lunes, 23 de junio de 2014

Goles sin muertos

Es necesario implantar la medida de Ley seca para menguar en proporción la euforia desmedida y violenta de los fanáticos. Cortesía Publimetro.
Ricardo Rondón Ch.

La semana anterior le oí decir a Alberto Casas, perdón al doctor Alberto Casas, en su alocución de W Radio, que imponer en Bogotá la ley seca para los partidos de la Selección Colombia, era una medida ridícula. No sé si oí mal, o si oí bien, el respetabilísimo doctor Casas, por asuntos de edad avanzada y exceso de trabajo, ya hizo comparecencia en las catacumbas nebulosas de la precariedad mental.

Casas, ¡carajo!, perdón, el doctor Casas, que se erige en la estación radial al mando de Julio Sánchez Cristo como un tribuno togado de la conciencia moral del país, está con su opaca tesis como Ricardo Jorge, el simpático personaje del comercial de una reconocida entidad crediticia, ‘en el lugar equivocado’, más grave aún, sin que nadie en la mesa de trabajo se atreva a controvertirlo, ni siquiera su jefe, menos sus subordinados, salvo en algunas ocasiones y con sobrados argumentos Camila Zuluaga, que no titubea en el instante oportuno de decir lo que siente y piensa. Zuluaga, al aire, ha sido capaz de encarar (Red +Noticias) al ex presidente Álvaro Uribe Vélez, con su ya estigmatizada aura de irascible y energúmeno.

Pero volvamos a don Alberto: afirmar que no es necesaria decretar Ley seca durante los cotejos que cumple en Brasil el equipo de Pékerman es, de alguna manera, incitar a que el populacho en masa, eufórico por los triunfos de la ‘amarilla’, abreve desmedido en las fuentes del lúpulo y el aguardiente y “acabe hasta con el nido de la perra”. El aguardiente, esa bebida demoledora, al decir del iconoclasta Fernando Vallejo, en la patria bárbara y homicida que nos acontece, "que busca al machete, o el machete lo busca a él”.

Pues con machetes tres canales en riñas primigenias de alaridos de madres y huérfanos desconsolados, se mataron varias de las nueve personas que dejó, sólo en Bogotá, el luctuoso saldo del primer partido de Colombia ante Grecia, con un agregado de una docena de heridos, derivados de más de tres mil guachafitas sangrientas, sólo en Bogotá. ¡Háganos el favor!

Bonito homenaje con difuntos, mutilados y caricortados, como en carnaval siniestro, el que el pueblo en rama le está tributando a los muchachos que en estos momentos se juegan la clasificación a una siguiente ronda. Pueda ser a los cuartos de final, si la providencia lo permite y los cocos de la copa mundo, estamos hablando de Uruguay, Italia, Chile (“¡Ojo! con Chile”, me dijo el crítico argentino de fútbol Jorge Barraza en reciente entrevista), porque no nos digamos mentiras, hasta la fecha -y esto lo subrayo antes del partido con Japón-, Colombia ha contado con suerte, sin desconocer el sabio y efectivo esquema de Pékerman y las ganas y el pellizco triunfador de sus pupilos: James, Armero, Cuadrado, Quintero, Zúñiga, el mismo Yepes, entre otros. Pero los rivales no han dado la talla. El encuentro más reciente, por ejemplo, contra Costa de Marfil, fue tedioso y aburrido. 

De modo que se está celebrando lo que todavía no se justifica celebrar, en una nación acostumbrada a celebrarlo todo, sin saber a ciencia cierta qué es lo que se celebra, con una hilaridad endémica que al final desemboca en los pabellones de urgencias, cuando no en los anfiteatros; una alegría desproporcionada que me recuerda el título de la estupenda novela de María Castilla: ‘Como los perros felices sin motivo’. Capítulo aparte Costa Rica, que humilló a su antojo a dos encopetados campeones del mundo:  Uruguay e Italia. ¡Qué equipazo!

Goles y muertos, ¡vaya paradoja! Por qué las buenas nuevas del fútbol no se disfrutan con la misma coherencia de las hazañas del ciclismo, este sí, que ha bañado varias veces de gloria a nuestro país, como se vivió con los recientes triunfos, estos sí apoteósicos, de Nairo Quintana y Rigoberto Urán en el Giro de Italia. Rúbrica de filigrana en el deporte de las bielas.

La euforia desmedida, el exceso de licor, los estragos de la violencia
¿Por qué con el balompié sí se produce la debacle, se ofende, se ataca, se mata? Qué tipo de explosión produce en el cerebro de los hinchas, que está visto, con ley seca (aparentemente, digo yo, vaya uno a saber otras sustancias), arremeten a la ofensa, a desencadenar la confusión y el pánico  en la vía pública; a extraer pistolas y revólveres y echar plomo al aire, caso particular la desamparada niña de cuatro años que falleció en Cali por una bala perdida.

En ese caso, como apuntó hace unos días Adolfo Zableh en su columna de Publimetro, sería mejor que la Selección no trascienda. Que ya con el logro alcanzado, haga maletas y se devuelva. “Porque después, al regreso, con qué país me voy a encontrar”, remató el cronista.  Para traer a colación los 76 muertos y 912 heridos que dejó el tan mentado 5-0 de Colombia ante Argentina, en la ruta mundialista de Estados Unidos. Y luego lo que vino en ese torneo: la sangre derramada de un inocente, Andrés Escobar. ¡Ah!, país que tenemos.

La pólvora también corre por cuenta de los 'profesionales del micrófono', agitadores de la bulla estridente, del verbo incendiario, de la provocación de la gleba con ululares incandescentes como: "¡Gracias madre mía por parirme en mi patria!", ¡¿Qué es eso?!, o la trillada: "Que esta noche no me esperen en la casa", presagio fatídico del alboroto y la violencia en las calles, que puede terminar en eso: que al hincha de turno, el protagonista de los disturbios o el peatón desprevenido, efectivamente no llegue jamás a su hogar. 

Claro que hay que seguir imponiendo la Ley seca Alcalde Gustavo Petro, por encima del parecer amnésico del doctor Casas, y de las protestas y clamores de los propietarios de bares, tabernas, cantinas, ‘chuzos’ y similares que, seguro, no se van a arruinar por una jornada legal sin expender trago.

La conciencia representada por esta medida de abstención, deberá ser respaldada por el aumento de la fuerza pública, por la multiplicación de cuadrantes, y por una incisiva campaña en medios -algo que no se ha visto-, sobre todo en el espectro televisivo, para propender por el respeto, la prudencia y la tolerancia. 

En un 'país cantinero', como del que se refirió Laureano Gómez en los ardorosos años del Frente Nacional, el exceso de alcohol no sólo es nocivo para la salud sino para la integridad humana. Y de eso da fe 'El Bogotazo': la turba enardecida y estimulada por el 'chirrinche' y la cachaza, asesinó a garrote y a machete a más gente que en cualquier otro capítulo de la historia.

Dios se apiade de nosotros si Colombia llega a los cuartos de final, o a la finalísima del Maracaná -estoy delirando-, porque en  el reino eufórico de Balaúnta, el que no mata, de la sangre del muerto se unta.

Vea campaña 'Golombiao', el fútbol de la paz:
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