuasimodo del alma lo había sorprendido
un infarto.
Así operaba 'Yayita'. Noticia de Semana.com: http://bit.ly/155T7TY
0 comentarios