El escritor Jorge Eliécer Pardo, Premio Nacional de Literatura, Fundación Libros y Letras |
Ricardo Rondón Ch.
Testigo de su tiempo y de la
historia violenta de Colombia, Jorge Eliécer Pardo sigue siendo un índice para
la literatura colombiana y para el nuevo semillero de escritores, de ese
compromiso tan abandonado en épocas convulsas y turbulentas como las que nos
acontecen: el del artista, en este caso el narrador, consecuente con el territorio que le corresponde -con su dolor
y desarraigo, y el desamparo ciego de quienes rigen las cuerdas del poder-,
desde el talento y la sensibilidad.
Pardo ha mantenido encendido esos
leños crepitantes de la reflexión desde sus comienzos en el quehacer literario,
en sus primeras novelas como ‘Irene’, o ‘El jardín de las Weissman’, esta
última llevada con éxito a la pantalla
chica con el nombre de ‘La estrella de las Baum’, uno de los clásicos de la televisión
colombiana que la interfase pública debería rescatar y transmitir de nuevo ante tanto bodrio de remakes de culebrones
criollos, mexicanos y peninsulares, sin nombrar la avalancha de insoportables
realites.
Cuando llegó a mis manos ‘El
pianista que llegó de Hamburgo’, la última novela de su saga del ‘Quinteto de
la frágil memoria’, me enganché de inmediato en su lectura, ligada en su
claridad y profundidad a la máxima del brillante poeta y filósofo alemán
Friedrich Holderlin, que el autor expone a manera de epígrafe: “Comprendí el
silencio de los cielos; las palabras humanas jamás las entendí”.
Desde el introito hasta el final
de ‘El pianista’, hice hincapié en musitar como mantra las palabras
desesperanzas del creador de ‘Hiperión’, curiosamente que fallece en un
hospicio, como el protagonista de la novela de Pardo, abatido por la desmemoria
y el delirio de una vida acosada de temores y fantasmas, resultado de la diáspora,
la desventura del desamor y la persecución.
Hendrik Pfalzgraf, ‘El pianista
que llegó de Hamburgo’, es una metáfora demoledora para interpretar en clave de
Brahms (el compositor y pianista predilecto de Jorge Eliécer), el horror de la
guerra, la calamidad y la errancia proscrita de sus víctimas. El pianista atormentado
por las bombardas del régimen nazi que busca refugio en América y que termina
anclando en Bogotá (Colombia), para su sorpresa, atosigada en ese momento por
las muertes, los incendios, los saqueos y la desolación que dejó a su paso el
episodio tenebroso del 9 de abril.
Una ficción fiel a la historia de
un país, por antonomasia, que no cesa en clamores de paz, liberación de
secuestrados, viudas y madres vulneradas por un conflicto armado que, como una
tabla ouija, pasan de mano en mano los gobernantes de turno, incluso los que se
juegan en la actualidad el proceso pacífico con las guerrillas en La Habana.
Una novela, el autor así lo ha
sugerido en su Quinteto, para la fragilidad de la memoria. Jorge Eliécer Pardo recibió, por
votación de los lectores, en septiembre del año anterior, el Premio Nacional de
Novela que, en su décima edición, concede cada año la Fundación Libros &
Letras, dirigida por Jorge Consuegra.
La Pluma & La Herida lo
entrevistó.
Qué le hace pensar que como
Hendrik Pfalzgraf, el protagonista de 'El pianista que llegó de Hamburgo',
muchos colombianos, perseguidos por 'la nueva guerra', igual o peor de
fratricida que la del 9 abril, viven 'exiliados' y tristemente refugiados en su
propio país: 'la despatria de la antipatria'.
“La trashumancia ha sido siempre
el estigma vergonzante de las sociedades. El exilio, ese desgarramiento donde
la tierra, la cultura, la cotidianidad, se rompe, se fragmenta. Hablo de la
trashumancia por asuntos políticos; lo mismo el exilio. Huir de cualquier guerra
es la alternativa y nos convertimos en parias aun dentro de nuestro país”.
Por lo menos a Hendrik, en medio
de la fuga y el delirio de la persecución lo soslayaba sus partituras de
Brahms, Bach y Mozart, entre otros. Ahora la violencia tiene como banda sonora
el reguetón, la trepidante furia de las consolas, cuando no el ruido
ensordecedor de las motosierras, ¿no le parece?
“Cada hombre carga su pasado, su
cultura, su sensibilidad. El arte es la última utopía que nos queda, y es allí
donde debemos refugiarnos en tiempos de posguerra, donde podemos entender el
duro camino de la violencia. En una Colombia donde se hace homenaje y se toma
como valor de la sociedad a los bandidos y asesinos con apologéticas en los
grandes medios televisivos, nos merecemos esa música. Un país que no oye a
Brahms sino a Diomedes Díaz, está condenado a quedarse en el marasmo de la
indiferencia y el mal gusto. Si nuestra sociedad pondera los antihéroes,
Castaños, Escobares, etc., sin contar los de cuello blanco, tendremos muchos
años de soledad”.
¿Qué hubiera sido de Hendrik, su
personaje, de haber vivido en esta época, loco y atrapado en las redes de las
Bacrim, o de algunos de esos ejércitos privados a órdenes de la maldad y la
corrupción política?
“Hubiera hecho lo mismo: refugiarse
en la poesía y la música, y procurar por el amor, única salida para el ser
humano”.
Mucha agua turbia ha corrido
desde aquel 9 de abril, fecha en que transcurre 'El pianista que llegó de Hamburgo'. Sacando en préstamo la célebre pregunta de Tolstoi, usted, en sus
soliloquios se ha llegado a cuestionar con la misma: '¿Qué debemos hacer?'.
“A los escritores no corresponde
hacer llamados de tipo partidista, porque es allí donde se genera el caos. La
crisis de la dirigencia política es tan grande que ya no se debaten ideas sino
cuál de los candidatos es más bandido, más tenebroso. La literatura en tiempos
de guerra, creo, debe ir de la mano de la gente, acompañándola en el infame
trasegar de la trashumancia, el exilio involuntario, la desaparición forzada. El
escritor debe ser, a la manera de Camus, un testigo honesto de su época y así
sus libros, sin apologías a ninguna ideología. Es tiempo doloroso de los héroes
anónimos”.
¿Cómo observa el bochornoso
espectáculo de la guerra sucia de las campañas a la presidencia? Desde su
trinchera de escritor, qué título le pondría a esta farsa política que nos
acontece?
“Bajo el fuego cruzado del
degeneramiento político, me queda la literatura y alimentar en mis libros esto
que he llamado ‘La frágil memoria’. Si fuéramos un país civilizado la opción
del voto en blanco sería la alternativa”.
En 'El pianista que llegó de
Hamburgo' es transparente el dolor y la angustia del protagonista, de la mano
de su creador. ¿Hasta qué punto sufre sus personajes? ¿Traza un límite a esa
catarsis que bordea las fronteras de la conmoción?
“Sufro escribiendo. Es un acto
doloroso que me lleva a pensar en lo podría ser, por los temas, la estética del
horror, de la guerra, de la indefensión. Otros autores gozan en el proceso
creativo, yo gozo en el proceso de corrección, de la filigrana que después le
pongo a mis libros. La disciplina y la entrega, como en el amor, nos
recompensa”.
¿Cómo sale de esa neurosis, cómo
se libera?
“La literatura para mi es
catártica pero no una guía terapéutica, por el hecho de no evadir mi compromiso
con la historia; la neurosis social siempre está presente. Pero al terminar el
día y haber leído lo que luego daré a mis lectores, me siento un hombre
liberado, pero no libre”.
El año anterior la Fundación Libros
y Letras le concedió el Premio Nacional de Literatura en su 10° edición, por
votación unánime de los lectores: ¿Cree que este galardón obedece a la acogida
que ha tenido desde su publicación 'El pianista que llegó de Hamburgo', o a su
obra novelística en general?
“Volver con mi concierto me dio
vigencia. El premio de mis lectores y de la prensa independiente me halaga y
halaga mis libros. Lo demás es vanidad. De la misma manera mi Jardín volvió a
florecer”.
Es evidente que hay un interés
permanente de esculcar en el drama de los emigrantes del holocausto nazi.
Primero, en 'El Jardín de las Weissman', y después en la saga de su 'Quinteto',
incluido 'El pianista'. ¿En qué momento lo marcaron estos dantescos sucesos
derivados de la Alemania de Hitler?
“Ellos me persiguieron como tema
en el Líbano de mi niñez y en el Hamburgo de mi madurez. Allí estaban
diciéndome al oído, nosotros somos parte de ese dolor: el de la guerra y el
amor”.
¿O no será más bien que por su
sangre tolimense de aguerrido pijao corre uno que otro gen ario?
“No, creo que mi gen más profundo
es el de la poesía, donde cabe el mundo”.
Sería estimulante que las nuevas
generaciones vieran 'La estrella de las Baum', un clásico de la televisión
colombiana. ¿Por qué no hacer gestión con Señal Colombia para rescatarla?
“Nunca vi la serie completa pero
siempre la refieren. Viajé por la URSS cuando la pasaban, dicen que quedó bien,
pero que estaba alejada del libro. Acepté hacer una versión libre para el
seriado, ahora creo que sería hermoso hacer una película de la novela”.
¿Quién le enseñó a oír música
clásica y por qué su devoción por un compositor y pianista en especial:
Johannes Brahms, ícono del romanticismo alemán?
“Provengo de una familia materna
degustadora del arte, la poesía y la música. No soy melómano pero donde
terminan las palabras empieza la música. El Concierto No. 1 de Brahms me
hechizó cuando lo oí en la casa donde nació, en Hamburgo. La música clásica
embruja y despierta los más profundos sentimientos humanos”.
¿Qué piezas al piano de Brahms lo
remiten a esferas siderales?
“Toda su música, pero es Bach el
que me hace ir a los agujeros negros de mi existencia y al nirvana de mi
sensibilidad”.
¿Es consciente del poder
terapéutico de sus composiciones?
“El arte en general alivia al ser
humano así contenga hechos dolorosos. Mi experiencia es que sin que el artista
se lo proponga, termina aliviando al mundo de la indiferencia y de lo que
Philip Roth llama ‘la mancha humana’”.
¿Se siente un pianista frustrado?
Creo entender que tiene un piano alemán de vieja data, una reliquia. ¿Quién lo
toca?
“Mi tía Sofía Rodríguez de
Moreno, actriz de la seria ‘Yo y Tú’ y una de las fundadoras de la Tv.
colombiana, siempre tuvo un piano vertical en su academia. Yo hurgaba sus
teclas de marfil para escuchar el sonido sin conocimiento alguno de escalas y
partituras. Luego jugué con los pedales y me maravillaba saber que ese
instrumento es como un seductor, él solo puede conquistar al mundo. Mi vocación
en mis años mozos era ser cantante de rock and roll”.
¿De qué lo ha curado la literatura?
“Me ha dado tolerancia para
entender el mundo en el que vivo. Saber que es el hombre el depredador de la
naturaleza y de sus congéneres, me hace infeliz; luego la literatura, la
poesía, como la de Whitmann, me devuelve la diminuta esperanza”.
¿Cómo es el Nosferatu que lo
habita?
“Ese enamorado de cara triste que
no se atreve a dañar lo que ama y prefiere morir por su delirio. El mismo que
ve entrar el sol por la ventana que lo matará, pero que sigue al lado de su
amada”.
¿Hoy le agradece a su hermano
Carlos Orlando que lo haya iniciado en el placer de los libros? ¿Cómo es su
relación con él?
“No solo es mi maestro guía sino
mi compinche en todas las aventuras. Desde niño conté con su protección y ahora
cuento con el amor construido que nos compromete a los dos. Somos gemelos que
piensan y escriben distinto pero que a la hora del brindis volvemos a la misma
placenta del amor”.
¿Cómo nacen sus novelas? ¿Esos
soplos de la imaginación son frecuentes? o, como algunas mujeres que
idealizamos, ¿tardan tiempo en llegar?
“Mis libros nacen de una imagen,
una palabra, un sonido. Pero como todo ser vivo, el alimento es lo primordial. He
comparado la creación como un acto de amor, porque requiere pasión, tolerancia
y mucha permanencia. La literatura no solo es el romance, esa etapa hermosa de
la conquista, sino es la suma de lo cotidiano que, aunque tantas veces lesiona
el amor, fortalece lo amado”.
¿Cómo organiza su bitácora a la
hora de escribir una historia? ¿Hay un mapa previo donde ubica territorios,
tiempos, personajes?
“Antes de ‘El Quinteto de la
frágil memoria’, mis historias se apropiaban más desde la poesía y el amor de
las parejas sin abandonar el contexto político. Después fue necesario empezar a
investigar la Historia de Colombia. Por eso tardé 20 años estudiando para mi
nuevo proyecto. El tema es el mismo, la saga de los anónimos de la guerra, como
en ‘El Jardín’, ‘Irene’, ‘Seis hombres, una mujer’. Los personajes siempre
estuvieron ahí, a mi espera, fieles y atentos a mi llamado, tengo ese privilegio,
no fantaseo, la realidad está llena de esos seres que piden ser contados y me
hacen el beneficio de entrar en mis libros”.
¿Cómo encuentra el ritmo, tan
difícil en algunos casos, como suele suceder con el arte de Melopea? Está la
idea, el primer borrador, pero la música de las palabras no arranca…
“Es ahí donde nace la literatura,
en el tono, en la atmósfera que crea el lenguaje. No siempre los seres
invisibles que nos buscan dicen cómo deben viajar en los libros. El autor,
entonces, pulsa todas las cuerdas, escucha todos los latidos, hace todos los
silencios y, de pronto, ¡zas!, llega la cadencia, así me ha tocado vivir el
momento más dramático de mi trabajo”.
Johannes Brahms, genio del romanticismo alemán |
'El pianista de Hamburgo' es una
obra de una gran presencia musical. Hendrik, en sus fugas intermitentes (que no
son necesariamente las de Bach), se ve rodeado de muchas veredas melódicas,
como las que vivió llano adentro, en la época turbulenta de Guadalupe Salcedo. Me
gustó esa metáfora: joropo y metralla sincopada. ¿Cómo lo logró?
“Mi pianista debió huir siempre,
pero es la música lo que lo une al mundo, así el ideal. Las circunstancias de
su trasegar lo lleva a los Llanos Orientales en tiempos de Guadalupe Salcedo,
el guerrillero liberal que tocaba el cuatro y cantaba coplas. Es allí donde,
como un pájaro, descubre la conjunción perfecta entre la música clásica y la
popular, la poesía y el paisaje”.
También me gustó esa descripción
magistral de Guadalupe, un retrato barroco que queda enmarcado en el trasegar
de la novela: "Un jinete invencible de los llanos que lee el clima en los
trazos del cielo, domina los ríos, cabalga en las noches con los ojos cerrados,
canta y toca el tiple, es enamorado y le gusta el aguardiente...". No
parece escrito en el teclado de un computador sino rasgado en las cuerdas de un
cuatro. Un zumba que zumba, que llaman.
“Y más allá un arpa y el vuelo de
una garza. La mejor novela sobre Salcedo la escribió Silvia Aponte, de ella me
amamanté para conocer al Centauro del Llano”.
Lo que no me quedó claro es
cuando usted ubica a Hendrik en 'El Cartucho' capitalino. ¿Por esa época, 1948,
ese sector ya era inhóspito y decadente? o ¿sólo fue un antojo personal?
“Luego del 9 de abril, de El
Bogotazo, Hendrik huye al llano y regresa años después, en los 60 para
encontrar su amor inconveniente, después hace su segundo trasegar a la selva y
regresa a morir. En ese periplo han pasado dos décadas y El Cartucho ya hervía
al lado del Palacio Presidencial”.
¿'El pianista de Hamburgo es una
novela de amor y guerra, o es una historia paralela de la violencia en la
diáspora de América y Europa? ¿Cómo la clasifica?
“Una historia de trashumancia, de
éxodos, de parias, de dolor, de poesía y música. No es una novela histórica, es
una novela donde está la Historia, lo demás es sentimiento y verdad”.
¿Qué sensación experimentó cuando
le puso punto final al 'Pianista'?
“El silencio exigente cuando el
director baja la batuta, la cabeza, y se vuelve ante el público”.
¿Su 'pianista' también podría ser
llevada al cine, o es una empresa titánica?
“En este momento están en el
proceso del guión para la película con Alemania”.
¿En qué anda ahora, maestro?
“Escribo otro doloroso libro de
cuentos, ‘Los velos de la memoria’, sobre las masacres a nuestro pueblo,
contadas desde la metáfora poética de los símbolos profundos de cada comunidad.
De nuevo la estética del horror. Pero es la sociedad que hemos construido. Lo
acompañan múltiples fotografías mías de mujeres compasivas con las víctimas,
cubiertas con mantos de dolor y vergüenza que hay que descorrer”.
A pocos días de los comicios
electorales, ¿a quién ve ganador desde el partidor?
“A la guerra”.
¿Cree que se firma la paz con las
guerrillas?
“Confío en que la guerra llegue a
su fin, pero mientras haya desigualdad e inequidad, lo dudo”.
¿No piensa que hace falta un
hombre como Antonio Navarro en la mesa de negociaciones?
“Pienso que necesitamos más
hombres con sentido de sensibilidad profunda del dolor de los demás y menos
políticos de cualquier tendencia. No tiene que ver con la religión sino con la
equidad. El poder corrompe y el pueblo no lo ha comprendido aún, pero ya lo
sabrá”.
¿Cómo ve el futuro de la
izquierda colombiana?
“La izquierda como partido
político es de una precariedad absoluta, casi como la derecha. Hay hombres
destacados en la izquierda pero que sumados no hacen la verdadera conciencia
del dolor humano que causa la desigualdad y la guerra”.
¿Y a usted cuántas utopías se le
quedaron nadando en el tintero?
“La del socialismo, la de la paz
y la de la ecología”.
¿Qué recomienda leer por estos
días?
“La alternativa de las
editoriales independientes, porque no siempre lo que te promocionan en grandes
titulares es lo mejor. Poesía, una buena alternativa para la tristeza y la
alegría”.
¿Cuántos años tiene 'Irene' a la
fecha?
“Los suficientes para seguir viva
en español e inglés”.
¿Qué aliento le dejó esa novela?
“Saber que el amor y la política
pueden ser posibles, así la guerra separe a los dolientes”.
¿Sigue siendo el caballero andante de la
noche?
“Un Nosferatu sin capa, pero con
pijama”.
¿O el gato Pardo que se escurre
por vericuetos prohibidos?
“Todos los Pardo son gatos, solo que
ya no recorren techos ajenos”.
Concierto N° 1 de Brahms, por Arthur Rubinstein:
Concierto N° 1 de Brahms, Baremboin, Celibidache:
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